Un psicólogo en el ejército
Probablemente no sepáis quien soy. Por eso voy a introducirme. Soy Miles Stone. Siempre que me presento a alguien se dan cuenta de que mi nombre también significa "punto de control", por lo que intentan hacer alguna broma sobre ello con la intención de parecer simpáticos, o simplemente ni le dan importancia, eligiendo ser prudentes hasta que otro lo diga o hasta que sepan si merece la pena ver mi reacción a su comentario.
No es como si lo que os fuera a contar, lectores, tenga algo que ver con mi nombre, pero es algo gracioso, así que pensé en hacer el comentario… ya sabéis… por parecer simpático.
Otra cosa bastante importante que quizás tuvierais que saber de mí es mi profesión. Soy un psicólogo. Mucha gente no entiende a lo que me refiero con psicólogo ya que solo conocen el estereotipo de eso, por lo que asienten y esperan a que siga hablando.
Ser psicólogo es un tanto… especial. Ser un albañil también es especial, ya que yo no sabría ni por dónde empezar a construir un edificio, pero la cuestión es que los psicólogos no tratamos con ladrillos. Nosotros estudiamos a las personas y su conducta. Entre nosotros hay muchos vagos perezosos que prefieren aprovecharse del estereotipo de psicólogo para tener un trabajo fácil y remunerado, pero esa clase de gente solo contribuye a hacernos parecer majaderos inútiles.
¿Por qué elegí estudiar ésta carrera? Hay muchas razones. Una de ellas, digna de mención es 'para conocerme a mí mismo'. Hay muchas cosas que sé desde el principio, pero las conocía de un modo impronunciable: lo comprendía pero no podía expresar lo que era. Para eso está la psicología. Esa es mi razón. Bueno, esa y muchas otras de un carácter... um... personal. Es una larga historia.
Y después de éste rollo eterno, poco recompensante, os doy las gracias por sobrevivir hasta éste punto. Pues es aquí donde os contaré para qué se me contrató en un ejército de soldados que luchan por… bueno, contar tanto quizás fuera un poco romper la confidencialidad de mi contrato, pero no creo que sepáis de lo que hablo si soy poco claro.
Como ya sabréis, estamos en un mundo en guerra. Nohr contra Hoshido. Un reino de caballeros sedientos de gloria contra un reino de samuráis pacíficos. Aunque suena un poco mal por parte de Nohr, no todos en esa nación son así, como es obvio, pero no muchos de los hoshidanos que he conocido en mis viajes estaban dispuestos a aceptar esa realidad.
Y os preguntaréis, ¿qué pinta un psicólogo como yo en una historia como ésta? No es lo más frecuente encontrar entre las filas de caballeros wyvern, magos oscuros, paladines y espadachines a un hombre de pluma como yo, pero por fortuna, mi lengua fue capaz de ganar tiempo para que mis salvadores me encontrasen.
-Así diría que ocurrió-
No había estado siendo una buena racha, la verdad. Mis clientes se negaban a pagar porque decían que no les había ayudado. ¿Cómo quieren que ayude a unos amargados asesinos que no encuentran el amor? Si no encontraran placentera la sensación de control al arrebatarle a otra persona la vida, quizás no todas las mujeres les encontraran repulsivos. Es una desgracia que su estilo de vida les condenase a negar siempre su lado suave. Quiero decir, me estaban pidiendo ayuda para encontrar amor, ¿o no?
Aunque, por supuesto, aquello no era algo que pudiera decir en voz alta y seguir con vida. Desde que llegaron aquella banda de rufianes al poblado de Septembria no ha habido el buen ambiente que tanto me gustaba en la taberna de La coz sonora. Si fuera un guerrero, lucharía. Y seguramente moriría. Es un asco ser un cobarde como yo que prefiere no morir aún, pero creo que me entenderéis…
La cuestión es que aquellos dos señores que me contrataron en un principio por diversión, luego para realmente encontrar el amor, y luego me abandonaron con resentimiento, le hablaron mal de mí a su jefe. La banda de Los Precoces no tenía muy buena fama ni entre las bandas de forajidos. Y su líder… oh, ese hombre no merece vivir. Aunque, ¿quién soy yo para hablar de justicia? Que sean los soldados quienes le hagan pagar por sus violaciones, atracos y asesinatos abusivos, que yo ya tengo demasiado con aguantarme a mí mismo con mí cobardía…
Lo cierto es que no sé si fue para bien o para mal lo que sucedió, pero creo que me alegra que algo pasara en aquel infierno. Mejor morir o ser liberado a estar eternamente bajo su yugo.
El día en el que Freken Malabarba, líder de Los Precoces, vino a por mí vida, bueno, os demostraré por qué a veces las hago de escritor:
"¡¿Dónde está el puto control ese?!" Blasfemó preguntando por mí. He de reconocer que fue una manera original de insultarme, por mucho odio que despertase en mí. Freken agarró de la camisa a tabernero que tan gentilmente me había permitido pagar más tarde dados mis malos negocios. Le zarandeó no tan gentilmente, forzándole la respuesta.
El tabernero me miró con unos ojos que me señalaban, pero que a la vez me pedían disculpas. Solté un suspiró desde el fondo de la habitación al notar el resto de miradas dirigirse a mí. No iba a recriminarle al tabernero, pues, ¿qué iba a hacer? ¿Callarse y morir por mí? No, gracias. No quiero ese peso sobre mi consciencia, especialmente cuando fue tan amable conmigo.
Me encogí en el sitio, notando el miedo arraigar más en mi interior a cada paso que daba el bandido. Me reajusté mi camisa blanca de mangas largas bajo mi chaleco gris. Era aterrador pensar que aquel hombre, de todas las personas, se enterase de lo que tenía en la espalda.
"¡Así que tú eres ese psicólogo del que mis chicos hablan, ¿eh?!" Me rugió en la cara, acercando su rostro al mío tanto que pensé que las babas que escupía caerían en mí cerveza. Deslicé la jarra a un lado, alzando los ojos para fijarlos en el enorme tabique nasal de Freken. Éste me dio un cabezazo directamente, agarrándome por la camisa blanca y alzándome sobre las cabezas de todos.
Me sentí mareado por el golpe, pero dado que la situación era apremiante, me dispuse rápidamente para dar mi respuesta.
"Así es, señor Freken. Es un placer conocerle." Asentí lentamente, ofreciéndole mi mano para un apretón. Sabía lo que hacía. Era un sacrificio para ganar tiempo. "¿Tiempo para qué?" Preguntaréis. Bueno, nunca es tarde para esperar milagros, ya que si escapaba como mis piernas me sugerían, la pagarían con los demás, y, de nuevo, no querría eso sobre mi consciencia.
Tal y como esperaba, sentí que me quedaría manco de lo mucho que me apretó la mano el bestia, pero hice mi mejor esfuerzo por no aparentar mi dolor.
"Oh, pero si sabe aguantar un poco de dolor. ¡Muy bien, psicólogo!" Me felicitó dándome un puñetazo en la barriga con la mano que me espachurró la mano. Del golpe me lanzó contra la pared, cayendo ruidosamente sobre la silla de madera sobre la que había estado sentado no hace mucho, rompiendo una pata.
"Oh, por favor, no soy digno de tales elogios. Solo comprendo que si muestro muchos signos de lo que me duele, probaríais otras formas de dañarme tanto más que me cambie la expresión por una más dolida. Si juego a hacerme el duro todo lo que pueda, puede que incluso me salve." Le conté. Si no lo comprendía, bien, pues así habría ganado el tiempo que tardase en rendirse por comprender lo que le dije, y si lo entendió a la primera, bueno, quizás se volviera juguetón y viera cuantas ingeniosidades podía sacarme antes de acabar conmigo.
"Mmm… así que eres un listillo, señor psicólogo. Hay un acertijo al que nunca he logrado dar solución, y me espero que seas capaz de echarme una mano." Me dijo mientras me agarraba del cuello y me estampaba sobre la mesa, tirando la jarra de deliciosa cerveza al suelo. No comprendió por qué sonreía. No tardé en desanimarme al comprender que no había hecho aquella broma a propósito. Echar una 'mano', después de lo que me hizo. *Risas*
"Si mi supuesto intelecto puede satisfacerle, le ruego que me pregunte." Le supliqué. Mi moral estaba comenzando a enflaquecer, pues lamerle el culo a un gilipollas fuerte como aquel estaba arruinando el seguimiento de mis principios. Pero tenía que proteger a toda costa mi vida, y por ella estaba dispuesto a llegar a tales extremos.
Un ruido se escuchó fuera, seguido del abandono de unos rufianes blandiendo sus porras. En mi corazón nació una esperanza, pero tan rápido como escuché las risas de los maleantes, se apagó.
"¿Qué animal camina primero con cuatro patas, luego a dos, y acaba sin piernas?" Me planteó con una terrible sonrisa en la expresión. Lamentablemente, ya conocía la respuesta. O, al menos, conocía la respuesta de la adivinanza original. Al parecer Freken era tan sádico que hasta alteró aquella adivinanza para anunciarme que me iba a romper las piernas.
"¿Una mariposa?" Contesté a sabiendas de que no era una respuesta correcta. Al menos, obtuve el tiempo que le llevó a Freken recordar cómo caminaban las mariposas. Tuve que contener mi risa nuevamente, pues si cara confusa no tenía precio.
Intenté darle la patada más fuerte que pude en las piernas, pero le debieron sentar como cosquillas. Cambié de estrategia y robé a usarle de soporte para estirar mis piernas y liberar de su agarre, pero Freken decidió que ya había tenido suficiente del preludio. Sacó una enorme espada gris y la posó sobre mis piernas, advirtiéndome de que el tren del dolor pasaría pronto por mi estación. Interpreté fácilmente el papel de muerto de miedo, lo cual no era muy difícil, pero secretamente me preparaba para encogerme en cuanto viera su espada moverse. Aún tenía muchos trucos guardados bajo la manga, y no iba a permitirme perder las piernas tan fácilmente.
Un estallido rompió la puerta en pedazos, lanzando una astilla al grandullón que se había comenzado a preparar para mutilarme. De la polvareda aparecieron un par de hombres. Uno de ellos tenía el pelo blanco y los ojos rojos, mientras que el otro era rubio y llevaba una ostentosa armadura oscura. El de pelo blanco alzó una espada bastante bonita, apuntando su filo hacia mi agresor.
"Ríndete. No tienes escapatoria." Advirtió con autoridad. Detrás de ellos, un puñado de soldados combatían contra los seguidores de Freken, para finalmente perder bajo un jinete de pelo gris y armadura oscura, una joven de pelo azul con mechas rosas con una expresión aterradora y un espadachín de pelo gris oscuro y bastante apuesto... que... estaba... ¿bailando? ¿Qué?
Freken me agarró por el cuello, interponiéndome entre aquel extraño grupo de guerreros y su culo. El rubio que permanecía en silencio junto al peliblanco llevó la mano a su grimorio con un suspiro. Momentos después, un árbol creció de debajo de nosotros, separándonos a mí y a Freken. A éste segundo le atrapó entre sus ramas, apretándole dolorosamente, mientras que yo caí sobre un mullido lecho de hojas.
Vi al rubio encargarse del rufián con una espada gélida mientras que el peliblanco se acercó. Y eso fue lo último que recuerdo de cuando les conocí. Sí, es algo vergonzoso, pero al combinar el dolor que sentía en la mano, en la barriga y en la espalda con la visión de Freken siendo ensartado en el pecho hizo que perdiera la consciencia. Por favor, aplaudidme. Al menos no vomité. No me había estado sintiendo bien aquel día, y aquella escena me trajo unos recuerdos que no quería resucitar.
Oh, parece que nunca llegué a poner uno de éstos al final del primer capítulo (sí, esto es una edición). En aquel entonces yo solo subí ésto y lo dejé marchar sin más. *Suspiro* Intentar mejorar los capítulos es complicado, pues no es lo mismo que ajustar el capítulo que acabas de terminar. Pero bueno, este capítulo demuestra cómo escribía hace un tiempo, así que tampoco querría destruir eso. Aun así, que cortos eran éstos primeros capítulos... de una o dos escenas nada más. Heheheh...
¡¿Cómo que aquí no hay eso?! *Guiño, guiño* *Codo, codo* Ya me quedo tranquilo. (No le intentéis dar sentido: si seguís leyendo, ya lo entenderéis)
