Disclaimer: NADA ME PERTENECE. Los personajes son de Stephanie Meyer y la historia es de la escritora: Penélope Sky - Serie Escocés #1

Resumen:

Joseph Swan cometió el error de robarme... cuatro millones de dólares. Se llevó mi información sin pagar por ella. Y creyó que podría salirse con la suya. Ni hablar. Ahora es mi turno de arrebatarle algo; algo que sea irremplazable. A su hermana. Un aval. Y aunque Joseph me dará el doble de dinero que me debe, no se la devolveré. Tengo una imagen que mantener. Me la quedaré. Y no voy a entregarla.

CAPITULO 1

Edward

Esposado y con un ojo morado, Joseph Swan estaba sentado en la silla negra, con las manos atadas a la espalda. Tenía el lado izquierdo del labio hinchado como resultado de un poderoso puñetazo, y su traje a medida estaba agujereado gracias a las brasas de un cigarrillo. Lo flanqueaban dos de sus hombres, tan ensangrentados como él.

El castillo Stirling era tan antiguo que mi mente no acababa de comprenderlo. Mis ancestros vivieron en él con toda clase de lujos tras su construcción en el siglo XII y, a pesar de que los tiempos habían cambiado, la estirpe familiar había permanecido intacta. Era el propietario de aquel maravilloso lugar histórico, aunque su único propósito en la actualidad era el de albergar iniciativas empresariales.

Como aquella.

Entré en la sala, vestido con un traje negro y corbata negra a juego. Mis gemelos de plata resplandecieron bajo la luz cuando tomé asiento al otro lado de la mesa, delante de Joseph, un hombre al que despreciaba inmensamente. Cuando se trataba de negocios, la opinión personal que tuviera uno era irrelevante; si la persona pagaba el precio justo, se ganaba el derecho a poseer lo que se estuviera ofreciendo.

Pero aquel hombre había cometido el error de traicionarme.

No podía mirarme a los ojos; temía mi ira. Había sido un idiota al pensar que podría salirse con la suya, y ahora estaba a mi merced. Podía hacer lo que quisiese, y él lo sabía. Podía matarlo y enterrarlo en el cementerio donde mis antiguos ancestros se habían podrido. Podía cortarlo en pedacitos y desperdigar sus trozos por la costa.

Joseph agachó ligeramente la cabeza, como si los músculos de su cuello fueran incapaces de mantenerle erguida la cabeza. Me recordó a un bebé, alguien demasiado débil para cargar su propio peso.

Crucé las piernas bajo la mesa y me desabotoné la chaqueta del traje. Apoyé una mano sobre la rodilla que había cruzado mientras examinaba a mi enemigo, a aquel idiota que tenía demasiado ego como para saber manejarlo. Le había vendido información valiosa por un precio exorbitante: cuatro millones de dólares.

Pero no me había pagado.

Lo que hizo fue entregarme billetes falsos.

Como si no fuese a darme cuenta.

—Me has insultado, Joseph.

En cuanto hablé, se encogió un poco. Pegó el cuerpo a la silla y, por mucho que intentó ocultarlo, sus temblores resultaron evidentes. Lo vi en sus brazos, en el movimiento de sus extremidades.

—Y ya sabes lo que hago con la gente que me insulta.

Se aclaró la garganta; tragó saliva, haciendo que la nuez le subiera y bajara en el cuello su nuez de Adán se movía mientras tragaba.

—Edward…

—Señor Cullen. —Alistair era mi mano derecha; había entregado voluntariamente su libertad para servirme. Le salvé la vida y le di la venganza que merecía y, como resultado, vivía para servirme lealmente.

Joseph se encogió al darse cuenta de su error.

—Señor Cullen, lo siento.

Reí entre dientes; lo estaba empeorando todavía más.

—No te disculpes. Los hombres como nosotros no pedimos perdón por nuestros errores; nuestra intención es mentir, robar y engañar a nuestras víctimas. Asume tu responsabilidad como un hombre.

Joseph guardó silencio, sabiendo que ya no tenía excusas.

—Te respetaré más si lo haces.

Por fin me miró a los ojos. Aquellos ojos marrones mostraban su debilidad.

—Pagaré el doble de lo que le debo. Ocho millones. Pero déjeme marchar.

—Ahora sí que empezamos a entendernos. —Me ajusté la manga del traje, tan meticuloso como siempre con mi apariencia. Vestía el poder como si fuese un traje nuevo, llenando la ropa como si estuviese hecha para mí. Sobre mi cabeza descansaba una corona invisible, algo que equilibraba en todo momento.

—Puedo conseguirlo en veinticuatro horas —dijo—. En metálico. Sólo tiene que dejarnos ir.

—Es una oferta tentadora. —Ahora que ya habíamos ido al grano, todo era más interesante.

—¿Hay trato? —Movió los brazos para ponerse cómodo; el mordisco del metal que le rodeaba las muñecas debía de ser doloroso.

Miré a sus dos compinches, ambos igual de mediocres. Aunque eran corpulentos y musculosos, no tenían una fuerza real ni agilidad. Sus ojos insinuaban su estupidez; seguían órdenes sin comprender lo que hacían. Así es como habían acabados metidos en aquel lío, porque su jefe era más estúpido todavía.

—El dinero no significa nada para mí, Joseph. Pero la reputación, en cambio, lo es todo.

Bajó la mirada, devastado.

—Subiré a doce millones.

Mis labios formaron una leve sonrisa.

—Tienes que aprender a escuchar cuando te hablan.

Su respiración se aceleró, el pecho le subía y bajaba ante por su inminente destino.

—Tengo una imagen que mantener. Si dejo que te libres así sin más, mis otros socios en los negocios no dudarán en ir contra mí. Y, como es obvio, no puedo permitirlo.

—No me mate… —La voz le temblaba por la desesperación—. Cometí un error. Usted también ha cometido errores.

—Pero esto no ha sido un error. —Mi voz se volvió más grave, y mi ira fue aumentando hasta adoptar un tamaño enorme—. No eres un niño, Joseph; entendías lo que estabas haciendo. Tu único error ha sido creer que podrías salirte con la tuya.

Agachó la cabeza; su respiración se alteró todavía más.

—No aceptaré tu dinero. No obstante, te dejaré marchar.

Levantó la cabeza poco a poco, mirándome a los ojos con un gesto lleno de incredulidad.

Tenía la compensación perfecta por lo que había hecho, algo a lo que no se podía poner precio. No tenía remordimientos por lo que había hecho. Era mi responsabilidad dar ejemplo de mis enemigos, y se me daba muy bien.

—Te he robado algo que vale mucho más que el dinero. Te he quitado algo inocente, algo puro. Y nunca lo recuperarás.

Joseph empezó a temblar por una razón completamente distinta.

—Te quitado a tu preciosa hermana, Isabella. Ahora es mía. —Ladeé la cabeza y observé su expresión, a sabiendas de que su reacción no tendría precio—. Se encuentra de camino hacia aquí para convertirse en mi prisionera.

Joseph apretó la mandíbula antes de abrir los ojos como platos. Salió disparado de la silla como un caballo desbocado recién salido del cercado. Se le marcaba una vena en la frente, y tenía la cara roja como un tomate.

—Cabrón hijo de…

Alistair le dio un puñetazo en el estómago y lo volvió a sentar bruscamente en la silla. Recibió otro en la boca por el insulto que acababa de dirigirme.

—Cuidado con lo que le dices al señor Cullen. Puede que sean tus últimas palabras. —Se colocó ominosamente tras Joseph, con los brazos cruzados sobre el pecho.

Joseph apretó otra vez la mandíbula, frustrado. Estaba completamente indefenso, sin poder hacer nada, y aquello hizo que su furia cobrase todavía más fuerza. Le habían arrebatado a la única familia que le quedaba en el mundo, y sólo podía quedarse allí sentado y comportarse.

Casi me sentí mal por él.

Casi.

—¿Preferirías que te matase?

Por un instante, su ira se desvaneció mientras lo consideraba.

—Sin dudarlo.

Ladeé la cabeza, intrigado por aquella respuesta tan abnegada. Los hombres como nosotros usábamos a los demás como chalecos antibalas, permitiendo que se formase una montaña de víctimas a nuestro alrededor con tal de permanecer intocables, pero Joseph no había dudado en responderme.

—Entonces he tomado la decisión adecuada.

La vena que tenía en la frente volvió a hincharse. Le temblaron los brazos al intentar romper la cadena de las esposas a base de fuerza bruta.

—Ella no tiene nada que ver con esto. Déjela en paz, por favor.

Cuando recibí el informe detallado de Isabella, quedé impresionado. A pesar de su juventud ya era alumna de medicina de la Universidad de Nueva York. Era la mejor de su clase, y se esperaba que llegase lejos. Los chicos me habían dicho que era muy guapa, con el pelo castaño y ojos color verde. Así que contaba con belleza e inteligencia. Era una verdadera pena que fuera a pasar el resto de su vida encadenada.

—Debiste haberlo pensado antes de jugármela, Joseph. —Me ajusté el reloj, acariciando el suave platino con la yema de los dedos.

—Córteme la mano, ¿vale? —Hablaba tan rápido que escupía con cada palabra—. Pero déjela en paz.

—Lo siento, pero tengo que dar ejemplo de la gente que se propasa conmigo. Cada vez que vean a Isabella encadenada a la pared durante una reunión de negocios, se lo pensarán dos veces. Cuando sean testigos de la crueldad que tendrá que soportar, de los harapos con los que irá vestida, sabrán que no vale la pena intentar engañarme.

Joseph volvió a tirar de las cadenas.

—No puede hacerlo; esto no está bien.

—No, no lo está —dije sin más. Había muchas cosas en la vida que eran así, y sin duda no era justo. Yo también había sufrido en una etapa de mi vida, como todos los demás, pero en lugar de aceptar mi futuro, decidí cambiarlo. A todos se les presentaba esa misma elección, tanto si eran conscientes de ello como si no—. La poseeré cuando se me antoje. Mis hombres la poseerán si se les antoja. Cada noche, mientras duermas en tu cálida cama, sabrás que Isabella estará deseando morir.

Le palideció el rostro al desaparecerle toda la sangre del mismo. No pareció furioso, sino aterrado. Saber que su hermana se enfrentaba a una vida de crueldades por su error debía ser uno de los castigos más dolorosos que podía experimentar un hombre.

—Voy a soltarte, Joseph —continué—. Tu castigo será vivir. Vivir y saber que la vida de tu hermana te ha sido arrebatada por tu propia estupidez. Si intentas salvarla, te mataré. Así de simple. —Chasqueé los dedos, haciendo que Alistair se pusiera en movimiento.

Les quitó las esposas a los tres, liberándoles los brazos. Joseph se masajeó las muñecas, ya rojas y sangrantes en algunos sitios. Me miró fijamente, con la misma furia que antes, pero ahora estaba mezclada con dolor.

Esperé a que hiciese algo, a que intentara matarme. Guardaba la esperanza de que lo hiciese, porque entonces podría acabar con su vida y seguir abusando de su hermana; todo ganancias. Todos los que componían mi mundo sabrían que lo controlaba todo. Que lo veía todo, aun cuando pretendía no hacerlo.

Al final Joseph se puso en pie y sus compinches hicieron lo mismo. Alistair y el resto de mis hombres los escoltaron fuera de allí mientras yo permanecía sentado. No me despedí, y no miré tras de mí cuando quedó a mis espaldas. Estaba en una posición vulnerable y completamente expuesto, pero no me importó en absoluto.

No importaba cómo me atacase, nunca lograría tocarme.

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Hola chicas, nueva adaptación. Consta de 3 libros, el primero tiene 20 capítulos. Espero les guste.

Marie ƸӜƷ