Imaginarle corriendo, fue su más grande error. Esa sonrisa que anhelaba quizá sinceramente, no estaba destinada a él. ¿Qué tanto se puede amar a alguien…? Llevaba preguntándoselo desde que lo conoció en las calles de "Teiko", tiritante de frío y disimulándolo con un andar encogido ―¿No crees que es un poco tarde para que un niño ande solo por las calles?―.

Pero pasó de largo como si de verdad no hubiese escuchado al rubio excéntrico hablarle. Porque nadie debía hablar con él, y, en verdad, nadie lo hacía. Nadie, jamás.

―Oi~, niño, ¿no me oís…/?― Mas al momento en que su confianzuda mano le obligó a encararlo, comprendió a qué venía el ignore de sus palabras: para empezar, aquel peli-celeste no era ningún niño; y para seguir, no lo estaba mirando a él. Miraba al vacío mientras retomaba el andar. ―¡A-ah, disculpe…! C-creí que… Bueno…/―

―No tiene que disculparse.―

―¡No, e-es en serio…! Yo… solo trataba de…/―

―Con permiso.―

A él, a quien nadie había rechazado en su vida, se encontraba de pie; observando marchitarse nuevamente al peli-celeste que pasaba como desapercibido entre el barullo que constaba el mundo. Ahí, que fue justo donde le vio quedarse helado. Ahí, donde nadie nunca notó ese cuerpo que quedó arrodillado eternamente.

¿Qué tanto se puede amar a alguien… que ni siquiera conoces? Se lo preguntaba una y otra vez mientras enrollaba sus últimas esperanzas al cuello y tomaba impulso para saltar a un nuevo mundo. Uno donde, tal vez, con suerte, descubriría el nombre de ese chico que logró enamorarle con el "Hasta nunca, mundo" más solitario que vio jamás. Tal vez, ahí donde sea que llegara, lograría enamorarlo a él también con su practicado "Hola otra vez, niño".