"Todos los personajes que aquí nombro son propiedad de J."
"Esta historia puede ser un poco dura en algunos momentos ya que contiene violencia, abstenerse lo que no puedan soportarlo"
COMIENZO
Si intento recordar cuando sucedió todo, tengo que regresar muchos años atrás, cuando apenas era una niña, cuando mi mundo estaba rodeado por personajes de mi imaginación y mi única preocupación era si me daría tiempo a jugar a todo lo que había pensado. Es lo que suele suceder cuando eres una niña que el mundo de los adultos te parece complicado y que no va contigo. La mayoría de la gente pasa esa transición escalonadamente, de niño a adulto poco a poco, con ayuda de los adultos el cambio no es nada brusco, a mí eso no me sucedió.
Mi nombre es Estela Anderson Lawrence, nací en el seno de una familia muy adinerada, no me faltaba de nada, mis caprichos eran saciados y mis necesidades cubiertas con creces. Mi madre Sara Lawrence era perfecta a mis ojos de niña, era la princesa, la reina e incluso el hada madrina de mis cuentos. Era atenta, cariñosa, divertida e imaginativa. Nunca pude apreciar que detrás de su sonrisa había amargura, pena, miedo y soledad.
Todo esto como podéis suponer, se terminó de un día para otro, se acabó la princesa, la reina y el hada madrina. Simplemente un día ya no estaba, había desaparecido su sonrisa, su voz, su dulzura, ese fatídico día había muerto.
Mi mentalidad de niña no lo comprendía, no entendía que ella pudiera morir, seguramente estaría jugando a hacerse la dormida o algo parecido, pero no podía desaparecer sin más, sin despedirse, sin avisarme.
Su funeral lo recuerdo borroso, solo veía mucha gente a mi alrededor como si intentaran ocupar su lugar pero no sabían hacerlo. De vez en cuando notaba la gran mano de mi padre en mi hombro, es ser casi desconocido para mí que incluso temía porque no le conocía. Ahí estaba plantado cerca de mí, como siempre impoluto, recto y con el semblante muy serio pero nunca le vi derramar una lágrima, años después descubriría por qué.
Todo mi mundo se transformó radicalmente, seguía teniendo todas mis necesidades cubiertas pero sin pizca de alegría. Ya no había nadie para jugar conmigo y las veces que intentaba acercarme a mi padre solo recibía una mirada asesina que me hacía comprender que no era de su agrado.
Pasaron los años y al final todos los cuentos, muñecas y juguetes fueron desapareciendo de mi habitación para dar paso a libros para adultos, era lo único que recibía de mi padre, lectura porque decía que no le gustaban los analfabetos por vagancia.
A los seis años ya me había puesto un profesor de magia para que me controlara, aunque no podía usar una varita ni nada por el estilo, la magia en los niños se suele manifestar con pequeños accidentes, eso en mi casa era intolerable.
Mi profesor muy simpático no era y no le gustaban los niños, así que mis pequeños accidentes con la magia no eran bien recibidos y comencé a saber lo que eran los castigos, ahí comprendí que mi vida no iba a ser como cuando mi madre vivía, así que casi la odié por morirse y dejarme sola.
Mi padre en mi vida apenas existía, solo me lucía cuando venían visitas o había alguna fiesta siempre hacia su persona ya que además era bastante ególatra y le encantaba ser el centro de atención en todas sus fiestas.
La única vez que me dirigió la palabra fue cuando una noche tenía la visita de su apreciado amigo Severus Snape, profesor de Hogwarts, con el cual solía cenar muy a menudo sobre todo en verano. Aquella vez que me habló yo tenía 10 años, en mitad de la cena en la cual yo no participaba nunca en sus conversaciones me dijo.
-Hija siéntete orgullosa de que tengas la suerte de poder acudir a uno de los mejores colegios de magia y más orgullosa de que este caballero que tienes en tu mesa sea profesor tuyo.
Acto seguido sin esperar ni respuesta ni nada por mi parte continuaron charlando de sus cosas como si yo no estuviera.
Al año siguiente como era de esperar entraba por primera vez en Hogwarts y ese mismo año descubrí quien era en realidad mi padre y qué escondía detrás de su sonrisa mi madre.
El año que entré en Hogwarts volví a creer en la felicidad, aquello era tan brillante, tan deslumbrante y tan mágico que solo podía ser fruto de una mente en la que le invadiera la felicidad absoluta.
Fuimos ordenadamente por una fila hasta lo que llamaban el sombrero seleccionador, entre el profesorado pude distinguir al buen amigo de mi padre Severus Snape, el cual no me quitaba ojo. Me imagine que era para tenerle informado sobre mi comportamiento, así que me puse recta en seguida y con la cabeza bien erguida fui acercándome a lo que en los siguientes siete años sería mi destino.
En algunos casos el sobrero seleccionador tardaba más que en otros, yo ya sabía de antemano dónde iría a parar, toda la familia paterna eran de Slytherin, de la familia materna no sabía mucho solo que mi madre era también de Slytherin, así que yo entraría en Slytherin.
-¡GRYFFINDOR!- Gritó el sombrero sin apenas tocarme la cabeza.
Este anuncio fue una sorpresa para mí, pero no tuve más remedio que levantarme y sentarme donde aquellos niños bulliciosos que me vitoreaban al verme acercarme. Todas las mesas hacían lo mismo cada vez que el sombrero nombra el nombre de algunas de las casas. Esto me pareció extraño, por qué harían algo así? Ni siquiera conocían a la persona que se sentaba en sus mesas pero no pude más que sonreír y pensar que allí iba a ser de nuevo feliz. Esa noche no tenía ojos, manos ni oídos para disfrutar de todo lo que se veía, oía y comía. Acostumbrada a estar sola en el gran comedor en mi casa, eso para mí era vida. A penas me di cuenta de la mirada escrutadora de aquel gran amigo de mi padre.
Disfruté como nunca en esos primeros meses en aquel maravilloso colegio, me costó mucho acostumbrarme a relacionarme, a hablar en las comidas, en definitiva a vivir. Era así como el resto del mundo vivía, fuera de las paredes de mi gran mansión. Sin darme cuenta llegaron las navidades y aunque yo quería quedarme en el colegio, mi padre me escribió una escueta nota que dejaba claro que no iba a permitir dejarme pasar las vacaciones de navidad en el colegio.
Recuerdo con una perfección casi extraordinaria aquél día, volvía a casa, iba a pasar las navidades con mi padre y tendría que tener mucho cuidado y no cometer ningún error como hablar durante la cena. La puerta de la gran mansión se abrió y delante de la gran chimenea, estaba mi padre, mirando las llamas del fuego con su vaso de whisky en la mano dándole pequeños sorbos.
-Buenas Padre ya he llegado. –dije antes de disponerme a desaparecer hasta la hora de la cena.
-Una maldita Gryffindor, eres una maldita Gryffindor. –murmuró mientras se giraba para mirarme con los ojos llenos de odio.
-Pero Padre yo no tuve nada que ver, el sombrero seleccio….
Ya no pude terminar la frase, mi padre me había mandado un Cruciatus y yo solo podía retorcerme de dolor, cuando paró pensé que todo había terminado pero estaba muy equivocada, pronto descubriría que a mi padre le gusta muy poco usar la magia cuando se trataba de golpear.
La primera patada que me dio en el estómago me dolió pero más aun las siguientes cuando pude distinguir entre la sangre que emanaba de su última patada en la cabeza, su cara, vi esa cara de satisfacción por golpearme y ahí mi alma se rompió.
