ENVIDIA

Draco siempre había valorado las cosas por la envidia que despertase en él el dueño que las poseía.

Cuando envidió a Goyle con cinco años, sabía que lo que realmente deseaba era su bolsa de caramelos. Cuando se le retorció el estómago por culpa de Blaise a los once, tuvo claro que le gustaba más la pluma del italiano que la suya. Y a los trece, el pergamino que le enviaba su madre desde Italia, más suave y blanco que el suyo londinense.

Afortunadamente, los galeones de su padre eran su gran cura. Draco tuvo los caramelos, plumas y pergaminos que tanto envidiaba con sólo una caída de ojos convincente.

Pero en sexto, surgió el gran problema. Draco comenzó a envidiar a Ginny Weasley; de manera más enfermiza y compulsiva que ninguna otra vez antes. Y supo que estaba perdido.

Porque no había galeones que pudieran comprarle a Harry Potter.

FIN