INFILTRADOS

Summary: Para poder capturar a este mago, Harry y Ron tuvieron que infiltrarse en el mundo muggle; lo cual representó serios problemas para el pelirrojo. Harry/Ron

Disclaimer, con las manos arriba:¡Esto no es mío!


Después de la gran guerra, los aurores no tenían mucho trabajo. Es decir, el crimen jamás descansaba, pero no era nada comparado con los crímenes que cometió lord Voldemort. Era un período de paz.

Pero esos periodos no duran para siempre, y además, la paz no era completamente pura: existían delincuentes por aquí y por allá, magos que deseaban poner a prueba sus talentos mágicos, y también, magos que necesitaban comer.

Personalmente, Ron Weasley pensaba que los delincuentes cuyo fin era comer, o llevar el sustento a la familia, no merecían ser castigados. Su filosofía era un poco socialista y utópica, y siempre que le caía entre manos un personaje así, se hacía de la vista gorda y lo dejaba partir.

Por supuesto, para poder lograr un fraude así, tenía que esconderse de Harry Potter.

El mejor auror del departamento estaba un poco sobreexcitado todo el tiempo. Le gustaba su trabajo y era muy bueno en ello, por lo que dejaba que pensamientos de locura y de poder zarandearan su cerebro. Le gustaban las persecuciones y los trabajos difíciles. No le gustaban los trabajos encubiertos, pues prefería mil veces un duelo frente a frente, a la vista de todo el mundo.

La prisión de Azkaban se quedaría pequeña si fuera por él, porque para él no había excusas: un delincuente era un delincuente, y le importaba un cacahuate el móvil de cualquier crimen.

Los aurores no estaban ahí para darles terapia o un sermón filosófico-religioso a los transgresores de la ley, ni para ayudarlos a encontrar su paz interior; estaban ahí para encerrar y castigar a los malhechores.

Un par tan disparejo no debería de funcionar, pero todo el mundo sabía que Harry y Ron tenían que trabajar juntos. ¿Por qué? Porque ambos habían estado en la guerra, no necesitaban más pruebas de que una asociación así funcionaba. Habían acabado con lord Voldemort.

Sin embargo, el par había empezado a tener problemas, más por culpa de Harry Potter, claro.

Se decía por ahí, rumores que salieron de Asuntos Internos, que Potter había enloquecido de poder y que metería a prisión a todo el que se dejara: a los practicantes de encantamientos de Transformación, por utilizar animales en sus experimentos; a los magos masculinos con túnicas muy volátiles, por faltas a la moral; a los usuarios de la Red Flu, por allanamiento de morada y a los consumidores de Meigas Fritas por posesión de drogas.

También decía Asuntos Internos que Weasley tenía un grave problema al no haber superado sus traumas infantiles, que lo obligaba a liberar a los presos cuando sentía empatía por ellos.

Pero su jefe inmediato no podía echarlos, porque eran muy eficientes.

Entonces buscó otra solución…


— ¿Infiltrados? — repitió Ron, incrédulo, cuando se los dijo el jefe. — ¿Cómo…? ¿Por qué? — preguntó, resignándose de antemano a su suerte. Harry se repantigó en la silla y dio la misma impresión de siempre: el jefe no sabía si estaba poniéndole atención o si ya estaba pensando en cómo resolver el siguiente caso.

— Es un mago que nos había tenido de cabeza hace diez años… Ustedes todavía no formaban parte del equipo. Decidimos dejarlo en paz, porque ya no se había sabido nada de él, pero hay informes de que volvió a las andadas — les aseguró su jefe, un hombre gordo y algo calvo que parecía esforzarse por respirar en sus pantalones color caqui, todos los días, a cada minuto. Era un hombre que sudaba con facilidad, y siempre tenía un pañuelo metido en el bolsillo. Se llamaba Gordon Trigger.

— ¿Qué hay con él? — preguntó Harry, quien al parecer, estaba poniendo atención.

— Piratería, sobre todo. Dirige una especie de mafia — Trigger les ofreció un fólder de pergamino, con un cordón rojo que lo sellaba. Harry lo tomó y se lo dio a Ron, para que se lo leyera. No hubo necesidad, porque el jefe les explicó todo, a grandes rasgos: —. Básicamente, lo que nos puso sobre aviso es su negocio de trasladores.

— ¿Ahora venden los trasladores? — preguntó Harry, alzando una ceja pero no la vista.

— Él lo hace — dijo Trigger, abanicándose con una mano. No era una tarde muy calurosa, pero la temperatura se le subía al hombre incluso en mitad del invierno. Eso era muy conveniente —. Lo enmascaró todo con el nombre de una Compañía bastante competente, pero en cuanto se ganó de algo de prestigio, empezó a bajar los costos de producción, y sus trasladores terminaron partiendo en dos a las personas. Ha habido tres muertes.

El respingo de Ron interrumpió un poco la reunión.

— ¿No pueden sólo cerrar esa Compañía? — dijo Harry, jugando con la pluma de Azulejo que el jefe tenía en su tintero.

— No. Lo que pasa es que él no es el único. Existen otras personas que se dedicaron a la fabricación de estos trasladores, y lo que hace este criminal es venderle sus defectuosos productos a los pequeños distribuidores, por mucho menos dinero. Un comerciante no se va a negar a eso, ¿verdad?

— Definitivamente no — intervino Ron —, y no podemos hacer nada al respecto, porque esos comerciantes necesitan el dinero para alimentar a sus familias…

Su comentario fue ignorado por los dos presentes.

— Y eso no es lo peor — continuó el jefe —: el criminal está vendiéndole los trasladores a los muggles diciendo que son objetos de un género que los muggles llaman "ciencia ficción". Los muggles jamás sospechan que su ficción resulte ser totalmente factible.

— De acuerdo — insistió Harry, dignándose a mirar a su jefe por primera vez. Trigger notó que estaba enojado — ¿Y por qué nosotros? — Miró a Ron — ¿Por qué no se lo piden a los de Uso Incorrecto de Artefactos Muggles?

Trigger se puso a sudar.

No podía dejar entrever, ni siquiera, que esto se trataba de ellos: que quería alejarlos de las calles un buen rato porque no podía correrlos del Departamento. Potter le dirigía una mirada penetrante, una que lo sabe todo, y Weasley examinaba el expediente del criminal con el ceño fruncido (incluso le dio la vuelta, como si al leerse al revés se encontraran las respuestas a todo).

Como siempre que no sabía qué hacer, Trigger se puso rápidamente de pie, adoptó un modo de comando y sacó a los aurores de su oficina, alegándoles:

— No me hagan más preguntas, muchachos, vamos, no sean quejumbrosos y limítense a trabajar.


— Entonces, si no tienen ningún inconveniente, me voy — la auror Katarine Tarrant, de Asuntos Internos, los saludó con la cabeza por última vez en el día y se fue, usando la Red Flu de la casa.

Era una casa grande, edificada en piedra de cantera, con altas ventanas cuadradas y aburridas. La construcción se veía bastante vieja y tétrica, sobre todo porque estaba cubierta de hierba y el jardín de maleza.

Había árboles tan viejos y torcidos que ocultaban de la vista la casa, completamente, y los rayos del sol jamás llegaban a calentarla.

Harry y Ron resintieron el hecho inmediatamente.

Estaban convencidos de que Tarrant había sonreído con malicia mientras desaparecía entre llamaradas esmeralda. Era obvio que no había querido pasar ni un segundo más en ese adefesio de casa; desafortunadamente, ambos aurores tenían que pasar días adentro. Había telarañas, costras de polvo, óxido y moho. Además, un persistente goteo les reveló que existía alguna tubería rota por ahí… En algún lado.

Ron Weasley miró a su compañero con complicidad angustiosa, esperando que ambos empezaran a arrepentirse del trabajo, pero lo único que encontró fue el gesto desenfadado de Potter, y en ese momento pensó… Que se camuflaba perfectamente bien con la casa. Porque Harry lucía así: el cabello negro que tanto trabajo le daba peinar durante el colegio se había salido de control descaradamente ahora, a sus veintisiete años.

Ron sabía que Harry ya no hacía el menor intento por arreglarlo, y estaba bien. Le sentaba, de alguna forma.

La ropa que usaba el de ojos verdes siempre estaba arrugada y su camisa siempre estaba desfajada; sin embargo, olía bien, porque su aseo personal contradecía todo lo que aparentaba. La verdad era que Harry parecía un maniático drogadicto, y Ron sospechaba que las personas le temían por esa razón.

En cambio, Ron Weasley siempre trataba de verse presentable: la ropa en orden, el cabello naturalmente peinado y una barba pulcra y bien delineada. Le daba un aspecto importante y serio. Eso también estaba bien, porque Ron no era para nada serio ni importante.

Harry siempre se preguntaba cómo era que esa barba le conseguía tantas chicas. Era su cantaleta diaria.

Ron se había sentido halagado ante la molestia de su compañero, pero cuando se cansó de sus constantes críticas, le sugirió que también se dejara la barba, a lo que Harry respondió levantándole el dedo corazón. Harry era una persona difícil… O quizás sí era drogadicto.

Vivir con alguien así sería problemático para cualquiera, excepto, tal vez, para Ron.

Y esa tolerancia tenía una explicación: cuando Harry y Ron estuvieron en la Academia de Aurores, tuvieron que compartir el dormitorio, y el pelirrojo había aprendido a sobrellevar la locura del pelinegro.

Bueno, para ser justos, el hecho de que hubieran compartido el dormitorio no era completamente cierto. Lo que pasó fue que nadie soportaba estar con Potter, así que la Academia dejó de asignarle compañeros y Ron fue el único que se atrevió a tomar el riesgo.

Desde el punto de vista del pelirrojo, la gente había sido muy injusta con Harry, y además, no aguantaban nada… Después de todo, ¿era tan malo que Harry se batiera a duelo con cualquiera que se le pusiera enfrente, o que experimentara pociones y hechizos nuevos con las lechuzas de los otros, o que escogiera precisamente toda la noche para leer con las luces encendidas? Eso cualquiera, ¡era parte de la vida!

Era divertido.

Pero esta vez había una incógnita más en la ecuación.

Ron le echó un vistazo a todo lo que pudo ver de la casa y no pudo dejar de notar lo extraña que era.

Tendrían que vivir como muggles durante un tiempo, hasta que encontraran a Dorel Sarbu, el mafioso que estaba poniendo trasladores defectuosos al alcance de la comunidad no mágica.

Trigger, su jefe, les había dicho que no podrían usar magia porque el sujeto había desarrollado tecnologías muy buenas para identificarla, y que si notaba que lo estaban vigilando los magos, huiría nuevamente.

Esa era la verdad, en parte, pero lo que realmente pasaba por la cabeza de Trigger cuando les confiscó las varitas mágicas era que, de no ser así, Harry podría echar a perder toda la investigación con sus "experimentitos" raros.

Sabía que no podía dejar solo a Harry con su varita mágica, porque podría hacer estallar una nación o algo por el estilo, sobre todo si no contaba con la supervisión del Departamento de Aurores. Y Trigger dudaba mucho que Ron Weasley, su compañero, pudiera frenarlo satisfactoriamente.

Luego de la inspección que le hizo a la casa un sorprendido sangre pura, se dejó caer en el sillón con tapicería gris. Cuando lo hizo, creó millones de volutas de polvo que lo hicieron toser sin control.

Harry miró hacia su borrosa figura con una expresión asesina.

— No creo que vaya a poder sobrevivir aquí… — comentó Ron, poniéndose las manos sobre la cara para disipar su estrés. Harry lo siguió mirando de una forma extraña. Ron supuso que no veía el por qué — Por ejemplo, ¡¿qué demonios es éso?! — Ron señaló, rápidamente, una bombilla opaca que colgaba del techo por medio de dos cables retorcidos y largos.

Harry lo ignoró y comenzó a subir las escaleras que llevaban al segundo piso.

— ¡Oye, te estaba hablando…! — Ron se resignó inmediatamente a no ser escuchado.

Paseó la mirada por toda la sala de estar borrosa y vieja.

Encontró muebles viejos, muros de piedra carcomida, alfombras raídas, trozos disparejos de un papel tapiz que había sido sobrio y elegante, ventanas empañadas, una chimenea muy ahumada y todo tipo de cosas desperdigadas sobre los muebles.

Luego, estaban las cosas raras: empezando por esas especies de globo que colgaban del techo, amarradas; los extraños "agujeritos" de las paredes (uno de ellos estaba ocupado por un lazo, Ron lo siguió y encontró un aparatejo extraño parecido a una caja, pero con una de las caras de cristal duro y resistente); pasando por las raras flores enormes de los techos (parecía que los pétalos podrían girar si les daba aire); y terminando, entre muchos otros detallitos, en un armario de metal, muy misterioso, que contenía aire helado. Ron podría jurar que se cerraba solo.

— Oye, ya lo tengo todo calculado — Harry bajaba las escaleras con un aire de quien se muere por meterse a la cama pero se mantiene a regañadientes en el mundo físico — Ya escogí mi habitación, y también la tuya.

— ¿La mía? — repitió el barbón, consternado.

— Sí. Tú dormirás aquí abajo, en el primer cuarto. Así, si se mete alguien, tus gritos me alertarán y entonces el elemento sorpresa (o sea, yo), saldrá y acabará con ellos — explicó el de ojos verdes.

— Claro, como tú quieras… — murmuró Ron, en un constante estado de dulce disposición. Aunque a veces también le ponía los ojos en blanco.

— Voy a subir mis cosas — le informó Harry, tomando la maleta a lo muggle y soltando un jadeo al hacerlo. Ron lo miró con media sonrisita en los labios — Vaya… No tenía idea de que cargaba tantas cosas —. Se explicó Harry, cargando la maleta satisfactoriamente. Mentalizándose que usaría magia, como siempre, le puso de todo a la maleta, pero ahora que le confiscaron la varita mágica, sintió todo el poder de la gravedad y no era nada agradable.

— ¿Quieres que te eche una mano? — se ofreció Ron, de buen talante.

Así de raro como era, Harry le regaló una sonrisa extraña que Ron no lograba comprender.

— Eso me gustaría — murmuró, dirigiéndole una mirada penetrante y perturbadora.

— Bueno, ¡vamos a darle! — Ron se puso de pie, balanceando las manos. Las estiró y movió la cabeza con el afán de relajar los músculos del cuello. Entonces, se arremangó la camisa y se acercó a la anormalmente grande maleta de Potter.

— ¿A quién? — dijo Harry, pero Ron lo pasó por alto olímpicamente. Harry sabía que había comprendido, pero que fingía que no.

Cuando lo pensaba bien, Harry se daba cuenta de que el hecho de que Ron fingiera que no comprendía sus bromas de doble sentido era mucho más divertido que si, de hecho, reaccionara ante ellas; porque se ponía rojo hasta las orejas, y trataba de disimular una sonrisa bastante persistente. Cuando pasaba esto, Ron componía una expresión de indignación, y Harry terminaba golpeándole la cabeza en señal de "amor fraternal" (eso decía Potter, pero Ron estaba convencido de que era un eufemismo para el "bullying").


Ron miraba su varita mágica con el ceño fruncido.

Descansaba ceremoniosamente dentro de un estuche de plástico transparente, con puertita. Estaba colocado verticalmente, y no habría mucho cambio si en realidad estuviera sobre un pedestal, cubierto de flores, veladoras y listones con cascabeles.

El artefacto mágico estaba ahí, frente a su nariz, pero no podía tocarlo. Trigger les había dicho que sólo podrían usarla en caso de vida o muerte, pero si lo hacían por cualquier otro motivo, el Ministerio lo sabría, porque los habían marcado con el mismo Detector que a los menores de edad.

Trigger había dicho que era muy importante que se mantuvieran como los muggles, para que el criminal de los trasladores, Sarbu, no notara sus auras mágicas.

Palabrería hueca. Ron empezaba a sospechar que, más bien, Trigger tenía otras razones para haberles prohibido utilizar la magia.

Ahora, dentro de esa casa tan ominosa, Ron se encontraba en serios aprietos.

Primero que nada, no sabía "vestir a la cama". Tenía un juego de sábanas, colchas, cobertores, rodapiés y demás cosas raras que Hermione le había regalado de cumpleaños, y no tenía idea de qué hacer con ellas. Un hechizo lo solucionaría rápidamente. No le quedó otra opción, al pelirrojo, que dejar el juego de sábanas en su estuche y mejor utilizar un saco de papas para cubrirse del frío. Era fácil y económico. Si todas las personas se deshicieran de los lujos innecesarios, habría menos inanición en el mundo.

Tendría que disculparse con Hermione, pero no usaría su regalo. Quizás hasta lo cambiaría por dinero y se lo daría a los necesitados. No se lo diría a ella, por supuesto; y la razón más importante que lo orillaba a esconderle esa información no era la grosería implicada, sino la historia de fondo: Ron y Hermione habían terminado una relación de varios años por culpa del corazón bondadoso del pelirrojo. Ella había dicho que era un exagerado ridículo; que una cosa era estar a favor del mundo, pero no a tales extremos.

Pero bueno, pensar en ella lo hacía sentirse mal, así que pasemos al problema actual.

El segundo predicamento de Ron involucraba a las arañas.

Con magia, se aseguraba de poner un encantamiento repelente de insectos, y mientras dormía nada podía disturbarlo. Ahora, no podía dormir pensando en aquellos seres malignos.

Sabía que sus noches serían aterradoras durante el tiempo que pasara allí.


A la mañana siguiente, Ron bajó a la sala con unas ojeras inmensas y bostezando como si no hubiera un mañana. Se dejó caer sobre el sofá de tapiz grisáceo y vio bajar a Harry las escaleras, fresco como lechuga, y sintió envidia de él.

— Buenos días — saludó el pelirrojo, a duras penas.

— Sí, hola — correspondió Harry, si a eso se le podía llamar "corresponder". Tenía el cabello empapado, pues acababa de salir de la ducha —. Yo quiero hot cakes, ¿y tú?

— Café… — dijo Ron, como el lamento de un zombi. Entonces vio cómo el de ojos verdes se dejaba caer en una de las sillas del comedor adyacente y sacaba de su bolsillo un ejemplar de El Profeta. — Mi idea de ser "sutiles" y de ser como muggles no incluye el correo matutino de lechuzas — masculló el pelirrojo, mesándose la barba corta y elegante con una sola mano.

— Recibí una lechuza nocturna, ¿qué tiene eso de raro? — dijo Harry, con tranquilidad. — Y tú, ¿qué esperas? — acometió, sin mirarlo si quiera. Ron lo miró con extrañeza — Hazme mis hot cakes, Harry siente hambre a las ocho — canturreó el auror.

— ¿Por qué yo? — exclamó el pelirrojo, saliendo a la superficie. Se había quedado pasmado ante las exigencias de su compañero. — ¡Yo no sé cocinar sin magia! ¡Lo único que sé preparar son las recetas de cinco minutos que estaban en los libros de Cocina Mágica de mamá! Y, créeme, eran hechizos muy sencillos.

— Pues tenemos que comer algo — dejó por sentado el pelinegro, sin inmutarse.

— ¡Ya lo sé! — molestó Ron. Atrajo la atención de Harry, y ambos se fulminaron con la mirada un buen rato. Había un místico contrato no verbal entre ellos, y el primero en romper el contacto visual, perdía.

— Quizás Tarrant nos dejó comida instantánea en la alacena — opinó Harry, sin dejar de mirarlo, para no perder.

— ¿Qué es "comida instantánea"?

— Algo así, incluso tú, podrías adivinarlo, ¿o te sobreestimé?

Ambos rompieron el contacto visual al mismo tiempo y se apresuraron hacia la alacena. Tenían mucha hambre. Era una falla de diseño de ambos: si no comían algo, empezaba a quedarse dormido parado uno y a convertirse en el Anticristo el otro.

Ambos llegaron a la alacena y abrieron todas las puertas y cajones de la cocina integral.

Ron se quedó maravillado ante el ingenio de los muggles, pero todo terminó en cuanto Harry encontró algo decente: era una especie de caldero miniatura, de un material blando y de apariencia frágil, color blanco. Decía "ramen instantáneo". Ahí estaba de nuevo esa palabra.

Harry le dio algunos golpecitos al recipiente, de una forma altanera.

— ¡A esto me refería!

— ¿Qué es "ramen"? — preguntó Ron, rascándose tras la nuca, más confundido que nunca.

— Es sopa — resumió el de cabello negro. De pronto, Harry se quedó muy quieto; sus ojos se volvieron aguileños, penetrantes y capaces de vislumbrar a su presa aunque estuviera a kilómetros de distancia. Ron reconoció la actitud al instante.

— ¿Lo viste…? — Ron le preguntó por Sarbu, pero Harry no le contestó lo que esperaba: le puso el envase de sopa en las manos al pelirrojo y empezó a caminar frenéticamente a través de la sala, dirigiéndose a la puerta. — ¿Qué? Espérame…

— ¡No, no, no! ¡Ya lo tengo…! ¡Tú quédate a hacer esa sopa!

Era obvio que Ron se sintiera insultado por éso.

— Ojalá que se le escape — deseó el pelirrojo, rencoroso, más con una sonrisa libre de malas intenciones.

Por su parte, Harry tuvo que recorrer el jardín enyerbado a toda velocidad, lo que casi le ocasiona salir volando, producto de dar un traspié con la prominente raíz de un árbol retorcido de flores blancas. Se estrelló un poco con la reja de la entrada, que rechinó como las puertas del infierno, alertando al hombre de complexión robusta y cabello entrecano que había estado parado frente al farol de la acera de enfrente. Ese sujeto correspondía gloriosamente a la descripción física de Sarbu, y Harry pensó que le sumaba más puntos el hecho de que hubiera salido corriendo en cuanto oyó la colisión entre él y la reja.

— ¡Maldición! — profirió el de ojos verdes, por lo bajo, enderezándose.

Dijo todas las groserías que quiso antes de volver a meterse en la casa, lo que le tomó bastante tiempo.

Cuando volvía, un olorcillo lo hizo detenerse en seco.

Era el inconfundible aroma del humo, y provenía de la casa. A Harry no le sorprendería que, con todas las hierbas del jardín, se produjera una combustión espontánea; sin embargo, el problema venía de adentro.

Se acercó con curiosidad, tratando de identificar el sitio exacto del incendio.

— ¡Harry!

Esa era la voz de Ron. Siempre que pedía su ayuda, su voz se tornaba graciosa, y Harry disfrutaba de aquéllo.

— ¿Y ahora qué hiciste? Ah, Merlín… — Harry vislumbró la cocina, separada del comedor únicamente por una pared de un metro. Allí dentro estaba Ron, detrás de las esplendorosas llamas que salían del pequeño envase de sopa instantánea. El pelirrojo se cubría como si se enfrentara con valor a un enjambre de abejas.

— ¡Rápido, tráeme un vasito con agua! — logró articular.

Un vasito con agua, pensó Harry, tras una sincera carcajada.

— ¡¿No ves la gravedad del asunto?! — suplicó Ron, abanicando las llamas con sus brazos, consiguiendo que éstas crecieran más y más, cada vez.

Harry suspiró.

Antes que nada, se acercó a la estufa y giró la perilla, deteniendo la alimentación primordial de las llamas. Luego, caminó hacia el fregadero, jaló la manguerita contra incendios y roció la improvisada hoguera, hasta extinguirla por completo.

Se giró hacia Ron y le dedicó una sonrisa paternal y socarrona a la vez.

Ron estaba jadeando por dulce aire; pálido como la cera; con las puntas del cabello rojo erizadas, debido a la cercanía con el fuego; y los ojos azules vacíos, como los de los muertos. Harry no pudo evitar pensarlo: su compañero lucía adorable.

— ¿Qué fue lo que pasó? — pidió explicaciones.

— ¡Todo esto te parece muy gracioso, ¿verdad?! — lo riñó Ron, aún aterrorizado.

— Sí, es verdad — admitió el pelinegro, regalándole una sonrisa.

— Pues… Lo único que hice fue seguir las benditas instrucciones — se justificó Ron, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano —… Le puse agua al envase y luego lo puse al fuego "durante tres minutos"…

— Serás idiota — Harry lo golpeó tras la cabeza sin consideración. Ron le echó una mirada asesina —. No puedes poner el envase directamente al fuego. Tienes que calentar el agua en otro recipiente, uno resistente al fuego. ¿Acaso pasaste Pociones de noche, Weasley?

Ron abrió la boca para contestar pero no se le ocurrió nada. Luego contraatacó, con una mejor idea.

— ¿Y qué pasa con eso de "ya lo tengo"? ¿Dónde está Sarbu, al que perseguiste? — preguntó, de una forma casual-galante. Harry bufó y desvió la mirada, descortésmente.

— Lo dejé ir, porque no era Sarbu — mintió deliberadamente.

— ¿Estás seguro? Porque si acaso ese era Sarbu, y te vio porque no lo alcanzaste, sabrá que se trata de ti y se irá de la ciudad.

— Estoy seguro de que no me vio, sólo oyó cuando choqué… — se arrepintió en cuanto lo dijo. Ron ensanchó su sonrisa acusadora. Potter se hizo el tonto girándose hacia otra dirección y distrayéndose con el cuadro colgado del muro próximo. — Además, ni era Sarbu — añadió, obstinadamente.

— Sí, sí, como digas… — dijo un sonriente Ron. Había ganado, esto no se comparaba con nada.

— Salgamos a almorzar, entonces — decidió Harry.

— ¿A dónde?

— ¿Yo qué sé? Ya encontraremos un lugar decente.

— Tarrant dijo que no hay ningún establecimiento mágico aquí, en Cornualles — le advirtió Ron.

— Te llevaré a un lugar mucho más exclusivo que tus establecimientos mágicos, barbudo — le prometió Harry, quien lo miraba de una forma que anticipaba diversión. Me explicaré: Ron entendía que era diversión para él, no para los dos.

Ambos decidieron salir de una vez, sin mayores precauciones. Tras dedicarle una mirada de soslayo, Harry negó con la cabeza, y se dijo: — ¿Cómo es que esa barba salió intacta…?