Advertencia: Está situado después del sexto libro, así que si no te lo has leído todavía, no leas este minific.
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Ginny está en su sexto año en
Hogwarts. Aparentemente nada especial, durante siglos los magos
adolescentes han desarrollado sus habilidades allí. Pero es
que ahora el Mundo Mágico está completamente
descontrolado.
Ahora, cuando Ginny baja al Comedor a desayunar ve
algo anormal que se ha convertido en algo normal en lo que lleva de
curso: pocos profesores en la mesa y más de la mitad de los
asientos de las cuatro mesas desocupados. Cada vez queda menos gente
en Hogwarts. Los padres, asustados, prefieren tener a sus hijos
cerca, y la mayoría de los profesores están
involucrados en la guerra.
Hogwarts está abierto porque la profesora McGonagall -que es ahora la directora, aunque todavía resulte demasiado extraño pensar en ella en ese término- ha dicho que lo va a estar, porque Dumbledore lo hubiese querido así. Así que allí están, los pocos que quedan, en clases con miembros de las cuatro Casas y con profesores que hacen malabares para poder dar sus clases, la de los compañeros que faltan y (algunos) participar en la guerra. Y lo sorprendente es que están consiguiendo que Hogwarts siga funcionando. A base de cabezonería.
Un rayo de esperanza, es lo que simboliza ahora Hogwarts. Solo que Ginny no es capaz de verlo. Está sola. Es la última Weasley que queda. Ron se ha ido con Hermione y (no te pares a pensar en él, porque duele demasiado) Harry. Están intentando parar a Voldemort.
Tiene miedo. Casi no se atreve a mirar el Profeta o a leer las lechuzas que llegan. Abre cada carta con el temor de encontrar la noticia de la muerte de alguien de su familia (o de Harry, que está en el punto de mira, que siempre lo ha estado, y que lo sabe y va enfrentarse al peligro, y ella no sabe si sentir orgullo por su valentía o echarse a llorar por la estupidez que está cometiendo).
Sola, con miedo. Luna tampoco está en Hogwarts, se fue con su padre. Añora su sonrisa, y esa extraña calma que siempre mantiene. Neville también se ha ido. Su abuela nunca confió en sus habilidades, así que prefiere tenerlo cerca para vigilarlo (a pesar de haber luchado en el Ministerio y haberse enfrentado dos veces a los mortífagos).
Lo peor de todo, lo que más asusta a Ginny, es que toda esta situación está haciendo que eche de menos a Tom. Al amable y comprensivo Tom, que siempre estaba a una pluma de distancia, escuchándola, ayudándola... No es la misma Ginny frágil de once años de antes. Ahora sabe quién es Tom, lo que hizo, lo que está haciendo. Y aún así, a pesar de todo, no puede evitar echarlo de menos. No puedo evitar compararlo con Harry y que esa vocecita de su cabeza le diga que era más guapo, la escuchaba más y la comprendía de verdad. Y esa vocecita no se calla, a pesar de sus protestas de que en realidad la manipuló, no atiende a razones.
No puede evitarlo, no puede hacer nada, tan sólo odiarse a sí misma por seguir enamorada de un diario.
