- ¡Más rápido, por favor! - Exclamó Candy, dirigiéndose al cochero.

Con los ojos llorosos, ella observaba las calles de Londres a través de la ventana, tenía un solo propósito en su mente: Detener a Terry. Ella tenía que decirle que lo amaba como nunca antes había amado a nadie.

Después de que las monjas le levantaran el castigo, Candy había permanecido encerrada en su cuarto, cuando terminó la última inspección de la noche, ella se aventuró a ir a la habitación de Terry, ya que deseaba verlo y saber cómo se encontraba. Al entrar, ella encontró una pequeña nota sobre su escritorio, "Querida Candy, decidí dejar la escuela e irme a los Estados Unidos… Rezaré por tu felicidad".

¿Rezaré por tu felicidad? - Sollozó Candy - Mi felicidad eres tú Terry - Se dijo a sí misma, mientras una lágrima rodaba por su mejilla. Ella se sentó en la orilla de la cama por un instante, sin saber qué hacer, una plática en el pasillo la hizo reaccionar.

- Me alegra mucho que se vaya del colegio…

- Se va esta noche en barco…

- Parece que propuso ser expulsado en lugar de Candy…

- ¡Se va en barco!… En mi lugar, por mí, ¡Terry! - Después de escuchar esa conversación, Candy salió corriendo del Colegio y tomó el primer carruaje que pasó por la calle. Ella estaba determinada a alcanzar ese barco, no podía permitir que Terry se fuera de su vida de esa manera

El cochero, viendo su estado de desesperación, había decidido acelerar el paso y después de tomar algunos atajos, había conseguido reducir considerablemente el tiempo del trayecto. Luego de un largo recorrido, algo interrumpió los pensamientos de Candy, a través de la niebla matutina, ella vislumbró el muelle, haciendo que su corazón latiera con fuerza. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio que el barco aún no había zarpado.

- Hemos llegado señorita, espero que no sea demasiado tarde – Le dijo el cochero.

- Se lo agradezco tanto Señor, acaba de salvar mi vida - Le respondió Candy, mientras le colocaba en las manos una bolsa con todos sus ahorros.

Ella empezó a recorrer el muelle con la mirada, sentía que su corazón le iba a estallar de un momento a otro, la ansiedad la dominaba, creía ver a Terry en cada caballero con el que se cruzaba en su camino. Candy notó que sus manos temblaban y se dio cuenta de que necesitaba calmarse, ella agachó la cabeza por unos segundos y respiró profundo, una ráfaga de viento rozó su cara, haciendo que ella alzara el rostro de nuevo, en ese momento lo vio.

Terry estaba parado frente al mar, alejado de toda la gente, su cabello castaño se movía con el viento y su mirada triste se perdía en el horizonte, mientras que varias lágrimas rodaban por sus mejillas. Para Candy, esa fue una escena bastante familiar, ella no pudo evitar recordar aquella noche fría de fin de año en el barco, cuando lo vio por primera vez. Emocionada por haberlo encontrado, ella corrió a su encuentro.

- Terry, ¡TE AMO! – Gritó Candy, con la voz entrecortada.

Terry no daba crédito a lo que escuchaba, por un momento creyó que estaba soñando, él se dio la vuelta y pudo ver esos ojos verdes que tanto amaba - ¡Candy! ¿Cómo es que llegaste hasta aquí?

- Me escapé del colegio, necesitaba alcanzarte y decirte que… ¡Estoy enamorada de ti!…

- Candy, pudo pasarte algo… Y yo, yo me moriría si algo malo te pasara – Le dijo Terry, mientras la tomaba entre sus brazos.

- No quería que te fueras sin mí... Por favor, no me abandones, yo iré contigo a donde tú vayas, te seguiré hasta el fin del mundo si es necesario.

Terry le sonrió, mientras que Candy observaba con detenimiento su rostro, ella se dio cuenta de que esa era la sonrisa más hermosa y sincera que él le había dedicado. Terry sujetó el rostro de ella con ambas manos y la besó tiernamente, ese fue un beso lleno de amor, muy diferente a aquel primer beso robado.

El barco hizo su última llamada antes de zarpar, Candy y Terry se miraron el uno al otro, pensando en qué hacer, ya que no tenían mucho dinero y aún eran menores de edad.

- Pecosa, tu sabes lo mucho que amo el teatro, me he dado cuenta de que quiero seguir los pasos de mi madre y convertirme en actor, es por eso que decidí partir hacia Nueva York, en esa ciudad me abriré camino hasta convertirme en un actor tan reconocido como ella – Dijo Terry.

Mientras él hablaba, Candy pudo ver un brillo especial en los ojos de su rebelde favorito.

– Tienes que saber que he renunciado al apellido Grandchester y aunque quisiera, por ahora no tengo nada que ofrecerte, pero nada me haría más feliz que vinieras conmigo, yo te prometo que trabajaré muy duro para que no te falte nada.

- ¡Claro que iré contigo! – Contestó Candy, tomándolo de las manos – Solo te pido un favor…

- ¿Cuál?

- Me gustaría que primero visitáramos el hogar de Pony, ha pasado un año desde que vi por última vez a la señorita Pony y a la hermana María. Quiero platicar con ellas sobre nuestros planes… ¿Sabes? Lo he estado pensando y he decidido que quiero ser enfermera.

- ¿Enfermera?

- Sí, después de recibir la última carta de Albert, comprendí que esa es mi vocación.

- Te diré lo que haremos, al llegar a América, iremos al hogar de Pony y nos quedaremos por un par de días, después continuaremos nuestro viaje a Nueva York. Yo también deseo conocer el lugar donde creciste y donde te convertiste en toda una tarzán pecosa.

Al escuchar esas palabras, Candy hizo una mueca de desagrado, mientras Terry reía.

- Ven, vamos a comprar tu boleto – Le dijo él, tomándola de la mano.

- Terry, yo no tengo dinero, le di todos mis ahorros al cochero que me trajo hasta acá.

- No te preocupes, yo lo compraré, tengo ahorrada una pequeña suma de dinero, espero que sea suficiente para que lleguemos hasta Nueva York.

Algunos minutos después, ambos abordaron el barco, luego de dejar sus cosas en su habitación, salieron a pasear por la cubierta. Ellos acordaron que se harían pasar por hermanos y que compartirían el mismo camarote, así que durante todo el día, trataron de evitar cualquier manifestación de cariño, pero era realmente imposible ocultar el amor que sentían, los dos irradiaban felicidad a través de sus ojos y no podían parar de sonreírse el uno al otro.

Después de ver el atardecer, ellos fueron a cenar, los dos estaban tan cansados, que se fueron a acostar temprano, al entrar a la habitación, ninguno de los dos podía disimular su nerviosismo. Terry tomó a Candy entre sus brazos y la besó apasionadamente, era la primera vez que la besaba desde que habían subido al barco, lentamente empezó a acariciarla a través de la ropa, él comenzó a sentir como el calor subía por todo su cuerpo, deseaba tanto quitarle el vestido, pero al final logró controlarse.

- Mi pecosa, te prometo que cuando alcancemos la mayoría de edad te haré mi esposa, mientras tanto, no quiero hacer nada que pueda reprocharme después.

Candy no dijo nada, sentía como si su cuerpo estuviera en llamas, una parte de ella deseaba con todas sus fuerzas que Terry no se detuviera, pero la otra parte sabía que eso no era digno de una dama. Ella pensó en la señorita Pony, en la hermana María y en el tío abuelo, aún no les había comunicado sus últimas decisiones y no sabía cómo iban a tomar la noticia.

Candy caminó hacia el baño donde se puso su camisón y al salir, se metió en la cama - Terry ¿Por qué no me lees un poco? Creo que esta noche me será difícil conciliar el sueño, han sido demasiadas emociones en un solo día.

Terry se cambió de ropa y sacó uno de sus libros, luego se acostó junto a ella y comenzó a leer. Cuando Candy se quedó dormida, él besó su frente, apagó la luz y la abrazó, sin poder creer que ella estuviera dormida a su lado. Terry comenzó a imaginar cómo sería su vida de ahora en adelante, él sabía que mientras Candy estuviera con él, podría superar cualquier dificultad.

- Candy, te amo - Susurró en su oído - Jamás permitiré que nada malo te pase, te protegeré de todo y de todos… Yo no quiero amar igual que mi padre, no quiero amar de esa manera.

El tiempo en el barco transcurrió rápidamente, durante el día, ellos pasaban el tiempo entre bromas y juegos, por la noche, casi siempre se iban a acostar temprano. Terry le leía diariamente antes de ir a dormir y después de apagar la luz, los dos se besaban apasionadamente. Ninguno podía escapar a la atracción que sentían, Terry había tenido que salir de la cama más de una vez para evitar hacer algo indebido.

Candy aprovecho esos días para escribir algunas cartas, las cuales enviaría llegando a América, le escribió a Annie y a Paty, a Stear y Archie, y también le escribió a su padre adoptivo.

Querido tío abuelo:

Como su hija adoptiva, es mi deber informarle sobre todo lo que acontece en mi vida, es por eso que le escribo ésta pequeña carta para contarle algo muy importante: He abandonado el Colegio San Pablo y he decidido regresar a América, ya que me he dado cuenta de que, aunque me esfuerce, nunca perteneceré a ese lugar.

He de confesar que no emprenderé este viaje sola, durante mis días en el colegio, conocí a un joven maravilloso con el que deseo compartir el resto de mis días. Los dos hemos acordado que nos casaremos cuando yo cumpla la mayoría de edad, mientras tanto, nos enfocaremos en alcanzar nuestros sueños, él ha decidido dedicarse a la actuación, y yo he decidido ser enfermera.

Le pido por favor que no se preocupe por mí, sé que puede parecer una decisión precipitada, pero créame cuando le digo que nunca he estado más segura de nada en mi vida. Aún no sé dónde voy a vivir, pero en cuanto lo sepa, le enviaré otra carta para darle mi nueva dirección.

Una vez más le agradezco por todo lo que ha hecho por mí y comprenderé si decide no seguir teniéndome como hija adoptiva.

Atentamente: Candice.

Candy tenía miedo de la reacción que tendría el tío abuelo, al fin y al cabo él había sido muy bueno con ella, y ella sentía estar traicionando su confianza al irse con Terry. A pesar de sentir una gran felicidad, también tenía miedo de la reacción de la señorita Pony y la hermana María, sabía que muy probablemente la reprenderían por su decisión, pero no quería hacer las cosas a escondidas de ellas.

Faltaba un día para llegar al puerto y Candy no dejaba de pensar en cómo sería su vida de ahora en adelante, sabía muy bien que las cosas no serían fáciles para ninguno de los dos, tendrían que enfrentarse al mundo para poder estar juntos. Además, si Terry lograba entrar a la compañía teatral, probablemente viajaría mucho y si ella entraba a la escuela de enfermería, no podría acompañarlo a sus viajes.

- Mi pequeña pecosa, ¿En qué estás pensando?, desde hace rato que te veo distraída, como si tu mente estuviera en otra parte.

- Pensé que ya habías olvidado esa mala costumbre de cambiarme el nombre - Dijo Candy, fingiendo estar enfadada.

Segundos después, ella se abalanzó sobre él, como si fuera a golpearlo, Terry logró escaparse y Candy cayó al suelo, el aprovechó para hacerle cosquillas, los dos rieron a carcajadas. Esa sería la última noche que pasarían en el barco, a la mañana siguiente estarían enfrentando su destino. Candy no se atrevió a contarle acerca de sus preocupaciones, no quería que él también se preocupara, los días que habían pasado juntos habían sido tan maravillosos, que no quería opacarlos con malos pensamientos.

- Quisiera que éste viaje no terminara nunca - murmuró Candy, después abrazó a Terry con todas sus fuerzas.

- Este es solo el inicio de nuestro viaje – Le respondió él.

Al día siguiente llegaron a América, desembarcaron cerca del mediodía, aún les faltaba hacer un largo recorrido para llegar hasta el hogar de Pony. Ellos tomaron el primer tren que viajaba hacia Chicago, de ahí tomaron un carro que los llevó hasta el pueblo más cercano y luego abordaron un carruaje que los trasladó hasta el orfanato.

Después de más de un día de travesía, por fin llegaron al hogar de Pony, en ese momento todo el paisaje estaba cubierto de nieve, cuando llegaron a la colina, Candy no pudo ocultar la emoción de estar de nuevo en casa, hacía casi un año que no veía su hogar. Ella bajó corriendo la pendiente dejando a Terry atrás, abrió la puerta y corrió hasta la estancia, ahí se encontró con la señorita Pony y la hermana María, quienes estaban sentadas frente a la chimenea.

- ¡He vuelto! - Gritó, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

- ¡Candy!, ¿Qué es lo que haces aquí? Deberías estar estudiando en Londres – Dijo la hermana María, extrañada.

- He venido a hablar con ustedes, he decidido tomar mi propio camino, conocí a alguien mientras estudiaba en Londres y me he enamorado, hemos decidido venir a América para hacer una vida juntos.

- Pero, ¿de qué estás hablando Candy? Solo tienes quince años ¿Quién es esa persona? - Dijo la hermana María, sin poder creer lo que acababa de escuchar.

Se escucharon pasos en el pasillo y de repente alguien entró al cuarto.

- Buenas tardes, mi nombre es Terrence Graham, he venido a pedir la mano de Candy.