Hola otra vez :D! En esta ocasión les traigo una idea que hace muchos días me andaba dando vueltas en la cabeza. Es algo especial, pues creo que es una de las mejores ideas que he tenido xD, aunque no sean más que estupideces que se me salen de un segundo a otro.

Este Fanfic tiene contenidos a cerca de POLÍTICA. Sí señores, quise tocar este delicado tema en mi fic. Por favor, si alguien se siente ofendido MIL DISCULPAS, pero consideré que era importante tocar el tema no sólo por la guerra y las relaciones entre Chile y Argentina históricamente, sino que también el acceso del neoliberalismo y la Guerra Fría a Latinoamérica. Si crees que no es correcto tocar esos temas, pulsa el botón "atrás" y todos felices.


Disclaimer: Los personajes no me pertenecen; son total propiedad de Hidekaz Himaruya. Esto lo escribo por amor a su historia. Chile y Argentina pertenecen a las niñas de LiveJournal. Sí, nada de lo que está aquí me pertenece, salvo la idea xD

Bien, no los molesto más. Espero que disfruten leyendo esto tanto como yo lo disfruto escribiéndolo.


I

Año 1974, Santiago, Chile.

El mismo bar, el mismo ambiente y la misma música. Todos a su alrededor en silencio, percatándose de sus miradas esquivas y sus comentarios nerviosos. Y él, solo como nunca y como siempre, bebía de su vino sumiendo su mente en la copa elegante, disfrutando de su textura y sabor, dirigiéndose hacia todo eso que lo rodeaba y comprendía como una nación. Una más que había caído, a pesar de todo, en la inmensa mayoría.

Y es que Chile siempre fue una nación única, con sus hermosos paisajes plasmados en una gama de estilos artísticos. El norte seco y árido, el sur con sus cielos fríos y lluviosos, plagados de turistas europeos recorriendo sus faldas y admirándose de la belleza tan variada y única, concentrando todo lo que los viejos europeos siempre desearon tener en sus encantos.

Sí, era hermoso para todos. Chile era codiciado tanto por Alfred como por Arthur, por Francis, por Antonio aún. Tan únicamente latino, tan distinto y al mismo tiempo parecido a sus hermanos, innatamente hermoso.

Juraba que cualquier nación desearía tener en sus divinidades todo lo que Chile tenía. Parecía, paranoicamente, incluso, que todos lo deseaban, menos él.

Vendería todo eso por ver a su gente libre. Poder vislumbrarlas caminar libremente por las noches en las calles tan desesperadamente ordenadas de Santiago.

Daría cualquier cosa por cambiar todo ello.

Dio un sorbo a su copa, tomó su chaqueta militar y se retiró del lugar, dedicándose a pasear por las calles e intentando perderse entre ellas, como queriendo ocultarse de algo o de alguien…

Sentía la represión encogiendo su pecho. A lo lejos, dos militares se paseaban por Plaza de Armas, impotentes y poderosos. Algo pareció distraerlos, yendo corriendo hacia donde venía el ruido que González también había escuchado. Los siguió, y vio allí a sus hijos golpeándose entre ellos mismos.

¿Hacia donde los había conducido la desesperación?...

Lloró, y toda la impotencia pareció demacrar su angelical apariencia de los eternos 18 años. Salió corriendo de allí, dirigiéndose a La Moneda, donde en su cama, dedicó en sus escritos toda la ira que un año infernal de tortura, por influencia de ajenos, de afanes ideológicos y de guerras que jamás obligaron a los guerreros a apuntarse con armas uno frente a otro lo habían conducido sin poder evitarlo.

Socialismo. Esa palabra marcaba su mente una y otra vez, penetrando sus pensamientos e invadiendo las buenas intenciones que tenía por salvar a los hijos de su tierra. Había dinero, pero no cosas para comprar. Las eternas filas por obtener un miserable kilo de harina para hacer pan. Jóvenes, mujeres y niños amaneciendo en las calles con dinero en mano para comprar. Y mientras tanto, él iba muriendo poco a poco.

Hasta que alguien apareció, como una luz al final del túnel, el ángel de la salvación.

Parecía lo mejor, lo más extraordinario que pudo haber pasado. El capitalismo tomaría el poder de Chile y así, aliado con Alfred, saldría de esa horrible condición.

¡Sí! ¡Nada podría salir mal!

Are you sure, Chile?— Decía el norteamericano entregándole el lápiz para firmar. ¿Firmar qué? ¡¿Qué demonios estaba firmando con ese gringo odioso?

Lo que sea por sacar a mis hijos de la miseria…

Error fatal.

Lo que sea… Lo que fuera…

Esto, por ahora, puede ser tu más grande salvación. Pero tú sabes que las cosas que hoy nos dan alegría, mañana pueden traernos el peor de los llantos…

No meditó en ello ni un solo instante, y sólo firmó, dejándose llevar por la desesperación y los impulsos nerviosos.

Le había entregado todas sus esperanzas a Estados Unidos.

Y ya su mente descansó, olvidándose de todo y desconectándose de su cuerpo. Pronto se encontró en una habitación lujosa llena de decoraciones donde le quitaron la ropa, una boca estadounidense le besaba con lujuria y deseo y sus piernas se abrían a recibir a Washington en sus entrañas.

Sacudió su cabeza, nervioso, intentando evadir esos pensamientos. Ahora que los veía tan lejanos, le daba demasiada vergüenza.

Y ahora, su superior. Ese ser odioso que asesinaba a los hijos de Chile sólo por pensar diferente. ¿Cómo demonios Estados Unidos pudo ser cómplice de algo así?

Sólo veo el beneficio que puedo sacar de países como tú, Chile. El socialismo no puede expandirse entre tus hermanos, ni tú puedes regirte por él tampoco. Si es así, te estás yendo en contra de la más grande de las potencias. Y tú sabes a lo que me refiero, ¿Verdad? Así que más te vale mantenerte alejado de Rusia y todos los que tengan que ver con él. Iván es malo, Chile. Sólo quiere destruirnos porque sabe que nuestro régimen hace feliz a nuestros hijos. El comunismo es, al fin y al cabo, igual que el nazismo y el fascismo. Y supongo que tú no quieres un régimen totalitario gobernándote, or am I wrong?

Las palabras de Alfred lo torturaban desde adentro hacia afuera. En ese entonces fue fácil de convencerse. Estaba desesperado.

La desesperación, ese maldito sentimiento que lo había llevado a tomar las decisiones más imbéciles de su vida.

Y allí, en Guerra Civil, mirando por la ventana de su Casa de Gobierno hacia todos sus territorios, se disculpó con sus hijos, siendo cómplice del dolor y de la angustia, sintiendo su corazón encogerse entre suspiros llorosos y lágrimas que quemaban sus mejillas.

No tenía voz ni voto. Sólo podía obedecer a sus superiores, y esos estúpidos ministros que no hacían otra cosa más que actuar y hablar como robots programados para someterse sin rechistar.

Abrió la ventana, como cuando daba los discursos a través de ella para dirigirse a su gente, a esas personas que construyeron lo que en ese momento era orgullosamente Chile.

—Libertad de expresión…

Un débil susurro que la brisa de aquella noche se llevó como la más vulgar de las hojas otoñales.

—… y tú no quieres un régimen totalitario gobernándote, Chile.

¿A caso no resultaba lo mismo? ¡¿De qué demonios había valido el hecho de aliarse con Estados Unidos y los demás países capitalistas?

Lloró con más fuerza por la impotencia que se expandía como un cáncer dentro de su corazón. Aquel que se desplegaba frente a sus ojos como la impotente ciudad, la impotente capital de Santiago.

—Libertad de expresión…

Repetía la frase como una grabadora sin sentirla como quería realmente.

"Todos son iguales…"

Y gritos por todos lados.

Las calles vacías.

Y su corazón explotando de ira.

—Nunca quise esto para mis hijos. Jamás…

¿De qué servían las buenas intenciones?

—Las intenciones son tan frágiles y vanas que se las lleva el viento—Se dijo. Intentaba justificarse, excusarse, pensando al mismo tiempo que la excusa agravaba la falta—. Lo que importa son las consecuencias. La intención no es más que el plano que realiza el arquitecto para construir la mansión.

La experiencia se lo había enseñado a latigazos.

—Los planos pueden resultar confusos a la primera, pero luego el resultado es imponente cuando se expanden en tierra. Para que un plano quede bien no debe haber desesperación, sino sutileza y dedicación.

Y eso fue, justamente, lo que a Chile le faltó al momento de pensar en sus acciones.

Fue allí cuando mostró su parte más humana de todas.

—Pero cuando el plano se construye bajo presión, el resultado es…

No se atrevió a pensarlo si quiera. Dolía, dolía mucho hacerlo.

—Una catástrofe para quienes más amo…

Golpeó con rabia el ventanal cerrando sus ojos. Sus puños, sostenedor de miles de armas en incontables ocasiones, cayeron a los costados de su cuerpo.

La conciencia le pesaba como la peor de las mochilas. Y el sentimiento de culpabilidad era inapagable, quemándole las sonrisas una por una hasta convertirlo en un alma gris más.

El Golpe de Estado estaba en su máximo apogeo, y difícilmente la situación se revolcaría.

—Por la cresta…— Suspiró pesadamente, y se inclinó hacia adelante ocultando su rostro en su antebrazo apoyado en el balcón.

Y lo que era peor, ¿qué podría pasar más adelante si ni su gente ni el mismo Chile podía opinar?

II

Año 1977, Buenos Aires, Argentina.

Lo que hacía unos años se veía tan imposible e inalcanzable en sus tierras, había invadido su casa. Su situación no era demasiado diferente a aquel que comúnmente dormía a su lado en noches de desvelo y necesidad de calor humano.

Sin hablar, sin mirar, sin escuchar. Atado de manos al igual que su vecino, siendo golpeado por el hacha de la dictadura.

Ahora, era exactamente igual a todo lo que ocurría tras la cordillera.

Y pues, no vale la pena explicar demasiado. Maltratos entre sus hijos que opacaban sus ojos verdes esmeralda, haciéndolos profundamente tristes.

Tristes como ellos solos.

Indiferentes unos con otros.

Apoyado en el balcón de la Casa Rosada, meditaba en todos los cortos siglos que como nación había vivido, con su joven historia y la leve huella que dejaba en el eterno camino de su hogar: Latinoamérica.

Parecía que fue ayer cuando corría libre por los bosques del sur en compañía de Manuel. No era dependiente uno de otro, sin embargo la ayuda estaba siempre presente, como una rama que jamás se consumía a pesar del fuego abrasador que luchaba contra su resistencia.

Y Antonio invadiendo lo que consideraban suyo e íntimo. Todo había pasado tan rápido, la Conquista, los virreinatos… ¿Cómo los eventos de hace cientos de años estaban tan frescos en su memoria? ¿Sería la nostalgia de saber que aquellos tiempos jamás volverían? ¿Sería la resignación ante la verdad irrefutable de que todos esos días eran mil veces mejores que los actuales?

No supo responderse. A pesar de todas las cosas, sabía, muy dentro de su corazón, que Chile y los demás todavía se consideraban entre sí como hermanos.

Hermanos Latinoamericanos.

Qué hermoso sonaba, ¡qué hermoso se vería el título escrito en muros eternos que se perderían en el horizonte argentino!

Pero no.

Aunque todos supieran, aunque todos lo pensaran así, cada uno velaba por sí mismo, y no había nadie más fuera de las fronteras nacionales.

Y así poco a poco, la soledad de las naciones fue cobrando vida hasta hacerse imposible de vencer, de descolocar. Estaba allí restregándoles la verdad en la cara a cada uno, aunque muchas veces se ignorara aquel hecho.

Pues es que Martín Hernández había caído también.

—Señor, la Nueva Constitución está lista. Debe reunirse con su superior para organizarlas y re-editarlas. —La voz del anciano ministro del Interior resonó en sus pensamientos una y otra vez, chocando con las paredes de su cabeza.

—Iré en un momento—Contestó desganado. Esa noche no tenía ni la más mínima intención de resolver problemas de etiqueta, aunque fuera algo tan simple como ello—. Decíle al superior que en cinco minutos estaré allí.

El ministro se retiró, dejando sola a su patria. Argentina siguió mirando hacia su ciudad, y sus ojos presenciaron la misma escena que Chile odiaba mirar en Santiago: una enfermiza tranquilidad.

Una cruel, aniquiladora y asesina tranquilidad.

Las calles trazadas en forma de ajedrez en la tierra producían silencio. Ese que se burlaba de su soledad, de su desamparo, de su ingenuidad al ver a Estados Unidos como un héroe.

Al final, tan distinto de Chile no era.

Recordó la Guerra del Pacífico al ver la Patagonia desde su ventana. Recordó la cara orgullosa de Chile por la victoria y la ganancia de las regiones de Tarapacá y Antofagasta.

Era un país muy fuerte, y al mismo tiempo, uno tremendamente débil.

Alfred sólo necesitaba convencer a los superiores para implantar el neoliberalismo y el bloqueo al socialismo. Era la manera más fácil y la única disponible para mantener a su América Latina bajo su dominio, bajo su influencia y sus redes de comercio y aprovechamiento.

Eso era. Nada más que eso. Alfred nunca fue un héroe ni un salvador. Ni para Argentina ni para Chile.

Sólo vio la oportunidad, y supo aprovecharla de la manera perfecta.

—Martín, ya bajá, che. —La misma voz del anciano volvió a invadir sus pensamientos, y no le quedó otra más que obedecer.

Se resignó y bajó al primer piso de la Casa Rosada, donde allí lo esperaba su superior.

Lo miró a los ojos y sólo esperó a que sus palabras atravesaran su mente.

—Te ves cansado, Hernández. —Dijo el superior, sin preocuparse demasiado por la apariencia del argentino.

—No dormí bien anoche, eso es todo. —Respondió su patria, más seco que nunca.

El superior siguió revisando papeles que curiosamente a Martín no le importaban demasiado.

Ya no quería saber nada de nada.

—Los exiliados políticos de Uruguay y Chile albergados aquí son demasiados. La cantidad ha ascendido considerablemente, y no sé si podremos ayudarlos a todos. Te recuerdo que tenemos nuestro propio problema político actualmente. El tiempo y los países capitalistas avanzan de manera rápida…

Siguió hablando, y poco a poco las palabras fueron haciéndose humo. La ira comenzó a invadirlo por dentro y apretó sus puños con fuerza, conteniendo las ganas de desquitarse con alguien.

Y ese estúpido superior que tan tranquilamente hablaba de cuando se trataba de Chile y Uruguay, y que se desesperaba por Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y todos esos charlatanes que se llenaban la boca con el concepto de Libertad, y que cada vez que podían se la arrebataban a los más débiles.

¡¿Cómo demonios podía actuar así?

Golpeó con fuerza el escritorio, bloqueando la boca del superior y mirándolo con odio.

—¡Estados Unidos, Gran Bretaña y los demás pueden irse al carajo!—Sentenció, perdiendo completamente la paciencia—. Estamos en aprietos igual que todos los demás. Chile está en las mismas, Brasil, Uruguay… ¡¿Y tú te preocupás por los que incitaron a asesinar a mis hijos sólo por impedir una ideología distinta a ellos? ¡¿En dónde mierda vives?

—Vivo en la tierra, Hernández. —Contestó el superior, sin molestarse demasiado por la actitud de su nación. Argentina seguía fulminándolo con los ojos, aunque no tomó lo dicho por el hombre como una burla, sino como una advertencia. —Vivo en ti, en un lugar que debe valerse por sí mismo y rascarse con sus propias uñas. Mucho podés querer a tus hermanos y viceversa, pero primero está tu gente, primero estás vos. Si no querés ver más sangre manchando las calles de Buenos Aires, cooperá con Norteamérica, y así todos felices.

—Todos felices...—Repitió, con una sonrisa triste. —Todos, menos nosotros, las naciones.

—Debes ser egoísta, Argentina. Es por tu bien, ni siquiera es por el mío. Si vos estás bien, yo también lo estoy. Y tus hijos serán felices bajo el nuevo Gobierno.

—¡Esto no es felicidad, la puta madre! ¡Es un lavado de cerebro! —Gritó exasperado.

—¿Y qué es felicidad? No podés gozar de ella si no eres un pelotudo que no cuestiona, investiga ni piensa en nada, sólo en su egoísmo —El superior se puso de pie, encarando al argentino.

—Yo no quiero ser uno de esos…

—Te guste o no, debes serlo. Es la vida de ellos—Y apuntó hacia la ventana, que mostraba aún las calles vacías de Buenos Aires. —la que querés proteger. Así que hacé un sacrificio y dejá a Chile y a Uruguay resolver sus asuntos. Se nos vienen problemas mayores ahora.

Hernández dio la media vuelta para salir. Puso la mano en la manilla de la puerta, y la voz del superior volvió a hacer eco en sus pensamientos.

—Tanto que te preocupás por Chile, Argentina. No sé ni me importa qué clase relación tenés con él, pero sólo espero que toda esa preocupación valga la pena, y no termine saliéndote el tiro por la culata.

—No será así. Se lo aseguro. —Respondió, volviendo el trato tradicional que tenía Martín para con su superior.

"Espero…"

Salió de la oficina y se dirigió a su habitación, mandando al demonio el verdadero motivo por el que había sido llamado. Se sentó en la cama y apoyó sus codos en los muslos, acariciando su rostro con pesadez.

"Te extraño tanto, boludo…"

No pudo evitar pensarlo. En su mente nació la idea de ir a verlo o algo para por lo menos abrazarlo, pero no. Sería demasiado arriesgado hacer algo así.

Se durmió sobre la cama sin siquiera haber tomado una ducha o acostarse debajo de las sábanas. Estaba demasiado cansado para hacer todo eso.

"Chile…" Alcanzó a pronunciar en su mente antes de sucumbir al sueño que ya lo llamaba con demasiada fuerza.

Y la noche lo abrazó, llevándose por un miserable instante de sueño todas sus penas.


Notas finales:

:3 Ojalá les haya gustado. Es complicado escribir a cerca de esto como ya mencioné. Dediqué mucho tiempo a indagar a cerca de fechas y acontecimientos históricos, mis conocimientos previos no eran suficientes xD

Les recuerdo que ésto es sólo el comienzo. La historia se irá desarrollando de a poco (espero). Tengo algunos capítulos adelantados, pero los iré subiendo cada tanto.

Sobre lo del socialismo y comunismo: Nunca, NUNCA he comprendido bien la diferencia determinante entre ambos xD pero al ser ideologías de izquierda y características de la Unión Soviética quise tomarlas como sinónimos. Claro, si ustedes saben la diferencia por favor háganmelo saber para arreglarlo en mis próximos capítulos.

Lo de los superiores de Chile y Argentina: No quiero dar nombres xD! eso sería extraño. Además daría la idea de que tengo cierta simpatía con alguna ideología y NO ES ASÍ e_é sólo quería adaptar los sentimientos de cada personaje a la idea del fanfic.

Sin nada más que decir, me despido. Un millón de gracias por llegar hasta acá xD, pero más que nada, MUCHAS GRACIAS por leer mis estupideces.

¡Nos vemos! :D


Hetalia © Hidekaz Himaruya.