Twilight así como todos sus personajes pertenecen a Sthephenie Meyer, la historia es una adaptación.
Algo Prestado
Sumary:
UNOS TRAGOS DE MAS Y... TOMA ALGO QUE NO ES SUYO
Bella Swan es una joven abogada de Nueva York, que siempre soñó con encontrar un gran amor.
En el día de su cumpleaños de 30 años, su mejor amiga Alice organiza una fiesta para ella, y Bella es sorprendida por un acontecimiento inesperado: en esa noche, después de unos tragos de más, ella acaba en la cama con Edward Cullen, un buen y viejo amigo de la facultad... que es el novio de Alice.
CAPITULO 1
Estaba en quinto grado cuando pensé por primera vez sobre tener treinta años. Un día, yo y mi mejor amiga Alice tomamos una agenda y la abrimos al final, donde había un calendario perpetuo que permitía consultar cualquier fecha en el futuro y, por medio de una pequeña tabla, determinar cual sería el día de la semana correspondiente. Entonces localizamos nuestros cumpleaños del año siguiente, el mío en mayo y el de ella en septiembre. El mi caía en jueves, día de clases. El de ella caía en sábado. Una pequeña victoria, pero típica. Alice siempre era la más suertuda. Su piel se bronceaba más rápido, su cabello era más fácil de modelar y ella no necesitaba ortodoncia en los dientes. Ella hacía pasos de break dance como nadie, así como podía hacer carambolas hacia adelante (yo ni siquiera sabía hacer carambolas).Ella tenía la mejor colección de stickers. Más pins de Michael Jackson. Sweaters de Benetton en turquesa, rojo y durazno (mi madre no me dejaba tenerlos diciendo que eran una moda y muy caros). También tenía unos jeans de cincuenta dólares de Guess, con cierres en el costado de la pierna, además de dos aros en cada oreja y un hermano, lo que era mejor que ser hija única como yo.
Por lo menos yo era algunos meses más grande y ella nunca podría alcanzarme. Fue entonces que decidí mirar mi trigésimo cumpleaños, un año tan distante que sonaba como ciencia ficción. Caía un domingo, lo que significaba que mi marido y yo conseguiríamos una niñera responsable para nuestros dos (posiblemente tres) hijos la noche del sábado, cenaríamos en un sofisticado restaurante francés unos quedaríamos afuera hasta después de medianoche, de manera que, técnicamente, estaríamos celebrando en la fecha real de mi cumpleaños .Yo habría acabado de ganar una gran causa, probando la inocencia de un hombre. Y mi marido haría un brindis en mi honor: "Por Bella, mi linda esposa, madre de mis hijos y la mejor abogada de la ciudad." Compartía mi fantasía con Alice cuando descubrimos que su trigésimo cumpleaños caía un miércoles. Una decepción para ella. Observé mientras ella apretaba los labios procesando la información.
—Bella, ¿a quién le importa qué día de la semana en que cae el cumpleaños de los treinta años?— Ella dijo, sacudiendo los hombros suaves y bronceados. — Para ese entonces seremos viejas. Los cumpleaños no importan cuando la gente es vieja.
Pensé en mis padres, que estaban en la franja de los treinta, y la manera displicente en que ellos trataban sus propios cumpleaños. Mi padre le acababa de regalarle una tostadora para el cumpleaños de mi madre, porque la nuestra se había roto la semana anterior. La tostadora nueva tenía espacio para cuatro fetas de pan al mismo tiempo, en vez de solamente dos. No era exactamente un regalo, pero mi madre pareció muy satisfecha con su nuevo electrodoméstico. En ningún momento pude identificar en ella la decepción que sentía cuando mis regalos de Navidad no se correspondían con mis expectativas. Entonces Alice probablemente tenía razón. Cosas divertidas como cumpleaños no tendrían tanta importancia.
Cuando llegásemos a los treinta.
Sólo volví a pensar otra vez en ese asunto en el último año de la escuela, cuando Alice y yo comenzamos a ver una serie medio triste en la televisión. Preferíamos programas más alegres, pero aún así la veíamos. Mi gran problema con esa serie eran los personajes, que vivían se quejándose, y las cuestiones deprimentes que ellos parecían siempre estar atrayendo.
Recuerdo pensar que ellos tenían que empezar a vivir y dejar de intentar entender el sentido de la vida y hacer cosas más prácticas como hacer la lista do supermercado. Eso fue en la época en que pensaba que mis años de adolescencia estaban pasando demasiado lentamente y que mis veinte años ciertamente durarían para siempre.
Entonces cumplí veinte años. Y los primeros años de esa década realmente parecieron interminables. Cuando oía personas que conocía y que eran un poco más grandes que yo lamentándose del final de la juventud, yo no me sentía todavía en la zona de peligro. Tenía tiempo de sobra. Hasta que llegué a los veintisiete, cuando los días de tener que presentar documento de identidad para probar la edad se convirtieron en cosa del pasado y cuando empecé a impresionarme con la repentina aceleración de los años, y con las consecuentes arrugas y las primeras canas (en esa época siempre me acordaba de los monólogos anuales de mi madre mientras sacaba del armario los adornos de Navidad). A los veintinueve, un verdadero terror se instaló, y me di cuenta que de cierto modo era como si ya tuviese treinta. Pero no tanto. Porque todavía podría continuar diciendo que tenía veinti y pico. Todavía tenía algo en común con estudiantes universitarios en vías de formación.
Descubrí que treinta era solamente un número, que la gente tiene la edad que siente que tiene, etc. También me di cuenta que, bajo un punto de vista más abarcador, una persona de treinta todavía es joven. Pero no tan joven. Está lejos, por ejemplo, de la edad más adecuada para tener hijos. Es demasiado tarde para, digamos, comenzar a entrenar para ganar una medalla olímpica. Aún considerando la hipótesis de morir a una edad avanzada, uno ha recorrido un tercio del camino para cruzar la línea de llegada. Por eso, no logro evitar una cierta inquietud al sentarme en un sofá marrón en una sala oscura en el Upper West Side de Nueva York, en mi fiesta sorpresa de cumpleaños organizada por Alice, quien todavía sigue siendo mi mejor amiga.
Mañana es el domingo que vi por primera vez cuando era una alumna de quinto grado, jugando con la agenda. Después de esta noche, mi década de mis veinte años va a acabarse, será un capítulo cerrado para siempre. La sensación que tengo me hace acordar a las noches de Año Nuevo, cuando la cuenta regresiva comienza y yo me quedo en la duda entre tomar mi cámara o solamente vivir el momento. Generalmente tomo la cámara y más tarde me arrepiento cuando la foto no sale. Entonces me siento muy frustrada y pienso interiormente que la noche habría sido más divertida si no significase tanto, si no me forzase a analizar donde había estado hasta ese momento y hacia donde estoy yendo.
Como las noches de Año Nuevo, esta noche representa un final y un principio. No me gustan los finales y los comienzos. Si pudiese escoger, quedaría oscilando entre los dos extremos. Lo peor de ese final (de mi juventud) y de ese comienzo (de la mediana edad) es que, por primera vez en la vida, me doy cuenta que no sé hacia donde estoy yendo. Mis deseos son simples: un trabajo que me guste y un tipo que me ame. Y en la noche de mi trigésimo cumpleaños tengo que reconocer que estoy perdiendo 2 a 0.
En primer lugar, soy abogada de un gran estudio de Nueva York. Por definición eso significa que soy una desgraciada. Ser abogada simplemente no se corresponde con lo que dicen por ahí - no tiene nada que ver con la serie L.A. Law, o programa de TV con abogados como protagonistas. Trabajo durante horas torturantes, ocupándome de las tareas más tediosas para uno de los abogados asociados del estudio, que es un mezquino y obsesivo. Ese tipo de odio, el odio por tu propio trabajo es una cosa que comienza a crecer de a poco dentro de uno. Es por eso que ya sé cual es el mantra de las personas que trabajan en estudios de abogacía: Odio mi trabajo y pronto, muy pronto voy a renunciar. Pero primero tengo que pagar mis préstamos. Primero tengo que ganarme el bonus del próximo año. Primero tengo que pensar en alguna otra cosa que pague mi alquiler. O conseguirme a alguien que lo pague por mí.
Lo que lleva a mi segunda constatación: estoy sola en una ciudad de millones. Tengo varios amigos, como quedó comprobado por la presencia masiva de esta noche. Amigos para andar en patines. Amigos para veranear en Los Hamptons. Amigos para encontrarse de noche después del trabajo, para tomar uno, dos, o tres tragos. Y tengo a Alice, mi mejor amiga, quien nació en el mismo lugar que yo y que sintetiza todo eso que acabo de decir. Sólo que todos saben que los amigos no son todo, aunque muchas veces sostenga lo contrario, solamente para no quedar mal delante de mis amigas casadas y de novias. Yo no tenía planes de estar sola cuando llegase a los treinta, incluso al principio de los treinta. A esta altura yo ya quería tener un marido; querría haber estado de novia en la franja de los veinte. Pero aprendí que uno no puede simplemente hacer un cronograma personal y desear que se haga realidad. Entonces aquí estoy, entrando en una nueva década, llegando a la conclusión de que estar sola a mis treinta años algo atemorizantes, y que haber cumplido treinta hace que me sienta más sola.
La situación parece todavía más sombría porque mi mejor amiga, y la más antigua, tiene un trabajo glamoroso de relaciones públicas y se comprometió hace poco tiempo. Alice continúa siendo la misma suertuda de siempre. Estoy observándola ahora, mientras ella cuenta una historia a un grupo de amigos nuestros, incluyendo al novio de ella. Edward y Alice forman una bella pareja, delgados y altos, ambos con cabello oscuro y ojos verdes. Ellos forman parte de la alta sociedad de Nueva York. Son el tipo de pareja sólida que va al sexto piso de Bloomingdales's a hacer las listas de casamiento que incluyen porcelanas fina y cristales. Uno odia el aire presuntuoso de ellos, pero no puede dejar de mirarlos cuando están en el mismo piso, en busca de un regalo "no tan caro" para el último de una serie de casamientos a los cuales fuiste invitada sin tener novio.
Te estiras para darle una espiada al anillo de ella y en el mismo instante te arrepientes. Ella se da cuenta y lanza una mirada de desprecio en tu dirección, mientras te estudia de arriba a abajo. Desearías no haber ido de zapatillas a Bloomingdales's. Ella probablemente se queda pensando que los zapatos tal vez sean parte de tu problema. Tu entonces compras un florero Waterford y te mandas a mudar de allí.
— Moraleja de la historia: si quieres una depilación a la brasileña, debes ser bien específica. Dile a la depiladora que deje un margen de vello ¡o te vas quedar sin nada, como una niña de diez años! —Alice concluyó su anécdota indecente y todos se rieron. A excepción de Edward, quien sacudía la cabeza como si dijese "Cómo le gusta llamar la atención a mi novia". —Bueno, basta ya declara ella, de repente. — ¡una rueda de tequila para todos!
Mientras ella se aparta del grupo en dirección al bar, comienzo a acordarme de todos los cumpleaños que celebramos juntas, todos los objetivos que alcanzamos juntas, objetivos que yo siempre logré primero. Saqué mi carnet de conductor antes que ella y pude legalmente beber antes de ella. Ser más vieja, aunque sólo fuese por unos meses, solía ser algo bueno. Pero ahora nuestra suerte cambió. Alice tiene un verano más en la franja de los veinte — una ventaja de haber nacido en otoño. No es que eso le haga mucha diferencia a ella: cuando una está de novia o casada, tener treinta años simplemente no es lo mismo.
En este momento Alice está inclinada en el bar, charlando con un tipo de veinti y tantos años, aspirante a actor/barman respecto al cual ella ya había declarado que, si fuese libre y soltera, se "tranzaría" fácilmente. Como si algún día Alice fuese a ser libre y soltera... Una vez, cuando estábamos en segundo año, ella dijo:
— Yo no termino mis relaciones, las cambio.
En este caso ella mantuvo su palabra; siempre era ella quien cortaba las relaciones. Durante toda nuestra adolescencia, facultad y juventud, Alice siempre estuvo ligada a alguien. En general ella tenía más de un tipo esperándola muy cerca.
De repente se me ocurre que yo podría quedarme con el barman. Estoy completamente soltera y libre de compromiso — no he salido con alguien en los últimos dos meses. Pero no me parece una cosa que alguien debiese hacer a los treinta. Vivir una aventura de una noche es para chicas que tienen veinte. No era que en esa época yo hubiese sabido eso. Mi camino siempre fue el del buen comportamiento, el de una persona correcta, sin desvíos ni sobresaltos. Sacaba todos diez en la escuela, terminé la escuela secundaria con grandes honores, hice el examen para entrar en la carrera de Derecho, ingresé directamente a la facultad sin curso previo y después fui empleada por un gran estudio de abogacía. Nada de irme de mochilera a un viaje por Europa, nada de historias alocadas, nada de pasiones enfermizas o tórridas. Nada de secretos. Nada de intrigas. Y ahora parece que es demasiado tarde para cualquier cosa de ese tipo. Porque ese tipo de aventuras solamente retardaría todavía más todos mis planes de encontrar un marido, de establecerme, tener hijos y un hogar feliz con una casa con jardín, garaje y una tostadora que tuesta cuatro fetas de pan al mismo tiempo.
Siendo así, me siento aprensiva respecto al futuro y, de cierta forma, arrepentida en relación a mi pasado. Me digo a mí misma que habrá tiempo de ponderar la cuestión mañana. En este exacto momento voy a divertirme. Es el tipo de cosa que una persona disciplinada puede simplemente decidir. Y yo soy extremamente disciplinada — el tipo de niña que hacía los deberes escolares de le casa los viernes a la tarde, poco después de volver de la escuela, el tipo de mujer (ya que a partir de mañana no podré hablar de "chica" refiriéndome a mí) que se pasa el hilo dental todas las noches y que hace la cama todas las mañanas.
Alice vuelve con las bebidas, pero Edward rechaza la de él, entonces ella insiste en que yo me quede con dos. Antes que me de cuenta, la noche comienza a quedar envuelta en una nebulosa, entra en ese estado en que tu pasas de la condición de alegre a borracha, perdiendo la noción del tiempo y del orden exacta de las cosas. Por lo visto, Alice alcanzó ese estado hasta antes que yo, porque en este exacto momento está bailando sobre la barra del bar, dando vueltas en un minúsculo vestido modelo espalda desnuda y con tacos de siete centímetros.
— Robando la escena en tu fiesta — cuchichea conmigo Rosalie, mi mejor amiga del trabajo. — No tiene vergüenza.
Yo me río.
— Si, es típico de ella.
Alice suelta unos grititos, aplaude con los brazos en alto y me llama con una expresión seductora que agradaría a cualquier hombre que alguna vez haya fantaseado con mujeres interactuando con mujeres.
— ¡Bella, Bella, ven acá!
Por supuesto que ella sabe que no me voy a unir a ella. Jamás bailé encima de una barra. No sabría qué hacer allá arriba, a no ser caerme. Sacudo la cabeza y me río, un rechazo educado. Todos nos quedamos aguardando la próxima jugada, que consiste en mover las caderas exactamente al ritmo de la música, e irse inclinando de a poco y después volver a enderezar bruscamente el cuerpo, el cabello desparramándose hacia todos lados. La flexibilidad de la maniobra me hace acordar a su imitación perfecta de Tawny Kitaen en videoclip "Here I Go Again", de Whitesnake .Miro a Edward, que en ese momento nunca se sabe si está divertido o irritado. Decir que ese hombre es paciente es poco. Edward y yo tenemos eso en común.
— ¡Feliz cumpleaños, Bella! — grita Alice. — ¡Vamos todos a brindar por Bella!
Y es lo que todos hacen. Sin despegar los ojos de ella.
Un minuto después, Edward saca a Alice de la barra, suspendiéndola en sus hombros y devolviéndola al piso, a mi lado, con un movimiento continuo. Con seguridad él ya ha hecho eso otras veces.
—Está bien— anuncia él. — Voy a llevar a nuestra pequeña organizadora de fiestas a casa.
Alice toma su bebida y golpea el pie en el piso.
— ¡Tu no me mandas, Edward! ¿Verdad, Bella?
Mientras afirma su independencia, Alice tropieza y derrama todo el Martini en el zapato de Edward. Él hace una mueca.
— Estás borracha, Ali. A nadie le parece gracioso o divertido, sólo a tí.
— Bien, bien. Me voy... Me estoy sintiendo medio mal — dice ella, pareciendo mareada.
— ¿Vas a estar bien?
— Si, no te preocupes — ella responde, ahora haciendo el papel de la niña enferma y valiente.
Le agradezco Alice por la fiesta, le digo que fue una completa sorpresa — lo que es una mentira, porque sabía que ella había aprovechado mi trigésimo cumpleaños para comprarse un vestido nuevo, dar una gran fiesta e invitar a tantos amigos como pudiese. Aún así, fue genial de su parte haber organizado la fiesta y estoy satisfecha de que lo haya hecho. Alice es el tipo de amiga que siempre hace que las cosas parezcan especiales. Ella me da un abrazo fuerte, me dice que sería capaz de hacer cualquier cosa por mí y pregunta qué sería de ella sin mí, su hada madrina número uno, la hermana que nunca tuvo. Ella está bastante efusiva, como siempre cuando bebe demasiado.
Edward la interrumpe.
— Feliz cumpleaños, Bella. Nos hablamos mañana.
El me da un beso en la cara.
— Gracias, Edward — yo digo. — Buenas noches.
Me quedo observando mientras él la conduce afuera, sujetándola por el codo después que ella casi se tropieza con un escalón. Oh, tener un guardaespaldas como ese. Poder beber sin la menor preocupación, sabiendo que habrá alguien para llevarte segura a tu casa. Algún tiempo después, Edward vuelve a aparecer en el bar.
— Alice perdió la cartera. Cree que la dejó por aquí. Es pequeña, plateada — él dice. — ¿La vieron por ahí?
— ¿Ella perdió la cartera de Channel?
Sacudo la cabeza y me río, porque perder cosas es típico de Alice. En general yo me ocupo de las cosas de ella, pero no el día de mi cumpleaños no estoy a su servicio. Aún así, ayudo a Edward a buscar la cartera, encontrándola, finalmente, debajo de uno de los asientos del bar.
Cuando él ya está saliendo, James, un amigo de Edward, uno de sus padrinos de casamiento, lo convence de quedarse.
— Ah, vamos. Quédate un poco más.
Entonces Edward llama a Alice a la casa y ella balbucea su consentimiento, dice que él puede divertirse sin ella. Aunque probablemente esté convencida de que esa cosa no es posible.
De a poco mis amigos se van yendo, todavía felicitándome. Edward y yo somos los últimos, incluso James ya se fue. Nos Sentamos en la barra sacándole conversación al actor/ barman que tiene un "Amy" tatuado en el brazo y tiene interés cero en una abogada que está envejeciendo. Ya pasa de las dos cuando decidimos que es la hora de marcharse. La noche parece más de verano que de primavera y, de repente, el aire caliente me llena de esperanzas: Este va a ser el verano en que voy a encontrar al hombre de mi vida.
Edward llama a un taxi para mí, pero, cuando el auto se detiene, él dice:
— ¿Qué tal si vamos a otro bar? ¿Quieres tomar otro trago más un?
— Bien — yo respondo. — ¿Por qué no?
Entramos en el auto y él le dice al conductor que lo va a ir dirigiendo, que él todavía tiene que pensar cuál va a ser la próxima parada. Acabamos en Alphabet City, un bar que queda en la esquina de la Séptima Avenida con la Avenida B, que apropiadamente llamamos 7B.
No es un escenario muy estimulante — la 7B es una zona medio sombría. De cualquier forma, me gusta estar allí — no es un lugar pretencioso y tampoco un bodegón esforzándose por ser un lugar caro.
Edward señala una mesa que queda entre dos asientos de respaldos altos.
— Siéntate ahí. Yo ya vengo.
El se da vuelta.
— ¿Qué te traigo?
Le digo que voy a querer lo mismo que él, me siento y me quedo esperando en la mesa. Me doy cuenta que él le dice algo a una chica que está en la barra, vestida con un pantalón verde oliva llena de enormes bolsillos y una camiseta bien ajustada donde se lee "Ángel Caído". Ella sonríe y
Sacude la cabeza. "Omaha" está sonando de fondo. Es una de esas canciones que parecen melancólicas y alegres al mismo tiempo.
Algunos momentos después, Edward se desliza en el banco en frente mío y me pasa una cerveza.
— Newcastle — dice él. Entonces sonríe, algunas arrugas apareciendo en torno a sus ojos. — ¿Te gusta?
Asiento con la cabeza y sonrío.
De soslayo, veo al Ángel Caído girar en su taburete de la barra y lanzarle una mirada a Edward, estudiando sus rasgos bien diseñados, el cabello rebelde y los labios carnosos. Una vez Alice protestó porque Edward provocaba más miradas y giradas de cabeza que ella. Aunque, al contrario de su novia, Edward parece no darse cuenta de esa atención. Ángel Caído ahora mira en mi dirección, probablemente preguntándose qué está haciendo Edward con alguien tan común y corriente. Espero que ella piense que somos una pareja. Esta noche nadie precisa saber que solamente soy la co ayudante en la fiesta de boda.
Edward y yo conversamos sobre nuestros trabajos, sobre la casa que vamos a compartir en Hamptons a partir de la próxima semana y sobre muchas otras cosas. Pero el nombre de Alice no es mencionado, ni la boda de ellos en septiembre.
Después que terminamos nuestra cerveza vamos hasta al jukebox, metemos un montón de monedas, en busca de buenas canciones. Aprieto dos veces el código de "Thunder Road" porque esa es mi canción favorita. Le digo eso a él.
— Bruce Springsteen también está en lo alto de mi lista. ¿Alguna vez viste un show de él?
— Si — respondo. — dos veces.
Casi le digo que fui con Alice en los tiempos de la escuela, que la arrastré conmigo aunque ella prefiriese bandas como Poison y Bon Jovi. Pero no menciono eso. Porque de lo contrario él se va a acordar de volver para su casa para encontrarla y yo no quiero quedarme sola en los últimos minutos de mis veinte años. Obviamente, preferiría estar con un novio, pero Edward es mejor que nada.
En 7B los camareros están atendiendo los últimos pedidos de la noche. Tomamos unas cervezas más y volvemos a la mesa. Algún tiempo después entramos nuevamente en un taxi, yendo en dirección al norte por la Primera Avenida.
— Dos paradas — le avisa Edward al conductor, porque vivimos en lados opuestos del Central Park.
Edward está sujetando la cartera Channel de Alice, que queda pequeña y fuera de lugar en su mano enorme. Miro el reloj Rolex plateado de él, un regalo de Alice. Falta poco para las cuatro de la mañana.
Nos quedamos en silencio por unas 10 o 15 cuadras, ambos mirando hacia afuera de nuestras respectivas ventanas, hasta que el auto pasa por un pozo y me veo lanzada al medio del asiento trasero, mi pierna rozando la de él. Entonces, de repente, de la nada, Edward me está besando. O tal vez yo lo esté besando a Edward. No sé cómo, nos estamos besando. Mi cabeza queda como mareada mientras oigo el suave sonido de nuestros labios encontrándose repetidas veces. A cierta altura, Edward, entre beso y beso, le dice al conductor que después de todo va a haber solamente una parada.
Llegamos a la esquina de la 73 con la Tercera Avenida, cerca de mi apartamento. Edward le entrega un billete de veinte al conductor y no espera el cambio. Saltamos del taxi, nos besamos más en la vereda y luego delante de José, mi portero. Mientras subimos, nos besamos todo el tiempo. Estoy apretada contra la pared del elevador, mis manos en su nuca. Me quedo sorprendida al sentir la suavidad del cabello de él.
Lucho con las llaves, girando el lado errado de la cerradura, mientras Edward mantiene el brazo alrededor de mi cintura, sus labios en mi cuello y en el lateral de mi rostro. Finalmente la puerta se abre, y estamos besándonos en medio de mi apartamento de apenas un ambiente. Estamos de pie, teniéndonos uno al otro como apoyo. Vamos tambaleando hasta mi cama, que parece una cama de hospital.
— ¿Estás borracha? — La voz de él es un susurro en la oscuridad.
—No — yo respondo.
Porque siempre se dice que uno no se está borracho. Y aunque tenga un momento de lucidez cuando considero exactamente lo que le estaba faltando a mi década de los veinte años y lo que deseo encontrar a partir de mis treinta. Me quedo impresionada al ver que, de cierta forma, puedo tener ambas cosas en esta importante noche de cumpleaños. Edward puede ser mi secreto, mi última posibilidad de tener un capítulo oculto en mis veinte años, y también una especie de preludio — una promesa de que alguien como él pueda aparecer. Alice aparece en mi pensamiento, pero esta siendo empujada hacia atrás, tapada por una fuerza más imperiosa que nuestra amistad y que mi propia consciencia. Edward se mueve sobre mí. Mis ojos están cerrados, luego abiertos, después cerrados nuevamente.
Y luego, no sé como, estoy en la cama con el novio de mi mejor amiga.
¡Hola gente!
Primero que nada quiero disculparme por haber borrado mis anteriores adaptaciones sin previo aviso, y quien se pregunte si las subiré de nuevo les aviso que todavía no se.
La razón de mi ausencia estos meses y mi drástica decisión de borrar todo es un hecho muy triste. Mi novio y yo tuvimos un accidente y perdimos el bebé que estábamos esperando. Aunque no lo hemos superado del todo, ambos ya estamos mejor. Les cuento esto porque se podrán dar cuenta que cambié mi nombre de usuario. Andes era GildaD'Masen y ahora es Smoky Amore (como mi novio y yo solíamos llamar a nuestro bebé nonato).
Bien, ahora les traigo esta historia un poquito menos convencional que las adaptaciones anteriores u otras que andan por ahí.
El titulo original de este este libro es "Something Borrowed", de Emily Giffin, que en lo personal la amo. Hay una adaptación fílmica de este libro que se llama "no me quites a mi novio" con Kate Hudson y Ginnifer Goodwin, está muy buena, las invito a verla para que la comparen con el libro.
A mi amo amocho, te amo, y soy muy feliz de tenerte a mi lado, nuestro nene nos cuida desde el cielo. Gracias por cada sonrisa que me robas día a día y por no dejarme caer nunca.
Y a mi gran amiga que algunos de ustedes conocen como Elizabeth Swan Cullen o Lizzie Swan, quiero decirte que te quiero mucho, y no sabes cuanto te agradezco que hayas estado a mi lado todo este tiempo. Se que no estas de acuerdo con las adaptaciones, pero sabes que son una terapia para mi y mis sueños platónicos de ser una editora. Con mucho cariño te dedico este trabajo.
Ustedes deciden si vale la pena que continúe esta historia, déjenme su opinión. Trataré de subir cada tercer día depende de la aceptación que tenga la historia.
Besos a todas, las quiero.
