Ninguno de los Personajes de esta
história me pertenecen. Son obra y grácia del fantástico Marc
Cherry, y yo no soy hombre así que…
Tampoco quiero nada a
cambio de esto, y menos de este Oneshoot en particular, que és lo
primero que hago.
El vestido de París.En los últimos años, Gabrielle Solís, había perdido muchas cosas,o, al menos, eso le parecía cuando se miraba al espejo y veía que su despanpanante figura, que hacía girarse a todo hombre con dos ojos de frente, había desaparecido.
Su pelo, siempre cuidado al más mínimo detalle, había sido sustituido por una melena corta, con las puntas abiertas y descuidada debido al poco tiempo que tenía para dedicarse a ella.
Y sus vestidos, aquellos increibles vestidos que ya no podía utilizar, en parte porque ya no le cabían y, en parte, porque ya no tenía razones ni lugares donde hacer uso de ellos.
Sí, la vida de la supermodelo Gabrielle Solis, amante de las fiestas, el glamour y la diversión, había sido sustituida por la de una ama de casa que no sabía como cuidar a sus hijas, ni repartirse el tiempo para que le quedase un poco con el que dedicarse a ella misma.
Muchos, ajenos a ella, no sabían bien como había podido cambiar tato su vida. Con lo que había sido y lo que era.
¿Qué le quedaba, entonces, a Gabrielle Solis?
Ahora ,sólo podía contar con sus amigas, que siempre la apoyarían al máximo y que, de hecho, la ayudban en todo lo que les era necesario. Se contaban, al igual que siempre, sus penas, sus alegrías y sus líos en casa mientras jugaban una de aquellas famosísimas partidas de Pocker.
Porque ahora ,Gabrielle Solis ,no podía contar con aquella gente rica con la que solía relacionarse. Solo podía desahogarse con sus mejores amigas.
Ahora era una mujer casada y sólo podía salir con su marido, un hombre que bebía los vientos por ella y que la quería más que a nada. Y ella lo quería a él.
Porque ahora, Gabrielle Solis, ya no tenía a un centenar de hombres dtras de ella y, aunque los hubiese tenido, no podía ahcer nada con ellos, porque estaba casada.
Y es que ahora, a Gabrielle Solis,solo le quedaba el amor de su vida.
Pero, sobretodo, ahora era madre de dos niñas pequeñas. Dos niñas que tenían la mala costumbre de hacer lo que les daba la gana y de saltarse la autoridad de su madre cuando querían.
Dos niñas que eran, al fín y al cabo, lo que la animaban a seguir cada día. Porque eran, sin duda, lo mejor que le había pasado nunca.
Por ello, cuando Gabrielle Solis se mira al espejo, por unos instantes, se entristece al ver lo que ha perdido.
Pero luego, cuando sale de casa a hacer las compras y observa a sus hijas jugar en el jardín, cuando se encuentra a Susan en el supermercado y habla con ella durante siglos y cuando vuelve a casa y pasa la tarde viendo la televisión con su marido, las cosas cambian.
Y es que, cuando eso pasa, Gabrielle Solis no hecha de menos ni su pelo de estilista, ni su delgada figura, ni a los hombres.
Nisiquiera hecha en falta su vestido de París.
