—¿Es lo que quieres?

—Me lo has preguntado tresientas sesenta y cinco veces—Soltó una pequeña risa, enternesido por su pareja—¿Qué te he respondido esas tresientas sesenta y cinco?

—Absolutamente sí.

—Disculpen—Gritó Bucky, uno de sus mejores amigos, a lo lejos—¿Alguno se está arrepintiendo? Porque puedo consolar a Steve en cualquier momento.

Tony le lanzó una mirada asesina. Aunque bromeaba, no quería que sus palabras fueran mal augurio en su boda. Bastante había tenido con obligar a ciertas personas a ajustarse a la etiqueta y comportamiento que su gran día requería.

—Puedo arrancarte los brazos en cualquier momento, Barnes—Burló, regresando la vista hacia su futuro esposo—también arrancarte los ojos.

Las risas estallaron alrededor del enorme jardín estilo japonés que Tony se había empeñado en recrear. El eco llegaba a los oídos de quienes estaban a punto de consumar su promesa de amarse para toda la vida. Tony estaba nervioso, tantas veces se había negado a la idea de formar parte del mundo de los que perdían su libertad, y ahora se encontraba encadenado por voluntad propia a ese hombre que le removía cual montaña rusa el estómago. Se había acomodado tantas veces la corbata que comenzaba a sentir que se le cortaba la respiración, o quizá sólo era consecuencia de su misma alteración.

Steve era quien más incrédulo parecía. Él, Steve Rogers, quien tan seguro había estado años atrás de abandonar todo lo referente a su fantasiosa vida en unión, estaba llevando a cabo lo que nunca creyó fuera posible con una persona como Tony Stark, con alguien que pese a todos los años que lo descolocó de su zona de confort, ahora le ofrecía una eterna estabilidad a su lado.

—Yo, Steve Rogers, prometo amarte y respetarte por el resto de mis días. Aún si terminas con mi paciencia y tus malas palabras me obligan a reprenderte. A pesar de las largas noches en vela que me hagas pasar esperando por ti. Sobre todos los problemas y sustos que me provoques al no verte regresar temprano a casa. Te amaré aún si un día, espero no sea mañana—Rió levemente, apenado por su mal chiste-me acerco a tus labios y me apartas, aún si tus ojos me esquivan y molesto me gritas que no me amas más. Yo seré tu espada y tu escudo, seré todo lo que necesites, aún si lo que necesitas es estar solo. Te amo con cada año que tengo.

—¡Esperen, esto es en serio!—Volvió a escucharse la voz de Bucky, provocando un leve sonrojo en el rostro del capitán, y risas en los invitados.

Steve carraspeó la garganta, la presión del momento había hecho que la saliva en su boca se secara—Con cada mal momento que pasamos, que vaya han sido muchos, y te amaré con mi último aliento. Te lo prometo.

—¿Esas son lágrimas?—Cuestionó Loki mientras observaba a Clint, Scott y Quill limpiándose las mejillas.

—Lo siento, hay mucha tierra aquí afuera—Se defendió Scott, sonando somorsmente su nariz.

—Me recuerda a mi boda-Justificó Clint, abrazado de Natasha.

—Quisiera que alguien me hablara así—Sinceró Quill, girando disimuladamente hacia Gamora.

—Yo, Tony Stark—De pronto se sintió incómodo, nunca había mostrado ese lado suyo a los demás, sólo a él, y de alguna manera tenía que salvar su discurso. Era su día, era el centro de atención como siempre. Pero admitía que esta vez todo era diferente, ahora todo era especial—.Yo, el codiciado Tony Stark, te concedo el honor de mantenerme a tu lado para amarte y casi siempre respetarte, por el resto de mis días. Te entrego mi encantador ser para hacerte feliz en esos días en los que te encuentres mal, días que probablemente sean mi culpa—Sus ojos tan perdidos en los ajenos le hicieron olvidar su humor por un momento, el mirar esa sonrisa en los labios que más deseaba devorar le nublaron las ideas—Te entrego lo más preciado que tengo, que es mi libertad. Nunca me había sentido tan completo como lo estoy contigo—Apenado agachó la cabeza, moviendo tímidamente la punta de su impecable zapato negro— Nunca había estado dentro de un terbollimo de emociones como en el que tú me envolviste. Te doy todo lo que poseo, que es mucho, porque todo lo que necesito es a ti. Cambiaste mi vida, me hiciste una mejor persona, y me entregaste lo que siempre me pareció inalcanzable; la felicidad. En este día te doy las gracias por haber llegado a mi vida, por elegirme, a pesar de mi gran lista de defectos, y con la mayor sinceridad que puede tener alguien como yo, te prometo que siempre, aunque no me necesites, estaré para ti.

Los aplausos estallaron a su alrededor, silvidos y flores cayeron a los pies de los enamorados novios que habían sellado sus promesas con un largo y profundo beso.

Era el inicio de una nueva etapa, la prueba de que el amor está en quien menos se espera.

Sus años juntos habían resultado maravillosos, un ir y venir de aventuras, de risas y noches de desvelos. Eran la pareja más feliz en el mundo, cualquiera podía envidiarles con sólo verles a los ojos; la palabra "amor" estaba quemada a fuego en sus cuerpos.
¿Qué era mejor que salir de fiesta los fines de semana? Pensaba Tony, para seguidamente contestarse que estar con quién por fin le pertenecía. No había nada mejor que esas citas sorpresas en el comedor, con la mesa servida con comida china y unas cervezas que, avanzada la noche, se convertían en botellas de vino. O esos bailes improvisados de los años cuarenta que Steve le había enseñado.

¿Qué era mejor que salvar al mundo? Se cuestionaba Steve, y pronto se respondía que el tener su propio mundo a salvo. Observarlo por las noches, con el cabello despeinado y los hilos de saliva escurriendo por el borde de su boca. Cobijarlo cuando se destapaba y soportar sus constantes patadas cuando se movía. El tener que abrazarlo cuando tenía pesadillas. Estar simplemente para él.

Pero, ¿Qué pasó después? Eso se preguntaban todos a su alrededor, menos ellos. Las promesas habían durado tanto como su futuro, y se habían disuelto cual gotas en un río de agua negra que se llevó el amor por la tubería.

—Estos temas deben pensarse, no son...

—Oh, créame que lo he pensado durante mucho, mucho tiempo—Aseguró Tony, viendo al rubio a su lado lleno de molestia—Ambos estamos de acuerdo.

—Insisto en que...

—Insistimos en que queremos terminar con esto—espetó Steve, recargando bruscamente sus manos en el escritorio—No hay nada rescatable en esta relación.

El abogado sostuvo la mirada brevemente en los ojos de ambos hombres. Su relación era por demás conocida en la ciudad, eran una feliz pareja según los medios, según sus propios ojos.

—¿Están seguros de no poder rescatar nada?—Insistió viendo sus rostros afectados. Tony no levantaba la mirada, y Steve se resistía a girar hacia a él. Ambos mantenían los brazos cruzados y luchaban por mantener esa careta de "me importa poco" —Muy bien, si están seguros, proseguiré con el papeleo. Por favor estén al tanto de sus celulares, los llamaré para su próxima visita.

—Queremos que sea hoy—Se apresuró a decir Tony, no soportando la idea de mantener la convivencia con Steve.

—Lo siento, Señor Stark, pero aún si ambos están de acuerdo, estos procesos llevan su tiempo—Se levantó de la silla y tomó el maletín del escritorio, dirigiendose a la salida–Tomen este tiempo para pensar las cosas. Los veo después, caballeros.

El abogado salió de la oficina y en el camino se aflojó la corbata. Vaya día había tenido con esos dos discutiendo cual perros y gatos en su lugar de trabajo.

—Disfruta de tu última semana haciéndome infeliz—Soltó Steve antes de abandonar el lugar.

—Disfrutarás más tú. Te quedarás con la mitad de lo que tengo—Le reclamó sin dirigirle la mirada. No era tan fuerte aunque quisiera convencerse.

—No quiero ni necesito nada de lo que posees, pudrete en tus porquerías

—Y tu muérete con tu estúpida moral.

—Quizá lo haga—Respondió con una breve mirada de dolor, buscando el rostro del moreno sin éxito alguno—igual que el amor que sentía por ti.

Tony tragó saliva molesto, sintiendo un enorme ardor en la garganta que lo obligó a escupir todo el enojo que le carcomía.

—¿Amarme? No seas cínico—Sus ojos se volvieron llorosos sin autorización. Malditas emociones que ese hombre le provocaba—Amarme no era hacerlo dos días, era toda la estúpida vida. Pero, ¿Qué hiciste? ¡Me descuidé dos segundos y ya estabas encima de Barnes!

—¡Las cosas no sucedieron así!—Gritó el rubio volviéndose a Tony, furioso por aquello que no dejaba de reprocharle—¡Él no es más que mi amigo!

—¿Besas a tus amigos como a él?—Inquirió sintiéndose peor, no queriendo escuchar la respuesta.

—Fue un estúpido accidente de alcohol, Tony.

—Pues ni con medio bar encima he cometido esos errores. Nunca confundí al...nunca te confundí con alguien más.

—Te gusta reprocharme cosas que no pasaron, pero te cuesta recordar las que tú has hecho—Se le acercó amenazante, deteniendose a escasos centímetros para no arrepentirse de sus actos—Dejarme durante noches porque tienes que trabajar, porque el señor Stark está teniendo reuniones importantes en londres.

—Siempre te pedí que me acompañaras, nunca quisiste.

—¡Porque quería estar contigo, solos! ¡Vivir lo que se supone es nuestro matrimonio!—Suspiró cansado—Lo que era nuestro matrimonio.

Tony habría reclamado más, igualmente Steve, pero la verdad era que se habían dicho tantas cosas ya, que seguirse repitiendo lo que ya se sabían de memoria era un enorme gasto de saliva, de tiempo y de enojo que no sentían precisamente hacia ellos mismos.

—Ve por tus cosas y lárgate—Tony desvió la mirada hacia el escritorio, apretando los ojos. Rogando porque lo dejara sólo, de lo contrario se pondría a llorar frente a él y eso era lo mínimo que ya podía permitirse—Es lo mejor que sabes hacer, desaparecer después de tus actos. De una vez te advierto que no quiero ver a Barnes en mi casa, que demuestre la poca decencia que le queda, si es que lo hace.

Steve se mantuvo callado, viendo la espalda de su futuro exesposo. Aún sentía fuertes palabras atascadas en la garganta, pero esta vez no eran de amor, no eran promesas y tampoco eran disculpas.
Tragándose su orgullo fue. Con enormes sancadas se marchó de la oficina, dejando a quien por años había sido su felicidad.

Tony permaneció en la silla, hundió su rostro entre sus manos. La vida no había sido como esperaba, al final tuvo razón, eso del matrimonio no era más que lanzarte al abismo sin paracaídas. Después de todo, su lugar no estaba con Rogers, y aún así él se había aferrado a esa idea porque su corazón le decía lo contrario. Por esas estúpidas razones era que prefería mil veces no relacionarse con el exterior.
Sus ganas de llorar se posaron en su garganta, provocándole un dolor asfixiante. Ya ni siquiera tenía fuerza para sollozar, se le había ido junto con ese hombre que sin remordimiento se alejaba de su vida.

El resto de la tarde vagó por las calles, calculando el tiempo en el que Steve dejaría de encontrarse en casa. No tenía valor ni corazón para verlo por última vez, para ver como cinco largos años se iban junto con él.

Pensó que de regreso a lo que quedaría de su hogar, sacaría la cama, o la quemaría, el olor del rubio cabello de aquel soldado permanecía impregnando en la almohada cual perfume, y aunque no la viera a simple vista, su silueta estaba marcada en el colchón. Rompería las fotos y quemaría la ropa que por accidente pudiera olvidarsele, no quería tenerla como consuelo durante esas noches en las que llorara por él.

Deseaba que se llevara todo, incluyendo su corazón, porque de nada le servía separarse de Steve si en su pecho vivía grabado a fuego, al igual que en su fría piel y en su dolorida memoria.

Que gratos momentos había pasado tomado de su mano, escuchando su voz sólo para él, planeando un futuro rodeado de bufandas y chocolate caliente. Le revolvía el estómago y le vaciaba el alma el imaginar que ahora todo eso sería para alguien más. Que habría otra persona a la cual conocer, y que él quedaría como el amargo recuerdo de algo que no funcionó. Como una relación experimental en la que quedaba demostrado que no importa cuánto te esfuerces en alcanzar algo, si no es para ti, no lo será jamás.

La obscuridad de la noche le atrapó en una de esas bancas en las que Steve solía fotografiarlo cuando paseaban. La luna brillaba al igual que en su luna de miel.
El maldito mundo parecía querer atormentarlo más y una pareja frente a él discutía, seguidamente sonreían y se daban un beso interminable. ¿Por qué no podían arreglar las cosas de esa manera? ¿Cuánto costaba decir "lo siento"? ¿Hasta qué punto habían llegado para que les costara tanto decirse "Te amo"?

Cuando llegó a casa, observó a Steve dormir plácidamente en el sofá. Su rostro estaba lleno de nostalgia, aún dormido mantenía el ceño fruncido, lágrimas secas se posaban en sus mejillas. Se le acercó y se inclinó levemente hacia él. Quiso besar su frente, también quiso despertarlo pero, aunque estaba mal, y pese a lo duro que había sido ese día, quiso mantenerlo una última noche a su lado. Caminó a su habitación después de haber rosado muy débilmente sus labios junto con lo de Steve, se recostó en la cama y abrazó la almohada en la que el rubio reposaba su cabeza a la hora de acostarse.

Nuevamente se atormentó con el hecho que le había llevado hasta ese punto. Steve le falló, él mismo había visto como besaba con tanta pasión a Bucky. A pesar de eso se aferraba a la almohada, siendo incapaz de dejarlo ir, de aceptar que ese hombre durmiendo en su sala ya no lo quería. Había pensado tantas veces que él era su final feliz, que él era su recompensa al final del arco-iris después de la tormenta. Era tan incierto que todos terminara de esa maldita manera. Steve Rogers, el hombre fiel y amoroso que lo conquistó, le había engañado y partido el corazón como nadie en su vida.

Su noche pasó así, una noche tan común en vela, pero tan diferente. Ahora no estaba trabajando o reuniéndose en algún lugar lejano con gente egocéntrica, ahora estaba solo, derrumbado en una soledad que no le permitía escuchar nada más que no fuera el conteo regresivo de una vida a punto de estallar.

Sin darse cuenta se había dormido.

Cuando abrió lo ojos, quiso averiguar si Steve seguía ahí. Salió de la habitación sigilosamente, no quería despertarlo si es que seguía dormido. Sin embargo, en el sofá no había nadie, ni siquiera las cajas estaban en la sala. Entonces suspiró con dolor, sabiendo que todo estaba realmente perdido.

—Buenos días.

La voz de Steve le detuvo el corazón brevemente, sobre todo porque era la primera vez que lo saludaba después de meses.

—Buenos días-dudó en contestar, confundido por su permanencía-Creí que ya te habías ido.

—Lo hice, pero olvidé que me faltaban cosas que recoger. No tardaré, lo prometo.

—No importa, de cualquier manera voy a salir. Hay asuntos que...¿Estás bien?—Se apresuró en dirección al rubio, tomándolo en sus brazos lo mantuvo de pie.

—Sí, perfecto—Quiso tranquilizarle. Tomando su hombro se mantuvo en equilibrio unos instantes.

—¿Estás seguro?—Insistió alarmado

—Esto no debe importarte—Le alejó levemente, no quería que se preocupara por su persona, ya bastante le había hecho sufrir-Voy a terminar.

Tony lo miró alejarse, llevando su mano hacia donde Steve le había tocado para apartarlo. Suspiró cansado. Avanzó y regresó sus pasos, sin decidirse entrar en la habitación. No había podido fingir cuando lo miró flaquear, y no podría hacerlo si el rubio decidía salir de la recámara.

Al final salió de la casa en busca de algo que le despejara la mente. Necesitaba recuperar los cinco sentidos que ese hombre le había hecho perder. No quería pensar en él, ya no quería seguir repitiéndose que aún quedaban esperanzas cuando la realidad era todo lo contrario.

Inconscientemente paró en un bar de mala muerte, de esos a los que acudía cuando no quería ser buscado por nadie ni sermoneado sobre que debía cuidar su salud. El olor a tabaco, sudor y a ebrio sucio le impregnó las fosas nasales brutalmente. Justo como en los viejos tiempos.
Con las manos dentro de su chaqueta caminó hasta la barra, esquivando a unos cuantos en el camino que, intentado disimular, le buscaban el rostro debajo de la capucha. Desganado tomó asiento, le hizo una señal al barman y pidió lo único que tenían; cerveza. El mundo ni siquiera le permitía perder la conciencia por un momento.

Bailó la botella entre sus manos, observando el reventar de las burbujas. Una vez más Steve volvía a su cabeza. Parecía un maldito masoquista. Era delirante vivir sin él, sin sus risas. El perderlo se había convertido en el trago más amargo que pudo haber probado en su vida. Por él es que estaba cayendo de nueva cuenta en ese lugar, pero, de igual manera, por él, dejó la botella sobre la barra, depositó el dinero y salió de la misma manera en que llegó.

Continuó caminando sobre la acera, alejándose del sonoro estallido de la música cada vez más.

Adentrándose en aquel desconocido barrio, alcanzó a oír gritos de hombres, le pareció que se trataba de una pelea, pero no quiso indagar. Declinó de girar en la esquina y siguió su camino derecho. El celular le vibró dentro de la chaqueta, no quiso contestar, pero el sonido seguía insistiendo. Lo miró sin ánimo alguno, en la pantalla aparecía el nombre de Steve. El corazón se le achicó y por mero gusto de hacerse sufrir un poco más tomó la llamada.

—Tony, ¿En dónde estás? Tienes que venir ahora mismo.

—¿Qué tienes? ¿Qué pasa?—Dijo confundido, prestándole repentinamente atención a Banner.

—Atropellaron a Steve. Está muy grave, necesitas venir.

Si antes sintió el corazón más pequeño, ahora sentía que no tenía. Paralizado a media calle se quedó sin procesar bien lo que había escuchado. Sus ojos enrojecieron como tantas veces a lo largo de esos días, pero no pudo dejar escapar sus lágrimas. Los gritos de aquellos hombres le envolvían de manera violenta, después un balazo le sobresaltó. Para cuando giró en busca de los sujetos, el chillido de las llantas a una gran velocidad le envolvió. Finalmente todo se volvió negro.

El celular cayó en el pavimento, los gritos de Bruce llamándole se apagaron cuando la camioneta lo hizo añicos.

En puntos contrarios de la ciudad, las noticias anunciaban los accidentes de dos de las personas más conocidas de la ciudad; el matrimonio Rogers Stark se encontraba en el hospital, debatiéndose entre la vida y la muerte.