Capítulo 1

Tenía todo París a sus pies, tal como aquella vez. Pero ahora se sentía valiente. Esta vez se animó a abrir los ojos y mirar. Por ella.

(Meses antes)

(NUEVA YORK. Apartamento de Kate Beckett)

El despertador sonó como tantos otros días, a las siete de la mañana. Katherine, "Kate" Beckett murmuró un mierda y palpó por la mesita de noche, todavía con los ojos cerrados, hasta encontrar el maldito chisme y apagarlo. De poco le servía haber seguido el consejo de su mejor amiga y activar el reloj con su canción favorita, una española que empezaba bien fuerte, "Toda" de Malú; el mal humor no se le iría ni aunque viniera la cantante en persona a despertarla.

Se quedó en la cama, remoloneando, preguntándose para qué iba a salir de ella. Sin trabajo y sin pareja. Al menos tenía salud, se reconfortó a sí misma, para luego deprimirse al recordar que eso es lo que se le suele decir a los que no tienen ni trabajo ni pareja.

-Deja de compadecerte, joder, esto te lo has buscado tú solita –masculló, mirándose al espejo. El reflejo que le devolvió no le gustó nada: ojerosa, con el pelo revuelto, sucio y enredado y encima había cogido un par de kilos. Bueno, en eso no tenía quejas, siempre le habían dicho que estaba demasiado delgada.

Si alguien le hubiera dicho cuatro semanas antes que iba a quedarse en el paro y que su novio la iba a dejar por un estupendo puesto como Agente Especial del FBI, se hubiera reído. Pero sí, así estaba: parada y sola, porque por mucho que Lanie le dijera que soltera sonaba mejor, ella se sentía sola y nada más. Sola estúpida, estás sola le decía su reflejo en el espejo.

-Cállate –bufó antes de girarse e ir a la cocina. Cogió la cafetera italiana, que había comprado tras destrozar su máquina de capuchinos en un ataque de ira. No es que tuviera nada en contra de ésta, salvo que había sido un regalo de su novio. Su ex. Y la pobre había acabado en suelo. Volcó la cafetera para darse cuenta de que sólo un hilillo oscuro salía de ella. Frustrada se acercó a la nevera, abrió la lata de café y:

-¡MIERDA!

Blasfemando contra su ex, la cafetería, el café y el mundo en general, dejó a un lado la taza y se desnudó, dejando la ropa tirada por el suelo. Debería recogerla; bah, ya lo haré. El agua caliente tampoco la ayudó a sentirse mejor, al contrario, se apoyó contra los húmedos azulejos y apretó los ojos, con fuerza, recordando aquellos días en los que las duchas mañaneras se acompañaban de risas, caricias y orgasmos.

La mañana pasó sin pena ni gloria, ver la televisión, mirar el periódico, llamar a su padre y asegurarle que todo iba bien y poco más. No se puso más que un chándal y unos calcetines, no salió a la calle. ¿Para qué? Llegó la hora del almuerzo y se contentó con calentarse las sobras de la noche anterior: cerdo agridulce y tallarines picantes. Y así pasó otro día más, compadeciéndose de sí misma y preguntándose cómo había llegado a esa situación. Bueno, saber lo sabía, pero recordarlo era cruel; la autocompasión era más satisfactoria. Lo que Kate no sabía es que ese sería el último día en que podría permitirse el lujo de maldecir su mala suerte.

(Apartamento de Lanie Parish y Javier Esposito)

-¿Y qué vas a hacer?

-Algo, lo que sea, no podemos dejar que se siga hundiendo en la miseria.

-Cielo, apenas hace un mes que la echaron y que Will se fue, dale un tiempo.

-¡No tiene más tiempo! Tiene que hacer algo con su vida, buscar trabajo, recuperar la ilusión, ¡empezar de cero! Kate nunca ha sido una llorona que se rinde a la primera de cambio, seguro que si la hiciera racionar se daría una bofetada a sí misma.

-Está deprimida.

-Cariño, no me ayudas.

Lanie lo fulminó con la mirada, Javier alzó las manos, en señal de paz. Se acercó a ella y la rodeó con los brazos, intentando apaciguarla con una tierna mirada de cachorro; Lanie le respondió con un beso en los labios, apoyando después la frente contra la suya.

-Tú la conoces tan bien como yo, ayúdame –murmuró; el detective suspiró en su cabello, también él estaba preocupado por su amiga y excompañera. De hecho tenía rondando una idea en su cabeza desde hacía unos días, pero temía que la ex-inspectora le diera una patada en sus partes más privadas en cuanto se la comentara. -¿Qué? –Lanie lo miraba con curiosidad, desconcertada ante su repentino cambio.

-Creo que… sé lo que Beckett necesita. Pero va a ser complicado convencerla.

-Habla –respondió, entusiasmada.

(Cafetería Starbucks)

-Se retrasa –masculló. Esposito tomó aire lentamente por tercera vez antes de hablar:

-Ya vendrá, ten paciencia.

-Hemos quedado hace media hora, nena, te lo suplico, cálmate.

-Si en cinco minutos no está aquí voy a por ella a su casa y la traigo de los pelos.

-No te molestes, ya estoy aquí.

Beckett se sentó junto a la pareja tras pedir un café en el mostrador. Café con leche desnatada y dos de vainilla. Disfrutó cuando el vaso le calentó las manos y se dio unos segundos para saborear el momento. Sus amigos la miraban, con evidente preocupación. Bebió un sorbo antes de enfrentarse a ellos:

-A ver, ¿qué pasa?

Lanie parecía desear darle un bofetón, Esposito le indicó que se calmase antes de volverse hacia la inspectora:

-Estamos preocupados por ti –dijo.

-Estoy bi…

-Como te atrevas a decir que estás bien te tiró el café a la cabeza –la amenazó Lanie. Kate abrió los ojos de par en par, pensando seriamente en irse, no le apetecía tener esa conversación con ellos, pero se controló y probó a cambiar de táctica.

-Mira, sé que no estoy en mi mejor momento…

-No, no lo estás.

-… pero es sólo una mala racha. Se me pasará.

-Quedándote en tu casa comiendo helado y viendo la televisión no se te solucionará la vida –replicó su amiga. Kate la miró con paciencia. Lanie era su mejor amiga desde que se habían conocido en el trabajo: Kate había sido inspectora de policía y Lanie forense. Mientras que la primera era más seria y reservada, Lanie había sido un soplo de aire fresco y había animado su vida, pero aquellos tiempos habían quedado atrás. Ahora su vida era un desastre y no quería escuchar un sermón de la forense. El problema es que para la prometida de Javier Esposito la palabra rendirse no formaba parte del diccionario. Kate golpeó rítmicamente la mesa antes de instarla a continuar.

-Javi te ha encontrado trabajo –anunció, yendo al grano. Se volvió hacia él, sorprendida:

-¿Trabajo?

-Bueno, no exactamente –respondió, frunciéndole el ceño a su prometida -. Está bien, el caso es que tengo un amigo que está buscando un guardaespaldas para su hija y he pensado en ti.

-¡Un guardaespaldas! –repitió. -¿Cómo un guardaespaldas?

-Es millonario –Kate se encogió de hombros -. Tiene mucho dinero –aclaró. Ella resopló.

-Sé que significa. ¿Cómo ha conseguido ese dinero? –Si el amigo de su antiguo compañero necesitaba alguien que protegiese a su hija sería por algo y sólo se le ocurría que había conseguido tanta pasta con negocios sucios. Y sin embargo eso no le pegaba para una amistad de Esposito. Esperó, intentando disimular su curiosidad y su decepción, ella no quería ser guardaespaldas de nadie, lo que quería era recuperar su placa y su vida, maldita sea.

-No, no es lo que estás pensando. Es escritor.

-Escritor.

-Se gana la vida escribien…

-Sabe lo que es, cariño –lo cortó Lanie -. Continúa.

-Ha escrito unos cuantos best sellers y acaba de terminar una saga.

-¿Y?

-Ha matado al protagonista.

-Cielo, creo que no te sigue. –El detective las fulminó a ambas, cansado de que lo mirasen como si fuera idiota. De mal humor añadió: -Sus lectores no se han tomado muy bien el asesinato literario y al parecer hay uno que está particularmente enojado.

-¿Me estás diciendo que alguien ha amenazado a tu amigo porque se han cargado a su personaje de ficción favorito?

-No a él, a su hija. Una niña de ocho años.

-Joder con la gente –murmuró Lanie antes de llevarse un trozo de tarta de queso a la boca. Kate asintió, de acuerdo con ella.

-¿Qué dice la policía?

-Por ahora nada, como sólo son amenazas escritas no se lo han tomado muy en serio, pero mi amigo está preocupado. Me comentó que buscaba a alguien que vigilara a su hija las veinticuatro horas del día.

-Entiendo… -se limitó a decir. Lanie le dio un codazo a su prometido disimuladamente, para que insistiese. Su amiga no parecía muy entusiasmada.

-Mira, ya sé que no es lo que esperabas, pero ya no eres poli y esto… creo que te vendrá bien. No es un trabajo muy duro.

-Soy policía, no niñera – argumentó. Pensó con cierta diversión en aquella época en la que en la maestra preguntaba en clase que querían ser de mayor. Casi todas las niñas respondían "profesora", sonrientes, pero ella no. Ella tenía claro desde muy pequeña que los niños no eran lo suyo.

-Ya no eres policía, cielo –la corrigió Lanie con suavidad -. Te han quitado la placa.

-Pero…

-Kate, mi amigo te pagaría bien, el dinero no es problema para él. Y a un increíble sueldo súmale el alojamiento y la comida.

-¿Alojamiento? –repitió. Claro, si el tío estaba tan obsesionado con cuidar de su niñita querría que el guardaespaldas viviera en su casa, con él y la cría. Notó que Esposito se movía, incómodo y Lanie miraba hacia otro lado. -¿Qué?

-Bueno… el trabajo es en París.

-¡EN PARÍS! –Gritó. La gente a su alrededor la miró sorprendida. Una señora hizo una mueca de desdén antes de continuar con su interesantísima charla sobre la costura. Esposito le sonrió, apaciguador.

-Sí, él es neoyorkino pero vive en París, allí nació su hija. Si te sirve de algo la cría habla nuestro idioma perfectamente.

-Que consuelo –replicó, mordaz. Lanie resopló:

-Chica, te están ofreciendo un buen sueldo, casa y comida en París a cambio de cuidar de una niña y te pones así. ¿Sabes lo que daría yo por poder vivir en esa ciudad de gratis?

-Espo, tu futura mujer acepta el trabajo, díselo a tu amigo.

-Sí, no estaría mal, pero ella no sabe disparar. No te ofendas, nena –añadió mirando a ésta última, que se rio. –Kate –se dirigió de nuevo a la testaruda mujer, esta vez serio -. Piénsalo: un cambio de aires, un sueldo que te permitirá tener unos ahorros hasta que encuentres algo aquí y además –se decidió a usar su última carta: el chantaje emocional – así dejarás de preocupar a tu padre.

-Eso es un golpe bajo y lo sabes –masculló.

-Lo sé, pero eres tan terca que es la única forma de convencerte. Vamos Kate, si rechazas esta oferta quien sabe cuándo vendrá otra. Y tu alquiler no va a pagarse solo.

Beckett se echó hacia atrás en su silla, cogió su café, ya frío y pasó la mirada de la expectante de Lanie a la suplicante de Esposito. Mentalmente se preguntó a sí misma que haría sin ellos. Sonrió, triste:

-Está bien, llama a tu amigo y háblale de mí.

-Ya lo hice, dice que eres perfecta para esto.

-¡Espo! ¿Y si te hubiera dicho que no?

-Sabía que aceptarías, te conozco bien –repuso. Kate hizo una mueca, pero no dijo nada. Lanie se levantó y la abrazó, con fuerza, susurrando en su oído:

-Míralo por este lado: París es la ciudad del amor.

-Calla si no quieres que cambie de opinión –respondió en el mismo tono. Se volvió hacia el hombre:

-Bueno, ¿cómo se llama tu amigo y cuando empiezo?

-Richard Castle. Empiezas en dos días. Aquí tienes el billete de avión y la dirección de la casa.

-Lo tenías todo bien atado, ¿eh? –comentó, cogiendo los papeles. Leyó el billete, de primera clase y enseguida empezó a planear todo lo que debería llevar. Y por supuesto tenía que hablar con su padre. Despedirse de él. No se dio cuenta de que estaba cavilando en voz alta hasta que se percató de las sonrisas de suficiencia de sus amigos. –Gracias –les dijo. Por primera vez en cuatro semanas se sentía con fuerzas para hacer algo más que quejarse. Kate Beckett había vuelto.

(PARÍS. Piso de Richard Castle)

-¿Papá? –La pequeña Alexis Castle se acercó a su padre, tras sortear sin dificultad los pocos muebles que la separaban de él. Ya conocía bien la casa y nunca tropezaba. Richard la cogió de la mano y la sentó en sus rodillas, dándole un beso en el pelo:

-¿Qué ocurre, cariño?

-Esa niñera nueva que va a venir… ¿cuánto tiempo se va a quedar?

-No lo sé, tesoro. No lo sé.

No le había dicho la verdad a su hija, para la pelirroja Kate Beckett sería una niñera y nada más, ella no tenía por qué saber que un chiflado la había tomado con ella. Demasiado pequeña para entender. Y además, Alexis ya sufría demasiado con lo suyo. La meció ligeramente, notando como poco a poco se quedaba dormida, hasta que su respiración se volvió acompasada. La llevó a su dormitorio y la arropó, dejando la puerta abierta y el comunicador sobre la mesita de noche, como siempre. Después fue hasta su despacho y se sirvió una copa, leyendo por séptima vez la documentación que su amigo le había ofrecido sobre Katherine Beckett. Así se quedó dormido, preocupado y sin ganas de escribir nada. En la vieja silla tras su escritorio, como muchas otras noches.

(EN EL AVIÓN)

Kate, una vez acomodada en el estupendo asiento que su nuevo jefe había reservado para ella, sacó la carpeta con la información sobre la niña que esposito no le había dado hasta el último momento, en parte porque ella misma se había negado. Una niña de ocho años, poco más necesitaba saber había pensado con pedantería. Sin embargo, le esperaban horas de vuelo por delante y no tenía nada mejor que hacer así que se decidió por conocer un poco a su pequeña cliente.

-¿Qué significa esto? –susurró. Imposible. No era posible que su amigo la hubiera recomendado y animado a coger el trabajo sin decirle aquello. Sin decirle que la niña a la que tenía que proteger, era ciega.