Cuenta la leyenda, que hace mucho tiempo, la humanidad se gobernaba a si misma con gran crueldad. La corrupción era moneda diaria, causando la gran ira de muchos hacia sus regentes. Aquel reino de traidora inhumanidad, consumía a las personas, matándolas entre sí, y los reyes solo lo veían como un juego sádico. Sin embargo, llegaron a ese lugar, los dos salvadores que terminarían con aquel reino de maldad. De nombres Rago y Keito, acabaron con la corrupción usando su magia espiritual.

Los humanos llegaron a considerarlos estrellas caídas del propio cielo. Y aquel reino de inhumanidad, pasó a ser un sitio de gran prosperidad, y con la esperanza de la paz. Ese nuevo reino pasó a llamarse "El reino de los Grandes Espíritus" volviéndose el más poderoso de todo el lugar. Lentamente, se fue creando esencias a partir de los pensamientos y energía de los pueblerinos y demás espíritus, llamando así a los creadores de todo lo existente, Los Grandes Espíritus. Esa era la intención de las estrellas sagradas. Sabían que, trayendo al mundo terrenal a los Grandes Espíritus, se lograría vivir en paz y armonía por la eternidad. Los humanos vivieron con tranquilidad, lejos de la nube de la corrupción y bajo la luz radiante de las estrellas sagradas, Rago y Keito. Sin embargo, aún vivían los humanos que habían estado consumiendo el reino con maldad, residiendo en una lejana isla perdida en el océano, Asura. Y allí esperan, con una paciencia maliciosa, el momento justo de atacar, y sumir al reino en una nueva oscuridad.

Pero los tiempos transcurrían, y aquellas estrellas guardianas les tocaron la hora de partir. Tras su muerte, los hijos de Rago y Keito, los cuales no se sabían con exactitud el número, tuvieron una discusión terrible. Debido a esto, los Grandes Espíritus se separaron del mundo terrenal, llevándose consigo las construcciones y edificaciones del reino que llevaba su nombre, haciéndolo desaparecer. Los humanos y descendientes de las estrellas, se habían quedado sin nada, así que se dividieron para formar los nuevos reinos e imperios. Así el continente se pobló de diferentes reinos e imperios, pero que descendían de un mismo lugar. Los descendientes de las estrellas guardianas se hicieron llamar, Shamanes, solo para demostrar la sangre divina que los separaba de los humanos. Los shamanes eran los gobernantes de los distintos reinos e imperios, que, luego de siglos, conviven a duras penas entre sí.

Esta Historia va a contar, las luchas de aquel Paraíso de Luces y Sombras.

Un sirviente caminaba con prisa por los largos pasillos de un castillo imperial estilo japonés. Tendría alrededor de 34 años. De kimono blanco, alto, un poco de barba, al parecer musculoso y con un extraño copete azabache al estilo Elvis Presley. Se arrodilló frente a la mampara del cuarto de la emperatriz. La joven regente de aquel imperio observó al hombre por detrás de la mampara, dándole el permiso para que hable.

—Adelante, Ryu –dijo la mujer.

—Anna-sama… - a Ryu le tembló un poco la voz, tal vez por nervios, pero continuó hablando–lamento informarle que el joven maestro…

—Se fue ¿verdad? –le interrumpió, a lo que el copudo asintió nervioso.

—S…si, lo lamento, Anna-sama.

La joven mujer estaba sentada del otro lado de la mampara, así que se puso de pie para levantar la división entre los dos y ver a la cara al pobre hombre. Llevaba puesto un kimono blanco con detalles de hojas de higanbana doradas pintadas, digno de una emperatriz. Su largo cabello, ondulado y de una tonalidad dorado pálido, caía por su espalda, superando la cintura. Sus ojos ámbar reflejaban una seriedad elegante pero a la vez aterradora. Además estaba adornada con joyas de la mejor calidad. Por su apariencia no tendría más de 29 años.

—Déjame adivinar, su caballo Naka y su armadura no está ¿Cierto? –dijo la rubia en un tono serio.

—Así es –respondió el azabache.

—Y sus samuráis tampoco están ¿cierto?

—Así es.

—Este chico, un día me sacará canas verdes.

—¿Qué quiere que hagamos?

—Es más que obvio, tráiganlo de vuelta hasta aquí.

—Como ordene –nuevamente, Ryu se inclinó y salió de la habitación.

—Hana… -comenzó a decir la rubia –No me causes más problemas.

Mientras tanto, en el bosque que rodeaba el poblado de Funbari, se oía la corrida de varios caballos. La mayoría de ellos, eran corceles negros que portaban armaduras grises oscuras o negras. Eran dirigidos por un corcel más grande que los demás. Era un palomino, es decir tenía pelaje dorado con las patas y la crin blancas. Sus orbes negros brillantes daban el toque final a tan majestuoso animal que portaba una armadura que le daba una apariencia demoníaca. Pero claro, tan increíble animal era montado por un samurái de su talla, metafóricamente. Por su estatura era alguien joven, pero la armadura de samurái de color magenta oscuro y el kabuto es decir la máscara de demonio le daban un aspecto aterrador. El kabuto tenía cuernos que apuntaban hacia abajo a los lados de su cuello, círculos por arriba de la frente que parecen los ojos de un demonio, de una tonalidad más clara que la armadura, dos cuernos sobre la cabeza y dos pequeños colmillos que nacían de la mandíbula inferior. Parecía que un demonio era el que protegía al portador, ya que en la abertura que sería la boca había una máscara humana de color violeta oscuro, pero con una amplia sonrisa macabra que mostraba filosos colmillos en vez de dientes humanos. La armadura parecía estar hecha de un metal muy resistente y le daba un aspecto temible. Aquel que lo viese en la noche, pensaría que se trataba de un shinigami que venía a llevarse su alma.

Aquel samurái se detuvo sobre un pequeño monte en medio del bosque, deteniendo también a todos los demás samuráis que lo acompañaban, algunos de mayor edad por su estatura. Uno de ellos cabalgó hasta el líder del grupo. Llevaba una armadura de color rojo y por su kabuto parecía un oni.

—¡Hana-sama! —dijo el samurái carmesí —La banda de Ichihara Ryuji está escondiéndose por aquí.

—¿Los Kendai Douji los hallaron? —dijo el líder, Hana, con la voz un poco distorsionada por la máscara.

—Aun no, pero habían encontrado rastros de ellos por aquí.

En ese momento, tres espíritus de tamaño medio aparecieron sobre las ramas de un árbol cerca del grupo. Parecían niños de 6 años por su estatura, estaban descalzos y tenían piel verdosa, sus cabellos estaban atados en dos coletas a los costados de una máscara de madera que tenía dibujada dos líneas para los ojos labios pequeños y dos círculos rojos que representaban las mejillas. Portaban dos brazaletes en cada muñeca y tobillo, vestían un pequeño vestido debajo de placas en forma de gruesas hojas de espadas de doble filo un poco separadas entre sí, dándole la forma a una armadura, y por último llevaban una espada de doble filo. ((Para verlos gráficamente, buscar en la wiki en ingles de SK Kengai Doujis)) Eran los mencionados Kengai Douji, unos shikigamis que su nombre significaba "Niño de la armadura y espada". Luego de que los hayan visto, los shikigamis comenzaron a saltar de rama en rama.

—¡Los hallaron! —Dijo Hana —Vamos, sigámosles.

Sin embargo, ocho cabezas de enormes serpientes blancas se alzaron a unos metros delante del grupo de samuráis. Tuvieron que retroceder ya que algunos caballos se asustaron. Frente a eso, Hana bajó de su corcel, Naka, para caminar con paso que reflejaba su enojo, hasta quedar frente a las cabezas.

—Es Yamata no Orochi, significa que alguien del imperio Asakura ha venido a buscarnos —decía uno de los samuráis de más atrás.

—¡RYU~~~~~~~~~~~~~~~~~! –Gritó el joven samurái de armadura demoniaca, haciendo que todos retrocedan del miedo, incluso el OverSoul blanco.

—¡Joven Maestro! —Una de las cabezas se inclinó hasta el samurái, dejando ver que encima de esta se encontraba el sirviente azabache —Anna-sama lo está buscando, y está furiosa.

—¡Ryu! ¡Estoy a punto de dar con los bandidos del idiota de Ryuji y tú vienes a interrumpirme! ¡¿Qué crees que haces?!

—Cumplir las órdenes de la Señora Anna, sabe que si no se presenta le irá muy mal —advirtió el mayor.

Ya no tenía nada más que hacer, las órdenes de su madre eran ley divina. A menos que quiera terminar muerto. El samurái de armadura violeta oscura bufó por debajo de la máscara, para caminar nuevamente a su gran corcel.

—¡Muchachos, tendremos que dejar esto para la próxima, saben perfectamente que si Mamá Anna llama, hay que acudir a menos que queramos probar el infierno.

Muchos de los samuráis se rieron. Dieron vuelta sus caballos para emprender la marcha de regreso al castillo del emperador. Una vez allí, un joven de cabello rubio anaranjado, de 14 años de edad, se dirigía a la habitación de la emperatriz. Allí, la mujer le abrió la mampara para que pase. El joven llevaba un kimono color oscuro, con una capa interior de color blanca y haori color negro. Su cabello estaba desalineado y sus ojos eran de un color ámbar, heredado de su madre, al igual que el color del cabello. La mayor se le quedó viendo con un aspecto serio, y el rubio se lo mantenía.

—Hana… ¿se puede saber a dónde estabas? –preguntó Anna.

—Siguiéndole el paso a la banda de Ryuji, sabes que hace meses que busco a esos bandidos.

—Hace meses que buscas peleas, no a unos pobres matones que dan lastima –dijo con total frialdad la rubia.

—¿Y qué con eso?

—Hana…sabes que eres el heredero del Imperio Asakura, compórtate como tal. He cumplido tu capricho de forjarte una armadura de samurái que sea casi idéntica a la armadura de tu setsubun.

—La OverSoul Oni Hana, una armadura que creo con mi furyoku y mis onis cada vez que pierdo la cabeza.

—Cada vez que estás en peligro, Hana. En fin…tengo una misión para ti.

—¿Una misión para mí? –El rubio frunció el ceño, extrañado, pero a la vez le había interesado -¿De qué trata?

—Ha comenzado a crearse conmoción entre los espíritus y los shamanes. Las deidades comienzan a revelarse, los onis atacan más seguido y los humanos son posesionados por miles de espíritus –comenzó a explicar la mayor, caminando un poco.

—Y mi misión es… -seguía a su madre con la mirada.

—Descubrir que está pasando. Lo único que podría afectar de esa forma a todos los espíritus es el Rey de los Espíritus.

—¿Los Grandes Espíritus? ¿Cómo podrían ellos causar tanta conmoción? Siempre han sido pacíficos, además el nuevo rey se unió a ellos hace poco.

—No lo sé, por eso te estoy enviando a ti. También puede estar relacionado con los shamanes rebeldes, pero no estoy todavía muy segura. ¿Aceptas?

—Por supuesto que acepto, ¿pero cómo haré para saber qué ocurre?

—Tal vez sea conveniente que encuentres al alma que vaga entre ambos mundos.

—¿El alma que vaga entre ambos mundos?

—Así es, existe un alma que es capaz de entrar en los Grandes Espíritus y conocer su voluntad, sin embargo su paradero es incierto y no se sabe nada de él.

—¿Una especie de adivino?

—No es un adivino, es como una extensión de los Grandes Espíritus, o mejor dicho…una extensión de los Grandes Espíritus vive en él.

Hana no pudo evitar asombrarse ante eso ¿Existía un ser que poseyera la esencia de los Grandes Espíritus en sus almas, además de los Shaman Kings? La aventura se estaba tornando muy interesante y ya tenía deseos de encontrar esa alma que vagaba entre ambos mundos.

—Una última cosa –dijo el rubio –Esa alma que tú dices… ¿sigue viva?

—Así es, es un ser vivo. Debes buscar la manera de encontrarlo y averiguar qué pasa.

—Bien…en ese caso reuniré a mis hombres y…

—Irás solo –le interrumpió la rubia.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que iré solo?! ¡Necesito hombres para hacer el viaje! –aseveró con enojo el rubio.

—Ya te dije, irás solo. Si quieres personas para que te acompañen tendrás que buscarlas tú –sentenció la emperatriz.

—¡Perfecto! ¡Iré solo! –disconforme, Hana salió de la habitación, marcando sus pasos. En lo que Anna solo cerraba sus ojos con paciencia y elegancia.

Esa misma noche, Hana ensillaba a su caballo, omitiendo colocarle la armadura. Era un magnifico animal y el rubio estaba orgulloso de eso. No se había cambiado de ropa, y solo llevaba un poco de comida y cosas para vender en caso que se le termine el dinero en una alforja. Además, el corcel llevaba un arco y flechas colgando. Un rosario de 108 cuentas blancas colgaba de su cuello, y una espada de tuska ito verde con gemas del mismo color y sogas rojas estaba enfundada en el obi de su kimono. Como último arma, llevaba algo escondido en un pañuelo de tela, pero dentro del han eri. Una hitodama color blanco se manifestó al lado de su shaman, a lo que este asintió, cubriéndose la cabeza y el rostro con una tela negra al igual que el haori. Era la hora de marcharse.

Uno de los sirvientes abrió la puerta del castillo y el príncipe rubio salió de su hogar cabalgando con gran velocidad. La noche estaba despejada y se veía con claridad la luna llena. Sin embargo, había otra testigo de la marcha de Hana. Una joven de la misma edad del rubio lo estaba vigilando desde uno de los pisos del castillo. Llevaba una armadura plateada que consistía en unas botas en forma de coyote, una placa de protección en el pecho, formada por dos cuadrados intercalados, un guante de metal ajustado a su mano izquierda y otro más grande en su mano derecha con la forma de un búfalo. Por último, un casco de águila que le cubría los ojos y con alas detrás de su cabeza. Las alas se desplegaron y la joven desconocida montó vuelo, siguiendo discretamente al rubio.