—ORI—
Por Zury Himura
Gracias a Edi por sus sugerencias.
Disclaimer: los personajes no me pertenecen, pero la historia sí. Algún parecido con cualquier trabajo es mera coincidencia y bla bla.
PARAMOUR
"La historia de un rey era la misma de ella. Aunque ante los ojos de él solo era una pizca de humanidad que se interponía en su camino pero que utilizaría. Ella era Ori, lo que siempre había buscado"
Cap 1: And so they meet
Desde que era pequeña le había gustado ver las flores del árbol de cerezo nacer y acariciarse con el viento, desprendiéndose de su centro hasta despedirse de su rama en el suelo. Era el ciclo para todo lo que poseía vida. Vivian, para después morir. Mientras que a ella se le había dicho que su existencia era única, especial entre todos aquellos que merodeaban dentro de ese reino. Y, que algún día, seria ella la que marcaría la diferencia. Esos argumentos la habían llenado de dicha y alegría en alguna etapa de su vida; una que al final, hasta ese punto, se le dijo que tampoco le pertenecía.
Ante ese detalle demasiado grande para muchos, pero pequeño para ella, había basado sus pensamientos. Mismos que fueron inculcados por las creencias de su familia. Ideas que empezó a valorar desde que pudo recordarse extraviada en aquella isla a una temprana edad, tomando la mano de su madre. En ese momento en el que su esencia tomó un sentido y supo sobre su verdadero propósito, donde tuvo conciencia y una familia que amó y que siempre quiso proteger.
Por eso, ese día se había vuelto el esperado. Saber que era necesitada por alguien, que cabía la posibilidad de ser importante y que protegería a más gente importante, la llenaba de satisfacción. Aunque… tenía miedo muy en el fondo. No entendía a qué proceso debía someterse a su corta edad y cómo serían elegidos. Pues según los ansíanos que habían visitado su casa con anterioridad para interrogarla, solo las más puras, las más dóciles, pero valientes, y aquellas que poseyeran características únicas como ella, eran las que podían participar en la ceremonia de elección.
La fecha y el lugar de su nacimiento tenían mucho que ver para que fuera considerada como una de las candidatas. La primera condición era su edad a ese año determinado y la segunda era haber nacido en cierto territorio o eso creía.
Tan solo con catorce años, tenía dudas de qué era lo que tenía que hacer con exactitud y si sus habilidades domésticas, a excepción de la cocina, serian lo suficiente como para tener conforme a aquella persona que estaba en su búsqueda. Sabía lavar, plantar y cosechar, pero no sabía nada en especial o extraordinario. Era por eso que el miedo la gobernaba, pero también la llenaba de ansiedad ante la expectativa de una nueva aventura.
La tela de su vestido negro se adhirió a sus delgadas piernas, y sus sandalias doradas resplandecieron con la luz del astro en el cielo claro. Las ondas de su cabello comenzaban a impacientarle con el calor, al ser guardadas dentro de la capucha negra para ocultar su vista de todos mientras las puntas picaban su cuello. Inquieta y tal vez un poco nerviosa, apretó su agarre en la mano de su amiga. Aquella, cuyas mismas promesas de los sacerdotes también se le habían hecho. No solo se le había convencido a su familia, sino que había sido ella misma la que la había estimulado para acompañarla y en participar en la ceremonia de Ori.
Con el conforte que respaldaba una amistad de varios años, sonrió suavemente, alzando los hombros y haciendo muecas para distraer la mirada despavorida de su casi hermana. Ésta no creía en la fortuna de entregarse por los demás, como la mejor forma de entregar la vida de una manera con propósito, como ella lo hacía. Sino lo contrario.
Según ésta, la vida era una, debía vivirse y ser disfrutada con todas las ganas que se tenía. Lo mismo si se hablaba del respeto, el cual tenía que ver bastante en la entrega de ésta. Pues supuestamente su amiga y familia, debía respetarse cualquier esencia por muy pequeña que fuera. Sin adquirirse derechos sobre el libre albedrio de los demás o sobre la ausencia o existencia de los alientos cálidos de aquello vivido.
Aquí estaba el choque de opiniones que las había separado en un principio y el mismo que había terminado uniéndolas. Pues al final de exhaustivos días debatiendo sobre el asunto, durante sus encuentros en el rio solo para gritarse de cosas y ver si podían arrojarse naranjas al final de sus conversaciones para después comerlas, habían terminado aceptándose aun con esta gran diferencia en cuanto a creencias. Casi como si se tratara de una idea sagrada con la que habían aprendido a soportarse o entenderse. O, más que nada: respetándose.
Pues la más pequeña en estatura, solo por un par de centímetros, pensaba que la mejor forma de proteger a otro individuo era luchando hasta el final. Esto incluía el egoísmo de disfrutar tus días y escoger tu vida si era requerida o puesta como prioridad. En otras palabras, se debía luchar hasta el final mientras era valorada la oportunidad que se tenía.
No obstante, al conocerla sus creencias se habían modificado un poco, y en su interior, jamás pudo rechazar ambas ideologías. En su lugar, había encontrado la forma de lidiar y crear su criterio propio, aunque sus delirios, romanticismo de libertad y entrega debatieron siempre en secreto.
Ladeó su rostro, lo suficiente como para esconder el trago amargo que el miedo comenzaba a provocarle. No debía flaquear ante la otra, no despues de casi rogarle como una niña que veía un juguete en un festival; necesitaba mostrarle que su resolución era firme y certera. Así que debía aguantarse para probar que sus pensamientos siempre fueron y serían los correctos; su idea, mezclada con la de la joven en cuestión. Y que su sus suposiciones de vivir bajo ambas de las reglas eran probables y que luego de cerciorarse serian recompensadas. Al otro lado de esa puerta.
La voz de un hombre con uniforme retumbó ante el público, provocando solamente que los bellos bajo sus ropas se pusieran de punta. La alarma se basaba más que nada al poder y la fuerza que se reflejaban en la agresividad de su voz. Pero lo que la llenaba de éxtasi era saber lo que había detrás de esos guardias y lo que tanto protegían. Lo que todos hablaban, por lo que ella esperaba. Lo nunca antes visto y lo que terminaria cambiado sus vidas.
—Esto es Ori —El presentador hablo en voz alta dándoles la bienvenida mientras la fila de mujeres iba avanzando para ser divididas de sus familiares—. Las estrellas han estado de su lado y el cielo ha mirado sobre ustedes. Sin embargo…
Sus ojos no podían separarse de ese joven de cabello castaño y facciones férreas. Su poder, su voz y su pose, le otorgaban una autoridad que todo su cuerpo reconoció. Su acento y los gestos en sus manos lo distinguían de todos los pueblerinos que ella jamás había conocido, y su vestimenta fue algo que también supo llamar su atención. No podía, no quería voltear hacia atrás. Deseaba estudiar cada detalle para saber lo que les esperaba. Pues su mente mientras calculaba cada uno de sus movimientos del presente y el futuro, su corazón parecía recorrer un maratón cuya única meta era satisfacer su curiosidad para ser feliz.
Todas las niñas, de diferentes estatus y características, obedecieron y se colocaron en una línea recta, alzando la barbilla y extendiendo ambos de sus brazos mientras que la delicada tela de sus abrigos resbalaba hasta sus codos, cuando se les fue ordenado. Solo para mostrar que no había nada que ocultar cuando los soldados las guiaron hacia unos cuartos donde las examinaron a pesar de ya haber sido lavadas y checadas por docenas de doctores. Entonces, se dio cuenta que estaban vestidas de la misma manera al salir y tomar de nuevo sus lugares, solo un numero en su pecho era lo que las distinguía en este caso y así fue, por orden, como fueron entrando luego de la bienvenida.
—Hoy, conoceremos a Ori. Ser nacido bajo la constelación, amo de un destino que desde antaño fue forjado alado de un ser supremo. Larga vida a Ori, nuestro protector —El resto respondió al postrarse en sus rodillas antes de despedirse de ellas. Un gesto que le dejo un nudo es su garganta y que la hizo preguntarse por primera vez si la ceremonia Ori en realidad valía la pena como para dejar ese gesto nostálgico en el rostro de sus seres amados.
Ella fue la última, después de cambiar voluntariamente de posición con su mejor amiga, para no quedarse a solas junto a los cerdos que las escrutaban lujuriosamente mientras las toquetean con un bastón para organizar la fila.
Las demás niñas ya habían avanzado un pedazo, desapareciendo en las sombras de una gran habitación que había sido preparada para ese día especial y esperado por el supuesto emperador de ese reino. Uno que nunca había visto, pero del cual solo había oído hablar en lo privado de las tabernas y entre los cuchicheos de los del pueblo.
Convencida de que algo mejor le aguardaba del otro lado, sus ojos se despidieron de la silueta de su hermano. Aquel que se despedía de ella con una sonrisa fingida que se suponía le aseguraría que todo estaría bien.
—Mentiroso —Pensó, resoplando tristemente mientras regresaba su mirada hacia el camino que se extendía ante sus pies.
Otro signo de alerta que le revolvió el estómago. Nunca en su vida se había retractado de experimentar algún evento que le parecía inofensivo, y como este era público y se les había prometido lo mismo ante varios testigos, no había pensado en las consecuencias. Ingenuamente, pensó que no había que temer, que tal vez sería tan afortunada de tan siquiera ver al emperador de cerca entre otras cosas. Pero en realidad, no había puesto atención a los preparativos y al misterio detrás de esa fachada que después de un paso comenzaría a revelarse.
Ahora, solo sus tacones se escucharon resonar por el piso de madera y sus exhalaciones se hicieron más audibles conforme se iba entregando a la oscuridad de esa habitación.
—No tengo miedo, no tengo miedo —se susurró a si misma jugueteando con el sudor en sus manos para distraerse del crujido que hacían las puertas al cerrarse a sus espaldas, dejando todo en gobierno de las penumbras. Desconfiada, miró de nuevo hacia atrás cuando la luz ceso ante sus ojos. Ya no había forma de correr de ahí y salir despavorida. Algo, muy en el fondo, le decía que nada era lo que creía.
Estiró sus manos cuando ya no pudo avanzar más, y cuando su amiga fue arrancada de su lado. Paró, no porque algo le obstruyera el camino o porque ya se encontrara sola, sino porque tenía temor a caer en un barranco donde al final, su colchón serían los cadáveres de las demás pequeñas que habían caído por descuido. Imagen que la hizo apresurarse para encontrar una respuesta y probablemente la salida.
Sin pensarlo dos veces, se puso de rodillas desatando la correa dorada de las delicadas sandalias que una semana anterior habían llegado a su casa como parte del uniforme de la ceremonia de 'presentación'. Tenía que llegar hasta su destino, aquello que entre sueños se había prometido proteger aunque le costara la vida, y lo que discernió se trataba de su amiga de toda la vida. Al menos de la que tenía conciencia. Debía estar junto a ella, ese era su deber y por lo que entregaría la vida. Así se lo había prometido a su familia antes de marcharse responsabilizándose de cualquier acto.
Con esa resolución, gateó tomándose su tiempo y golpeando el piso lentamente con los zapatos para 'conocer' el terreno y saber lo que le esperaba de antemano. Debía llegar hacia la otra joven, que temía a la oscuridad, y estar ahí a su lado al menos hasta que las luces se volvieran a encender. O... Hasta que salieran de ahí.
—Auch…
—¡Oye!
—¿Quién es?
Escuchó algunos mormullos y quejidos de sus acompañantes, pero no los de su amiga. Sin embargo, ella fue incapaz de hablar. Las instrucciones habían sido claras, y las consecuencias anotadas en la carta con el sello imperial eran algunas que no quería averiguar si eran o no legítimas. Y… si se podían ejecutar si se rompían las reglas.
Sus manos se detuvieron y se deslizaron hacia enfrente al toparse con una corteza que no era blanda, como los pies de las otras. Curiosa, torció la boca, sintiendo las agujetas y la piel de los botines con los que se había interceptado. Y, hasta ahí, decidió parar, al ser pateada y arrojada a un lado sin pizca de consideración.
Sus ojos se abrieron de par en par, sobando sus piernas y olvidándose de su dolor o de su atacante, cuando poco a poco comenzó a distinguir las siluetas oscuras en la habitación donde estaban. No era luz, no era nada que le facilitara ver los rasgos de la otra gente, simplemente podía ver las sombras moviéndose a su alrededor, como una danza de almas en el infierno. Sorprendida y pavorosa, trató de ponerse de pie al escuchar las murmuraciones de algunas, sosteniéndose de la silueta de quien fuera que la había pateado. Seguro era un guardia arrogante del que se apoyaba por equivocación, quiso pensar, pero de verdad esperó que fuera así.
Pero entonces, cuando estuvo por erguirse en su totalidad, la forma de la que se había sostenido se movió tan rápido que la hizo caer de rodillas nuevamente. No sin antes deslizar algo contra su brazo izquierdo que la hizo gritar de dolor, ante su silbido. Y, consecutivamente pudo oír al resto, en lo que le pareció menos de un segundo.
Se cubrió a prisa, enrollando la tela de su vestido para parar el sangrado mientras gritaba el nombre de su mejor amiga. Debía encontrarla, si la adolescente estaba ahí, era porque ella le había prometido protegerla y mostrarle lo mucho que podía llegar a disfrutar una aventura. Y si moría… y si moría…
Terminaría siendo su culpa.
No solo sus gritos se escucharon en la habitación. Sino que más gemidos estremecedores corrompieron su llamado, distorsionándolo y haciéndolo vano. Casi como si su voz hubiese disminuido. Dudosa e impotente, golpeó su brazo, una y otra vez. Para conseguir dolor, para que su voz saliera y la otra niña fuera atraída hacia ella. Pero, aparte de esas sensaciones filosas y devastadoras, su intento no sirvió.
La pena seguía ahí, el sufrimiento de tener que abrir su propia piel para explotar en llanto estaba presente, más no la fonación. Y así, poco a poco, todo en la habitación se fue calmando, al igual que ella. Como si hubiera caído un diluvio y ahora solo hubiera arcoíris en una tierra deshabitada y vacía.
¿Dónde había quedado su ánimo? ¿Dónde demonios estaba sus ansias de vivir ese momento que había sido celebrado por todo el pueblo? Ahí estaba su dichosa aventura. Ahí estaba lo que le había prometido a su casi hermana para que ambas lo disfrutaran. Ahí… en las tinieblas, donde no podía ver lo que les pasaba a las otras mientras eran cazadas y mutiladas.
Solo, en ese cuarto lleno de terror, se podían oír los pasos de una persona, deteniéndose y echándose a andar mientras caminaba de aquí para allá. Como si buscara, como si revisara a cada una de las personas dentro a pesar de no ver anda.
Temblorosa, se arrinconó contra lo que pensó era de una de las columnas de ese lugar, susurrando en silencio el nombre de su amiga. Llorando mientras se le desgarraba el alma ante la culpabilidad de haber acarreado a otra persona en sus juegos… en su egoísmo e inmadurez. En lo que pensaron era lo mejor que podía pasarle a la elegida en esa presentación.
Un puesto en el castillo, una voz que se conectara al emperador y los aldeanos. Una, que marcaría la diferencia al salvar varias vidas con su descubrimiento. Ori.
Sus manos, incontrolables por el miedo, encerraron su garganta sobándola varias veces como si tratara de aliviarla. Entonces, al no poder pensar en nada más, avanzó gateando, convencida de que esa era su única oportunidad. Tal vez podía llamar a las otras, moverse de ahí y jalarlas tras ella para defenderlas. Pues seguramente sus voces habían sido apagadas también por la extraña sensación despavorida que ella sentía apretándole el cuello. No quería creer, no, se negaba a suponer que ya no estaban con vida. Y, aunque ella estaba aterrorizada el sentimiento de ser ella la espada que protegía era mayor que su propio miedo.
Tenía que ayudarlas, debía hacer algo para llevarlas a todas afuera y terminar con lo que parecía la pesadilla que jamás soñó.
—Nunca aprendes, Kaoru. La vida no es algo que se pueda desestimar así como así. Si tú no vives, ¿quién será la diferencia? —Eso era lo último que su madre le había dicho antes de irse de viaje con su padre para jamás volver, y que lamentablemente, hasta ese instante hizo hincapié a las creencias de ambas amigas.
Y, aunque era una forma idealista de apoyar la idea de su amiga, no vio más verdad sino que esa. Pero… entonces… ¿por qué sus piernas no se movían? ¿Qué había pasado con su honor y valores? ¿Por qué solo sentía la necesidad de postrarse, llorar y entregarse? ¿Acaso todo lo que vivía, y todo lo que había sentido en ese tiempo solo era una barrera que encarcelaba sus miedos verdaderos?
—Eres interesante, lo supe desde que me tocaste —La voz masculina de un hombre retumbó en sus oídos, llenándola de ansiedad al implicársele que ese era su turno. Ella cerró sus ojos y trató de alejarse sentándose en el piso mientras retrocedía para sentir el suelo con sus manos—.Llegaste a tu destino, hacia lo que debías proteger… hacia mí —rio de una forma que solo le erizó la piel por la profundidad y lo malévolo que se escuchaba disfrutando de eso—. Maldita fue tu suerte.
No, esas eran sus palabras, lo mismo que había sentido que era su deber y lo que se había repetido. Ella iba hacia su amiga, no hacia ese hombre que no podía reconocer. Entonces, ¿cómo conocía sus palabras?
Insólitamente, el hombre interpuso sus pies, uno a cada lado de sus piernas para no dejarla escapar, mientras la atmosfera se iba aclarando solo a su alrededor. Ahora podía distinguir una que otra facción, a las chicas paralizadas de miedo en contra de una pared y sin poder hablar, justo como lo había pensado. Sin embargo, todas sangraban de la misma área de donde ella estaba herida; aunque no habían sido tan estúpidas como para desgarrarse ellas mismas, como su persona, para poder gritar.
Espontáneamente, el hombre la detuvo de ambos de sus brazos y con sus fuerzas hizo que se pusiera de pie, pasando su lengua por su herida de una forma un tanto extraña.
—Eres una mocosa ingenua aún —se burló el hombre alejándose solo para que ella pudiera ver su mirada desinteresada mientras escupía su sangre al suelo. Su capucha cubría gran parte de su cabeza y de las facciones de su rostro, dejando un aire lleno de misterio e intriga como su aura—. Pero eres tú…
Descolocada, regresó su atención hacia él, respirando con profundidad para moderar las palpitaciones de su corazón. Estaba asustada, ya no había duda. Se desterraría en cualquier instante y se dejaría morir cobardemente con el corazón explotándole en pedazos.
Lentamente, el hombre la cogió de su mano pasándole las yemas de sus dedos sobre su dorso solo para mostrarle el dibujo que se iba formando con su sangre. Parecía una 'x' con las puntas onduladas. Una marca en su cuerpo que ella nunca tuvo y que extrañamente hasta ese momento solo apareció.
—¿Quién eres tú? —Repitió en su mente, con los deseos moviéndose ansiosos de que éste le escuchara y pudiera contestarle.
—Te daré algo por lo que te aferres en el futuro —ronroneó deslizando la capucha sobre su cabeza y dejando su cabello al descubierto. Pero, por la intensidad de las tinieblas, no pudo ver más que el brillo de sus ojos. Uno dorado, como el destello de sus sandalias o el mismo resplandor del sol. La miraba como la pantera de esa noche en la que se había perdido en aquella isla desierta hacia algunos años. Así sus ojos se iban plasmando en sus recuerdos—. Te veo dentro de unos años, cuando en verdad me seas de utilidad…
Con delicadeza, el hombre se inclinó hurtando con experiencia un beso de boca. Uno que a pesar de ser escaso y muy corto pareció haberle recorrido los labios como si tratara de su primer y único amor, robándole la respiración. A sus escasos catorce años tenía el dolor de decir que, por su insensatez e ingenuidad, ese se trataba de su primer beso, de su primer hombre y su primera memoria que tal vez durante años no la dejaría dormir.
—Recuérdame —Acarició su rostro, dejándola caer de nuevo mientras se burlaba devolviéndole poco a poco el habla y su visión, y, permitiéndole ver los borrosos y escasos rasgos con lo que podía reconocerle antes de volverse a esconder bajo su capucha al retirarse—. Y prepárate porque eres mía, Ori.
—Escarlata —susurró ella desvaneciéndose en el suelo mientras veía a lo lejos a su amiga Misao corriendo para atenderle.
—¿Kaoru, qué dijiste?
—El bastardo… —titubeó Kaoru débilmente, cerrando los ojos—robó mi primer beso…
Continuará…
Nota de autor: Después de una larga ausencia, siento que es momento para algo nuevo… y espero que este me devuelva las ganas para seguir con mis demás fics, los cuales no tengo idea de cuando continuar. Trataré de seguir trabajando y escribiendo.
P.s. no creo dejar nada inconcluso. Gracias por todo.
