Mi regalo del Intercambio navideño 2014 para mi amiga Mikah, del foro "Hasta el Final de la Pradera". Me pediste a Johanna y a Finnick, aquí hay un poquito de ellos, pero habrá más. Como me estaba quedando algo demasiado largo he tenido que dividirlo en capítulos. Espero, de verdad espero, que te guste.


Capítulo primero: Va a arder tu madre.


Corre. Corre como alma que lleva al diablo bajo la tupida capa de árboles del bosque que rodea su distrito. Se trata de un camino lleno de obstáculos, pero ella nunca tropieza, nunca cae, conoce cada rama muerta tendida en el suelo, cada piedra cubierta de musgo que puede estorbar en mitad del camino; llena sus pulmones con el frío aire de su bosque y se deja volar, mientras pequeñas ramas de arbustos jóvenes se le enredan en el pelo y le arañan la piel y el viento le murmura palabras de aliento en los oídos, pidiéndola que no frene.

Ya tiene los brazos y la cara hechos un cristo. El equipo de preparación del Capitolio va a caerse de espaldas cuando vea el estropicio, piensa al alcanzar su destino: el tronco hueco de un roble muerto. La madera está podrida y huele a humedad y a musgo. Se encaja allí dentro. El espacio es pequeño y perfecto para sus reducidas dimensiones. Ahora que ha dejado de montar estruendo, de romper ramas jóvenes con sus zancadas, puedes escucharlos a ellos. Serán unos veinte. Garret está dividiendo la cuadrilla para abarcar un perímetro más amplio, dando órdenes con esa voz cazallera que posee el jefe de sus agentes de paz, a la vez que suelta todo tipo de culebras por la boca. Garret es un malnacido. Escoria del Capitolio. Un perdedor. Pero a pesar de eso, a Johanna le cae bien. Conoce al jefe de los agentes de paz del distrito desde que era niña y sabe perfectamente que no se trata más que de un pobre diablo que acabó en el Siete debido a las deudas, no a que tuviera algún tipo vocación. Se gastó la fortuna familiar entre whiskie y carajillo, el muy canalla, y no le quedó otra que unirse a las fuerzas especiales del Capitolio. Si se quedaba en la capital, sus acreedores se habrían tomado la justicia por la mano y habría acabado vomitando sangre a causa de algún veneno en un antro de la capital, en lugar de persiguiendo a Johanna en el Siete. La segunda opción debió de parecerle más segura y entretenida.

Por supuesto, acaban por encontrarla. Si hubiera querido que no lo hicieran, habría seguido corriendo, se habría alejado hasta una zona lo bastante frondosa como para que fuera imposible dar con ella. El borracho de Garret habría tardado días, tal vez hubieran enviado tropas adicionales de la capital, y los nuevos no harían la vista gorda. La someterían a juicio, la cortarían la lengua o algo peor. Johanna no quiere perder la lengua, por el momento, es un apéndice al que tiene en gran estima.

—Mason, ¿Por qué siempre tienes que liarla? ¿Te gusta joderme? —dice el jefe de los agentes de paz mientras la arrastra hacia la alambrada. Lo gruñe tan cerca de su oído que Johanna nota la calidez que da al aliento el licor rancio y siente la humedad de los escupitajos que suelta Garret cada vez que abre la boca. Johanna lo mira por el rabillo del ojo y le propina un cabezazo con todas sus fuerzas, en un intento de no tenerlo tan cerca; pero él ha atrapado sus manos en su espalda, avanza con ella pegada a su cuerpo y la verdad es que ni se inmuta, aunque, murmura—: Serás bestia… Y mira como te has puesto ese bonito vestido, Mason. Lumia va a perder la compostura cuando te vea.

Una vez que han atravesado la alambrada, Garret la suelta.

—Pues Lumia tendrá que recuperar la compostura y verlo por el lado bueno —dice Johanna, quitándose trocitos de corteza de árbol del pelo—, así no tendrá que molerse el cerebro pensando en la forma de disfrazarme de árbol esta vez.

—No seas agorera, Mason —replica el agente de paz—. Puede que la suerte este a tu favor esta tarde y salga la vieja Mirren. Hay dos jodidos papeles en esa urna.

—No me hago ilusiones —contesta la chica.


La ceremonia no tiene mucho trámite. Hay cuatro Vencedores en el Distrito 7, salen los dos más jóvenes. Johanna no va a admitirlo, pero prefiere ser ella a que obliguen a pasar a Mirren por aquello. Mirren camina con bastón desde la cojera que le dejaron sus Juegos, y lleva puesto un marcapasos también desde entonces. Arritmia emocional, lo llaman ellos, joderte la vida, prefiere llamarlo Johanna. Su compañero tributo será Blight. Le gusta, es poco hablador. Siempre le ha agradado la gente que suelta sólo las palabras justas.

Sentada en un sofá tapizado con terciopelo verde, Johanna observa orgullosa las imágenes de su Cosecha. Iba hecha un asco, con todo el vestido rasgado y lleno de ramitas, el pelo hecho un desastre, y el rímel corrido. A los zapatos les faltaba un tacón. Nunca se ha visto tan bien en una imagen suya emitida por la tele del Capitolio. Estaba meditando proponerle a su estilista un look similar para el desfile, cuando emiten la cosecha del Distrito 4. Este año la edición del Capitolio es un caos, emiten las ceremonias sin ningún orden ni concierto, y por alguna razón, la del Cuatro aparece justo después de la suya.

Incorpora la espalda de su asiento en cuanto aparece Finnick. El cabrón de Finnick Odair siempre está guapo, da igual la mierda con la que lo hayan vestido. Podría ponerse ropa interior femenina y resultaría igual de atractivo. Sin embargo, el chico no puede hacer nada para evitar la cara que se le queda cuando Annie Cresta, vencedora de la edición número setenta de los Juegos y la chica por la que bebe los vientos en realidad el niño mimado del Capitolio, se presenta voluntaria para sustituir a Mags.

Eso no es lo que tenían pactado. Por lo que sabe Johanna, quien suele hablar con Finnick Odair bastante a menudo, el desenlace de la cosecha en el Distrito 4 debía de haber ocurrido a la inversa: la elegida debería de haber sido la joven e inestable Annie Cresta. Mientras que Mags, valiente y octogenaria mentora de Finnick, prácticamente su madre, se habría presentado voluntaria para sustituirla y de esa forma garantizar la seguridad de Annie, y la cordura de Finnick ya de paso. Finnick no hará lo que tiene que hacer si Annie está en la Arena. Finnick sólo será capaz de pensar en proteger el pellejo de su novia secreta, y olvidará todos los planes que tan cuidadosamente han elaborado.

Cabreada con Annie, con Finnick y con el mundo en general, Johanna Mason se marcha a su camarote sin terminar de ver el resto de las cosechas. Nadie hace nada por detenerla. Qué se atrevan…


A Johanna tienen que sujetarla dos avox mientras Lumia, su estilista, acaba de colocarle el tocado elaborado con ramas de acacia sobre la cabeza.

—¿Quieres que esta vez me rompa el cuello durante el desfile? ¿Eso es lo que estás tramando, maldito adefesio? —Grita la chica a la operada mujer, quien en los últimos meses ha pasado varias veces por quirófano para hacerse algunas mejoras estéticas. Lo último de lo último en el Capitolio son las escamas, y ella, esclava de la moda, se ha implantado unas, bonitas y plateadas, sobre sienes y pómulos, además de en la parte posterior de las manos. El terrible conjunto lo completan unas pupilas verticales de reptil sobre iris ambarinos, que a Johanna le recuerdan a los ojos de serpiente del presidente Snow.

Lumia la mira dolida.

—Hacemos todo esto para que causes la mejor impresión posible, querida. He pasado meses diseñando tu vestuario. Hemos contratado a los mejores laboratorios para que creasen esa corteza de árbol sintética e inífuga que lleva el peto. Cuando ardas, dejarás pasmados a todos.

Johanna da media vuelta con brusquedad, haciendo que vuelen por los aires cuantas ramas formaban parte del tocado.

—¿Arder? —pregunta furiosa—. Va a arder tu madre, a mí no te me acerques con un mechero.

—Pero el fuego es lo que mejor ha funcionado en los últimos desfiles. Recuerda a los tributos del Doce el año pasado —replica Lumia. La mujer parece afectada por el comentario sobre su madre, las manos le tiemblan y está haciéndose un lio con el tocado de plantas.

Finalmente Johanna no arde, pero transige con el tema de las ramas sobre su cabeza.


La sala en la que se reúnen los tributos antes de que dé comienzo el desfile es la misma de siempre, aunque el centro de entrenamiento haya cambiado. Tanto Lumia como su mentor, le piden que sonría al público, a lo que ella responde metiéndose un chicle en la boca y mirando con indiferencia hacia ellos una vez que tiene bien estudiado el lugar. Ya están todos allí. Todavía no ha tenido tiempo de saludar a nadie, de hablar con nadie, por eso se le curva la boca con una sonrisa cuando ve aparecer a Finnick Odair a su lado, acompañado por su inseparable Annie.

—Veo que contigo tampoco se han exprimido la sesera este año —le dice a Finnick, quien vuelve a lucir espectacular, como siempre, con una malla de red envuelta a la cadera, dejando más bien poco para la imaginación—. No sé si me gustas más de cintura hacia arriba o de cintura hacia abajo.

—Se mira pero no se toca —replica Odair, poniendo esa sonrisa suya que acarrea suspiros y desmayos a partes iguales entre la población del Capitolio.

Johanna aparta los ojos del cuerpazo de Odiar por un segundo para contemplar a su acompañante, Annie Cresta, temblando como una hoja, para variar. Al menos ella va algo más tapada.

—Tú también estás muy guapa —dice a la chica—. No te preocupes, esto pasa en un suspiro. Alégrate de tener a Finnick contigo, agárrate a él y no te sueltes.

Finnick intenta disimular su tristeza y consternación, pero esos ojazos verdes y preocupados suyos le delatan, por mucho que hayan intentado desviar la atención colocándole encima una simple red de pesca, y nada más. Johanna se aproxima a su compañero tributo, lo suficiente para rozarle la oreja con la boca.

—No era así como debían de ir las cosas, ¿verdad? —susurra—. Finnick vocaliza un no por toda respuesta. Johanna no logra escucharlo, ni siquiera lo ve, pero todo el cuerpo del chico, rígido como un alambre, puños apretados, músculos tensos, dice no.

La tristeza y la ira de Finnick, la angustia de Annie, han resultado ser contagiosos, y Johanna, con tocado, aunque sin fuego, tiembla igual que una rama agitada por el viento durante todo su trayecto en carro. Intenta disimular el miedo sujetándose a la barandilla delantera, manteniendo la cabeza alta, mirando hacia el frente sin mirar a Snow, cuando éste se materializa en el balcón de su mastodóntico y reluciente palacio de piedra blanca para soltar el discurso inaugural del Vasallaje. La voz del presidente la llena de odio y eso hace que se sienta más fuerte y más decidida. Si no estuviera rodeada por una columna de agentes de paz, formando un semicírculo entorno a los carros de los tributos, escalaría al balcón, estrangularía al malnacido de su presidente y luego lo arrojaría al vacío, con la esperanza de que continuase con vida a la hora de recibir el golpe contra la piedra.

Mientras finge que escucha, observa a sus camaradas tributos, sus nuevas indumentarias. Suelta una risotada al comprobar que a los del Doce sí que han vuelto a prenderlos, escupen llamas, en concreto ella, Katniss, suelta llamas por todo su ser. El muchacho ni incendiado deja de parecer el príncipe Valium. Es sorprendente que alguien que parece tan pusilánime les guste tanto a los ciudadanos del Capitolio.

—Lo ves, Mason —increpa Blight—, deberíamos de haber dejado que nos pusiesen el fuego. Ellos han vuelto a causar sensación con el modelito.

—Somos del Distrito 7 —replica Johanna —, y allí, querido amigo, no nos gusta jugar con fuego. El fuego quema. Reduce a cenizas nuestros bosques. Parece que no lo supieras. La madera prende igual que una cerilla. Fuego malo.

Blight suspira. No va a convencer a Mason de nada, y además, ya es tarde para eso.


Johanna disfruta entrenando. Bueno, no es que disfrute exactamente, pero le gusta lanzar las hachas que, obviamente, han colocado allí por y para ella. Las hay de todo tipo y materiales: más grandes y también más pequeñas, tanto que cabrían en un bolsillo; desplegables, con el mango elástico y el filo tan cortante que rebanarían un dedo con sólo rozarlo. En su distrito, lanzar hachas era el entretenimiento por antonomasia. Lo hacían por diversión, igual que en otras partes hacen campeonatos de dardos, aunque también debido a que no tenían mucho más con lo que divertirse. En resumidas cuentas: Johanna es una máquina con un hacha en la mano, absolutamente letal, y se siente orgullosa de serlo y exhibirlo en público. Everdeen y ella compiten por ver quien acierta más veces en la diana. La Chica en Llamas usa un fabuloso arco que han debido de fabricar especialmente para ella. Y es bastante buena, además de que la superficie de una flecha es menor que la de un hacha, pero no está acostumbrada a disparar por mera diversión. Johanna sí, y cuando disfrutas lo que haces, ganas más fácilmente.

—Podrías enseñarme a usar uno de esos —propone Johanna, tanteando el terreno.

El plan es tener a la desamparada amate del Distrito 12 en su mismo equipo cuando entren a la Arena. La chiquilla, por supuesto, desconoce por completo todo lo que se trama a sus espaldas. No es que sea tonta, parece espabilada cuando lo tiene que ser. Sin embargo, Johanna votó en contra de comunicarle los planes cuando surgió la posibilidad de hacerlo. Everdeen es demasiado irreflexiva e impetuosa. Es posible que se negase sólo por llevar la contraria a los demás. Por no mencionar que tiene el ego demasiado subido. Cree que el Vasallaje sólo va con ella, que el presidente Snow está tan obsesionado con su persona como para organizar todo este circo en torno a ella y su desventurado amor. Las cosas, desde luego, no son así de sencillas.

—Ni de coña, Mason. Vamos a ser rivales en el estadio. Tendremos que matarnos, en eso consiste el Juego, ¿lo recuerdas? —replica Everdeen enfurruñada.

Johanna lanza una de las hachas que lleva enganchada al cinturón al aire del gimnasio, haciéndolo girar sobre sí mismo para luego recogerlo con maestría.

—Tú te lo pierdes, Chica en Llamas.

Reconoce que disfruta haciéndola enfadar. En el fondo le cae bien, odia a todo el mundo, excepto al santurrón de su distrito que viene con ella. Le recuerda a sí misma. Ella también odia a todo el mundo, o a casi todo el mundo, excepto a Finnick Odair. Tolera a Annie, aunque le ponga de los nervios, sólo porque Finnick la ama. Aunque sabe que una vez en la Arena, Cresta no será de ayuda, como habría sido Mags, más bien será un pesado lastre, acaparando la atención de su amado. Un peso muerto con el que tener que cargar. Igual que Mellark. Ninguno de los dos será capaz de colaborar de forma activa con la causa.


Ha sido una escena patética, la de todos los vencedores cogidos de las manos. Ella les ha imitado para no desentonar, no porque se creyera semejante payasada hecha de cara a la galería. El Capitolio los quiere muertos a todos, ¿para qué andar montando escenitas lacrimógenas? No es así como tienen que golpearle, poniendo la otra mejilla e intentado dar lástima. No tienen por qué fingir más.

Annie llora sobre el hombro de Finnick. Esa chica parece un grifo, va a morirse deshidratada en cuanto entre en la Arena, aunque el resto parece haber creado una extraña empatía en torno a ella, sobre todo Everdeen, la amante de las causas perdidas, y su macho beta, el santurrón de Mellark. Quienes por cierto, resulta que están embarazados. Todo mentira, seguramente.

Johanna abandona la escena en cuanto puede y se dispone a marcharse a su cuarto de la séptima planta. Hay una cena de gala, la última cena, organizada por el Capitolio para los tributos vencedores. Ella pasa de asistir, recurrirá a un agudo dolor de cabeza si alguien pregunta. Además, la libertad no la regalan, hay que ganársela, y desde luego la revolución no va a llevarse a cabo asistiendo a cenas de gala. El Capitolio estará espiando a sus invitados, y de todas maneras no hay mucho más de lo que hablar. Ya está todo planeado. Si no funciona, a la mierda todo el mundo. Al menos no tendrá que estar allí para verlo.

Haymitch, ilustrísimo mentor de los ahora preñados amantes, la intercepta de camino al ascensor.

—¿Tú también te marchas? —pregunta sujetándola de un brazo.

Siempre ha tenido una buena relación con Haymitch Abernathy. Podría decirse que es el segundo sujeto vinculad a los Juegos que le cae bien. No tiene el cuerpazo de Odair, pero es un borrachuzo amargado, y ese tipo de cosas siempre generan empatía en ella.

—Una lástima, ¿verdad? —Replica Johanna—. Éramos la alegría de la fiesta. Sin embargo tus tributos se han quedado.

Haymitch la recorre con la mirada con una media sonrisa en la boca. Apesta a licor, siempre lo hace, aunque Johanna ni por asomo se traga su borrachera. Demasiadas batallas corridas junto al alcohol como para que le afecten cinco o seis copas

—Están mejor adiestrados que tú, preciosa —afirma el mentor de los tributos del Doce mientas se abren las puertas—. Las damas primero.

—Mejor adiestrados… —repite ella a la vez que pulsa el botón de séptimo piso—, ¿pero enamorados?

—No se puede juzgar mirando desde fuera —dice Haymitch.

—¿Embarazados, por lo menos? —pregunta Johanna.

—Eso fue idea de Peeta. Igual que la boda.

—No se le puede negar la creatividad al muchacho —comenta la chica.

—Al contrario que a tu estilista —replica Haymitch, acercándose a ella peligrosamente y desenredándole del peinado una de las vayas blancas que Lumia le había colocado allí para la ocasión. Está hasta el moño (nunca mejor dicho), de que le pongan elementos vegetales en la cabeza.

— Venga Johanna. El amor es algo hermoso. Deberías darle una oportunidad al amor. No es que te sobre el tiempo —añade Haymitch con retintín.

Johanna se ríe con el comentario. Si el borracho de Haymitch supiera… Se aparta del tipo con cierta brusquedad. Han llegado a su planta.

—Que sepas que no estoy dispuesta a privarme de los sencillos placeres de la vida. Pero el amor… —dice frunciendo el ceño y poniendo una mueca de asco justo antes de salir—, eso, es todo vuestro. Yo paso.

Haymitch finge consternación durante un momento para luego romper a reír. Johanna también ríe. Ya han jugado antes a ese juego. El hombre tiene un humor negro que siempre le ha parecido contagioso. En el fondo le cae bien. Puede que en el fondo le caiga bien más gente de la que piensa. Demasiada para su gusto.

—Me encantaría volver a verte, fiera —escucha decir al mentor antes de perderlo de vista. Puede que para siempre.


Como era de esperar, Johanna no pasa lo que se dice una buena noche. Un sudor frío le recorre la piel. Duerme. Lo sabe porque sueña, y sueña con fuego, con formas mutantes sólo factibles en la irrealidad dorada de la somnolencia (o en una arena del Capitolio); ve miembros arrancados a sus compañeros muertos y ve a Finnick morir. Lo ve morir de muchas maneras distintas: ahogado, enredado en su propia red, una flecha, un rayo, una ballesta, un tributo enemigo…

Se despierta intentando introducir algo de aliento en los pulmones. Sobresaltada. Muerta de miedo. Se despierta una, dos, diez veces a lo largo de la noche, agarrando las sábanas como si éstas fueran un chaleco salvavidas.

Nunca. Jamás, se ha permitido pensar en sus sentimientos hacía otro alguien desde lo que le ocurrió a su familia. Mejor no crear lazos, para que luego vengan y los rompan de forma enrevesada y brutal. Porque eso es lo que hace el Capitolio. No se conforma con un bang, tiro en la nuca. El Capitolio lo retuerce todo hasta que el dolor es insoportable y la cordura es imposible y lo único posible es dejarte caer, porque ya no te quedan fuerzas para nada más. Mejor no sentir. O por lo menos sentir lo menos posible.

Y sus sentimientos ya son imposibles de por sí, así que lo único razonable es no andar recreándose en ellos. Luego el subconsciente va por libre, pero tampoco es que pueda hacer nada para librarse de él, aparte de no dormir. De todas maneras, mañana va a entrar en la Arena sí o sí. Y va a hacer lo que ha prometido hacer: intentar mantener viva a Everdeen hasta el momento adecuado (y a su querido, ya que van en pack). En el tiempo que le quede libre tratará de continuar entera y tratará de que Finnick no se distraiga demasiado con su dulce Annie para que él siga de una pieza también.


a/n: si gustáis, podéis dejarme un review. El fic tendrá cuatro o cinco capítulos y va a desarrollarse durante la Arena del Vasallaje, aunque con muchas y significativas diferencias respecto a los libros. Felices Fiestas!