FP
El tan esperado otoño por fin estaba llegando a Manhattan y junto al alivio de la estación venía una joven proveniente de Irlanda a recorrer la urbe.
Alice Clark terminó sus estudios secundarios en su país de origen y con todo el dinero heredado de sus abuelos más sus ahorros fue a cumplir su mayor sueño, viajar.
Desde pequeña, su carácter determinado la hizo ser distante y al saber de la misión que debía cumplir decidió vivir la vida al máximo cumpliendo cada meta.
No quería malgastar su tiempo en patrañas como el amor, aunque éste fuese de vital importancia en la existencia.
Llevaba casi un año alojándose en casas u hoteles en distintos puntos conocidos por todos. Su primer destino fue Londres, al que amó con locura y eligió como el destino final; ahí iba a dirigirse cuando el momento llegara, cuando tuviese que recoger la jeringa para evitar el sufrimiento e irse de una vez por todas.
Después de todo, es una vida corta pero bien vivida.
La rubia tomó el amplio y viejo bolso que la acompañó desde su huida de casa y tomó un taxi para ir al apartamento en la calle Leroy. Un pequeño piso bastante añejo que conservaba un poco la pinta de la construcción original y los muebles de antaño.
No quiso tomar una siesta ni sentarse a recuperar las horas perdidas en avión, prefirió recorrer la zona y comprar algunos víveres. Llevó junto a ella su cámara de fotos instantáneas.
En el camino de vuelta al edificio no pudo evitar ver una gran cafetería con el nombre de O'Connor y que una sonrisa nostálgica se le escapara. Ese era el apellido de su abuelo materno, la única persona a la que ella llegó a apreciar en su vida.
Entró y se sentó dispuesta a beber una taza de café. La mesa en la que se sentó era una de las que daba la vista a la ciudad, que se encontraba glamurosa e icónica como siempre. Sacó la cámara de la mochila pequeña que traía y perfiló cada ángulo perfectamente, las fotos impresas salían sin parar.
Los ojos de Alice despegaron la vista de la avenida y se posaron en el mesero que iba de camino a atenderla.
De ojos negros brillantes, piel sonrosada y cabello engominado, con la espalda bien fornida. Primero pasó a recoger cosas de la mesa de enfrente y Alice aprovechó para contemplarlo y apuntarlo delicadamente con la cámara.
Se oyó el clic de ésta y la luz del flash los tomó por desprevenidos. La joven no sabía dónde meterse.
Inmediatamente el chico, que aparentaba su edad, se le volteó un poco serio.
—¿Qué hiciste? —Alice abrió los ojos como platos hasta que notó que él le sonrió.
Ella le mostró la foto impresa en donde se lo apreciaba una sonrisa sincera y adorable.
—¿Puedo conservarla? —se arriesgó a preguntar.
—Sólo si me dejas sacarte una y quedármela—rió. Alice distinguió el cartel con su nombre, o más bien sus iniciales; FP. Peculiar—¿Qué dices?
La voz suave de FP la hizo sonrojarse levemente y ella aceptó el trato. Sonrió y las comisuras de sus ojos se arrugaron justo cuando el chico tomó la fotografía. La quitó de la cámara y la guardó en el bolsillo del delantal.
—Con un café, por favor.
—Claro, un gusto...
—Alice—le completó.
—Genial.
El castaño se marchó sintiendo un escalofrío; pues era ella la persona a la que tanto miedo tenía de nunca encontrar.
