NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DREAMWORKS, SOLO ME DIVIERTO ESCRIBIENDO HISTORIAS.

Ok, les dije que iba volver a subir el fic "Memorias" bajo otro formato, pues... ¡Éste es!

No me maten, les aseguro que seguiré ben con "War" (pero mis demás fics van realmente atrasados y no puedo garantizarles nada) Lo lamento de verdad por eso. La inspiración viene y va cuando le da en gana.

Muy bien, he trabajado en este proyecto desde hace varios meses sin saber realmente qué quería escribir. Ahora que lo sé, espero de verdad les guste y empeñaré tanto esfuerzo como en "War" a la hora de escribir.

Este fic viene siendo la historia de la película desde el punto de vista de Astrid. Además de una visión futurista, cómo el legado de Hipo a repercutido en Berk tras tres generaciones. Tiene una narración curiosa por la cual he pensado mucho cómo escribirlo. Es más como dos historias entrelazadas en una... mejor les dejo con el fic o estas explicaciones los confundirán más.

—Hola... (Diálogos en el presente)

"Hola..." (Diálogos en el libro)

"Hola" (pensamientos de los personajes)

¡Disfruten!


El Libro de mi Abuelita.

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—¡Eira!—gritó la madre, con el ceño fruncido y asomando su cabeza por las escaleras.—¡Baja ahora mismo, que debes ir a la escuela!

La niña de diez años gimoteó en su alcoba, sin querer salir. Abrió un poco la puerta, solo lo suficiente para que sus rizos dorados pudieran verse, y dijo con su aguda voz de berrinche infantil:

—No quiero ¡No me gusta la escuela!

—Eira, debes ir a aprender.

Su madre usaba ahora un tono de voz más comprensivo y dulce, sin llegar a la súplica. Una mujer vikinga jamás, nunca, suplicaría obediencia a sus hijos. Se las exigiría.

—Anda, mamá, hoy no. Mañana iré, pero déjame faltar hoy.

—¡De ninguna manera!—declaró—Irás y punto. Baje ahorita, jovencita, si no quiere que suba yo misma a bajarla de sus trenzas.

La niña tembló ante esa amenaza y presurosa cogió el bolso donde tenía un par de libros, una libreta y un poco de carbón. Bajó las escaleras casi corriendo, luchando con los cuernos de su casco que estaban enredados en las riendas del bolso.

—Ya me voy, mamá—la pequeña estaba molesta, muy enojada. Pero se contuvo porque vio a su madre rozando la ira.

—Bien. Te recogeré a la salida.

Asintió, mientras salía de su casa. La madre vio a la pequeña por la ventana mientras corría a la plaza, enfrente estaba un edificio no muy grande donde el maestro se paraba en el umbral, siempre sonriente, a esperar a sus alumnos. El maestro, Viggo Abadejo, era un amante de los niños y paciente señor que tenía el respeto de toda la tribu. De ahí que se les confiara la enseñanza de los pequeños.

Eira entró y se sentó en la mesita de al fondo. No le gustaba la idea de sentarse a que le explicasen complicadas cosas todas las mañanas y le regañaran en su casa por no entenderlas. Prefería subirse a Rayo, su Nadder, y volar toda la tarde sin nunca descender.

Pero Viggo tenía una sorpresa para los niños ese día. Al cerrar la puerta, abrió un cajón de donde sacó docenas de libros idénticos. Le dio uno a cada niño (eran como veinte, aproximadamente) y les dijo:

—Por dos semanas estudiaremos el contenido de este libro. Lean esta mañana lo que puedan y la tarde. Mañana hablaremos sobre los primeros dos capítulos.

Eira amaba leer, y esa tarea definitivamente le gustó. Al leer la portada del libro quedó completamente enganchada. Decía:

Mis Memorias.

De, Astrid Haddock.

"¿La abuelita Astrid escribió esto?" pensaba Eira. Ella recordaba a su abuela con mucho cariño. Había muerto hacia dos años, cuando tenía ocho, y la extrañaba de sobre manera. Le encantaba pasar las tardes en su casa, escuchando sus historias y viendo todas las cosas que el abuelo Hipo (al que no recordaba en absoluto) le había hecho.

Su madre siempre le decía que habían sido padres ejemplares, y que debía enorgullecerse de ser la nieta de dos de las más grandes personas que pudo haber tenido Berk. En realidad, Eira sabía muy poco sobre la vida de sus abuelos, aunque todos los adoraban y habían hecho una estatua de su abuelo Hipo en el centro del pueblo.

"Deberé leerlo, para entender"

Así, abrió y en la primera hoja, encontró una dedicatoria.

A mí querido Hipo que vuela en los cielos de alguna tierra desconocida. A mis amados hijos, que aún caminan en la tierra, y mis adorados nietos que vivirán las más grandes aventuras. A toda las generaciones futuras, que puedan disfrutar este legado. Con amor, Astrid.

Sus ojos se le llenaron de lágrimas al recordarla, cuando le abrazaba y besaba ansiosa su cabecita repitiendo mil veces "te quiero". Pero, conteniéndose, siguió leyendo.

Memoria I.

Cuando salgo por las tardes a pasear, recorriendo calmadamente las calles de Berk, no puedo evitar sentirme extrañada. Hay demasiadas cosas cambiadas, unas que yo misma he presenciado. Hay ocasiones en que cierro los ojos cerca del muelle, y puedo sentir la fresca brisa del viento juguetear con mis cabellos blancos. Entonces, una extraña magia emerge de la tierra y siento mis viejos huesos rejuvenecer, devolviéndome la energía, agilidad y capacidades de mi juventud. Sonrío para mis adentros, porque en esos momentos no solo yo soy joven. El tiempo retrocede, y escucho a la lejanía las riñas de los gemelos, risas de niños, y sobre todo… tu voz.

Sé que enloquezco cada vez más. O ¿Quizás no? Me han pedido que escriba en estas hojas todo lo que mi mente pueda recordar del pasado. Y eso trato. Pero a veces soy incapaz de evitar divagar sobre pensamientos no del todo cuerdos. Añoro aquellos días más felices cuando estaba plena. El destino es injusto ¡Soy la última de mi generación! Y aunque amo a mis hijos, mis nietos, y mis bisnietos, sé que mi lugar ya no es aquí. Pero lo tolero.

Creo que debo comenzar a enfocarme. Trataré de responder, en este escrito, las preguntas que más me suelen hacer… así como las silenciosas jamás mencionadas pero que, en el fondo, sé todos se preguntan a sí mismos.

¿Cómo era Hipo? ¿Cómo era Chimuelo? ¿Cómo era Estoico? ¿Cómo era la vida en Berk? ¡Uff! Déjenme respirar y a mis viejas neuronas que trabajen. Comencemos desde el principio ¿Bien?

Hay que ir ubicando la época. Cuando yo era una niña, nos enseñaban que los dragones eran los peores enemigos que los vikingos pudiéramos tener. Plagas encargadas de matarnos lenta y dolorosamente. Nos iban fijando la misma meta, cortándonos a todos los niños con el mismo patrón. Dedicados a dar nuestra vida por la tribu, y dar lo máximo en la pelea para sobrevivir, contra esos demonios infernales.

Recuerdo que todo comenzó en una oscura noche, cuando fuimos atacados repentinamente por una gran horda de dragones. Yo salí porque en aquel tiempo era parte de la Brigada de Incendios, encargados de apagar todo el fuego que aquellos lagartos prendían por el pueblo. Era una labor difícil, estresante, porque siempre había más y más llamadas. Pero, de cierta forma, divertido. Era una gran responsabilidad que cargábamos orgullosos.

Era considerada la más prometedora Cazadora de Dragones en mi generación, cosa de la que estaba sinceramente orgullosa. Esa noche, todo marchó bien, hasta que la intervención de cierto individuo causó la destrucción de varias casas más y el escape de los dragones ya atrapados. Era un chico que siempre, siempre, se metía en problemas.

He mencionado ya antes que en ese antiguo Berk todos pensábamos de la misma manera, porque fuimos educados por los mismos principios. No obstante, había entonces una sola persona que desconcertaba a la aldea entera, porque su forma de actuar y de pensar nos era ajena. Para empeorarlo, era el hijo único de Estoico el Vasto, líder de la tribu. Y se llamaba Hipo.

¡Hipo! Odiado, temido, rechazado por todos. Tenía el delgado cuerpo de una persona a la que no le gustaba ni se le daba hacer el ejercicio físico. Se la pasaba dibujando en sus cuadernos, escribiendo quién sabe qué cosas, y dando largos paseos por el bosque y las playas, solo. Ya que nadie le veía manera de Caza Dragón, Estoico de inmediato le consiguió otro oficio. Hipo aprendía de Bocón todo lo relacionado con la Forja, para hacer armas. No me pregunten porqué, pero en eso era realmente bueno.

Hipo dijo esa noche que había inventado un lanzador de red, con el cual había derrumbado a un Furia Nocturna. Nadie, nunca antes, había visto un solo Furia Nocturna, y nos burlamos de su ocurrencia. Poco después, ese mismo día, Estoico con un gran grupo de Cazadores emprendieron un viaje al mar en busca del nido de dragones, para destruirlo y así acabar con esa amenaza.

Yo estaba emocionada. En un principio sentí angustia. Llegué a mi casa esa tarde y encontré a mis padres—Cazadores ambos—empacando sus cosas. Mamá me dirigió una mirada que combinaba angustia y orgullo. Papá fue quien habló:

"Astrid" me dijo "Tú y madre y yo nos iremos a una expedición para buscar el Nido de los Dragones" sentía una gran presión crecer en mi pecho "Y te dejaremos a cargo de la casa, ya que tus hermanos también vendrán".

No. Pensé. ¡No! Siempre había bajas, heridos… desaparecidos en esos viajes. Pero oculté mis preocupaciones. El deber era más importante.

"Bien" contesté "Por favor, cuídense mucho".

"Lo haremos tesoro" esa fue mi madre, que me daba un fuerte abrazo.

"Mañana empieza el entrenamiento para combatir dragones" Papá se puso enfrente de mí, tendiéndome la enorme hacha que se había convertido en mi arma favorita "Enorgullécenos, y cuídate ¿Bien?"

"Lo prometo papá"

Ellos me dieron unas cuantas indicaciones más, y se fueron. Me asomé unos momentos por la ventana y vi el barco zarpar, engullidos por las frías aguas del mar. Estaba preocupada, y mucho, por los dos. Pero sabía que si algo malo pasara, Odín nunca los desampararía, ni vivos ni muertos.

Hacha en mano, me reporté al día siguiente en el entrenamiento. Había esperado toda mi vida para acudir. Desde niña me inculcaron ese valor: dar todo para matar a un dragón. Y ¡Al fin! Después de años y años entrenando por mi cuenta, sería adiestrada de la forma correcta. Y me convertiría en lo que todos deseábamos ser dentro de Berk: una Cazadora de Dragones.

No era la única en el entrenamiento. Bocón, herrero del pueblo y gran guerrero, sería nuestro maestro. Estaba también Patán, Brutacio, Brutilda y Patapez. Nosotros éramos compañeros en la Brigada contra Incendios y amigos desde hace muchos años. Además, claro, entre los reclutas estaba Hipo.

No comprendíamos cómo habían dejado que él entrenara, es decir ¡Era Hipo! Tenía más probabilidades de salir herido que nadie más. No debo describirles el lujo de errores que cometió en ese primer día de entrenamiento. Basta con decirles que, de no ser por la intervención de Bocón, hubiera terminado calcinado por un disparo de Gronkle.

Esa tarde salí del ruedo pensando que jamás respetaría a un Jefe tan pésimo y torpe como Hipo. No podía ser en verdad hijo de Estoico ¿O si?

La vida daría vueltas muy bruscas y cambiarían para siempre mi forma de pensar.

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Eira cerró el libro. Aún estaba en la escuela y vio alrededor que sus amigos continuaban leyendo emocionados. El maestro se le acercó:

—¿Te ha gustado la lectura, Eira?

Ella bajó la mirada un momento.

—Es interesante—contestó.

Viggo le sonrió.

—Ese libro lo escribió tu abuela—comentó—Y es la historia de casi toda tu familia ¿No te interesaría saber más?

—Claro—le dijo con una sonrisa—Pero ¿No sería mejor hablar de esto con mi mamá?

—Como tu quieres Eira. Pero debes terminar de leer ese libro para la próxima semana ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Las horas de clases terminaron y apenas Eira llegó a su casa, se puso a leer en su cuarto.


Eira es un personaje de mi invención, así como muchos otros que saldrán a lo largo de la historia.

¿Qué les pareció? ¿Les gustó o no? No he pensado todavía en cuántas memorias haré ¿Valió la pena leerlo? ¿es pésimo, debo abandonarlo? ¡Su opinión es lo más importante para mí!

Mil gracias por leer.

chao!