Aburrido. Estaba demasiado aburrido, no había nada interesante con lo que entretener su aguda y caprichosa mente. Lo único que podía hacer era sentarse en el sofá a ver telebasura, pero había llegado al punto en que, aunque sus ojos estuviesen fijos en el televisor, su cabeza viajaba lejos de allí, hacia algún lugar que le mostrase una forma de la que divertirse.

Lestrade no había llamado en semanas y los clientes que llegaban atraídos por el dichoso blog de John no le traían nada interesante, así que esas dos opciones quedaban descartadas. ¿Experimentos? Tenía varios en proceso, uno relacionado con hormigas, otro con uñas humanas y el último con un par de zapatos que había tomado prestados del armario de John. Así que los experimentos también estaban descartados, necesitaba algo diferente, algo nuevo, que no tuviese que ver con asesinos mas tontos de lo que se creen y reacciones químicas imaginables. Algo más humano, quizás… Nunca había sido demasiado dado a las ciencias sociales, especialmente porque no era lo que se dice sociable, precisamente. Le costaba soportar al resto de personas del mundo, por eso quizás era una buena opción elegir algo que quizás pudiese serle útil más tarde y que aún era nuevo para él. Obvio que era un experto en conocer a la gente a través de su apariencia, a eso se dedicaba, a observar, pero no era lo mismo que conocerles por dentro. Y no literalmente dentro. Bueno, puede que si…

El asunto es que muchas veces había pecado de insensible al no saber hasta que punto aguantaba la gente ciertos asuntos, ciertas eventualidades. Por eso quería aprender cuáles eran las líneas que dividían las fronteras de la mente de la gente: cuando empezaban a enfadarse, a emocionarse, a enamorarse, a odiar, a desear… Ahí estaba el verdadero experimento.

Al fin lo había decidido, ahora le faltaba el conejillo de indias; ¿quién podría ser? ¿Molly? ¿Lestrade? ¿La señora Hudson…?

En ese momento alguien entró al apartamento. No necesitó mirar para saber que era John, volviendo del supermercado en el que habría comprado cosas tan inútiles como comida o algo así. Tampoco tuvo tiempo de decir nada porque, nada más llegar al fregadero, empezó a gritar. De nuevo se había enfadado. ¿Es que no sabía no enfadarse? Era irritante.

-¡SHERLOCK! ¡Sherlock por amor de Dios! ¿Qué le has hecho a mis zapatos?

Podría simplemente ignorarle, sabía que no tardaría mucho en resignarse, dejar de buscarle sentido e irse a comprarse unos zapatos nuevos. Pero esta vez hubo algo que se lo impidió: John sujetó los zapatos justo sobre su cabeza, impidiendo que su conversación a base de miradas con el techo continuase. Sherlock suspiró y desvió los ojos a su compañero de piso un instante antes de que un pedazo de la gelatina en la que los zapatos habían estado hundidos cayese sobre su mejilla. Una ligera sonrisa imposible de reprimir apareció en el rostro de John Watson, pero al instante siguiente volvió a su actitud seria y cabreada. Al parecer no le iba a dejar ir esa vez.

Sacó un pañuelo del bolsillo interior de su chaqueta mientras se erguía para sentarse en el sofá y John dejaba los destrozados zapatos en un plato sucio que había encima de la mesa. Ahora que se daba cuenta el piso estaba hecho un verdadero desastre. Bueno, eso es lo que diría John, desde su punto de vista simplemente estaban a la vista las cosas que podían serle necesarias.

-¿Sherlock quieres explicarme por qué mis zapatos nuevos estaban hundidos en un mar de gelatina de fresa?

- Se trata de un experimento -contestó el detective, limpiandose el rostro-.

- Un experimento… -murmuró, pasandose la mano por el cabello- ¿Qué experimento?

- Aunque te lo dijese no lo entenderías.

Y dicho esto se levantó, cogió los zapatos por los cordones con el pañuelo para no mancharse y los llevó hasta la cocina, donde los dejó caer en el fregadero y de nuevo dentro de un mar de gelatina. Hecho esto, se giró y vio a John, que permanecía en el salón, pero esta vez estaba recogiendo furiosamente todo lo que Sherlock había dejado tirado por ahí, suspirando exasperado y murmurando para si mismo como método de desahogo. Sonrió. Había encontrado al conejillo de indias perfecto.

Bien. Ya tenía el sujeto, ahora quedaba decidir de qué manera empezaría a estudiar sus reacciones, sus límites. Estaba sentado con las piernas cruzadas en el sofá y el portátil en equilibrio sobre estas, de momento solo había abierto un archivo de notas, pues no tenía claro aún qué sensación probar. ¿Quizás la desesperación? Si, no estaría de más saber cual era el límite de la paciencia de John, saber en qué punto perdía los estribos. Así que lo escribió: Desesperación. ¿Qué formas podría probar de desesperarle? El zapato de esa mañana había sido suficiente, por lo que era digno de mención. Dicho y hecho, tecleó el zapato y la gelatina. En cambio ya no se molestaba por el desorden en el apartamento, lo que quería decir que el límite estaba entre esos dos datos. Podría jugar todo lo que quisiese en ese límite, genial.

Empezaría con algo suave, algo que tuviese que ver con el desorden. Sabía que le crispaba pero que era soportable, así que iría elevando el nivel de suciedad del 221B de Baker Street hasta que John explotase. Sherlock sonrió satisfecho, aquello iba a ser divertido.

Dejó el portátil a un lado y se levantó de un salto, emocionado por la expectativa de un nuevo juego para su mente. Era algo sencillo pero valdría por el momento, en cuanto encontrase un caso se olvidaría de el reto que se había autoimpuesto, seguro.

Observó la sala de estar recién ordenada, tenía vía libre mientras John se duchaba así que podía hacer lo que quisiera y después observar desde lejos. Si, ya había tomado en consideración el hecho de que si Sherlock andaba por ahí la tomaría con él, así que no era válido, ahora lo que le interesaba era saber cómo reaccionaría a solas, qué diría si pensaba que nadie le veía.

Caminó con paso ligero hacia la cocina, pasó de largo el fregadero donde los zapatos seguían bañándose en un mar rojo y fue hasta la nevera. Ahora que estaba llena le era difícil encontrar sus cosas. Dios, ¿es que John no sabía controlarse respecto a la comida? Era increíble que no estuviera gordo y fofo comiendo todos los días. En fin, dejando la excesiva alimentación de John Watson con tres comidas al día como mínimo, Sherlock rebuscó en el frigorífico hasta que dio con lo que necesitaba. De nuevo las comisuras de sus labios se crisparon en una endiablada sonrisa y llevó la bolsa de plástico hasta el salón. ¿Qué tal le sentaría a su compañero de piso la sorpresita?

Sherlock se sentó en el tramo de escaleras que llevaba al segundo piso del apartamento. John ya había salido de la ducha, pero no había ido directamente a la sala, sino que había pasado antes por la cocina. Un pequeño cambio de planes que tampoco afectaba demasiado al objetivo en sí, así que aguardó pacientemente, observando a su compañero de piso desde las sombras. Había cogido una lata de cerveza de la nevera, era obvio ya que iba a comerse un sandwich que había preparado antes de ir a la ducha. Por fin entró a la sala de estar y Sherlock no pudo evitar inclinarse hacia adelante, embargado por la emoción. Estaba a punto, a punto, al borde, sólo unos centímetros y…

-¿Qué coño es esto?

John cogió su sandwich dudoso, mirándolo con una ceja alzada, sin atreverse realmente a levantar la rebanada de pan superior para ver lo que sucedía con su comida. Pero daba igual que dudase, Sherlock sabía que lo haría, le conocía lo suficiente para saber que lo haría. Y así fue, finalmente el médico se aventuró a levantar la rebanada de pan y nada más lo hizo dejó caer toda la comida al suelo.

-¡Joder! ¡Sherlock! ¡SHERLOCK!

-¡Si! -murmuró para si el detective, alzando el puño en señal de victoria pero sin moverse de donde estaba - ¡Si!

John se alejó de su chafado almuerzo, mirándolo asqueado. Dedos. Había dos dedos en su sandwich. Un pulgar y un índice. Joder, eran dedos. Se llevó una mano a la boca, intentando reprimir las arcadas. Era cierto que no había probado un solo bocado, pero la simple idea de haberlo hecho… Aquello podía con él, necesitaba aire fresco, necesitaba salir de allí. Agradeció al cielo que estaba vestido y salió casi corriendo por la puerta, cosa que Sherlock no había previsto, y John terminó chocando con él mientras estaba en pleno baile de la victoria.

Sherlock se tambaleó cuando John le placó, pero pudo mantener el equilibrio y su expresión volvió a la extrema seriedad como intento fallido de disimulo. Si, estaba claro que el intento había sido fallido, ni siquiera hacía falta la mirada que le dedicó John, ya completamente seguro de quién le había arruinado el almuerzo, pero antes de que pudiera abrir la boca, Sherlock bajó de un salto las escaleras y huyó lejos de Baker Street y de las quejas de John. Ya tenía lo que quería, no le hacía falta soportar sus tonterías. ¡No había sido para tanto! Simplemente un par de dedos entre la lechuga y el pan, nada preocupante. Pero John era un exagerado… En fin, debería probar con algo que no fuese comida, al parecer eso le alteraba demasiado. Y mientras caminaba por las calles de Londres, la idea vino a su mente. De nuevo sonrió, aquello estaba resultando la mar de entretenido.

Ya era de noche cuando volvió a casa y se encontró con John sentado en el sofá, obviamente esperándole, con el par de dedos que habían estado en su sandwich puestos en un plato sobre la mesa. Genial, iba a darle una charla. Sherlock suspiró pesadamente y cerró la puerta tras él mientras se desabrochaba lentamente el abrigo y miraba a la pared, evitando a propósito la mirada de su compañero de piso. Ahí estaba el contra de su experimento, las consecuencias. Si había algo con lo que no le gustaba lidiar era con momentos así. Nunca sabía que decir y siempre se tomaba a mal lo que le decían, como si le estuviesen atacando. ¡Pero es que realmente le atacaban! Le culpaban por todo y hacían un mundo de un pequeño grano de arena. ¿Es que no podían comprender que lo hacía con un propósito didáctico? Aunque pensándolo bien, ese argumento no servía en ese caso. Lo hacía para entretenerse, nada más. ¿Sería ese un argumento válido?

- Sherlock, siéntate.

Tras un gruñido como única muestra de rebeldía, Sherlock obedeció y se sentó frente a él, pero concentrado en la pared. No le gustaba eso. Quería irse a la cama y planear el experimento de mañana.

-Mirame.

Esta vez dudó un instante antes de hacerle caso, dejando escapar un pequeño suspiro. Pensó que se encontraría con una mirada asesina y acusadora, pero los ojos de John eran tranquilos, preocupados, pero apacibles. Algo dentro de Sherlock se tranquilizó, aunque ni siquiera se había percatado de que estaba en tensión. De haber sido en otro momento quizás hubiese sonreído ante aquella mirada.

-¿Por qué has metido dedos en mi comida? - antes de que pudiese responder, John alzó la mano para que se detuviese y continuó - No intentes convencerme, no hay nadie más que conozca que guarde dedos en la nevera.

Esta vez si que no pudo evitar sonreír. Tenía razón, verdadera razón. Ser tan increíble debía tener alguna desventaja, ¿no? Se acomodó en el sillón y clavó sus ojos azules en los suyos, ahí iba la verdad enmascarada. Nunca mentiría a John, jamás, pero si que podía suavizar las verdades u ocultarla tras una fina tela. Eso no era traicionar su confianza, ¿verdad?

-Se trataba de un experimento, no tenía planeado que lo comieses. No volverá a ocurrir.

Y dicho esto se levantó y fue a su dormitorio. No iba a darle ninguna oportunidad a John de descubrir su juego. Era cierto que no era un genio igual que él, pero había desarrollado sus capacidades deductivas tras haber pasado tanto tiempo con él y le admiraba por ello. Aunque tampoco hacía falta ser un lince para saber lo que pretendía Sherlock, simplemente había que observar y aprender. Y John no solo iba a observar, sino que iba a participar también.