Disclaimer: Nada me pertenece. No lo hago con fines de lucro. Es una adaptación. Personajes: J. K. Rowling. Historia: M. Reid


Argumento:

Hermione no podía perdonarle, pero tampoco podía privarle de sus hijos

Hermione quiso morirse al darse cuenta de que su nuevo jefe era el padre de sus hijos. Él la había abandonado seis años antes, después de hacerle el amor y prometerle que se casaría con ella.

Harry no sabía quién era la mujer castaña y de ojos marrones que había llamado su atención. Sólo sabía que la conocía, que la había visto antes. Aunque no tardaría en descubrir su identidad…


Capítulo 1

La barra del restaurante se había llenado tanto que Hermione se dio cuenta de que tenía que hacer un esfuerzo para llevarse el vaso a los labios. Aunque no le importaba estar allí, empapándose del ruidoso ambiente, viendo a todos sus compañeros de trabajo vestidos con sus mejores galas para aquella velada que había organizado el nuevo jefe.

Hacía tanto tiempo que no iba a una fiesta, que hasta se había comprado para la ocasión un vestido nuevo, y darling, hecho de seda negra que envolvía su esbelta figura con elegancia y estilo. Se había hecho un corte de pelo moderno, el primero después de varios años, y se sentía estupendamente cuando sus rizos castaños le rozaban los hombros al mover la cabeza.

—Te brillan los ojos como si fuesen enormes diamantes marrones —comentó Luna detrás de Hermione—. Estás encantada, ¿verdad?

Luna sonrió, lo que realzó la bonita forma de sus labios pintados de rosa.

—Se me había olvidado lo que es divertirse formando parte de una multitud ruidosa y enloquecida.

—Bueno, pues brindo por más fiestas como ésta, ahora que los mellizos han crecido un poco —dijo Luna consiguiendo levantar su vaso lo suficiente como para chocarlo contra el de Hermione—. Ya no tendrás que escatimar, ahorrar ni hacer de esclava para pagar la guardería.

—De madre soltera trabajadora a juerguista de un salto —rió Hermione—. ¿No quieres que aproveche para buscar marido al mismo tiempo?

—No, por favor —Luna se estremeció, cambió de expresión.

Después de una larga relación, el novio de Luna la había dejado seis semanas antes de la boda, con la clásica excusa de que no era de los que se comprometían para siempre. Hermione sabía muy bien cómo se sentía, a ella también la habían dejado, pero embarazada de mellizos.

—Tienes que olvidarle de él, Luna.

Esta asintió.

—Sí, he seguido adelante con mi vida, ¿no?

Las dos lo habían hecho.

—Y con alegría —admitió Hermione, volviendo a chocar su vaso con el de ella—. Piensa en un enorme culturista con el temperamento de un gatito, en vez de un corredor de bolsa con la genética de una serpiente.

Luna rió ante la comparación que había hecho Hermione del que era su amante en esos momentos, con el que la había dejado. Su risa captó la atención de varias personas que estaban a su alrededor, que cambiaron de sitio para incluirlas a las dos en su conversación. Los siguientes minutos pasaron con la camaradería de un grupo de personas que trabajaban juntas cinco días a la semana, y la fiesta se animó todavía más con la ayuda del vino.

—¿Cuándo nos van a decir que subamos a cenar? —comentó Luna un rato después—. Estoy muerta de hambre.

—Supongo que estarán esperando a que llegue el nuevo jefe —contestó Hermione.

—Pues como siga llegando gente, vamos a estar como sardinas en lata —se quejó su amiga—, aunque no me importaría si me toca al lado del tipo que acaba de entrar con nuestro director ejecutivo y esa panda de gerifaltes…

Hermione se volvió hacia donde le indicaba Luna. No estaba preparada para lo que iba ver. Horrorizada, se sintió como si se estuviese cayendo por un precipicio. Le temblaron las piernas y sintió calor al reconocerlo. Hacía seis años que no lo veía, pero estaba igual y seguía siendo capaz de aturdir todos sus sentidos y hacer que se le detuviese el corazón.

Era imposible no fijarse en él. Era tan alto que le sacaba la cabeza a todas las personas que había a su alrededor. No obstante, Hermione conocía bien esa cabeza, tan bien como si hubiese pasado las manos por aquel pelo negro y sedoso sólo una hora antes. A punto estuvo de caérsele el vaso de pensarlo.

—Me parece que acabamos de ver a nuestro nuevo jefe —murmuró Luna.

Hermione tardó varios segundos en absorber aquella información, ya que estaba intentando tranquilizarse.

—No, no es él —respondió en un susurro.

—¿Estás segura…? —Luna observó al hombre en cuestión—. Tiene que ser él —insistió—. Semejante hombre no puede llamarse de otra manera que no sea Harry Potter.

Luna pronunció su nombre como si fuese una fantasía sexual. Y Hermione sintió un pinchazo en el pecho. ¿Harry Potter? ¿Acaso estaba Luna mirando a otro hombre?

—Ya verás cómo ese hombre es un sexy multimillonario inglés, darling —bromeó su amiga—, y, si no me equivoco, la mujer de darling que va agarrada de su brazo y que hace tan buena pareja con él…

La mujer de dorado…

Efectivamente, estaban hablando del mismo hombre, que llevaba del brazo a una impresionante pelirroja con un exquisito vestido dorado. Parecían cómodos, el uno con el otro, como dos amantes que llevan mucho tiempo siéndolo.

Y Luna tenía razón, pegaban el uno con el otro. Del mismo modo que el nombre de Harry Potter le iba mucho mejor que el sencillo James Evans, con el que ella lo había conocido.

Sintió náuseas al ver que levantaba el rostro, que no había perdido ni un ápice de masculinidad en seis años. Seguía teniendo las pestañas largas, la nariz recta, la boca fina y firme, pero sensual… Como si estuviese pidiendo su último deseo en el corredor de la muerte, Hermione se empapó del modo en que las pestañas casi le rozaban las mejillas al dedicarle una sensual sonrisa a la mujer del vestido dorado.

Si hubiese tenido fuerza en las piernas, se habría acercado hasta donde estaba y le habría dado una bofetada para borrarle la sonrisa de la cara. Harry Potter… ¿A quién pretendía engañar? ¿Por qué utilizaba un nombre falso? ¿O le habría mentido a ella? A ella, que se había dejado llevar por su increíble presencia y su sinceridad, que se había dejado seducir y se había quedado sola cuando él había vuelto a su Inglaterra natal, para continuar con su vida real.

Todavía le dolía su traición. Lo odiaba, pero no podía evitar seguir regalándose la vista con él, no podía apartar los ojos de su garganta bronceada, sus anchos hombros, que iban enfundados en un bonito traje oscuro y en una camisa blanca que no hacía nada para atenuar el poder de su cuerpo largo y musculoso.

Lo recordaba todo, cada uno de los detalles íntimos de su cuerpo, desde el vello que cubría su torso, su cara, su abdomen duro y suave como el satén, las estrechas caderas y…

Tenía que salir de allí…

La necesidad de marcharse la golpeó de tal manera que hizo que se irguiese de golpe. Como si él se hubiese dado cuenta de la violencia de su reacción, levantó las pestañas y miró directamente a su rostro, obligándola a enfrentarse a unos ojos más negros que el carbón. Unos ojos que Hermione habría preferido no volver a ver jamás.

De repente, el tiempo se detuvo. Dejó de haber ruido en el bar, como si alguien hubiese levantado un muro de cristal y estuviesen los dos solos y como sí las imágenes de él que había estado intentando olvidar durante seis largos años, volviesen todas juntas a su cabeza.

James riendo… James sonriendo divertido cuando había intentado ligar tímidamente con él… James abrazándola… Besándola… James… excitándose y devorándola mientras hacían el amor.

Hermione sintió una ola de calor y tomó aire. Tuvo que abrir los labios y vio que él parpadeaba antes de fijar la vista en su boca, y todo su cuerpo reaccionó ante aquella oscura mirada. Ella no quería sentirse así. Quería poder mantenerse fría al verlo y le horrorizaba no ser capaz.

Él, como si estuviese recordando lentamente viejos placeres, levantó la mirada para observar la castaña cascada de su pelo acariciándole los hombros blancos, y después la bajó hasta donde la estructura sin tirantes de su vestido contenía la cremosa fuerza de sus pechos. El mensaje que desprendían sus ojos era tan ardiente y sexual que Hermione sintió que se ruborizaba. Le entraron ganas de gritar, de protestar, pero no podía hacerlo. Nunca se había sentido tan expuesta a su propia vulnerabilidad.

No se le había ocurrido pensar que él había tardado mucho en reconocerla. No lo había hecho hasta que no había vuelto a subir la vista a sus ojos. Entonces, su expresión había cambiado, se había sorprendido. Hermione pensó que se iba a caer redondo, por cómo había abierto los ojos y cómo se había oscurecido su mirada. Ella había dejado de respirar, de oír, de pensar…

Entonces, lo vio erguirse y darle la espalda, borrándola de su vista de forma tan brusca y cruel que se sintió como sí le hubiesen dado con una puerta en las narices.

Otra vez.

Sorprendida y afectada por la brutalidad de su rechazo, Hermione pensó que iba a ser ella la que se iba a desvanecer. Alguien le dio un golpe en el brazo sin querer, casi le tiró el vaso, pero ni se inmutó. Otra persona le habló, pero no entendió nada de lo que le habían dicho. Sabía que se había puesto pálida porque se sentía pálida, tenía frío. Y lo que era mucho peor, una parte muy dolida de ella se estaba rompiendo en dos al ver el efecto que aquel hombre seguía teniendo en su persona, allí, delante de todos sus compañeros de trabajo.

Sin saber cómo, consiguió darle también la espalda y respirar. Se sentía tan mal que tuvo que hacer acopio de valor para no salir corriendo.

—¿Crees que vamos a cenar ya? —le preguntó Luna.

—Sí —contestó ella, horrorizada al darse cuenta de que todo el incidente sólo había durado un par de segundos.


¿Quién era aquella mujer…?

La pregunta encendió el cerebro de Harry y le provocó semejante dolor que tuvo que llevarse la mano a la frente.

Y se sentía raro, como si lo estuviesen vaciando por dentro.

Se preguntó si era posible que una atracción sexual fuese tan fuerte. Hacía años que una mujer no le había impactado tanto como aquella castaña. Y le enfadaba que hubiese ocurrido allí, con una mujer que iba a formar parte de su nuevo equipo de trabajo. No era profesional, ni conveniente teniendo en cuenta…

—¿Te duele la cabeza, Harry? —le preguntó Ginny, que siempre estaba pendiente de su estado.

—No —contestó él, bajando la mano y volviendo a mirar a la castaña.

Incluso de espaldas hacía que se le calentase la sangre. Y su pelo, su pelo… había algo en su color, y en la forma en la que le acariciaba los hombros…

—Estás muy pálido, darling —insistió Ginny—. ¿Estás seguro de que…?

—El desfase horario —contestó él molesto, todavía con la atención puesta en la castaña—. Hemos venido aquí directamente, después de un vuelo de quince horas. No te preocupes, Ginny. Ya sabes que me molesta que te pongas así.

¿Quién era la castaña…? ¿Y por qué le daba la sensación de que ya la había visto antes…?

—Y te has puesto a trabajar en vez de descansar… —continuó Ginny—. Algún día, Harry, vas a…

A su lado, Zacharias Smith dio una palmada, haciendo callar a Ginny.

—Señoras y señores, por favor, les ruego que me presten atención —dijo el director ejecutivo de Hogwarts Technologies, haciendo que la habitación quedase en silencio y que todo el mundo mirase hacia allí.

Harry se dio cuenta de que las miradas iban dirigidas a él.

La conocía. Cuanto más lo pensaba, más seguro estaba. El pelo castaño, los ojos de un marrón luminoso, la boca sensual pintada de rosa… Intentó no fruncir el ceño mientras buscaba en su memoria alguna pista.

Los pómulos marcados y la nariz pequeña y recta, la bonita barbilla…

Se separó de Ginny, sorprendido de que le molestase tanto que fuese cariñosa con él.

—Quiero pediros que deis una calurosa bienvenida al nuevo dueño de Hogwarts Technologies, Harry Potter…

Hermione, que había tenido que darse la vuelta, se dio cuenta de que Harry, o como quisiera hacerse llamar en esos momentos, seguía frunciendo el ceño, como si algo le hubiese estropeado el día. «Bienvenido al club», pensó.

Escuchó una segunda oleada de aplausos, pero ella no aplaudió. Prefería cortarse las manos antes de aplaudir a aquel hombre. Lo odiaba. Una vez pasada la sorpresa de volver a verlo, estaba recordando cuánto odiaba y despreciaba a James Evans. O a Harry Potter.

Thank you very much for your kind welcome… —respondió él con una voz tan sensual que todas las féminas del bar suspiraron con apreciación mientras su acompañante le tocaba el brazo y susurraba algo a su oído que le hacía sonreír.

—Lo siento, había olvidado que no estaba en Inglaterra —murmuró él—. Muchas gracias por vuestra calurosa acogida…

—Dios mío —susurró Luna al lado de Hermione—. Eso ha sido muy, muy sexy. ¿Crees que lo ha hecho a propósito para desarmarnos?

A Hermione le pareció probable. Estaba concentrada en que no se le notase lo que estaba sintiendo. De hecho, le sorprendía que Luna no se hubiese dado cuenta de lo que pasaba entre ella y su nuevo jefe.

Harry embelesó a todo el mundo con sus planes para la empresa, disipando el miedo que tenían los trabajadores acerca del futuro de Hogwarts Technologies. Hermione bajó la mirada y escuchó sin oír en realidad, recordó la primera vez que había oído aquella voz.

Él no había cambiado. Aunque se hiciese llamar por otro nombre, seguía siendo el mismo hombre que había utilizado su voz y su encanto para enamorarla antes de dejarla plantada, embarazada y sola.

Más aplausos la sacaron de sus pensamientos. Harry había terminado de hablar y estaba sonriendo a la mujer del vestido dorado. Hermione quería marcharse de allí, pero él estaba bloqueando la salida.

¿Podría pasar por su lado e irse sin que nadie se diese cuenta? ¿Le importaría a él que se marchase? La tentación y la amargura se mezclaron en su cuerpo.

—Por fin nos van a dar algo de comer —comentó Luna.

Hermione se dio cuenta de que todo el mundo iba hacia las escaleras que conducían al restaurante y supo que no podía marcharse. Necesitaba el trabajo en Hogwarts Technologies.

Empezó a andar al lado de su amiga, que seguía comentando lo interesante que era el nuevo jefe.

«No te conozco. No quiero conocerte. Por favor, no vuelvas a llamarme…».

Recordó aquellas frías palabras de rechazo. Harry había pasado de ser un amante apasionado, a ser un completo extraño en un abrir y cerrar de ojos. Daba igual que hubiese sido su primer amante, o que la hubiese dejado embarazada, asustada y desconcertada. Harry le había enseñado de la manera más dura posible que los hombres como él no tenían conciencia en lo que se refería a las mujeres, ni honor a la hora de abandonarlas una vez satisfechos sus deseos.