"Aguas profundas, una de las mayores ciudades de todo el mundo, es el hogar de una multitud de gentes pacificas de todas las razas y modus vivendi.
Sin embargo, bajo ella, yace un reino distinto. El gran subterráneo, conocido como Bajomontaña, construido por el mago loco Halaster. Aquí, Halaster pone a prueba a los aventureros que osan entrar, empleando mortíferas trampas y las criaturas más peligrosas. Todos, menos los afortunados, encuentran la muerte en sus oscuros corredores.
A pesar
de todo lo que bulle bajo sus pies, la gente de Aguas profundas se
siente a salvo, pues aunque se pueda entrar en Bajomontaña, es
raro que se pueda regresar.
Pues existe otro dominio, aun más
profundo que Bajomontaña. Un lugar sombrío y maligno
conocido simplemente como La Infraoscuridad. En ella, los siniestros
Elfos Oscuros, conocidos como Drows, gobiernan junto a otros horrores
subterráneos. desconocidos para la mayoría de la gente
en la superficie.
Y serán los Drows, quienes dirigirán un ejercito de dichas criaturas hacia las calles de Aguas Profundas, sitiando la ciudad desde lo profundo, en una campaña de sangre y terror.
En estos tiempos tan difíciles, los señores de Aguas Profundas han pedido que acuda un héroe, alguien que enfrente a los Elfos Oscuros y a sus aliados en su propio terreno, alguien capaz de derrotar a las Hordas de la Infraoscuridad"
Con esas palabras culminaba el pequeño libro, o diario, que había tomado de aquella repisa, aquí, en una posada de la ciudad conocida como Aguas Profundas. Rápidamente el cansancio se apoderó de mi y me vi envuelta en el más profundo sueño. Sin duda, me esperaba un gran día.
Me despierto abruptamente sin saber porqué. Como acto de reflejo extiendo mi mano izquierda para tomar el báculo, el cual siempre dejaba ahí. Sin embargo, no estaba. Me percato entonces que un ladronzuelo husmeaba mis pertenencias que se encontraban en un cofre, al otro lado de la enorme habitación.
El individuo inesperado no pensó siquiera la posibilidad de que tuviese otra arma cerca. Bajo mi almohada de plumas, guardaba una daga que me fuese entregada por un ignita años atrás. Sin dudarlo, con todo el sigilo que nos caracteriza, me acerqué al escurridizo ser y enterré la daga en su espalda, tapando su boca para evitar que el ruido despertase a las demás personas en la posada.
La sangre brotó por su espalda y garganta y lentamente cayó al piso. Me apresuré a quitar el capacete que cubría su rostro y realmente no me esperaba aquella imagen. Era una Drow, una elfa oscura, un ser de mi propio linaje, muerto en mis brazos por mi propio filo. Pero no era ignita, no podía serlo, se notaba en su aterrorizado rostro. Observé de reojo el cofre y vi que ya se habían llevado todas mis pertenencias. Si duda hubo alguien antes de quien yacía en el piso.
Aun en la confusión, escuché voces escaleras abajo, parecía una verdadera discusión. Descendí lentamente y vi que todas las habitaciones estaban vacías, con sus puertas abiertas y un verdadero desorden en sus interiores. Las voces venían de la sala principal de la posada, donde se reunían todos a la hora del te. Mirando a través del filo de la puerta entreabierta se veían los aventureros y mercenarios discutiendo unos con otros y a Durnan, dueño de la posada.
Sin más, me dispuse a entrar, aun en ropa de cama, pues me lo habían robado todo. Con tan sólo entrar, las miradas de todos se posaron en mi. Todavía discutían, pero no dejaban de observarme mientras me acercaba a Durnan.
-¿Se puede saber que pasa aquí? -le pregunté, mirando a mi alrededor, mientras esas miradas me azotaban.
-Esto es algo de no creer -me respondió confundido-. Todos admiten que un ladrón Drow entró a robar a sus habitaciones. Pero eso es imposible -se respondía a si mismo-, tenemos vigilancia toda la noche y aquí no entro nadie.
Durnan sabía poco de magia; los Drows no entraron por la puerta.
-De hecho... -le decía- a mi también me robaron.
-¿A usted? -dijo exaltado- Pero si es uno de...
-¿Uno de ellos? -pregunté enojada- ¿Acaso duda de mi señor Durnan?
-No, no, no señora mía -decía dando un paso hacia atrás-. Entiéndame que estoy confundido. Jamas entendí como humanos y elfos oscuros pudieron convivir en ese Reino del que vienes. Y ahora con todo esto...
Sumado a su duda e indecisión, un fuerte golpe en la puerta principal calló sus palabras. Todas las miradas se aparataron de mi para observar la puerta. Algunos, incluso, acercaron las manos a sus cinturones, pero no tenían espadas que desenvainar.
La delicada madera de la puerta cedió al segundo golpe, convirtiéndose en astillas. En el mismo instante, todas las ventanas laterales también se rompieron y una gran grieta se abrió en el tejado. En segundos, la sala se vio rodeada de elfos oscuros.
La situación era clara: primero nos roban, luego nos matan. Durnan se ocultó tras una columna y escondió su cabeza entre las piernas. Los enanos esquivaban hábilmente los golpes de cuchillo de los Drows, acertándoles buenos golpes a mano limpia en cada descuido. Un par de elfos que allí había se valieron de los utensilios de cocina para defenderse y atacar, mientras que a los semiorcos bárbaros les bastaba con tomar empleando una sola mano las cabezas de los Drows y con un ligero movimiento quebrarles el cuello.
Yo permanecía inmóvil, pues todavía no me habían atacado y podría ser peligroso para mi meterme en las otras peleas, claro estaba. Sin embargo, el primer Drow que entró, aquel quien rompió la puerta y desde entonces no se había movido, corrió a mi dirigiendo su espada corta contra mi pecho. Dí un paso hacia atrás con la pierna izquierda y tomé la espada por el filo, cortando ligeramente la piel de mis dedos. Inmediatamente golpeé su cabeza con la empuñadura de mi daga, dejándolo inconsciente, pero una elfa lo mató clavándole un tenedor en el cuello. Luego se quedó observándome; claramente dudando de mi posición. Finalmente se unió al grupo de los enanos, semiorcos y elfos, que discutían sobre lo sucedido rodeando a Durnan.
Me acerqué lentamente, pero todos corrieron sin más por la puerta, o lo que quedaba de ella, permaneciendo en la sala solo Durnan y yo.
-¿A dónde fueron todos? -pregunte, mirando la salida. Durnan se secaba el sudor con un pañuelo, aun temblaba.
-Están locos -decía- ¡Están todos locos! Piensan ir a Bajomontaña, quieren saber que pasa con Halaster... y los Drows... y... y...
Halaster, conocía ese nombre de algún lado. Claro, de aquel libro, el mago loco.
-¿Realmente existe Halaster? -pregunté riendo.
-No lo sabemos -decía temblando-. Pero tiene que... ¡Tiene que existir! ¡Nadie salió vivo de Bajomontaña!
Los gritos de Durnan me asustaban. El loco más bien parecía el.
-¿Y que hay sobre La Infraoscuridad? -pregunté mirando mis pies.
-¡NOOOO! -gritó Durnan- ¡No puede ser cierto! ¡Un lugar lleno de elfos oscuros sería peor que el infierno!
Durnan lloraba en el piso.
-¡Los elfos oscuros que quedan tienen que estar en ese Reino! -decía entre lágrimas- Si, si, si, ahí tienen que estar. Si, si, si ¡Ahí están!
Me agaché lentamente lentamente y tomé suavemente su cabeza por su mentón, mirándolo a los ojos.
-Escúcheme bien -le dije-. Yo vengo de Ignis y estos Drows no son de allí. Tiene que existir otro lugar.
-¡NOOOO! -volvió a gritar, alejando mis manos de su rostro y gateando hacia atrás- ¡La Infraoscuridad no existe!
-Muy bien -dije poniéndome de pie-. Tendré que ir yo misma a Bajomontaña y ver qué sucede.
-¡No! -gritó- ¡No lo haga! ¡La van a matar!
-¡Aquí no puedo hacer nada! -grité más fuerte y empecé a caminar hacia afuera.
-¡Espere! -gritó, yo me detuve- Antes de irse llévese esto.
Entró a su habitación, que estaba en la planta baja, y salió con algo envuelto en un manto brillante. Se acercó a mi y me lo entregó; era bastante pesado.
-Es la espada de la mismísima Lady Aribeth de Tylmarande -dijo.
Corrí la manta y efectivamente era una espada, y muy grande por cierto. En la unión entre la empuñadura y el filo, estaba grabado el ojo de un lobo ártico, hecho seguramente por una forja enana. A lo largo del filo, se leía claramente en letras élficas "Al servicio de Tyr".
-¿Era una elfa verdad? -pregunté.
-¡Y qué elfa! -gritó- Fue el paladín al servicio de Lord Nasher, en la ciudad de Noyvern. Dirigió la academia cuando la ciudad se vio azotada por la plaga conocida como "la muerte aullante", pero cuando su amado Fenthick Musgo fue condenado a la horca por negligencia, ella no volvió a ser la misma.
Realmente yo no sabía nada de esa historia, pero no parecía tener un final feliz.
-Dicen que Lady Aribeth se unió al enemigo y dirigió el asedio contra su propia ciudad. Calló por el filo del conocido simplemente como "héroe de Noyvern", a quien ella misma había entrenado. Bueno, al menos eso dicen.
-¿Y como es que un posadero como tú tiene la espada de una traidora tan importante como dices que es? -pregunté, realmente no tenía sentido.
-Simplemente apareció en la posada, tal vez aquel héroe no quería tener la espada de una traidora y se deshizo de ella. ¡No me preguntes esto a mi! ¡Simplemente a mi no me sirve, llévatela!
Durnan comenzaba a impacientarse con sus propias palabras.
-¿Y que pasó con el héroe de Noyvern? -insistí con las preguntas.
-Nadie sabe -dijo negando con la cabeza-. Aunque los bardos insisten que deambula por Aguas Profundas. Además, afirman que el alma perdida de Lady Aribeth vaga por los helados Yermos de Cania. Aunque claro, tampoco sabemos donde está eso o como entrar.
Realmente lo que Durnan estaba diciendo no me servía para nada.
-Bueno, bueno -dije- ¿Como se supone que deba entrar a Bajomontaña?
-Sígame mi señora -dijo y caminó hacia afuera, hasta el pozo de agua que estaba en el patio delantero.
-Por aquí -dijo.
-¿Por el pozo de agua? -pregunté mirando hacia dentro del pozo.
-Realmente nunca fue tal cosa... -dijo- Es la única entrada a Bajomontaña. O al menos la única que conocemos.
-Entonces que así sea -dije, y comencé a descender por la cuerda que se extendía hasta el fondo, el cual aún no podía ver.
-Que tenga usted suerte señora Lipkit -dijo Durnan. O eso creo haber escuchado, ya no veía su rostro.
El descenso fue largo. No recuerdo cuanto tiempo paso, pero no fue agradable. Cuando por fin pude sentir el piso, la oscuridad era completa. Deslizaba lentamente los dedos por delante de mi rostro pero no podía verlos y el silencio era tal que escuchaba la sangre fluir por mis venas.
