La relación entre Peter y el islandés no había comenzado con buen pie por desgracia. Sealand se las había pasado muchas noches llorando pensando que realmente no era nadie. Se refugió en Letonia, al cual se les dispararon las llamadas perdidas y un gran un gran aumento de población con sordera en su país.

- ¡Por favor no grites tanto Peter! ¡Qué me estoy quedando sordo! – se quejaba el letón.

- Pero, ¿por qué no quiso ser mi amigo? A mí, ¡SEALAND!

- "Ay…no. Ya empieza a parecerse a Prusia." Peter, todavía eres muy joven y acabas de empezar. Ser un país no se consigue en unas cuántas décadas. Cuando te reconozcan como país entonces podrás establecer relaciones internacionales.- Dijo el rubio tratando de disuadirle.

-¡JO! Es que yo quiero serlo ¡ya! – rechistó.

- "Dievam dāvāt man pacietību…"

Y mientras Raivis se desvivía por tratar de calmarlo y consolarlo al otro lado de la línea llegó una revelación.

- Y te digo que si…

-¡Ya está, le declararé la guerra y le dejaré muy clarito quién soy yo! – Dijo el rubio animado y con decisión.

- ¿¡QUÉ! – el letón se derrumbó de decepción, Sealand había hecho oídos sordos a todo lo que le había dicho. - ¿Acaso no has escuchado lo que te acabo de decir? – Lamentó entre sollozos.

- No te preocupes Letonia. Aunque seas mi aliado no tendrás que formar parte de esto.

Y así, bien fuerte y decidido el rubio menor se dirigió a Inglaterra ya que, aunque no le gustase pisar tierra inglesa, el pobre no disponía nada más que de un aeropuerto de juguete.

Una vez en el aeropuerto de Heathrow, se dispuso a comprar su billete pero algo no andaba bien. Todos los vuelos habían sido cancelados. Fue a buscar a alguna asistente que le pudiese dar explicaciones pero cuando le atendió solo le dijo que se habían cancelado los vuelos por motivos de seguridad.

"¿Seguridad? Seguridad ¿por qué?"

No tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre ello puesto que unas voces familiares resonaron en la otra punta del aeropuerto. La gente se acercó a ver que pasaba y como no, Sealand también.

- ¡Tu pescado apesta! ¡No lo importaría ni para la comida de los gatos! –Clamó el cejudo.

- ¡Pues tu comida apesta infinitamente más, cejón! – Reprochó el albino mientras levantaba con su mano izquierda un pescado a modo advertencia.

-¡Pues a mi no me ha salido un segundo agujero por el culo! ¿Se supone que tengo que tomarme eso como un problema de gases? – Dijo el inglés en tono burlón.

- Eso fue el colmo para Islandia, el cual más rojo que los tomates de España, se puso a darle guantazos a la cara de Arthur con el pescado que llevaba en mano.

- ¡Toma pescado! ¡Toma pescado! –Chillaba un furioso Islandia.

Mientras tanto, el pequeño Sealand que había estado observando la escena, sintió que una flecha le atravesaba su joven corazón. Se había equivocado con el islandés. Alguien que le pega semejantes palizas a Inglaterra no puede ser mala persona. Estaba claro, el sealandés se había enamorado.


Traducción: Dievam dāvāt man pacietību = Dios me dé paciencia