Disclaimer: nada de esto es mío, sino de Suzanne Collins.

La fuente

Lo arrastraban por la mansión. Intentaba oponer resistencia, mas sabía que era en vano. Los hombres eran más y habían sido entrenados para servir a la mayor fuerza de Panem y debían de estar acostumbrados a aquellas pequeñas rebeliones.

Lo dejaron solo, encerrándolo en aquella habitación grande y vaciía. Trató de abrir la puerta, pero se encontraba completamente asegurada. Buscó ventanas, no había. Giró sobre sus talones, desesperado.

No había nada, excepto una gran y elegante fuente en una especie de pedestal. Se acercó, parecía que lo invitaban a ello. Atisbó su interior: dentro habían pequeñas frutas que reconoció al instante; al fin y al cabo, él mismo las había hecho cultivar. Jaulas de Noche. Aquellas malditas bayas que habían llevado por primera vez sus Juegos del Hambre a la ruina.

Ellas eran las causantes.

Y lo supo, sin anestesias ni advertencias. Se estaban burlando de él de una forma cruel y astuta, lo estaban castigando por el crimen de dejar en evidencia a los señores de Panem. Porque todos sabían que esa habitación sería la última que vería en toda su vida.

Y entonces comprendió. Aquella tierra en la que todo era perfecto, en la que se había criado desde niño conociendo lo que ocurría con los distritos pero disfrutando de sus ventajas, era una farsa.

Ahí nada era perfecto. Si los distritos les abandonaban, comprendió, no sobrevivirían. Porque nunca pensó en que si el distrito ocho hacía huelga no tendría ropa con la que abrigarse, si el cinco se rebelaba no podría haber disfrutado de aquellas videoconsolas con las que se entretuvo de pequeño, y sin el uno no podría haber fantaseado con aquellos preciosos diamantes que se vendían en los escaparates. El Capitolio dependía de todo aquello, y se lo agradecían sacrificando a sus niños en una guerra campal.

Aquello era una aberración. El mundo en el que vivía era horrible. Y aquel engendro de Snow, al que había servido fielmente, lo encerraba en una habitación de su asquerosa mansión para que aprendiera una lección que había decidido no dejar que traspasara su cerebro.

Y pensó en aquella chica, Katniss. Rebelde por naturaleza, supuso, pero que había decidido que aquello ya estaba bien, que aunque no podía poner patas arriba el Capitolio así como así, les sacaría la lengua de forma astuta. Ese carácter podría haberlo tenido él para no dejarse arrastrar hacia aquella vergonzosa muerte. Sonrió por primera vez al recordar su enfadada cara al disparar a la manzana de la boca del cerdo, y la cara de Plutarch Heavensbee al caer hacia atrás sobre la copa de ponche. Pobre Plutarch, él sería el nuevo vigilante y no podría abrir los ojos a tiempo. O quizá lo haría demasiado tarde, como él.

Así fue como el hombre, con el orgullo por encima de todo, se sentó al otro lado de la sala, sin antes echar una mirada de repulsión a aquella fuente que contenía aquellas preciosas bayas. Porque, al fin y al cabo, acababa de aprender que nada era lo que parecía.

Y decidiendo sufrir antes que sucumbir a los deseos de aquel lugar donde había nacido, Seneca Crane decidió rebelarse a su manera de aquella gente.

Y así fue como, dos días después, los hombres de Snow lo encontraron muerto por deshidratación.