Horas antes de que la alarma de su móvil sonase, Anna ya estaba despierta, dando vueltas en su cama. Hoy es el día, fue lo primero que pensó al despertarse. Podía sentir que estaba físicamente agotada, tenía un continuo dolor de cabeza y sus ojeras llevaban ahí ya una semana y media.
Miró hacia la ventana y cuando Anna vio que el Sol asomaba por encima de un pequeño monte que había cerca de casa, calculó que ya debería de ser la hora de levantarse. De hecho, cuando miró el móvil quedaban escasos minutos para que la alarma sonase, así que la quitó y dejó de nuevo el móvil en la mesa. Se sentó en el borde de la cama e hizo el amago de levantarse, pero lo único que realmente hizo fue quedarse ahí, quieta. Se pasó unos mechones de pelo por detrás de la oreja con la mano varias veces, mostrando inseguridad y nerviosismo, mientras tenía la mirada perdida en el infinito.
Cuando volvió en sí, Anna se bajó de la cama y con las zapatillas puestas salió de su habitación. Bajó por las escaleras a la planta de abajo y se acercó a la puerta de la cocina. Cuando vio a sus padres sentados en la mesa, cada uno con sus cafés correspondientes y pensativos, suspiró y se apoyó en el marco de la puerta, cerrando los ojos.
"Hey, buenos días cariño." El padre de Anna le dirigió la mirada y una leve sonrisa, a las cuales Anna sólo contestó con un pequeño gruñido. Se reincorporó y se fue hacia la cafetera, se sirvió un buen café con su azúcar correspondiente y se sentó junto a sus padres.
"Deberías de dejar de tomar café a todas horas." Le comentó su madre. "Te está trastornando el sueño, tienes muchas ojeras." Anna permaneció en silencio durante unos segundos, moviendo la cucharilla en el café.
"Ya me he acostumbrado, y de todos modos mi falta de sueño no es por culpa de la cafeína." Se llevó la taza de café a la boca y le pegó un buen sorbo, mientras esperaba la respuesta de su madre.
Su padre se rió y le pegó un pequeño golpe en la espalda. "Hoy es el día, ¿eh? ¿Cómo te sientes?" Le miró a Anna con unos ojos que desbordaban amabilidad y comprensión. Anna bebió de nuevo y repitió el mismo suspiro de antes.
"Estoy nerviosa, muy nerviosa, inquieta, es que tengo hasta miedo. Aún así, estoy muy feliz." Se dibujó una sonrisa en las caras de los tres, primero en la de Anna y luego en la de sus padres. Ya estaba algo más activa, así que su tono de voz dejó de sonar tan monótono como antes. "Tengo muchas ganas de verla, de volver a ser una familia los cuatro, quiero estar con mi hermana."
Su madre le puso una mano en el hombro y le habló con un suave tono de voz. "Por cierto, Anna, procura dale algo de espacio a Elsa, ha pasado mucho tiempo y se tiene que acostumbrar. Todo esto que tenemos nosotros tres es nuevo para ella, y tu hermana va a tardar hasta que sienta que es suyo también." Esta vez su sonrisa era algo triste, porque llevaba razón.
Habían pasado ya trece años desde que Elsa abandonó su casa y pasó a vivir fuera, debido a varios problemas de salud.
Con pocos años, le detectaron una enfermedad relacionada con su corazón. Era muy frágil, tenía el latido débil y extremadamente irregular, y era propenso a sufrir ataques, entre otros síntomas. Poco a poco le empezó a empeorar la enfermedad, llegando al punto en el que la pequeña estaba diariamente en el hospital. El médico de Elsa habló con sus padres, y les recomendó internarla en algún centro médico en el que pudiesen cuidarla las veinticuatro horas del día. Fue una dura decisión para la familia, pero era por el bien de Elsa, así que dieron su brazo a torcer.
Anna pensó en la cantidad de tiempo que le tomaría a Elsa el reincorporarse a la nueva vida. Ni siquiera hemos sido una buena familia con ella, siento que simplemente nuestros padres le quitaron la vida, aunque digan que fue por su bien. Y yo tampoco he hecho nada por solucionarlo. Mentalmente se rió de manera sarcástica, sabiendo que Elsa no pensaría muy bien de ellos ni les tendría aprecio. Desde luego, Anna no la culpaba por ello.
Elsa fue cambiando de centros y hospitales a lo largo de los años cada cierto periodo de tiempo, sus padres pensaron que así cambiaría de entorno y le resultaría menos monótono. También, en los primeros años las visitas eran constantes, y la tristeza de Elsa por estar fuera de casa se desvanecía al ver a sus padres y hermana pequeña unas cuantas veces por semana. Aún así, a cada año que pasaba la visitaban menos, y apenas se daban cuenta de ello. En los últimos años que Elsa ha pasado en el hospital, sólo ha visto a su familia en fechas importantes, como Navidad; algunas veces estaba algo estable para volver a casa un par de días, y otras simplemente la visitaban allá donde estuviese.
A Anna se le formó un nudo en la garganta al pensar por lo que había pasado su hermana. Le parecía hasta inhumano. Y ella, en cambio, ni siquiera se vio capaz de hablarlo con sus padres, de intentar encontrar una solución o simplemente valor para visitarla más a menudo. Ahora, Elsa ya no estaba mal, la última operación había tenido un éxito rotundo y ya estaba en condiciones de volver a casa. La voz de su padre la sacó de sus pensamientos a la vez que se acababa el café.
"Voy a ir a recogerla para la hora de comer." Le dijo a Anna mientras la observaba dejar la taza de café en el lavavajillas.
"Ya me lo has dicho como unas veinte veces, papá." Contestó la pelirroja poniendo los ojos en blanco y terminando con un suspiro.
Media hora después Anna estaba saliendo por la puerta de su casa en dirección al instituto. Arrancó su moto y lo único que podía pensar era en Elsa, cosa que la ponía nerviosa, así que intentó no pensar en nada para no tener un accidente. Al llegar al instituto aparcó y enganchó el casco a la moto con un candado que tenía. La mañana le resultó insufrible a la pelirroja, muy lenta, y su dolor de cabeza había empeorado; encima Kristoff, su mejor amigo, no paraba de preguntarle cosas sobre Elsa, y no podía dejar de pensar en ella.
Cuando terminó la última hora, Anna no sabía si recoger rápido los libros e ir corriendo a la moto o si ralentizar su paso. No sabía si quería ver a Elsa. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja y se dirigió hacia la moto, tras despedirse de Kristoff. Sí que quería ver a Elsa, pero tenía miedo; miedo de que fuese Elsa la que no quería verla.
Con la moto ya en marcha, Anna arrancó dudando si al llegar a casa iba a estar ya allí su hermana. Aunque su instituto no estuviera muy lejos, ir en la moto siempre le despejaba, aparte de que le encantaba. Cuando pudo ver su casa tragó saliva, y apretó los puños en el manillar de la moto. La dejó aparcada en la cochera y entró por la puerta que la conectaba con la casa.
Dudó en si debía avisar que había llegado o permanecer en silencio e investigar si su padre estaba ya de vuelta con su hermana. "Ya he vuelto." Cruzó el salón de su casa y al no ver señales de vida pensó que su padre estaba fuera. Escuchó sonidos de platos en la cocina y se le puso la piel de gallina, así que con paso dudoso entró y vio que estaba su madre de espaldas, cocinando. Dejó escapar el aire que estaba reteniendo sin haberse darse cuenta por los nervios. Tenía algo más de tiempo para prepararse mentalmente.
Su madre se giró y la saludó, y le preguntó sobre la mañana en el instituto. Estaba terminando de cocinar y le pidió a Anna que pusiera la mesa. La pelirroja puso el mantel y se acercó al cajón a coger los cubiertos. Se aseguró de coger cuatro de cada tipo. Mientras seguía poniendo la mesa su madre se acercó al horno a mirar cómo iba lo que había dentro.
"¿Qué tienes ahí?" Dijo olisqueando el ambiente. "Huele dulce, como a-"
"Chocolate." De repente una voz extraña acabó la frase por ella; que fuese extraña no significa que no la reconociese. Anna se giró para ver a la persona que había dicho eso, aunque lo sabía de sobra. Dios mío. La pequeña se quedó boquiabierta. Ya casi no recordaba lo perfecta que era su hermana, y más ahora. Parecía una persona completamente diferente, había crecido. Tenía 20 años y su cuerpo lo demostraba, había dejado de ser aquella niña bajita con la cara redonda. Su pelo rubio blanquecino estaba atado en una trenza que dejaba caer por su hombro; su piel casi traslúcida, pálida por estar tanto tiempo encerrada sin estar en contacto con el Sol; esos ojos azules que parecían estar perforándola con la mirada. ¿Cómo narices se hablaba?
De repente se le secó la boca. Se pasó la lengua por los labios para intentar humedecerlos y poder pronunciar alguna palabra. Todo esto le parecía surrealista: que esa persona fuera su hermana, la que tenía ahí mismo delante de sus narices, le parecía surrealista. No sabía cómo tratarla, no sabía hasta qué punto iba a poder mejorar su relación con ella. Sin embargo, no sabía si por el hecho de querer tener de vuelta a su hermana o por el sentimiento egoísta de enmendar lo mal que la trató, quería con todo su corazón hablar con ella.
Cuando ambas quisieron darse cuenta, su madre había desaparecido, dándoles espacio a las jóvenes. Anna se pasó la mano por detrás de la oreja, aunque no había ningún mechón de pelo de por medio, lo hacía sólo por acto reflejo cuando estaba nerviosa. Elsa optó por una postura defensiva, abrazándose ligeramente el cuerpo con los brazos, aunque su cara no reflejase inseguridad.
"Elsa." Fue lo único que logró decir la pequeña de las dos, mientras trataba pestañear.
"Anna." Rápidamente se escuchó la respuesta con una voz calmada.
Mierda, ahora qué. ¿La abrazo? ¿Le doy la mano? ¿Un beso en la mejilla? ¿Me puedo ir corriendo? No, no me responden las piernas. Los segundos que pasaban en silencio se podían contar fácilmente con el sonido del reloj que había en la cocina. No había pasado ni medio minuto pero se podía notar en el ambiente el nerviosismo de las dos hermanas.
