Nos situamos en la calle Privet Drive. En una de las casas de esa misma calle, un chico moreno, de ojos verdes y con una extraña cicatriz en su frente esta en su cuarto, recogiendo todas sus pertenencias y metiéndolas en una especie de baúl de madera, algo viejo y malgastado.

El chico... (venga ya, deja de hacerte la interesante, todos sabemos que es Harry ¬¬) Ayyy... de acuerdo... volveré a empezar...

Nos situamos en la calle Privet Drive. En una de las casas de esa misma calle, un chico moreno, de ojos verdes y con una extraña cicatriz en su frente esta en su cuarto, recogiendo todas sus pertenencias y metiéndolas en una especie de baúl de madera, algo viejo y malgastado.

Harry (qué, ¿así mejor? Si es que...) está realmente contento. Está casi eufórico. Silba y tararea una extraña canción mientras va sacando una a una todas las prendas de su armario y va colocándolas ordenadamente en el baúl. Y sonríe... algo curioso pues esa casa no era muy dada a las sonrisas, sobre todo las del joven Harry.

Era un día especial. Bueno, en realidad, hacia ya varios años que ese día era especial. Más o menos, desde que a la edad de once años un bondadoso hombretón le enseñara la verdad sobre él, sobre su pasado, y sobre lo maravilloso que podría ser su futuro. Jamás olvidaría cuando Hagrid abrió la puerta de la cabaña donde sus tíos le tenían escondido, sacó un paquete y con toda humildad le entregó lo que seria su primer regalo de cumpleaños: un pastel de chocolate. Aquel pastel, con las letras torcidas y escrito con faltas de ortografía, fue el comienzo de la verdadera vida de Harry; magia, cariño, y amistad.

Sin embargo, ese día era más especial que de costumbre, y la sonrisa de Harry brillaba con más fuerza que nunca. Cierto, era su cumpleaños. Pero era sin duda el mejor de todos; 18 años. Lo que significaba dos cosas.

Por un lado, su último año en Hogwarts. Esto le entristecía y por otro lado le alegraba. Dejaría atrás muchas cosas, buenas y malas. Clases de Adivinación, exámenes finales, aventuras con alto riesgo de ser expulsado del colegio, Snape... Por otro lado estaban Dumbledor, Hagrid, las tardes en el lago, las escapadas a media noche, los fines de semana en Hogsmeade, los partidos de quidditch, las competiciones de las casas... Lo único que verdaderamente no le preocupaba a Harry eran Ron y Hermione, pues sabía que no había nada en este mundo ni en el mágico capaz de separarles.

Y por otro lado, y esta era la verdadera razón de que estuviera tan contento... era libre. Por fin, era libre. Libre de alejarse de esa casa, donde nunca ha recibido ni un ápice de cariño por los que allí vivían. Su familia, aunque no se merecía ese calificativo, había tratado a Harry fatal desde su llegada. Bueno, creo que diciendo fatal me quedaría corta. Primeramente, ni siquiera se habían molestado por buscarle una habitación; desde que sus padres murieron hasta su primer año en Hogwarts, Harry había estado viviendo en la alacena, bajo las escaleras. Un sitio sin luz, y en el que ni siquiera podía estirarse para dormir. Cada mañana su primo Duddly bajaba corriendo las escaleras y se detenía justo sobre la alacena, para acto seguido comenzar a saltar. Y dado el tamaño de su primo, conseguía que parte del techo de la alacena se desprendiera y cayera sobre Harry, que tenia que dormir todas las noches entre trozos de pared a causa de las gracias de su primo. Y que decir de los bichos... Harry compartía habitación con arañas, hormigas y en el peor de los casos... cucarachas. Los días eran duros... ver como sus tíos colmaban de regalos al desagradecido y mimado de su primo y sin embargo... lo mucho que le querían, sin apenas reparar en él, producía a Harry una tremenda tristeza.

Pero aquello eran otros tiempos y la vida de Harry en la casa fue mejorando... relativamente. Harry comenzó a resignarse y dejó de echar de menos un abrazo cariñoso, unas palabras amables... cualquier tipo de sentimiento proveniente de sus tíos. Al año siguiente estos le procuraron una habitación, aunque ya se ocuparon ellos de ponerle cerrojos para cerrarla por fuera. Incluso llegaron a ponerle rejas en la ventana... hasta que llegaron Ron y sus hermanos y la echaron abajo con ayuda del coche volador de su padre.

Harry miró a la ventana y no pudo evitar sonreír al recordar la escena. Si, ahora se reía, pero mientras su tío tiraba de los pies y los gemelos Weasley de sus brazos, hubo un momento en que tuvo toda la certeza de que se partiría en dos... Por suerte, dentro de unas horas estaría junto a ellos, dispuesto a compartir sus dos últimas semanas de vacaciones junto a sus amigos en la Madriguera.

Justo en ese momento, Harry guardaba el último jersey de su armario: un suéter de lana de color rojo, con una gran letra H en el pecho, obra sin duda de la madre de Ron. Cada año Harry había recibido uno por Navidad, hasta haberse juntado con un total de siete jerseys iguales, cada uno más grande que el anterior. A diferencia de Ron, que se pasaba el año esperando la Navidad para poder tirar por fin el suéter y con la esperanza de no recibir ninguno más, Harry los guardaba todos con cariño, pues la madre de Ron era, a pesar de su carácter, la mujer mas buena y amable que nunca había conocido, y lo mas parecido a una madre que había tenido nunca, desde que se conocieran en el anden 9 3/4 hacia ya 7 años.

Cuando acabó con el armario, se giró al escritorio a vaciar los cajones. Cientos de cartas que había ido recibiendo a lo largo de sus años en Hogwarts, la mayoría de Ron y Hermione, aunque gran parte de ellas eran también de chicas a las que Harry ni siquiera conocía, o eso creía él...

Un álbum de fotos, libros de cursos anteriores, papeles, apuntes... todo lo referente a Hogwards lo metió en otra maleta un poco mas pequeña, incluida la varita y el uniforme del curso anterior, aunque ya no le sirviera de nada pues este año, por ser el último, cambiaba el uniforme de siempre por otro que llevaban únicamente los estudiantes veteranos.

A parte, que el uniforme del curso anterior le sentaría este año bastante... ridículo, por así decirlo. Pues aunque su cara seguía casi igual (ya se reflejaban en ellas unos atractivos rasgos de madurez), Harry había crecido ese verano hasta llegar a una altura considerable, para la edad que tenia. Había decidido, hacia ya varios años, cuando Ron y él empezaron con la tontería (y en un intento desesperado de que Cho se fijara en él) darse por vencido con respecto a su pelo. Era imposible peinarlo... y aun después de todo ese tiempo, permanecía tan oscuro y revoltoso como siempre. Seguía llevando las gafas, mas por su timidez que por necesidad, pues hacia ya algunos años que se había comprado unas lentillas. Lo que pasaba era que cuando se quitaba las gafas... se sentía como si le faltara la ropa o algo por el estilo. Así que sus bonitos ojos seguían escondidos tras unas gafas pequeñas, finas y redondas. Además, el quidditch le había mantenido en forma, de manera que no era excesivamente musculoso ni ancho, pero bajo su ropa se adivinaban unos fuertes brazos delineados y un pecho que hacia las delicias y llevaba por los senderos de la imaginación a las chicas de Hogwarts. Y a la escritora del fic, también ^^.

Harry miró a su alrededor. No faltaba nada por recoger.

- Bien Hedwig - dijo cogiendo la jaula de su mascota y abriendo los pequeños barrotes. - Adentro.

La obediente lechuza saltó de la única estantería de la habitación y se posó sobre el brazo de Harry, para acto seguido entrar en la jaula.

Harry cerró la puertecita de metal, cogió su carrito donde había sujetado el baúl y sus pertenencias y suspiro, sonriendo.

- Bien Harry - dijo con un brillo en los ojos. - Vámonos.

Harry bajó con dificultad las escaleras de casa, ya que nadie le ayudó. "Dichosos los que no esperan nada de nadie - pensaba Harry bajando el enorme baúl - porque nunca serán decepcionados"

Una vez abajo, dejó sus cosas en la entrada de la casa, tomó aire, y entró en la cocina.

Allí estaban su tío, su tía y su primo. Tía Petunia cocinaba (como no... su primo comía en un día lo suficiente para alimentar a diez personas) unas grasientas tiras de bacon junto con unos huevos fritos. A su lado, varios platos sucios (y vacíos) hicieron pensar a Harry que su primo apenas había comenzado a desayunar. El sujeto en cuestión estaba sentado en una especie de sofá, ya que las sillas hacia tiempo que se le habían quedado pequeñas, cubierto por una sucia servilleta, terminando de comerse el quinto plato de la mañana.

A los 11 años, Duddly era... grandote. A los 16... bastante grande. A los 19, era una masa grande y viscosa que se pasaba el día comiendo y viendo la televisión.

Su padre, tío Vernon, estaba sentado junto a él, leyendo un periódico. Ninguno de los tres se dio cuenta de la presencia de Harry.

- ¡¡Quiero mas!! - grito Dudley, con la boca llena de comida.

- ¡Ahora voy, cariñito! - dijo la Tía Petunia, sonriente, llevándole otro plato de comida a su niño. - Aquí tienes, lo mejor para mi bizcochito, mi niño guapo... - decía haciéndole carantoñas a Dudley. Éste le arrebató el plato de las manos a su madre y comenzó a comer, mientras seguía mirando la tele. Tía Petunia se dio la vuelta y comenzó a preparar otro plato para Dudley.

Harry decidió intervenir...

- Ejem...

Nada. Duddley siguió masticando, tío Vernon siguió leyendo el periódico y Tía Petunia fue la única que miró con desdén a Harry, para acto seguido volver a concentrarse en la sartén.

- Bueno... yo... me voy ya.

- Adiós.

- Adiós.

- Jadrriozs.

Ya está. Harry se quedó mirando al trío que tenia delante.

- Esto... bueno, ya os lo dije el otro día... No voy a regresar.

- ¿No te ibas ya? - fue lo único que dijo tío Vernon ante el comentario de Harry. Después, fijó su vista en el periódico.

Harry se quedó allí, de pié, un rato mas. Lo cierto es que esperaba... no sabia por qué. Le hubiera gustado un "Que te vaya bien", un "Vuelve cuando quieras" o... bueno, un "Lo siento" hubiera sido demasiado pedir. Y un beso de despedida de su tía, o un abrazo de su primo... hubiera sido algo prácticamente imposible. Pero en el fondo, Harry deseaba de todo corazón un último recuerdo agradable de su familia, a modo de despedida...

Pero ese momento no llegaba.

Así que echó un último vistazo a los tres. "Al cuerno los buenos momentos - pensó Harry - siempre les recordaré igual. Egoístas, mezquinos... No vale la pena amargarme ahora. Solo se merecen que les odie..."

- Adiós...

Harry dio media vuelta y caminó hacia sus cosas. Imágenes de su vida pasaron ante sus ojos: la alacena, las encerronas en el cuarto, algún que otro bofetón, las noches frías, las lagrimas derramadas...

Cogió sus cosas y echó una última mirada hacia el interior. Nada. Cerró la puerta y comenzó a andar por la acera, empujando su carrito. Se suponía que debía esperar a Ron en casa, a que viniera a recogerle, pero no quería permanecer ni un minuto más en esa casa. Fuera hacia un día esplendido; brillaba el sol y apenas habían nubes.

Y sin embargo, el noble corazón de Harry no les odiaba.

Notas de la autora

¡¡Dios estoy nerviosiiiiiiiiisima!! ¿¿Qué os ha parecido?? ¡Es mi primer fic sobre Harry Potter! No me he leido "HP y la Orden del Fénix", asi que la historia que yo sé es a partir de lo acontecido en "HP y el Caliz de Fuego". De modo que si escribo algo incoherente... ¡por favor, no me pegueis! ^^ (bastante mal lo estoy pasando yo, mis padres no me dejan comprarme el libro todavia... buaaaaaaaaaaa) En fin ¬¬, estoy muy ilusionada con este fic. Me gustaría escuchar vuestras opiniones, asi que os pido por favor que aquel que lo lea me deje un review diciendome que tal le ha aparecido. Le estaré muy agradecida :)

Respecto a este primer capitulo, bueno... no estoy muy convencida. Algo corto, es verdad, pero queria dejar la historia justo en ese punto. Quiero decir que aunque de momento no haya tenido mucha importancia, este va a ser un fic lleno de corazoncitos ^^. ¿Qué quereis? La autora es una romantica empedernida, solo puede escribir cosas romanticas. ¡Espero que os guste!