CAPITULO I: Bueno, antes de nada decier que ésta es una historia con yaoi (chicoxchico), así que si les desagrada el género, ya saben: abstenganse ^^.

ADVERTENCIAS: pues nose, creo k ninguna. puede haber spoilers y tal (nada x lo k tengan k suicidarse, vaya XD), pero creo k los avisare en el capitulo en el k vayan a salir, asi k nada, a disfrutar

Es el primer capítulo de una serie indefinida, espero que la disfruten tanto como yo escribiéndola. Eso es todo ¡Gracias x los comentarios! =)

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Atardecía en Rabanasta, capital del reino de Dalmasca. La ciudad era un hervidero de ciudadanos y comerciantes de toda clase que exponían sus artículos en las abarrotadas calles, eternamente vigiladas por los soldados imperiales, ante cuya cercanía las conversaciones morían irremediablemente. No es que se les temiera especialmente, pero el sometimiento por parte de Arcadia era mal sobrellevado y no ayudaban en absoluto los guardias de pesadas y relucientes armaduras que ejercían de silenciosos custodios por doquier. De todas formas, la ciudad era grande y hermosa. Había muchos lugares a los que huir de la opresión. Uno de ellos era la taberna Oasis, siempre y cuando no se pasasen por allí los perros del imperio para dar la brasa y echar un trago durante el cambio de guardia, claro estaba. A través de los cristales color miel, se percibía claramente la calidez del interior, su ambiente hogareño y apacible que la hacía el bar de mejor fama de la ciudad. En sus mesas se sentaban infinidad de personas diferentes a lo largo del día, siendo el atardecer y la noche el punto álgido de la jornada, animado el ambiente por las refrescantes pintas y el floral hidromiel que acompañaban partidas de dados, cartas y dados.

En una de aquellas mesas en las que el azar era rey y señor, había tres humes, un bangaa y un seek. Sólo uno de los hombres parecía estar totalmente relajado, sonriéndoles a las muchachas de una mesa cercana que le miraban, risueñas ante su descaro cuando les giñaba un ojo, picarón. A sus compañeros de partida, en cambio, no les divertía su dejadez en lo más mínimo pues los distraía de su baraja. Era bastante alto, pasando del metro ochenta, quizás; su complexión era atlética, aunque no musculada, fibrosa y fuerte. Algo más de veinte años, con unos brillantes ojos miel de reflejos ambarinos. Su pelo era corto, castaño claro y pulcramente peinado de punta hacia atrás. Una jovial sonrisa daba vida a su rostro, de mirada chispeante.

Balthier estaba cómodamente sentado en una mesa de cartas, en la taberna. Con sus cuatro nuevos amigos echaba una partida de muy buen humor, sin apuestas demasiado altas para no tener mucho que lamentar al inicio de la noche. Estaba solo por varias razones.

La primera era que Basch había querido ir a la armería para pasar revista a los equipos recién llegados. Fran, encargada en muchos sentidos del mantenimiento del grupo, se ofreció a ir con él. Por su parte, Ashe se dispuso a acompañarlos en cuanto tuvo noticia para que se pasasen así por la coracería.

La segunda, Vaan y Penelo habían ido a ver al viejo Migelo aprovechando la parada en su ciudad para cobrar recompensas por la caza de un par de escorias. Al fin y al cabo, les había cuidado desde que eran unos críos y se alegraría mucho de tenerlos de nuevo con él. Balthier estaba especialmente agradecido a este punto: de no ser por él se estaría viendo de niñera en vez de ganándose los cuartos con un buen vaso de licor en la mano. No hacía falta recalcar la diferencia entre lo uno y lo otro.

Todo aquello daba muchas libertades al pirata. Fran había ladeado las orejas cuando declinó la oferta de ir con ellos, deduciendo sin esfuerzo lo que su compañero de correrías iba a hacer: reservaría el hospedaje del grupo en la taberna y subiría a darse un buen baño. Desprendido del polvo del viaje, cenaría en la barra mientras echaba rápidos vistazos a las mesas de juego cercanas para que, una vez cenado, se acercara con una copa y amplia sonrisa a pedir sitio a los desgraciados que se hubiesen animado más de la cuenta con las apuestas o, simplemente, parecieran tener bolsillos más grandes que vaciar. La partida amistosa iría subiendo de humos lentamente, con una mano impresionante ganaría a sus colegas sin armar mucho revuelo y, antes de irse, les invitaría a un trago.

Acto seguido, seguramente una bella señorita le haría compañía con el dinero ganado hasta que se aburriese, cosa que extrañamente ocurría con frecuencia. No parecía que aquellas damas de risa fácil, mirada provocativa y cuerpo pecaminoso fuesen capaces de apaciguar su soledad. A Fran no le molestaba que se marchase por ahí hasta altas horas cuando necesitase evadirse, podía comprender que aquella alma errante tenía sus necesidades, pero siempre era ella la que últimamente tenía que encontrarle en algún rincón de la posada sumido en un estado casi depresivo. Esto venía ocurriendo desde hacía poco más de un mes, y no eran muchas las paradas que hacían en ciudades o pueblos, pero Balthier siempre se escabullía, huyendo hasta de su sombra. La viera no veía con buenos ojos que el no-oficial cabecilla del grupo desapareciese de aquella guisa. Por si fuera poco, de las últimas escapadas volvía con más de una copa de más y sin blanca, lo cual demostró al equipo que algo pasaba. Lo asombroso era que, tras esas noches de insomnio en las que seguramente ni él mismo se acordaba de todos los sitios en los que había estado, era capaz de ponerse en pie impasible, dispuesto a continuar y sin sentir siquiera el resentimiento de su cuerpo, llevando al grupo hacia delante y pilotando en silencio. Se había habituado a hablar menos o nada mientras volaba, cuando estaba solo por ahí se le veía alicaído, eliminaba los enemigos impasible y por la noche se volvía irritable. Por lo demás, cuando estaba con ellos seguía sonriendo, bromeando e ironizando por todo. Por supuesto, Fran no fue capaz de darles a los demás una explicación satisfactoria de porqué, aunque no lo aparentase públicamente, el pirata actuaba así. Vaan y Penelo mostraron preocupación al respecto; Ashe lo consideraba reprobable, pero mientras continuase con ellos lo pasaría por alto; Basch no dijo nada. El capitán fruncía el ceño en silencio cuando cruzaba alguna mirada con Fran. A la viera la tranquilizaba saber que al menos aquel hombre cabal podía mantener la calma como ella. Estaba segura de que, si la cosa continuaba así, él se encargaría antes que ella de comentarle un par de cosas al pirata. Al menos, eso era lo que creía Fran.

En cualquier caso, era una etapa más y su instinto le decía que estaba a punto de precipitarse hacia el fin y desaparecer para bien o para mal, por lo que preocuparse demasiado era un exceso: su compañero sabía bastante bien cómo cuidarse, aunque no también cómo aliviar su corazón. Cualquiera que fuese la respuesta que buscase, no estaba ni en las caricias de una mujer ni en el fondo de una botella.