Hola gente! :)

Aquí vengo con el que será mi tercer fic extenso. El segundo podéis encontrarlo aquí publicado, el primero lamentablemente lo perdí T.T

Primero de todo, quiero advertir que ando bastante ocupada y que no podré actualizar tanto como me gustaría. Es final de curso, exámenes, neuronas agotadas. Hace años que no me embarco en un proyecto semejante, he perdido la costumbre y necesito mi tiempo para poder hacer las cosas correctamente, no quiero escribir por escribir, me gustaría hacer algo digno. Por ello os pido una cosa: paciencia. No me presionéis, intentaré ser lo más constante posible :)

Segundo, sé que Bellatrix perteneció a una generación anterior a la de los Marauders, pero la idea de hacerla coincidir en Hogwarts con su "adorado" primo Sirius es demasiado tentadora.

Disclaimer: Todos los personajes, al igual que hechizos y lugares, pertenecen a la escritora JK Rowling. Este fic lo escribo por puro entretenimiento, mío y de mis lectores, sin ningún ánimo de lucro :)

Y ahora sí, creo que ya está todo dicho. No olvidéis dejar reviews, por favor! Un fic con reviews es un fic feliz!! xD

Cáp. 1: Despedidas y reencuentros en el andén 9 ¾

El eco de la bofetada pareció resonar en cada rincón de la estación King's Cross, logrando que varias personas pararan en seco su caminata y se girasen a ver a las dos mujeres. La madre enfurecida, la hija humillada. La joven, una vez que se hubo recuperado del impacto, tanto físico como emocional, miró con furia contenida a su madre mientras un rápido destello de odio iluminaba sus ojos.

-No te atrevas a contradecirme de nuevo, jovencita.-dijo finalmente, tras un tenso silencio, la altiva Druella Black.-No te he educado durante 17 años para que te comportes de forma tan degradante.

-Deja a un lado el papel de víctima, madre, no te queda.

Si cualquier otra persona se hubiese atrevido a contestar de aquella manera a Druella, hubiese recibido una segunda bofetada, o incluso una maldición imperdonable. Pero Bellatrix Black, la hija predilecta del matrimonio, era alguien especial. Una joven que había heredado la belleza aristocrática y casi insultante de su madre y la sorprendente habilidad para la magia negra de su padre, Cygnus. Sus padres sabían de sobra que, a pesar de su actitud desafiante, llegaría muy alto en el mundo de la magia, gracias precisamente a dicha actitud. Sólo los fuertes sobreviven, le habían repetido más de una vez. Y Bellatrix había aprendido la lección a la perfección.

-Durante todo el verano te he dicho que no, y sabes que no voy a cambiar de opinión precisamente ahora. Esperarás a terminar tus estudios.-continuó Druella haciendo caso omiso del comentario de su hija.

-Estoy más capacitada que cualquier otro de entre toda esa panda de imbéciles. Ninguno sirve para nada.-contestó ella con un tono altivo muy parecido al de su madre.

-No me obligues a golpearte de nuevo, Bellatrix.-amenazó Druella con el entrecejo fruncido, señal de que estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba.

-Hazlo.-la desafió su hija esbozando una irónica sonrisa.

Bellatrix Black podía llegar a ser una muchacha impertinente, obstinada, poco paciente, con bruscos cambios de humor y nada respetuosa. Sólo su enorme potencial la salvaba de la ira de sus padres, ya que sabían que algún día, todo aquello explotaría en su propio beneficio. Fue por ello que Druella decidió poner fin a la discusión antes de que las cosas fueran a peor. Dedicó una última mirada a su hija, indicándole con un hostil gesto que subiera al tren antes de que se pusiera en marcha.

Bellatrix obedeció de inmediato, sabía muy bien cuándo era recomendable alejarse de sus padres. Así que, empujando el carrito que contenía sus pertenencias, se apresuró a subir al Expreso que la llevaría hacia su último curso en Hogwarts, sin dedicar ni una sola palabra de despedida a sus progenitores. Su madre se había reunido con su padre, ambos despidiéndose de las dos hijas menores de la familia, la mediana Andrómeda, quien, a ojos de Bellatrix, claramente se veía con un nacido de muggles durante los últimos meses; y la pequeña Narcissa, que llevaba babeando por el arrogante Lucius Malfoy desde que lo había visto por primera vez.

Sólo entonces, cuando se hubo alejado lo suficiente de su familia, la joven de oscuros y ondulados cabellos se permitió eliminar la mueca de superioridad con la que había afrontado las réplicas de su madre y se abandonó al enfado. Durante todo el maldito verano había tratado de ingresar en las filas de los mortífagos para servir al Señor Oscuro, pero sus padres no se lo habían permitido a pesar de que ya había alcanzado la mayoría de edad. Lo único que recibía eran constantes negativas, diciendo que aún no estaba lo suficientemente preparada para semejante acto, y castigos a golpe de varita por su rebeldía, de aquellos que tanto le gustaban a sus padres, en especial a su madre, quien pensaba que semejante comportamiento no era propio de una jovencita de su clase. Toda aquella situación la llenaba de ira e impotencia, pero sabía que no podría hacer nada por evitarlo. No le quedaba más remedio que esperar lo más pacientemente posible a que sus padres o el mismísimo Señor Tenebroso se dieran cuenta de cuánto valía en realidad. O eso, o esperar todo un año para finalizar su formación como bruja. Se dijo a sí misma que no podría esperar tanto tiempo, y que aquel año se esforzaría más que de costumbre para poder superar a todos los de su curso y demostrar que no era una muchacha cualquiera. Ella era Bellatrix Black, y se aseguraría de que su nombre pasara a la historia.

Finalmente encontró un compartimento libre, al fondo de uno de los vagones. Ni siquiera se había dado cuenta de que había llegado hasta allí, tan sumida como estaba en sus pensamientos. Quería, como de costumbre, realizar aquel viaje en solitario, y aquel año con más razón que cualquier otro. Era el último viaje de ida que realizaría a Hogwarts, y quería aprovecharlo y disfrutarlo consigo misma, un viaje íntimo, como si estuviera preparándose para la despedida de un viejo amigo de la infancia. Porque, al fin y al cabo, Hogwarts era lo más similar a un amigo que Bellatrix había tenido nunca, el único lugar donde se sentía bien, se sentía fuerte, poderosa, especial, tranquila, útil. Como un verdadero hogar.

Estaba colocando sus cosas en el portaequipajes cuando sintió un par de fuertes manos que la rodeaban por la cintura, atrayéndola hacia un cuerpo masculino. Bellatrix reconoció de inmediato la firmeza de esas dos manos grandes, el torso contra el que había chocado su espalda y, segundos más tarde, los labios que rozaban su cuello.

-Te he extrañado.-dijo el chico, susurrando, eliminando las inexistentes dudas de la morena acerca de su identidad. Reconocería esa voz en cualquier parte.

-Déjame, Rodolphus, no estoy de humor.-se quejó Bellatrix, sin apenas tener fuerzas, o ganas, de molestarse en retirar al chico.

-¿Ey, nena, qué pasa?-preguntó él, soltándola para poder sentarse, indicándole con un gesto que se sentara a su lado. Bellatrix se quedó un rato de pie, aún de espaldas. Segundos silenciosos que fueron pacientemente respetados por Rodolphus. Finalmente ella se giró para mirarlo a los ojos, apreciando los leves cambios que había experimentado a lo largo de los meses de verano en los que no se habían visto. Rodolphus había dado aquel último estirón tan propio de los muchachos de su edad, llevaba el pelo ligeramente más largo que la última vez que lo había visto, de aquel peculiar color castaño rojizo, se había dejado crecer una suave barba que remarcaba sus fuertes facciones y los ojos claros la miraban con preocupación. Por la mente de Bellatrix volvieron a pasar las constantes dudas acerca de lo que sentía hacia aquel muchacho y, nuevamente, llegó a la conclusión de que nunca llegaría a entender sus propios sentimientos. Simplemente porque nunca le habían enseñado cómo hacerlo. Según sus padres, los sentimientos eran algo que debilitaban a las personas, volviéndolas dependientes y manipulables. Por ello debía evitarlos, esconderlos, ignorarlos. Suspiró resignada y se sentó, cabizbaja.

-Lo de siempre, Rod. Mis padres siguen creyendo que soy una niña inútil.

El chico, como queriendo vencer una timidez que lo había invadido de repente, posó una mano sobre las de Bellatrix, recogidas en su regazo.

-No hace falta que tus padres te digan lo maravillosa que eres. Ya lo sabes por ti misma.

Si Bellatrix hubiese sido una chica corriente, se habría ruborizado.

-Estoy harta. Completamente harta de todo. Piensan que no valgo nada, simplemente porque aún no he acabado los estudios. Lo que realmente pasa es que tienen miedo de equivocarse, miedo de entregarme al Señor Tenebroso y que les falle, que les deje en ridículo. Pero saben de sobra que estoy capacitada para ocupar el puesto.

Sin apenas darse cuenta, su cuerpo se había ido tensando de pura rabia. Rodolphus conocía a la perfección los ataques de ira de Bellatrix, y sabía que poca cosa podía hacerse por evitarlos. Más bien nada. Tan sólo quedarse en silencio, escuchando y, si ella lo permitía, abrazarla con fuerza hasta que se calmara. Y aquella parecía una de esas ocasiones en las que ella permitiría un acercamiento por su parte. Se acercó ligeramente al cuerpo de la joven, que temblaba a causa del enojo. Pasó el brazo que tenía libre sobre sus hombros, atrayéndola hacia su cuerpo, gesto que ella aprovechó para refugiarse entre sus brazos. Rodolphus entrelazó sus dedos en las oscuras ondulaciones del cabello de Bellatrix, besándola en la frente.

-No le des mayor importancia.-comenzó el chico al cabo de unos minutos de silencio.-Ten paciencia, sabes que como mucho será un año más lo que tendrás que esperar. Después podrás demostrarles a todos lo que vales. Además, si me esperas, comenzaremos la iniciación juntos, ¿qué me dices, Bella?

En ese momento, la puerta del compartimento se abrió con brusquedad, dando paso a una risotada y una mata de sedoso cabello negro. La intimidad del momento había quedado reducida a escombros.

-¿Tan mal se te dan las mujeres, Lestrange? Mi querida prima tiene mayor cara de amargada que de costumbre.