Año 1996. Algún momento después de que Albus le revelara la verdad sobre el destino de Harry a Severus y antes de, por supuesto, los acontecimientos en la Torre de Astronomía del 30 de junio.
Reminiscencia.
Albus lo encontró en el momento justo. Los pasillos estaban desiertos; la cálida brisa primaveral invitaba a salir a los jardines, a sentarse junto al lago.
Había decidido salir a caminar, alejarse de su despacho por una hora y observar la vitalidad de los jóvenes alumnos. Su vida se apagaba y necesitaba un último impulso. Quería llevarse al otro lado imágenes bonitas, de amigos riendo bajo un espléndido cielo celeste, y eso ni Tom Riddle lo iba a poder evitar.
Fue entonces cuando se topó con Severus. Rígido, inmóvil, frente a la ventana, sus ojos fijos en algo o alguien. Albus se acercó y se detuvo tras él, pero su ensimismamiento era tal que no lo notó. El director dirigió su vista hacia el exterior para conocer qué era aquello que atraía su atención.
Al verlos, incluso él notó un cosquilleo en el estómago. Una sensación ni agradable ni desagradable. Un golpe de puño del pasado, repentino, en el mismísimo presente.
Harry Potter estaba sentado bajo la sombra de un árbol, bastante lejos del lago y de la concentración mayor de estudiantes. Ginny Weasley, con el cabello más rojo que nunca, lo acompañaba. Harry la abrazaba. Charlaban animadamente, e incluso en un momento se dieron un corto y tierno beso.
La mirada de Severus seguía clavada en ellos, pero a la vez se mantenía lejana, mirando más allá de lo que cualquier otra persona pudiera imaginar.
—Curioso parecido —comentó al fin Albus. Severus se sobresaltó. Se giró para verlo, desconcertado durante unos segundos, para luego adoptar una postura impasible e incluso indiferente.
Pero no dijo nada.
Los fantasmas del ayer los habían rodeado a ambos. Lily y James habían vuelto a la vida unos instantes y se habían sentado sobre el césped, como tantas veces lo habían hecho la primavera de su séptimo año en Hogwarts.
Albus habló, sus ojos repentinamente humedecidos.
—Es triste saber que ellos tampoco tendrán su merecido final feliz.
Se dio vuelta y emprendió la marcha, no sin antes ver una lágrima resbalándose por la mejilla de Severus.
