Chloé aceptaba el hecho de que era quisquillosa con la comida, pero... ¿Que se le iba a hacer?

Lo que le gusta. Le gusta.

Lo que no le gusta. No le gusta.

Y a Chloé no le gustan los tomates. A pesar de que consume sus derivados, la fruta en sí, le desagrada. Y mucho más si esta misma le recuerda a cierto compañero de clases. Ese pintor tímido que plasma a Marinette en todos sus dibujos, además de usarla como su musa e inspiración.

¿Es que ella no era más bella que Marinette?

La respuesta era sí. Ni siquiera debería haber duda.

Pero Nathanaël ni siquiera la tenía en su mente, por esa razón, cada vez que lo observaba aumentaba su disgusto a ese tomate con lindos ojos color turquesa que ni siquiera reparaban en mirarla.

¡Como odiaba a esa fruta!

Lo odiaba tanto que deseaba el exterminio de los tomates y más si estos tenían únicamente ojitos para Marinette. Obviamente no estaba celosa. Era solo que sentía tanta aberración por los tomates que una persona que se le parezca, provocaba que también se le ganara su disgusto.

No obstante cada vez que sus miradas se cruzaban, aunque sean por solo unas milésimas de segundos antes de que Chloé apartara la mirada con desdén.

Y los lindos ojos color turquesas se quedaban impregnados en su mente, ocasionando que su corazón se detenga por un instante y coloreen su rostro a tal punto que parezca un tomate. En ese ínterin, comenzaba a tener dudas con respecto a su afirmación de que no le gustan los tomates y por eso, algunas veces por causa de él, piensa en reconsiderarla.