Y voy de nuevo con una historia, lo siento, pero no puedo estar quieta mas con esta idea fija en mi cabeza desde hace como un año, amantes del Dark seré muy mala en este fic (pero de crueldad no al escribir, espero jaja) Y ya saben, Harry Potter y sus allegados no son míos… aún, en cuanto me vuelva la reina del universo lo serán.


LIBRO I: JUEGO DE NIÑOS

CAPÍTULO I

El Niño de Nadie


Sus pasos resoban de manera siniestra mientras caminaba entre los oscuros pasillos de un ancestral castillo, con pisos de vieja y desgastada piedra que le daban un ambiente de soledad y de poder, como si esas paredes guardaran mas secretos que los que a simple vista se podían percibir. Entre los cientos de pasillos que existían en tal lugar, había uno particularmente largo, frío y apenas iluminado por algunas antorchas que ardían eternamente sin extinguirse, cubriendo todo con una fría luz azul que daba al lugar un aspecto mas tenebroso, muerto, todos, tanto habitantes como visitantes evitaban en lo posible ese pasillo en particular, como si transitarlo trajera mala suerte, pocos se atrevían a cruzarlo y uno de ellos era precisamente cuyos pasos rompían el silencio que tan celosamente se guardaba ahí. La titilante luz jugaba con su sombra haciendo que se moviera de maneras tan diversas que daba la impresión de que esa mancha negra proyectada en la pared no tuviese su origen en la persona que caminaba por el lugar con paso decidido y fuese, en cambio, un ente independiente, uno que se podía mover a voluntad, tétricamente, a punto de atrapar a cualquiera que se interpusiese en su camino, como una serpiente a punto de atacar.

Un hombre joven era quien generaba esa sombra y andaba por el largo corredor con mirada pensativa, sumido completamente en sus pensamientos, oscuros y ocultos como ese pasillo. Como era su costumbre cuando salía en alguna misión, vestía de negro para hacer de las sombras sus aliadas, una capa del mismo color bailoteaba con gracia detrás de él con cada paso que daba, fuera el frío era casi insoportable, calaba hasta los huesos, pero se sentía aún peor en ese temible castillo, el único símbolo de su propia humanidad y naturaleza humana, cerraba y abría la mano enguantada tratando de eliminar la molesta sensación de los dedos entumeciéndose, no es que detestara el frío, pero la temperatura comenzaba a ser molesta. No es que hubiese otro clima a decir verdad, el mundo se había sumido en un interminable invierno desde hacía mas de diez años, una espesa y fría bruma había cubierto al país en donde se encontraban desde, incluso, antes de su nacimiento.

Mientras caminaba, inconscientemente puso una mano sobre su hombro para masajearlo, estaba cansado, porque negarlo, llevaba una semana sin descansar como era debido, pero sabía que no había tenido opción ante una orden directa de su señor, generalmente no se daba oportunidad de mostrar tal debilidad, no con tantos enemigos al acecho, tanto cercanos como lejanos, pero en ese pasillo no había nadie mas así que se permitió un ligero momento de debilidad para dejar que su expresión reflejara lo que el cuerpo decía a gritos, que estaba agotado. En cuanto le diera su informe y siempre y cuando no se le ocurriera mandarle a otra estúpida cosa, se iría a su habitación a descansar. Volvió a recuperar la postura estoica y perfecta una vez que vislumbró el final del pasillo, de su pasillo, donde nadie podía molestarle, donde no tenía que ver a los otros. Pero nada es eterno y salió finalmente para ingresar a la zona ocupada del castillo.

Se cruzó repentinamente con otros hombres en el castillo, todos de negro, algunos con máscaras blancas, otros con sangre salpicada en sus rostros e irradiando una macabra y repulsiva felicidad, inconscientemente su expresión se volvió de piedra, nadie vio su cansancio.

"Habrá ido todo bien" –pensó él mientras saludaba con escuálidas y evasivas palabras.

Rechazó la invitación de unirse para enterarse de las nuevas noticias y a la vez contar como le había ido, sin detenerse. En primera, porque no acostumbraba decir nada de sus asuntos, menos sin informar antes a su señor. Y en segunda, porque le asqueaba estar escuchando esas falsas epopeyas de muerte, destrucción y cobardía. Odiaba cuando se regocijaban en las muertes de inocentes, de muggles y como se enorgullecían de causar dolor a un puñado de gusanos asustados, sin varita y sin la capacidad de defenderse. Para él, los que hacían eso no eran mejores que aquellos a los que destruían, así que prefería ignorar todas esas palabrerías y al mismo tiempo evitar problemas por romperle la cara a algunos de esos desgraciados. No era bien visto que se usaran los puños cuando se portaba varita, pero no podía negar que le causaba más satisfacción que utilizar una simple maldición.

Siguió pasando entre otros mortífagos, porque eso eran, sirvientes incondicionales de Lord Voldemort, el Señor Oscuro que gobernaba el mundo mágico y no mágico desde hacía mas de diez años. En una noche, Lord Voldemort había dado el último golpe a la pequeña resistencia que se le había opuesto desde hacía casi treinta años, tomando el Ministerio de Magia inglés y obligando al primer ministro a rendirle obediencia o morir… no había tenido muchas opciones a decir verdad.

Claro que todo eso no hubiese sido posible sin antes haber conseguido desestabilizar al mundo mágico de tal manera que, sorpresivamente se quedaron sin mentor, sin esperanza, sin guía. Y ese golpe había venido en la forma del asesinato de su principal pilar: Albus Dumbledore. Nadie estaba muy seguro de las circunstancias que rodearon la muerte de tan gran y legendario mago y el principal enemigo del Señor Tenebroso, pues fue una lucha al parecer épica y sin testigos. Lo único que había logrado descubrir de esa batalla habían sido fragmentos sueltos recopilados de los comentarios que escuchara oculto en las sombras y pegando el oído a las puertas, a riesgo de perder la vida, para enterarse de la charla de los adultos.

Y es que para ese momento crucial entre la lucha del bando de la luz y el de la oscuridad él apenas había sido un niño. Un niño solitario que habitaba en las profundidades más oscuras de aquel castillo.

Incluso ahora, con sus 21 años de edad, solía escuchar aquel sobrenombre despectivo que algunos miembros mas veteranos usaban para referirse a él a sus espaldas. Pero debían tener cuidado, porque si "El niño de nadie", como lo denominaban, les escuchaba, podían pagarlo con sus propias vidas…

Lo odiaba, aunque no había ni una pizca de error en tal apodo.

Todo lo que sabía de él mismo era su primer nombre: Harry. No tenía apellido, ni procedencia, ni memoria previa. No estaba seguro ni siguiera desde cuando había llegado al castillo o si siempre había formado parte de él como aquellas piedras que lo cimentaban, porque tenía que llevar ahí demasiado tiempo para que nada llegara a su memoria a pesar de forzarla hasta el agotamiento con tal de sacar cualquier atisbo de información. Lo único que alguna vez había logrado, después de horas de forzar la mente, había sido escuchar una lejana voz y un resplandor verde que volaba presuroso hacia él. Pero no tenía idea de que significaba, solo conocía un hechizo con tales características y su naturaleza lo incapacitaba para tomarse como una posible pista de su pasado.

Lejos de pensar que la vida le fue fácil de pequeño, la realidad mostraba totalmente lo contrario, había crecido con todas las carencias inimaginables, pero la que más le pesaba en aquel lejano entonces era el amor. Si enfermaba se tenía que curar solo, si tenía hambre debía procurarse alimento y si tenía frío era su problema no morir de hipotermia durante el crudo invierno; no había nadie mas que él con esa edad en todo el lugar, lo cual era de esperarse, a veces se imaginaba como una extensión del castillo, una especie de estatua móvil que deambulaba a diferencia de sus hermanas de piedra. Nadie conocía el lugar mejor que él, había sido libre para ir a todos lados, aún ahora, pero siempre tuvo el buen sentido común de alejarse de las áreas donde sabía existían mortífagos que gustosamente eliminarían o torturarían hasta la locura a un niño indefenso.

Lo que mas le inquietaba era que a Voldemort no parecía incomodarle su presencia, sabía que rondaba por ahí, que conocía su existencia, pero nunca hizo nada al respecto, Harry no tenía habitación, nunca un lugar fijo donde estar, iba y venía por las catacumbas, los calabozos, los pasillos y los pasajes secretos, encontrarlo podía tomar días incluso si uno conocía el castillo, era, como habían dicho varios mortífagos alguna vez "la ratita mas grande del castillo y la mas escurridiza". Pero Voldemort nunca hizo nada, lo dejaba estar ahí, existiendo pero a la vez invisible, incluso parecía gozar que es pequeño anduviera perdido por ahí, con su ropa hecha harapos, las rodillas peladas y siempre demasiado delgado, demasiado pálido, demasiado bajito para su edad, demasiado solitario. Era por Voldemort que sabía su nombre y sospechaba que por él nadie procuraba buscarle para eliminarlo cual plaga de ratas… ¿Qué había impulsado al mago mas temible de todos los tiempos, aquel que había sumido al mundo en una nueva y espantosa época oscura, a mantener con vida a un simple huérfano? Mucho mas perturbador ¿Qué le había impulsado a dejarle vivir en ese castillo, la base principal del movimiento oscuro? Eso no lo sabía. Lo único que era de su conocimiento era que todos sus recuerdos procedían de aquel enorme castillo, de no tener padres y de ser despreciado… de ser en verdad el niño de nadie.

Si a alguno de los miembros mas nuevos les contaran la verdadera razón por la que tenía ese sobrenombre, la razón por la cual ese joven parecía atravesar paredes y llegar a lugares en suspiros sin aparecerse no lo hubiesen creído. Cualquiera tomaría por broma si se le dijera que ese joven, alto y fuerte, de cabello negro azabache que rozaba sus hombros, firme semblante, poderosa presencia, poder casi inalcanzable y unos ojos esmeraldas que lanzaban fuego cuando se observaban, había sido alguna vez un solitario niño que se escondía de los adultos por instinto y que, con unas gafas mal remendadas, escapaba en hábil carrera cuando alguien daba con él. No, aquel Harry hubiese sido tomado como una mentira si veían al joven asesino y hábil mortífago que siempre avanzaba en batalla y nunca retrodecía.

Habían dos cosas que no habían cambiado de esa descripción de aquel niño y ahora el hombre, incluso con los años, una era que seguía utilizando gafas, no mal remendadas sino casi imperceptibles, sin marco, simples cristales que vistos de lejos eran invisibles y daban la ilusión de que no tenía problemas de vista, el asunto de las gafas era algo extraño, muchas veces había estado a punto de deshacerse de ellas, mas sin embargo en el último minuto se arrepentía, había un sentimiento perturbadoramente familiar en usarlas, en el objeto en cuestión, a pesar de haberlas cambiado tantas veces, ver su reflejo en el espejo con las gafas puestas le daba una extraña sensación de nostalgia y seguridad, como si ese reflejo no fuese suyo, como si no existiera y estuviera viendo a alguien mas, un alguien que existía solo en lo mas recóndito de su memoria. La otra era el adjetivo de solitario, nunca se le veía acompañado, le gustaba trabajar solo y en realidad hacía mejor las cosas sin nadie a su alrededor, parecía que nunca encajaba entre los otros mortífagos, poseía un orgullo de guerrero digno de alabanza, mas sin embargo no era del mismo tipo que los otros mortífagos, él no se enorgullecía de todas las acciones que realizaba y mas bien veía sus misiones y sus triunfos como una forma de sobrevivir, de conseguir el favor del señor tenebroso y de demostrarse a si mismo y a los demás que sin importar el no conocer su origen, o sospechar alguna relación muggle, lo que importaba era el talento, la determinación, el orgullo, el honor, la compasión al mas débil y la inteligencia. Que importaba ser él, levantarse ante la adversidad e infundir el mismo miedo que llegó alguna vez a sentir ante los mortífagos y regocijarse en él. Y de todas formas, nunca había conocido otra forma de vivir ni a nadie más que pensara de forma diferente.

Había una característica particular de Harry que era tan misteriosa como imperturbable en su apariencia: aquella cicatriz en forma de rayo en su frente. No recordaba donde se la había hecho ni cuando pero estaba ahí, marcando su rostro con esa forma tan peculiar, intrigándolo. Podía ser una marca de nacimiento, pero no lo creía del todo, de repente le llegaba a doler vagamente y recordaba de manera remota algunos dolores insoportables que parecían dividirle la cabeza en dos mitades, como si le insertaran un tizón al rojo vivo. Pero de aquello hacía mucho tiempo, sin contar aquellas excepciones cuando había recibido los castigos de su señor, pero gracias al cuidado y el esfuerzo de Harry, aquellos castigos se habían vuelto inexistentes.

Le había costado, el cielo sabía cuanto le había costado, pero Harry había logrado, a base de un esfuerzo sobrehumano, colocarse en la posición en la que ahora estaba. A pesar de su corta edad en comparación con la mayoría de los mortífagos, de su inexistente origen, de su deplorable pasado y de todos los obstáculos, Harry era el mejor mortífago de Lord Voldemort, el mas fiel a primera vista, el mas eficiente, el que gozaba de una generosa confianza de parte del señor oscuro, el mejor luchador y muchos adjetivos mas que podían ser aplicados.

Le tomó un tiempo, pero finalmente Voldemort se percató de las posibilidades que le brindaba Harry y su prometedor poder, le comenzó a mandar a misiones menores de las que Harry siempre salía victorioso, aunque las primeras veces sus triunfos les eran robados y otro se los adjudicaba, lo que enseñó al chico a ser mas cuidadoso, trabajar solo y… el exquisito arte de la venganza. Muy pocos de los mortífagos que le habían hecho mal estaban vivos todavía, algunos eliminados por él, otros habían desaparecido aún antes sin motivo aparente.

Había comenzado a los 14 años, ni siquiera recordaba bien el porque, simplemente sintió la imperativa necesidad de ser algo mas, de dejar de ser una ratilla oculta entre las paredes del castillo, de conseguir una posición o morir en el intento.

Aún recordaba la primera vez que salió con la cabeza en alto y sin importarle que los demás consideraran una osadía y un insulto que ese despreciable niño se atreviese a intentar entrenar con ellos, participar en las batallas… aún tenía las marcas de aquel día.

Para ese entonces Voldemort parecía ignorarlo completamente, como si lo considerase demasiado insignificante para ser tomado en cuenta, no así el resto de los mortífagos quienes lo dejaron para el arrastre. Pero no sin antes recibir unas cuantas maldiciones bien lanzadas de aquel repulsivo insecto, pequeño, delgado y con gafas.

Harry no era tan indefenso como creían y se habían llevado una gran sorpresa cuando lo vieron sacar su varita y conjurar un perfecto escudo. Conocer todo el castillo tenía sus ventajas, Harry tenía pleno acceso a los libros del castillo, la abrumadora mayoría evidentemente de magia oscura, pero varios con otros tipos de hechizos útiles y educativos. Harry se había vuelto un perfecto alumno autodidacta y había que mencionar que muy bueno, seguía teniendo problemas con las pociones, pero era excelente en hechizos utilizados en batalla. Tenía una habilidad innata con los hechizos de defensa y las contramaldiciones, como si irónicamente el destino le hubiese regalado el don de la Defensa contra las artes oscuras, considerando el sitio en donde estaba y quien era.

Aquel primer encuentro que le dejó tan amarga experiencia pudo haber derrotado al mortífago que le duplicaba la edad, pero al verse superado por un niño y heridos en su orgullo de grupo, cinco mortífagos lo hicieron papilla en una desigual y cobarde batalla de la que pudo no haber salido vivo sino hubiese sido por la intervención de la Dama.

-La Dama… -susurró para si sin darse cuenta.

Sólo había un mortífago que Harry consideraba mucho mas poderoso que él, no solo por fuerza sino por su presencia y el respeto que le generaba y esa era la Dama. La mujer mas misteriosa entre todos los partidarios de Lord Voldemort en el mundo. Esa mujer era un enigma, un dolor de cabeza, una dualidad misteriosa e impredecible. Solitaria como él, invencible como su señor, única como un copo de nieve, suave como un cordero pero letal como una áspid. La Dama era todo un personaje y a veces podía ser tan invisible como el viento e igual de incontrolable. Parecía ignorarlo casi todo el tiempo, pasaba a su lado apenas mirándolo y retirando la vista prontamente como si verle fuese insoportable.

La Dama era la mano derecha de Lord Voldemort, no había nadie más fiel e incondicional, nadie que fuese capaz de hacer cualquier cosa por terrible e imposible que sonara en nombre del señor oscuro sin nunca fallar.

Pero también no había otro mortífago que se supiese lo odiara mas y tuviese tantos deseos de verlo muerto.

Era tan extraño, Voldemort lo sabía y sin embargo la Dama era la única en las sus filas que contaba con su total confianza, quien guardaba los mas profundos secretos y que se sabía jamás le traicionaría, pero la razón de ello era todo un misterio. Al igual que esa extraña relación, la Dama era tanto amada como odiada entre el resto de los mortífagos.

El día en que comenzó a participar en las actividades del castillo y que casi lo matan fue una de las contadas veces en que la Dama no pasó de él como si no existiese, al contrario, su último recuerdo antes de perder el conocimiento y entre la confusión de su mente consecuencia de los cruciatus, fue la imagen de la mujer poniéndose frente a él, casi le parecía irreal esa mirada fiera, una mirada con tanto odio y furia que incluso en su estado semiconsciente, sintió un repentino miedo irrumpir su espíritu y también… una sensación de protección y de déjà vu.

Despertó solo, con sus heridas curadas en una habitación que eventualmente se convertiría en propia. No había ni rastros de la Dama, cuando pudo salir y verla ella había regresado a su indiferencia para con él, Harry murmuro un "gracias" lleno de sinceridad pero ella se limitó a caminar lejos de él, como siempre, sin embargo cuando repentinamente miró hacia atrás le pareció notar un extraño brillo en los ojos acerados de la Dama pero ni una mirada que dijera mas, ni gesto, ni palabra alguna.

Y tal situación se mantuvo así desde entonces, no hubo ninguna otra muestra tan evidente, aunque también sospechaba que la misteriosa desaparición de esos cinco mortífagos y la posterior aparición de sus cuerpos desmembrados y despellejados habían persuadido al resto de que había que irse con cuidado con respecto a Harry. Aunque el chico no le dio necesidad de otra demostración, porque pocos eran capaces de vencerle y eventualmente nadie se atrevía a retarlo.

Pero el respeto y la admiración que él le profesaba a la Dama no tenía que ver con el agradecimiento, eso se remontaba a mucho antes, ya ni siquiera recordaba cuando.

Nadie conocía el verdadero nombre de la Dama, ni su origen, ni siquiera las extrañas circunstancias que la habían convertido en lo que era, tal como nadie sabía de Harry mas que eso, su nombre. Era sabido que la Dama protegía a cierto tipo de personas, pero Harry nunca había gozado de ese favor, por alguna extraña razón, nunca había sido considerado uno de los niños de la Dama…

-Nombre y asunto –dijo una imperiosa voz

Harry se detuvo en seco totalmente perdido, había caminado sin percatarse del camino y había llegado mecánicamente ante las puertas del salón donde Voldemort se encontraba, no es que no quisiese estar ahí, finalmente ese era su destino, pero había sido tomado por sorpresa por esa voz tan concentrado como estaba, con la mirada fija en el piso. Con un gesto ligeramente confundido levantó la mirada.

-¡Oh¡Disculpe señor¡No vi su rostro! –dijo apresuradamente el mortífago sin siquiera reparar en la expresión de Harry, pero finalmente notó como el joven seguía mirándole extrañado y todavía con una expresión de desconcierto. –Ehh… ¿Se encuentra bien?

-Si… si –contestó de pronto Harry recuperando su impecable máscara de indiferencia –Sólo estaba pensando en algo. Calgary ¿se encuentra el señor tenebroso?

-Por supuesto, lo estaba esperando –contestó en el acto.

-Bien.

Se encaminó hacia las gigantescas puertas ornamentadas cuando repentinamente se detuvo, dio media vuelta antes de volver a dirigirse a Calgary.

-¿La Dama ha regresado? –dijo con tan bien disimulado interés que pasaba perfectamente por casualidad.

-Oh, si, señor –dijo tal vez demasiado ansioso –Yo mismo le di el mensaje al señor oscuro, al igual que usted, arribará en cualquier momento.

Harry solo asintió y volvió a dar la vuelta para alejarse del mortífago, le caía bien pero hablaba demasiado, si se le embriagaba era capaz de contar cualquier secreto lo cual no lo hacía precisamente el mejor individuo para el puesto de guardián, de verdad esperaba, por su propia seguridad, que jamás lo dejaran embriagarse tanto. Odiaría tener que eliminarlo. Sin embargo Calgary lo idolatraba, era un año menor que él y era muy eficaz cuando Harry necesitaba información, además, que le respetara tanto evitaba que el guardia cuestionara o sospechara cuando preguntara acerca de la mujer.

La Dama llevaba más de un mes en misión y nadie sabía nada de ella, Harry no quería reconocerlo, pero se había comenzado a impacientar, ahora que ya había regresado se percataba de lo estúpido que podían ser ese tipo de cosas. Él era un asesino y alguien de su clase no se preocupaba por nadie.

Pero la Dama le generaba esa cascada de emociones que no tenían pies ni cabeza, ya ni hablar de un origen lógico.

Su semblante se volvió de piedra mientras abría las puertas que llevaban al gran salón donde se erigía el centro de toda la magia oscura que sometía al mundo a sus mandatos. Los pasos del joven resonaron al ser amplificados por el rebote del sonido en ese largo y amplio lugar, con su piso de mármol negro, de donde surgían gruesas columnas con grabados de serpientes que parecían perderse en la negrura del techo, pero Harry no prestó atención en ellas, demasiado tiempo había transitado por ahí como para que le siguieran impresionando como en antaño, simplemente las ignoró siguiendo con su andar propio y despreocupado, respetuoso pero a la vez altanero, la mirada fija y segura.

Al final del pasillo, magistral, imponente, único y todo poderoso en el mundo mágico, se encontraba Lord Voldemort, con sus ojos cual serpiente y sus rasgos de reptil dirigiéndose a Harry. De las memorias de Harry se desprendías cientos de imágenes del lord oscuro, a pesar de los años no había cambiado en nada, pocos, además de él, eran capaces de presentarse frente a él sin generar emoción alguna, pocos le podían hablar sin que la voz le temblaran.

Pocos como él habían sido tanto castigados como protegidos por el señor oscuro, y Harry no entendía el porque. A veces le daba la impresión de que mas que un mortífago valioso, era la pieza clave de algo mas grande…

-Bienvenido Harry –dijo una voz siseante y baja que sobresaltó el subconsciente de Harry pero que logró ocultarlo de manera magistral con una reverencia.

-Buenas noches, milord –contestó Harry con la anormalmente fría y seria voz que había desarrollado todos esos años. –Vengo a traerle el informe del último ataque.

-Un éxito total por lo que supe gracias a mis fuentes –se adelantó el lord asintiendo con lentitud.

-Así es mi señor, las fuerzas de los rebeldes fueron diezmadas, no quedo uno solo con vida, tal y como ordenó.

-Un excelente trabajo, Harry, como siempre. –le felicitó el lord a lo que Harry respondió con una marcada reverencia, quedaron en silencio, Harry solo esperaba que lo dejara ir a descansar.

Pero no pudo, debido a que un sonido que el reconocería en cualquier parte captó la atención de Lord Voldemort y de él, y por la sonrisa siniestra de su señor, estaba seguro que también había reconocido el origen del sonido.

Los pasos volvieron a resonar anormalmente en la dura y fría piedra tallada del gran salón, unas botas altas de tacón de aguja, lo suficientemente altos para admirar el equilibrio de quien se atrevía a usarlos, marcaban el camino que una figura trazaba a través del lugar. De forma casi espectral, casi sobrenatural, una persona se divisó. De porte único y ojos acerados cual espejo, la Dama, como solían llamarle todos, se presentó ante Voldemort con una sencilla pero respetuosa reverencia.

Harry la miró sin expresar emoción alguna, tal como había aprendido a mostrar, mas sin embargo, no importaba cuantas veces la viera, siempre le impresionaba. Era una mujer ni muy alta ni muy baja, pero para el joven tenía una estatura perfecta. De mediana edad, a pesar de aparentar menos años, con suaves y bien trazados rasgos que mezclaban a la vez sencillez, altanería, orgullo y simpleza. De cabello rojo oscuro que portaba corto, casi como un varón, con mechones cuidadosamente desacomodados que caían con gracia sobre un rostro blanco y pálido como la cera. Esta piel, casi tan blanca como la de su señor, contrastaba de manera extraña y atrayente con su cabello, pero mucho más con su ropa.

La Dama vestía toda de negro desde que Harry recordaba, una túnica sencilla y sin mangas estaba ceñida a su delgado cuerpo, negra como la noche y como el cabello del joven que la miraba discretamente por el rabillo del ojo, una abertura en la pierna dejaba ver buena parte de su carne con discreta sensualidad y que cuando caminaba parecía flotar a su alrededor, su musculatura se dejaba ver cuando hacía algún movimiento de brazos, consecuencia de años de práctica y ataques. Un cinturón de aros de plata con una serpiente de ojos de esmeralda como hebilla enmarcaba sus caderas y largos guantes negros protegían sus brazos casi en su totalidad al igual que sus delgadas manos. Era como si desde que tuviese vida, la Dama se mantuviese en un eterno luto…

Ahí residía la belleza y el misterio de la Dama, parecía ser tan frágil, etérea y efímera que en cualquier momento desaparecería, se rompería y a la vez tan eterna, fuerte e invencible como el mejor diamante.

Pero lo que mas impresionaba a Harry eran sus ojos… unos ojos sin color, grises y apagados cuando se veían por primera vez, pero que si se estudiaban con detenimiento, se tornaban en un arco iris de tonalidades y emociones, porque los ojos de la Dama eran una especie de espejo. Su color natural, Harry nunca lo había conocido, parecían haber tenido otra tonalidad en antaño, pero por alguna razón habían perdido ese color para volverse de un plateado que reflejaba todo a su alrededor, como si la vida se hubiese ido de ellos y ahora sólo quedara una vaga sombra de lo que habían sido. Siempre impávidos y duros ante el sufrimiento físico y la muerte, si se miraban con atención se descubría dolor, melancolía y la imborrable marca de sufrimientos pasados, se encontraba uno con un alma fragmentada que se ocultaba bajo una máscara de piedra. Un corazón infranqueable en apariencia que en realidad guardaba en lo mas profundo de su ser un dolor que aún no superaba, que irremediablemente le era recordado día con día, que se notaba cuando Harry veía sus ojos color esmeralda reflejados en los de la Dama.

En esos momentos, cuando sus miradas se cruzaban y el joven notaba que los ojos de la Dama se volvían esmeralda cual los suyos, al ser reflejados por esa superficie de espejo, una corriente extraña le recorría, pues le parecía ya haberlos visto antes, mucho antes de recordar siquiera… mucho antes de ser lo que ahora era. Luego esa idea se desvanecía como un sueño lejano desaparecía al despertar.

-Veo que has vuelto victoriosa, Dama –dijo Voldemort con superioridad con uno de sus largos y blancos dedos apoyados de manera casi aburrida en su mejilla -¿Hubo alguna dificultad extra?

-Ninguna, señor –dijo ella sin emoción alguna en su voz

-¿Muertos? –preguntó él nuevamente, con un tono extraño, casi divertido.

-Como suele ocurrir –contestó ella nuevamente sin emoción alguna, pero Harry creyó percibir un ligero y casi imperceptible tono de molestia.

-¿Tu mataste a varios, supongo? –volvió a preguntar Voldemort con una ligera sonrisa. La Dama le mantuvo la mirada por unos instantes mientras Harry intentaba parecer neutral e impávido, pero la verdad era que ese tipo de confrontaciones llenas de formalidades y palabras escondidas le intrigaban sobremanera.

No era la primera vez que veía a esos dos gigantes enfrentarse, seguía sin entender como era que la Dama se atrevía a mantener tal mirada ante Voldemort y como su señor permitía ese tipo de atrevimientos, pero la realidad era que entre esos dos había un extraño vínculo. A Harry le había costado llegar siquiera a atreverse a mirar a su señor directamente a los ojos y a imponerse como uno de sus mejores hombres a pesar de su juventud, pero nunca soñaría con tratar con tal desfachatez simulada con formalidad al Lord Oscuro, señor del mundo mágico y no mágico.

Ese duelo de miradas terminó como solía hacerlo, con la Dama desviando sus ojos de espejo en un mudo ademán de obligada sumisión, el joven pudo notar, muy a pesar del impresionante autocontrol de la Dama, que por un breve instante ella pareció a punto de lanzársele a Voldemort para matarle, pero luego la calma retornó a sus facciones, como si nada hubiese pasado. Como siempre pasaba.

-Cuando es necesario, señor –respondió ella finalmente con una mortalmente fría voz. La sonrisa cruel de Lord Voldemort se volvió más evidente.

-Tendrás que contarme eso con mayor detalle mas adelante –comentó, la Dama hizo una pequeña y forzada reverencia e hizo el ademán de retirarse pero Voldemort la detuvo –No te retires, estoy a punto de terminar –luego se giró de nuevo hacia el joven, como si acabara de recordar que seguía ahí –Harry, te he llamado para encomendarte una nueva misión, una que he decidido darte por tus habilidades sobresalientes –si no estuviese tan halagado hubiese estado seguro de haber escuchado cierto tono de sarcasmo en su voz.

-Soy afortunado de que me tenga en tan alta estima –respondió él con voz casi tan fría y calculada como la de la Dama.

-Lo he meditado y he tomado la decisión de que ya va siendo hora de que Salazar comience a participar en nuestras misiones e incursiones…

La atención de Harry y la orden que Voldemort estaba profesando se vieron interrumpidas momentáneamente por la pequeña pero inconfundible expresión de asombro de la Dama, cuando el joven giró el rostro para mirar a la susodicha solo pudo vislumbrar un pequeño brillo en sus ojos, mas no pudo leer otra cosa.

-…sin embargo considero, –continuó el lord oscuro sin siquiera mirar a la Dama, pero Harry le pareció que se veía divertido otra vez, como si encontrar una razón retorcidamente acertada para la expresión fugaz de la Dama –que no esta preparado, ni siquiera es un mago como tal. Por eso se me ha ocurrido que, ya que tienes un talento evidente, seas su mentor, por lo menos en el caso de las misiones.

Esta vez fue imposible ignorar el sonido de la Dama conteniendo sonoramente la respiración, y tampoco era posible no notar su expresión ligeramente desencajada e incrédula, como si hubiese escuchado lo más estúpido, irreal, increíble, anhelado y odiado de toda su vida. Como hacía un rato, Voldemort esbozó una sonrisa cruel al tiempo que hablaba con una voz cargada de burla y sarcasmo.

-Mi querida Dama¿Tienes algo que objetar? –esta vez ella no parecía dispuesta a guardar el habitual silencio sumiso.

-Lord ¿no cree que Salazar es demasiado joven para tal decisión? –dijo ella sosteniéndole la mirada, la misma que parecía decir que esa no era la verdadera razón de su molestia pero que era comprendida por Voldemort puesto que estaba hablando en aquel misterioso lenguaje cifrado en el que siempre se comunicaban.

-Es joven si, no tiene los poderes suficientes, también, pero esa es mi decisión. –dijo con cierto hastío, como siempre que hablaba de Salazar.

-Y Harry –insistió ella intentando modificar tal descabellada decisión, curvarla y desviarla –considero que hay magos mas experimentados que estarían encantados de llevar a cabo tal orden.

Harry la miró con ligero reproche que luchó por ocultar pues estaba en presencia de Lord Voldemort y no quería despertar la molestia de su señor, él tenia la suficiente capacidad, y hasta mas, para igualar y superar a todos los mortífagos, con la posible excepción de la Dama, aunque no podía determinar si estaba de acuerdo o no con ella, no consideraba una misión digna de él cuando había llevado a la victoria un gran número de incursiones y ahora se le ordenaba a degradarse a ser niñera de un mocoso, porque esa era la verdadera orden, y eso no le agradaba.

-No puedo prescindir de mis otro mortífagos –dijo Voldemort con burlona tranquilidad –Además, Dama ¿No consideras a Harry lo suficientemente capaz de proteger a Salazar y a enseñarle a ser digno del gran nombre que lleva, defendiendo los mismos ideales de la casa de Slytherin?

Harry estuvo seguro que los nudillos de las manos de la mujer, a pesar de estar ocultos por los guantes, se volvieron anormalmente blancos de tan apretados que la Dama los tenía. Miró discretamente a Harry con expresión sombría, como si ella encontrase alguna otra razón oculta para considerar tal orden como peligrosa.

-No –susurró con aspereza –Pero…

-¿Osas desafiarme? –le retó Voldemort perdiendo su tono burlón para cambiarlo por uno peligroso. A Harry le pareció que la Dama volvía a mirarle, pero esta vez con un tono de preocupación.

-No. –susurró la Dama entre dientes –Será lo que usted ordene –Voldemort volvió a sonreír.

-¿Tienes alguna objeción, Harry?

-No, mi señor, será un placer cumplir sus órdenes –dijo Harry en voz baja inclinando la cabeza, la realidad era otra, pero no quería tentar su suerte, le gustaban sus brazos y piernas donde estaban.

-Espero ver los resultados de inmediato –concedió, luego levantó su mano –Ahora retírate, tengo temas que tratar con la Dama.

Harry volvió a inclinarse y tras una última mirada a la Dama, cuyos ojos se habían oscurecido perdidos en turbulentos pensamientos, dio media vuelta y salió de la habitación para encaminarse al ala del castillo en la que se encontraban los aposentos de Salazar.

Mientras caminaba, su mente se quedaba en aquella sala y en aquella conversación, siempre que estaba en la misma habitación que esos dos, sobre todo cuando estaba con la Dama, un presentimiento extraño le envolvía, como si entre la Dama y Lord Voldemort hubiese una historia mas allá, un terrible secreto que había creado a la Dama como tal.

Y del cual, de alguna manera, él formaba parte también.


La habitación se había quedado silenciosa tras la partida de Harry. Voldemort y la Dama seguían frente a frente, mirándose, estudiándose, midiéndose.

-Acércate –ordenó él con una extraña mirada en sus ojos rojos como serpiente.

Ella obedeció de manera mecánica, se detuvo a un paso de la silla donde el mago oscuro la observaba.

Lord Voldemort tiró de ella cual si fuese un objeto, con fuerza, con autoridad, sin miramientos. Ella se dejó llevar, su rostro una máscara de piedra, una simple muñeca de trapo en las manos de un titiritero, eso era ella y lo sabía. Una mano anormalmente fría y de largos dedos se deslizó por su pierna con lujuria, ella no hizo ni siquiera un movimiento que indicara que lo había sentido, de todas formas eso era algo que había perdido hacía tantos años, la capacidad de sentir.

-Mi querida Dama, te he extrañado –dijo Voldemort con voz de serpiente, con burla, con ironía, con sarcasmo, con un deje de mando del que sabe que sin importar lo que haga, su presa no opondrá resistencia, no objetará y estará a su merced.

Ella no contestó, el sentimiento no era mutuo a pesar de que Voldemort lo sabía, apenas apretó un poco los labios con furia contenida cuando, con brusquedad, el señor oscuro le dio la vuelta y le besó el cuello con salvaje pasión. Pero la Dama ya no estaba en su cuerpo, se encontraba lejos, muy lejos… en un lugar donde no había muertes ni pactos terribles, donde no era la Dama, la mejor asesina de Lord Voldemort, donde no era la mujer que traicionó a todos a su alrededor para salvar un alma, donde no era quien había vendido su propio cuerpo y alma para proteger lo mas amado, donde no era el juguete que satisfacía las pasiones de aquel hombre, donde no era una simple esclava… no, estaba en un lugar mas lejano, donde el sol brillaba, su alma aún estaba completa y esa pasión que la desgarraba por dentro era remplazada por las suaves caricias y del verdadero amor, donde podía ver a un chico de ojos esmeraldas disfrutar de una vida real… acompañado de hermanos y hermanas.

Ni siquiera era capaz de llorar. Ella había dejado de llorar la noche en que su alma había muerto por salvar lo único que la mantenía viva…

Aquella noche en que dejó de ser Lily Potter…


Hao!! Pues aquí estoy otra vez con una side story de Harry Potter, se que es meterme en camisa de once varas mas con Choque a punto de llegar al final pero ya no pude resistir mas, esta historia apareció de pronto en mi mente y no pude dejar de escribirla. Como habrán notado, el título del capítulo incluye la palabra libro, les explicaré: Este fic se dividirá en libros los cuales tendrán un número determinado de capítulos que variarán según las circunstancias, por ejemplo, el libro I consta de cinco capítulos en los que se irá desentrañando la situación antes de entrar a otros temas mas difíciles, cada libro estará dividido por un capítulo "Interludio" que relatará historias que irán uniendo tiempos y desentrañando algunos enigmas desde el punto de vista de Lily.

De una vez advierto que este fic es muy dark y bastante dramático, voy a hacer sufrir en serio a la mayoría de los personajes, marcaré esta tendencia en algunos en particular pero todo tiene su razón, esta historia no será divertida y dudo tener los chispasos de humor que suelo poner en mis fics con la única excepción de los interludios y del sarcasmo que nunca puedo ocultar.

Bueno, les dejo este primer capítulo y los espero para el que sigue: El niño de la Oscuridad. Nos leemos y dejen sus reviews!