NO AUTORIZO LA COPIA DE ÉSTE FIC. CUALQUIER DUPLICADO DE LA NOVELA ES UN PLAGIO.
Historia desde el punto de vista de Emmett.
Nadie podría haber adivinado el ataque, ni siquiera un pseudo-experto en cacería como yo. Nadie. El animal simplemente fue el más astuto, convirtiéndose de presa en cazador, quizás buscando venganza, quizás sólo terminando su hambre. Nunca lo sabría.
Era mi hora, lo supe inmediatamente. La sangre saltaba a chorros de mis venas abiertas, y la piel se desgarraba con tanta facilidad bajo las garras del oso, que parecía divertido en verme agonizar... Supuse que era una ironía de la vida para un cazador furtivo.
Me dejé ir.
Fue mucho más sencillo esperar por la muerte a luchar contra ella, sabiendo que no tenía ningún chance de salir vivo de aquel encuentro, y peor aún, no teniendo motivos para continuar. Después de todo, sólo era un chico que trabajaba duro para ganar unos pocos centavos, y gastarlos en el mismo día. Ninguna mujer en especial me esperaba en casa para cenar, quizás si contamos a la anciana que me arrienda un cuarto al que suelo llamar hogar. No, nada me esperaba al retornar.
Era una muerte triste sin duda.
—Despierta.
El eco celestial de los ángeles comenzaba a llamarme, y el oso dejó mi cuerpo inútil, o mi alma lo dejó. No lo sabía. Pero si aquella voz me imploraba, era yo quien partía.
Todo se tornó negro.
No logré ver nada más, pero si podía escuchar, algo distorsionado y un poco lejano, pero aquel oso me había seguido a donde quiera que fuese. Gruñidos infernales rebotaban en el vacío, de lo que parecía una lucha entre otra bestia… ¿Acaso no había muerto aún? ¿Sería parte del festín para una manada?
—¡No te mueras! — la voz me llamaba otra vez, y confirmaban mi estado de poca vitalidad.
Y de pronto todo se silenció.
No hubo más gruñidos, ni lo que parecían rocas chocando entre sí. Fue tanto el sopor que me invadió en aquel momento, que sólo una cosa fue capaz de mantener mis ojos abiertos.
El ángel.
Ahora si podía asegurar mi muerte, estando en manos de ella. Brillaba como el mismo sol a medio día, los cabellos eran tan perfectos, cayendo en una cascada rubia que parecía un halo. Y su rostro… ¿Habría algo más perfecto que el rostro de un ángel? Mi visión se nublaba pero entre borrosos destellos podía ver su preocupación.
¿Qué ocurre, ángel? Pensé.
Se acercó, solo para volver a alejarse pero con más premura. Su rostro continuaba preocupado y quería saber por qué, pero ella no dijo nada. Entonces volamos. El suelo no tocó más mi espalda, y en sus brazos ella me acogió. ¿Pero por qué continuaba con éste dolor? ¿No debería estar muerto ya?
Sálvame, ángel.
Nos movimos, sólo Dios sabe dónde, y yo no puse objeción, no porque mi cuerpo era inútil y además estaba muerto, sino que por el simple hecho de que me habría dejado llevar por el ángel incluso estando vivo.
Aun así fue imposible mantener los párpados abiertos por mucho más tiempo. La oscuridad se apoderó de mí y no supe más del dolor ni del ángel, sin saber por cuánto tiempo estaría así hasta llegar al cielo…
O al infierno.
Repasé en mi memoria una y otra vez qué cosas tan terribles había hecho en mi vida para merecer las llamas que me quemaban las venas, y con todo aquello, aún no me parecía nada tan grave para ésta tortura. No quería morir… No. ¡No quería existir! ¡No quería esto!
Mátenme. Aniquilen mi alma. ¡Hagan algo!
El tiempo pasó. ¿Tiempo? En realidad ya no sabía si era eso, o qué era, sólo supe que el dolor se volvía intermitente, aunque seguía siendo insoportable. Recordé al ángel entonces. ¿Acaso ella me había llevado al infierno en el que estaba? Fue cuando la visualicé, o más bien sentí el contacto lejano de su mano contra la mía, y era yo quien apretaba sus dedos con firmeza. Quise dejar de hacerlo pero era un alivio tener algo con que atenuar el dolor, aunque sea por segundos.
Las llamas cesaban. Me permitía pensar con claridad, y razonar qué ocurría en estos momentos. Primero, si estaba en el infierno, ¿por qué nadie me venía a castigar? ¿Acaso no debí ser informado de mi destino eterno? Segundo, si no estaba en el infierno, ¿dónde rayos estaba?
Y tercero… ¿por qué el ángel no se iba?
Latidos, dulces latidos. Podía escucharlos claramente ahora, cuando las brasas dejaban de jugar con mi cuerpo un momento, cada vez con un período más extenso. Sí, podía contar ahora. Minutos, horas. No sabía si comenzaba a acostumbrarme al dolor o ya no existía del todo, pero me permití alterarme cuando el último palpitar hizo eco en mi cabeza. Silencio. Eso fue lo que vino a continuación.
Tenía miedo de abrir los ojos, y no saber con qué me iba a encontrar. ¿Una nueva clase de tortura? Quizás el diablo notó que mi dolor se había mitigado, y venía a por más.
—¿Por qué no despierta? — dijo el ángel.
Y fue suficiente para esparcir todos mis miedos a un lado, y abrir los ojos.
La madera del techo casi cobraba vida ante mi vista, y las pelusas se interponían en mi camino. Era como si todo fuese magnificado, el pequeño insecto que caminaba en las tablas, una pequeña ranura en la madera, y el ruido.
Un pájaro cantaba a unos cien metros o menos. A esto se le sumaba el viento, suave, constante… Y no podía ignorar los animales. Sabía con certeza que al menos tres tipos de animales rodeaban el lugar donde estaba. Pequeños, pero lo suficientemente capaces de hacer ruido con sus pisadas.
¿Qué es esto?
—¿Hola? — de nuevo el ángel.
Me levanté de donde estaba recostado, sin siquiera marearme un poco como lo esperaba, pero si sorprendido por cómo llegué tan rápido a pararme, sintiéndome capaz de hacerlo una y otra vez.
Sus labios estaban semi-abiertos, carnosos y delineados por un contorno natural. Y sus ojos… ¡Cielos, sus ojos! El mismísimo oro bailaba dentro de ese iris, tentándome como una fortuna a un pirata. Y que podía decir sobre… nada. Simplemente no existían palabras exactas o justas para ella, o quizás existían y yo no las conocía. De pronto no me importó el cielo, el infierno… Sólo quería saber quién era ella.
—Has despertado. — Dios. No había duda.
Su cabello mucho más dorado que el del ángel me cegó por un segundo, y su cercanía me asustó, y resistí su presencia, alejándome unos pasos. Dios se detuvo, y suavizó su rostro, alzando las manos como un acto de rendición.
—No te haré daño. — dijo. —Sólo quiero saber cómo estás.
—Bien. —respondí por inercia, y noté algo distinto que sólo fue perceptible con una comparación. Mi voz. Sonaba tan armónica como la del ángel y Dios. —Bien. —repetí para intentar encontrarme con la ronca voz de antes, pero nada.
Dios y el ángel se miraron.
—¿Me… me has perdonado? —le pregunté consternado y algo dudoso.
—¿Perdonado? —replicó Dios.
—Del infierno.
Él pareció comprender mis palabras y luego creí que se reía pero no apostaría mi vida en ello… Si es que aún estaba vivo.
—¿Cómo te llamas? — se relajó y noté que cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra… ¿Por qué me fijaba en tantos detalles a la vez?
—Emmett McCarty. — me presenté de manera educada, como se me inculcó desde pequeño, sin importar las condiciones en las que vivíamos.
—Bien Emmett, hay mucho que contarte. Ella es Rosalie y…
No lo escuché más. Rosalie. Rosalie. Su nombre era Rosalie, tal y como la pensaba: Una perfecta rosa en el jardín del edén. La miré un segundo y ella pareció intimidarse ante mi mirada, pero si me había salvado, ¿por qué no me decía ni una palabra? ¿No era digno de su voz?
Eso me parecía lo más lógico.
—¿Emmett? —Dios me habló.
—Es un hermoso nombre. — me atreví a hablarle al ángel. Ella se endureció al verme sonreír. Creo.
—Carlisle, la sed. — ella mencionó en respuesta, y esto hizo que Dios llamara mi atención nuevamente. ¿Carlisle? ¿Quién era Carlisle?
—Emmett, Rosalie es quien te ha traído hasta acá. Fuiste atacado por un oso. ¿Recuerdas algo de eso? — explicó.
¡El oso! Claro que lo recordaba.
—Sí. Lo recuerdo. — musité.
—Antes de que pudiese matarte, Rosalie te encontró y te salvó. — Ella miró al suelo un momento y luego alzó su vista. — Luego te trajo hasta acá y yo terminé de salvar tu vida.
—Si es que a esto se le puede llamar así. — el ángel bufó molesta. —Emmett, en verdad lo lamento.
¿Se dirigió a mí? ¿El ángel se dirigió a mí?
—¿Qué lamentas? — pregunté confundido.
Pero antes que nadie moviese los labios para responder, apareció otro ser que parecía estar desde siempre en las afueras de la habitación. Su cabello cobrizo y estatura garba lo hacían parecer seguro de sí mismo, y aún más la expresión en su rostro, que denotaba molestia absoluta. No me miró en cuanto entró en el cuarto, y en vez de ello, se acercó al ángel con tanta intimidad, murmuró un 'vamos' apenas audible en su oído, y ella se volteó para dejar un delicado beso en sus labios. Tomó su mano y ambos dejaron la habitación, dejándome a solas con Dios y ésta confusión.
Ella no era mi ángel… Era de alguien más.
N/A: Respondo todos los reviews. Los Guests los respondo en el próximo capítulo.
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Gracias por leer.
