El primer día de muchos por venir

La mudanza era el problema más grande de todos. Mi padre siempre se quejaba del mal servicio, sin embargo no quedaba de otra. No había más. Ese mismo día, cuando apenas nos lográbamos acomodar en la nueva casa (bastante cómoda, con el espacio suficiente para la familia), mi padre tenía una reunión con el director del Colegio para tramitar mi inscripción.

El director era amigo de mi padre. Muy amigos, me atrevo a decir. No habría mayor problema en la inscripción, ni los clásicos trámites burocráticos para la asignación de mi grupo. Yo no estaba muy emocionado, en realidad, últimamente no me emocionaba con nada.

El lunes por la mañana no hubo necesidad de despertador. Estaba lo suficiente nervioso como para dormir. Me vestí el traje, uniforme exigido en el Colegio y me decidí por terminar de una vez por todas con el penoso martirio. En la primera clase me ubicaron al final del grupo, justo a un lado de la pared. Agradecido de ese acto, y de haberme salvado de una exhausta presentación, me recargué en la mesa y me dispuse a hacer notas sobre la clase en cuestión: matemáticas.

La puerta se abrió de un golpe, levanté la vista alarmado, los demás alumnos parecían haber estado esperando ese preciso momento. Un alumno entró como si nada y cerró la puerta tras de sí. Sus movimientos calculados, la mirada se paseó por el salón entero, sus ojos grises se detuvieron en mí unos cinco segundos más y luego se desviaron al profesor frente a él.

─Señor Holmes, de nuevo tarde. ¿Por qué no me sorprende?

─Señor Eastwood. ¿Puedo pasar?

─No.

─Un alumno nuevo, ¿no es así? Por eso desea impresionarlo, debe ser hijo de algún miembro del consejo o algún allegado al mismo, quiere dar la mejor imagen denotando una disciplina de la cual obviamente carece. Se ha puesto el traje más caro que hay en su closet, el que sólo reserva para la entrega de títulos y ceremonias de graduación. Sin embargo, no es el que está en mejor estado, ha sido remendado tres veces de la manga derecha y...

─ ¡Señor Holmes!─ estalló el profesor que tenía el rostro colorado. Su bigote rubio se movía penosamente sobre su labio superior en un fatídico intento por pronunciar palabra. ─ ¡Déjese de estupideces ahora mismo! ¡No lo toleré el año pasado, no lo toleraré este!

─Déjeme pensar... ¿Está por mandarme con el director ahora mismo?, sus hombros han tomado esa postura en donde usted está completamente derrotado...─ algunas risas se escucharon en el aula, no sabía exactamente a dónde mirar. Creo que yo estaba más asustado por lo que el profesor pudiera decir que el joven Holmes. Éste se mantenía de lo más sereno, su figura esbelta erguida con la autoridad, que en efecto, le faltaba al agobiado profesor.

─Afuera, ¡ahora! Y no vuelvas sin una firma del director Horowitz.─ Holmes se dio la vuelta y salió del aula azotando la puerta. El señor Eastwood me dirigió una mirada apenada, yo tragué saliva y bajé mi mirada a mi cuaderno. Obviamente no mencionaría nada de esto a mi padre. Pero ahora la duda estaba en mi cabeza: ¿Cómo sabía ese extraño joven que yo era hijo de alguien al que querría el consejo mantener contento? ¿Cómo, si ni siquiera me miró más de cinco segundos?

Holmes volvió después de diez minutos exactos, los conté. Abrió la puerta de igual manera, avanzó a grandes pasos hasta el escritorio del profesor y depositó en él una hoja, en al cual supuse venía la firma del director. Todos los alumnos, incluyéndome, seguimos sus movimientos hasta que él se sentó en la antepenúltima silla de la penúltima fila. Tres más allá de donde estaba yo.

De su portafolios sacó un block donde se dispuso a tomar notas rápidas de lo que Eastwood explicaba. El profesor se negaba rotundamente a mirarlo, Holmes ladeó una sonrisa, apenas perceptible, al parecer la miseria ajena le divertía.

La clase terminó, el profesor recogió los folios donde nos había encargado unos cuantos ejercicios de repaso. Después de despedirse, salió lo más rápido del salón. Pobre hombre, en verdad la había pasado mal. Miré al extraño joven, y noté que tenía las piernas sobre la silla, debido a su delgadez, pudo pegar sus rodillas a su pecho y las manos las tenía como quien reza, los dedos largos sobre los labios. Parecía totalmente sumido en sus pensamientos.

Necesitaba aire urgentemente.

Me levanté y avancé entre la fila saltando pies y piernas. Sentí cómo una mirada me seguía: era él. No disimulaba, así que le importaba un carajo que yo le devolviera la mirada más desafiante de la que era capaz. Él simplemente dejó puestos sus ojos azul grisáceo en mi persona, esa distracción me costó cara.

Tropecé y fui a dar de bruces al piso. La risa fue general. Me levanté fingiendo una sonrisa, me reí de mí mismo y pareció aliviar la burla, poco a poco se fueron callando. Todos se rieron, excepto él. Salí del aula y corrí a los servicios de muchachos. Hice lo que debía y cuando salí al lavabo, me topé con el misterioso Holmes recargado en la pared.

─ ¿Militar o miembro de gobierno?

─ ¿Disculpa?

─Tu padre, ¿militar o miembro del gobierno?

─Yo...─ balbuceé.

─Militar.─ replicó él, sus ojos aguileños me barrieron de arriba abajo, en realidad me empezaba a asustar. ─Corte de cabello militar, postura derecha, zapatos pulcramente lustrados, apuesto a que te obliga a lustrarlos antes de dormir como se acostumbra en el ejército. Complexión atlética, no has tenido una infancia normal, por decirlo de alguna manera. Anillo de la Academia Militar, regalo sentimental de un veterano de guerra a su primogénito, esperanzado porque siga sus pasos... Sin embargo tú no quieres... Vaya, qué patética es tu vida.

─Perdón, ¿qué ha sido todo eso?

─Simple observación. No es nada del otro mundo... O bueno, en realidad sí lo es.

─ ¿Quién eres tú?

─Sherlock Holmes. Detective Consultor.

─Eso no existe.

─Pues claro que no, yo lo inventé. No encontrarás otro Detective Consultor en el mundo, y ninguno mejor, si me permites.

─Eres un estudiante, no eres un detective.

─ ¿Me estás probando?─ su voz era fría, sus ojos eran inquisidores, y su postura rígida realmente intimidaba.

─No. Ahora si me permites...─ rodeé su figura y salí del baño. No me siguió, afortunadamente. Caminé lo más rápido que pude hasta el aula, y me senté en mi lugar. El muchacho de delante era un pelirrojo de risa estridente. ─Oye, ¿qué pasa con Holmes?─ pregunté en un espacio de silencio.

─ ¿El loco Holmes?

─El psicópata Holmes, querrás decir...─ el chico de frente del pelirrojo se metió en la plática.

─ ¿Psicópata?─ creo que la voz me tembló más de lo que me permití aceptar.

─Psicópata. Todos le tienen miedo. Es un fenómeno.

─Pero... ¿Quién es?

─Sherlock Holmes, vive al sur, con sus padres, y uno de sus dos hermanos mayores: Mycroft. Es todo lo que sé. En realidad nadie sabe mucho de él, no habla con nadie. Está completamente loco.─ mis compañeros siguieron su propia charla. Me recliné en el respaldo y me limité a esperar que el día terminara. Sherlock no se presentó al resto de las clases.

Pero en la última clase, justo en el momento en que pensé que podría zafarme de mi desgracia y poder ir a casa a descansar se me vino lo peor. Eso me recordó a una frase que siempre usaba mi papá: "Nunca bajes la defensa, hasta estar seguro que es el final".

─Este trabajo será en parejas.─ apenas dicho esto, todo el grupo se puso en marcha para formar su equipo. Los chicos con los que había hablado antes: Francis (el pelirrojo) y William (el rubio) formaron pareja. La señorita Bacon se levantó de su escritorio, con un ademán calló al grupo entero. ─Espero que todos tengas ya sus parejas de trabajo...─ me vi en la penosa necesidad de levantar la mano. ─Señor Watson. ¿Qué ocurre?

─Yo no tengo pareja de trabajo, señorita Bacon.

─Espere un momento.─ tomó registro de todas las parejas de trabajo y posteriormente se dirigió a mí. ─ ¿John Watson?

─ ¿Sí?

─Venga por favor.─ dijo y se sentó en su escritorio. En realidad ya lo sabía, pero me negaba rotundamente a aceptarlo. Me levanté y fui a encontrarme con la profesora. ─Señor Watson, me temo que no puedo permitirle trabajar solo, por respeto suyo y a los demás compañeros.

─Entiendo.

─Sólo hay un alumno del que no tengo registro, y al parecer, él como usted, no tiene pareja de trabajo... Es el joven Sherlock Holmes. ¿Lo ubica?

─Sí.─ dije amargamente.

─Perfecto. Señor Watson, cualquier problema diríjase conmigo. No lo piense ni un minuto.─ vaya, de verdad que Holmes se había hecho de una fama entre el personal y los alumnos. Y ahora tenía que trabajar con él.

Sólo iba a ser un trabajo. Sólo una semana de lidiar con ese extraño muchacho y ya.

Qué equivocado estaba.