Este fic nació hace meses en mi cabeza retorcida, pero terminó de tomar forma en un par de noches de frustración y falta de descanso, aunque no de sueño. Es un bello experimento que francamente me ha gustado. Gracias a la ayuda de mis betas en la vida de humano más que en la de Eledhwen Moonlight Spell, he podido sacar esto al fin. Mis entrañas suplicaban a gritos que lo hiciera. Y la cabeza descansó una vez que escribí la palabra Fin. Ignoro las razones por las que esto se me ha ocurrido. También desconozco el método que siguió el cerebro para ponerlo sobre papel (o sobre pantalla, como prefieran). El punto es, que cuando uno se sienta y escribe de principio a fin, con muy pocas correcciones qué hacer al final, se topa el alma con un dejo de sí misma. Algo tan perfecto en esencia, que la forma poco importa.
Nota importante: Esta es una historia de dos capítulos. DOS CAPÍTULOS ÚNICAMENTE. Originalmente era un one-shot, pero decidí cortarlo por cuestiones de comodidad al leerlo.
Disclaimer: De rigor, que no gano nada escribiendo este fic, más que la satisfacción de saber que es del agrado de ustedes, queridas personas lectoras.
Spoilers: Bueno, tenía qué ser. De lo contrario habría sido un poco complicado hilar las historias. En lenguaje coloquial: Sí, tiene spoilers.
Dedicado a: La musa de los ojos verdes y el gato de callejón. El brillo del primero y las canciones nocturnas del otro me guían más allá de los límites de la conciencia para recuperar aquellos fragmentos de mi vida que desencadenan el nacimiento de más palabras del corazón.
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Volverás a saber
Por: Eledhwen Moonlight Spell
Betas: Erúnamo y Moonlight Soul
To…
I heed not that my earthly lot
Hath little of Earth in it,
That years of love have been forgot
In the hatred of a minute:
I mourn not that the desolate
Are happier, sweet, than I,
But that you sorrow for my fate
Who am a passer-by.
A…
Yo no presto atención a que mi parte mundane
Tenga muy poco de Mundo en ella,
Que los años de amor hayan sido olvidados
En el enojo de un minuto:
No me lamento de que los solitarios
Sean más felices, cariño, que yo,
Pero sí de que tú te apenes por mi destino,
Porque soy un transeúnte.
Edgar Allan Poe, 1829
…...
-Me encantaría entenderte, pero me es imposible hacerlo.
-Nunca pedí que lo hicieras, Ginny. Ni tú ni nadie.
Hermione se encontraba sentada junto a la ventana, con la mirada perdida en un horizonte cubierto de nubes grises. Hacía varias noches que no podía dormir, y que pasaba las tardes en silencio, casi sin moverse de su lugar, aparentemente planeando y volviendo a planear estrategias para las batallas.
-Sólo te pido que confíes en mí es todo.
Ginny se encogió de hombros. Estaba molesta, pero más que nada le estorbaba el hecho de que ya no pudiese verla como una persona, sino como un espectro que se dedicaba a susurrarles al oído lo que debían hacer para destruir sin ser destruidos.
-Yo no sé qué es todo lo que piensas que necesitas tener la ventana abierta, pero Harry te lo ha dicho ya, que no debes…
-Que no debo arriesgarme, lo sé¡lo sé!-la miró, sus ojos destilando la angustia de una responsabilidad que nunca alcanzaría a comprender- Pero necesito aire para pensar. Por favor, no intentes hallar la lógica en ello. Es simplemente algo que necesito.
La pelirroja asintió con un suspiro. No había manera de ganarle.
Salió de la habitación con la firme intención de hablar con Harry. Hacía meses que Hermione no estaba bien, y aunque no conocía la razón, sabía que pronto debían hacer algo al respecto.
…...
Prometo que volverás a saber de mí.
Esa fue la última amenaza de Draco Malfoy, aquel día en medio de la noche, dos segundos antes de escapar de su varita, cuando de una forma u otra se las arregló para salir bien librado, como buen cobarde, huyendo de un destino que no podría evitar para siempre.
Y Hermione Granger lo sabía mejor que nadie. Draco Malfoy tenía los días contados, aunque nadie conociera su número exacto. ¿Cuántos días eran? No importaba, en realidad.
Se envolvió en la manta por no levantarse a cerrar la ventana. Al volverse, dejó caer al suelo un par de libretas donde tomaba nota de sus movimientos bélicos. Las pastas duras de las libretas golpearon el suelo de madera con un ruido amplificado por el silencio nocturno. La puerta se abrió al cabo de poco tiempo, y un muchacho moreno entró con la varita en alto.
—Hermione, soy yo. ¿Estás bien? Escuché ruido.
Ella tomó aire para responder y lo miró a los ojos con esa expresión de muerto viviente que era imposible leerle.
—Sí, no es nada. Debió ser el viento.
Harry bajó la varita y atravesó la habitación, pasándola de largo y yendo directamente hacia la ventana.
—Te he dicho que no la tengas abierta.
Hermione se sentó en la cama y abrazó sus rodillas, con las almohadas en el suelo por precaución de que no la fueran a ahogar mientras dormía. Aunque todos los demás insistían en dichas precauciones, en realidad a ella no le importaba.
—Tenía calor.
—Pues haz un hechizo o qué sé yo-respondió sin creerle, al verla envuelta-. No tengas la ventana abierta.
La cerró con fuerza. El cristal crujió. Apuntó la varita al cerrojo y quedó sellada.
Hermione escondió el rostro entre sus brazos y luego lo sacó de nuevo. Sus ojos oscuros más allá del color, con las bolsas marcadas debajo de ellas, se posaron en los ojos verdes de su amigo. Podía ver que él tampoco había dormido bien. Probablemente ninguno de ellos había descansado en los últimos dos meses. Cambiaban de escondite cada tres o cuatro días, siguiendo un patrón errático para esconderse de los mortífagos mientras les seguían la pista.
El final se sentía cerca, pero nadie podía adivinar el resultado. Y ambos bandos estaban llegando al límite de sus fuerzas. Ella misma se sentía desfallecer con cada mañana, en vez de estar repuesta.
El mago se acercó a ella y se sentó en el borde de la cama. Acercó una mano y la acomodó sobre el hombro huesudo de la bruja.
—Todo saldrá bien, Herms. Es cuestión de tiempo que los encontremos. Y esa será la última vez.
Hermione bajó la vista y asintió en silencio, sin emoción. Entonces a Harry no le quedó más que levantarse de nuevo, y salir de la habitación dejando la puerta parcialmente abierta. Por seguridad, le habían dicho. Pero ya no sabía dónde estaba más segura, si dentro o fuera de los escondites.
Volverás a saber de mí.
Pero todavía no sabía qué haría o qué sentiría cuando ese momento llegara.
Desde la última vez que lo vio no pudo borrar su rostro de su mente. Se le quedó pegado como el agua a una esponja, y ni tratando de sacarlo a un pensadero habría sido capaz de olvidarlo. Más que nada porque no quería que nadie más viera la memoria que había tenido. Debía quedarse como un secreto para siempre, porque esa era la única forma en que podía cumplir lo que le tocaba sólo a ella.
Draco se acercó hasta ella sin importarle las débiles amenazas de la bruja. Sus pasos tambaleantes lo hicieron buscar el equilibrio en la pared, colocando un brazo a cada lado de la cabeza de su víctima.
Hermione notó algo raro en sus ojos. Estaban brillantes, pero no rojizos, como los de los demás alumnos pasados de copas. Sus pasos inseguros la hicieron pensar que realmente tenía un alto grado de alcohol en la sangre, pero no se sintió muy convencida.
—Malfoy, si no te alejas, voy a tener que hechizarte.
Pero por toda respuesta él sólo se acercó más, perdiendo las fuerzas para sostenerse en la pared.
—Malfoy...
Draco cerró los ojos y acercó sus labios a la oreja de Hermione.
—Ningún mago merece tus lágrimas, Granger—la sintió tensarse, y el suave temblor de sus hombros ante sus palabras y la situación—, nadie las merece, mucho menos un mago que no esté a tu altura. Y, déjame decirte, muy pocos lo están.
Devolvió el rostro al frente y la besó.
Nadie le había dicho que la última fiesta clandestina en Hogwarts terminaría en ese beso. Nadie le advirtió que comenzaría la noche llorando por Ron, y la terminaría besando a Draco. Nadie le enseñó, hasta ese momento, lo que era un verdadero cosquilleo en el pecho y un par de rodillas temblando.
Cuando Draco se separó de ella, se recargó en la pared y resbaló hasta el suelo, donde se quedó dormido. Hermione, aún incrédula, caminó de regreso a la torre de su casa para buscar consuelo y comprensión en los muros conocidos.
A la mañana siguiente, la resaca le provocaba un fuerte dolor de cabeza al mago. Y aquel beso furtivo y robado, a la mitad de la noche en el pasillo de los calabozos le pareció un sueño lejano, que se había sentido mucho más real que todas las veces que había soñado con lo mismo.
Hermione nunca había podido perdonar las promesas no cumplidas del rubio. Nunca había querido creer en esa seguridad de quedarse para siempre alrededor, donde ella pudiese encontrarlo. Nunca confió en esa sonrisa la última noche que lo vio, antes de huir de Hogwarts tras haber tratado de asesinar al director, quien terminó muerto (gracias a él) de todas formas. Sin embargo, en su corazón albergaba la casi extinta esperanza de que todo se tratara de una pesadilla. Imaginó que todo era una mala broma. Que no tendría que mentir de nuevo, que no tendría que fingir otra vez, y que volvería a sentir como un ser humano y no como una muñeca de trapo, ya que, hasta ese momento, sólo conocía cuatro sentimientos en torno a los cuales su vida (si podía llamarla así) giraba.
Desprecio, por no saber dónde estaba Draco. Por todo lo que no hizo, por todo lo que hizo. Por las caminatas en los pasillos oscuros y los insultos a la luz del día. Lo odiaba por no haberse despedido, por no haberse aparecido en años, por no saber pedir perdón y por haberla orillado a aquello.
Angustia, de saberse responsable de la vida de tantas personas, además de la suya propia. Por no saber si despertaría a la mañana siguiente, si él sería más rápido en sus movimientos cuando se enfrentaran, si sería víctima de otra emboscada, o si correría la suerte de tantas brujas torturadas hasta la locura. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras repasaba los rostros de los magos y brujas que peleaban hombro con hombro con ella, que confiaban en su buen juicio y sus listas de instrucciones, impecables, a las que se aferraban como la única forma de mantenerse vivos en un enfrentamiento con mortífagos.
Desesperación, por no ser libre de sí misma ni de sus pensamientos. Por no poder sentarse con los ojos cerrados sin pensar en nada más. Por no detener los latidos de su corazón, acelerados al pensar en Draco, lentos y apagados al recordar su situación.
Y confusión. Porque así como quería mantener vivo un copo de nieve en las manos, debía dejarlo derretirse en el calor que emanaba, y aquella vida que luchaba tanto por conservar, habría de morir por su propia mano.
Luego de un intercambio esporádico de escasos mensajes por tres días, habían concertado en verse detrás de las estatuas de los Cuatro Grandes. Al principio se convenció de que lo hacía por obtener información, por acercarse al enemigo con la intención de obtener un beneficio bélico. Su corazón, sin embargo, latía como si se tratara de una primera cita.
¿La razón por la que la había llamado? Creía que se trataba de lo mismo que ella. De hecho, por un momento, albergó la idea con una calidez impresionante, sólo para mantenerla viva, de que se trataba de una simple medición de las capacidades del otro. Luego se atrevió a soñar con un amor encubierto, pero desechó el pensamiento con la rapidez de su varita. Como si aquello realmente pudiese ser posible, siseó. Pero contuvo la respiración al acercarse la hora.
Desde la última vez que lo había visto, se había dedicado a soñar despierta con él, creando todos los escenarios en los que podrían haber sido libres, o esclavos uno del otro. Aún lo odiaba por haberse ido sin despedirse, en aquellas circunstancias que dejaban su regreso al colegio como una rotunda negación. Miró su reloj en la muñeca, faltaba poco tiempo. De pronto recordó que a esa hora habían ocurrido las cosas más inesperadas en su vida. Ahora, pensaba, el suceso inesperado era el atrevimiento del traidor más grande de volver a sus raíces de la misma forma en que había salido de ellas.
El armario por el que habían entrado la primera vez había sido destruido, pero Draco guardaba tantas sorpresas bajo la manga…
Se había negado a decirle cómo aparecería. Sus mensajes eran claros y breves. Qué pasillo recorrer, cómo acudir, a qué hora aparecerse. Y, entre líneas, la débil promesa de un son de paz, tan sólo para conversar. Volvió a mirar el reloj al doblar por una esquina.
Las tres de la mañana. La hora de las brujas.
La hora de la magia.
La hora de los engaños.
Despertó de su ensueño al tropezarse con un bulto que no había notado, y cayó sobre el frío mármol, golpeándose el hombro izquierdo. Se levantó pesadamente, esperando no haber hecho tanto ruido, y se volvió para posar sus ojos en el causante de su golpe.
Miró hacia abajo, sobresaltada, y encontró una túnica negra envolviendo un cuerpo. Un cuerpo vivo. Se inclinó, pensando que algún alumno podría haberse enfermado y se habría quedado allí. Lo que no se explicaba era el hecho de no haber dado la alarma a nadie. Alargó la mano para tocarlo, cuando, de pronto, la túnica se movió, un brazo pálido salió de debajo y la tomó por la muñeca, halándola al suelo. Una segunda mano le cubrió la boca y la envolvió en la túnica. ¡Que obvio era¡Que estúpida fui! La figura envuelta le impidió ver a dónde se dirigían cuando se levantó del suelo con ella entre los brazos, aprisionada. La varita de Hermione estaba detrás de su espalda, acomodada entre la falda y la blusa del uniforme, tan cerca, y tan lejos…
Supo que recorrió un pasillo largo porque no doblaron en ninguna parte. Bajaron unas escaleras, tropezándose, y finalmente llegaron a un patio interior del castillo, una especie de invernadero con flores mágicas y exóticas que se utilizaban en las clases de herbología y pociones. Hermione sabía que se encontraban ahí por el aroma de los tulipanes eternos y las rosas negras. Le llegó desde lejos la esencia del jazmín antiguo y los lirios flotantes.
Su agresor no la descuidó un momento, y lo primero que hizo fue buscar la varita en sus bolsillos. Al no encontrarla, llevó su mano hacia la cintura de la bruja y comenzó a recorrerla. Del abdomen fue al lado derecho de su cadera, haciendo caso omiso de las quejas de la víctima. La bajó por su muslo, y ella se quedó inmóvil, con el corazón a punto de estallar. Subió nuevamente la mano y la llevó a la espalda baja. Hermione temió que buscara más abajo cuando por fin dio con la única defensa que le quedaba; se la arrebató y la lanzó lejos. La bruja escuchó el rebote de la madera cuando dio contra la esquina del invernadero de luz azul.
-Te dije que sin varitas, Granger.
Esa voz… Esa maldita voz…
Soltó su boca apenas lo suficiente para escucharla murmurar.
-¿Pensabas que me fiaría de ti?
-Lo has hecho antes.
-Bueno-respondió al zafarse de sus brazos, que habían cedido un poco a su prisión-, eso era antes. ¿Qué es lo que quieres?
Draco se pasó una mano por el cabello. Ya lo llevaba largo hasta los hombros, peinado hacia atrás. Tenía un parecido impresionante con Lucius, y portaba toda la elegancia y belleza de Narcissa.
-¿No crees que primero deberíamos saludarnos como es debido? No te he visto en casi un año…
Hermione apretó las manos en un par de puños, y divisó su varita en la esquina detrás de Draco. Era inútil tratar de alcanzarla sin ayuda mágica.
-Eres un cretino. ¿Por qué me buscaste?
-Por que sabía que responderías. Tenía que verte otra vez.
Hermione intentó reír.
-No te comprendo.
Draco se talló el rostro con las manos pálidas, buscando la mejor manera de decirlo.
-Granger, el mundo es un asco.
-¿Y sólo podías decírmelo a mí?
Él la miró con desesperación ante su incredulidad.
-El mundo es un asco, pero al menos puedo sobrellevarlo si tú estás en él.
-¡No!-trató de contener las lágrimas -¡No vengas a decirme eso después de lo que hiciste¡No puedo creerte!-bajó nuevamente la voz a un susurro- Malfoy, confié en ti más de lo que debí haber hecho. Y ya no puedo volver a hacerlo, no puedo. Creí que vendrías con una intención diferente; creí que se trataría de la guerra que estamos viviendo. Y tenía la esperanza, muy pequeña, de que me libraras de todo esto. ¿Y vienes a confesarme amor?-rió entre sollozos- La Marca te hizo más daño del que pensé…
-Escucha-suplicó-, no he venido a obtener nada de ti. No quiero información, ni rehenes, ni quiero saber nada de esta maldita guerra. Sólo he venido porque respirar es más difícil de lo que pensé, si no te tengo cerca.
Ella sólo atinó a negar con la cabeza.
-Malfoy, no hagas esto…-él se acercó y colocó las manos sobre sus hombros-. Éste no eres tú…
-¿Quién soy, entonces?-Se inclinó y la besó, rodeándola con los brazos. Cuando la soltó, ella tomó aire, ahogada por sollozos callados.
-Eres un cretino arrogante e insensible, a quien no le importa más que su propia seguridad, que solo vive para destruir, que no piensa en nadie más. Que no quiere a nadie más.
Draco besó su mejilla.
-Hoy lamento escuchar eso. Pero algún día me alegraré.
Ella lo miró, confundida.
El mago caminó hacia la puerta y salió del invernadero, dejándola temblando y con los ojos especialmente abiertos, bañada en una invernal luz cian.
-Espera¿cómo llegamos a este lugar? No sabía siquiera que este invernadero existía¿cómo llego a mi torre de nuevo?
Draco miró sobre su hombro, y su mirada fría la hizo retroceder un paso.
-Eres una bruja lista, puedes encontrar el camino de regreso. Después de todo, ese que te habló no era Draco Malfoy¿no?
Cerró la puerta tras de sí.
Hermione corrió a la esquina donde estaba su varita, la abrazó y se dejó caer en el suelo, recargada contra una de las paredes.
Las lágrimas secas en sus mejillas dejaron la puerta abierta al nuevo sentimiento que el rubio había sembrado en ella.
Odio.
Hermione se levantó de la cama y fue hacia la ventana. Colocó una mano contra el frío cristal y miró al cielo. En algún lugar del mundo, Draco Malfoy veía el mismo cielo que ella.
¿Qué tan buen consuelo era saber que al menos pisaban la misma tierra?
Tenía tantas preguntas como esa, y conforme los meses pasaban, más preguntas se añadían a la lista que guardaba debajo del colchón.
A través de sus ojos, ahora inexpresivos, se adivinó una pregunta nueva, seguida de otra, y de otra más.
¿Cuánto más¿Cuánto más tendré que esperarte¿Cuánto más tendré que pensarte?
Las yemas de sus dedos dejaron una marca en el cristal: el calor emanado por sus manos, aún vivas. Deslizó los dedos hacia un lado; todavía respondían. Había pensado que para esas alturas ya nada serviría. Cada día que pasaba la hacía sentir como una flor marchita, sin nada de vida en los pétalos, y unas hojas secas que se sacuden con el viento. Suspiró. Ya no sabía respirar. Sólo suspiraba.
Luego reconoció el ardor habitual en sus ojos, y más tarde una sensación húmeda corriendo por la mejilla.
¿Llorando otra vez, Hermione? Se dijo. Te cuesta aprender las lecciones a tiempo...
Con la mano izquierda se limpió el rostro, aún sin querer quitar la otra mano de la ventana. Se concentró en su reflejo etéreo del otro lado. Y por un momento, sólo un momento, pudo ver a alguien más allí, y unos ojos grises mirándola, y una sonrisa lacónica animándola. El sufrimiento, mutuo, del otro lado de la ventana; y la falta de un latido que sintiese lo mismo, junto de ella, para sobrevivir.
La luna se escondió detrás de una nube, apenada, y la volvió a dejar en la oscuridad.
Sacó su varita del bolsillo del pijama, y apuntó al cerrojo, que tronó seco, sin una sola chispa y el sonido ahogado dentro de la habitación. Corrió la ventana hacia arriba, dejando que la brisa de la noche entrara y jugara con las cortinas.
Luego se volvió a la cama, y se fue a dormir con la esperanza de que algo entrara por la ventana y la librara de su sufrimiento.
Hermione se graduó con honores. Tenía las mejores calificaciones de la escuela, el mejor récord en toda la historia de Hogwarts. Era el orgullo de todos los profesores, aún de aquellos a los que detestaba, y siempre parecía estar en total control de sus sentimientos y pensamientos.
Sin embargo, cuando le pidieron que escribiera el discurso de despedida, se negó. No habló con nadie el día de la ceremonia, y nadie sabía que las noches que le habían quedado en el colegio las había invertido en practicar sus hechizos con insectos, ratas, y cuervos que corrían con la mala suerte de estar a su alcance mientras ella rumiaba la oscuridad que se cernía sobre su cabeza.
Sus compañeros se impresionaban de la frialdad que había adquirido en las últimas semanas, y el desprecio contundente que demostraba por la casa de Slytherin, hecho que le acarreó incontables enemistades, volviendo recíproco su sentimiento.
La Hermione Jane Granger que el mundo solía conocer, había muerto una noche de finales de primavera, otro de los secretos que guardaba con celo. Lo único que los demás sabían, pues la bruja se había negado a comentar lo ocurrido aún con Harry y Ron, era que había pasado la noche en vela tratando de resolver el laberinto de pasillos de un área del castillo que era desconocida para el alumnado. Había regresado a su torre casi al amanecer, con los ojos vacíos y la lengua atada al paladar. Al preguntarle los detalles, ella solía responder con una mirada de pupilas dilatadas por la ira, y el rostro rojo por las mismas razones.
El corazón le palpitaba con orgullo. Orgullo de saber que un mago tan poderoso estaba en sus manos, la gloria al alcance, el honor tan cerca que podía saborearlo. Se deleitó en su imaginación sin límite, dando forma en su mente a los encabezados de los tabloides, las fotografías enmarcando su rostro sonriente rodeado de personajes importantes. Jugó con una pompa de jabón, olvidando que el agua de la bañera ya estaba fría. El cabello se le pegó a la cara demacrada y cayó sobre sus ojos tristes. Alcanzó su varita y acarició la punta con los dedos. Algún día la vería despedir aquel destello esmeralda, contra el pecho de la persona a quien más odiaba en el mundo…
Y a quien más amaba, también.
-¡Ginny!-llamó-¡Ginny!-al otro lado de la puerta se escucharon pasos.
-¿Qué ocurre¿Te encuentras bien? Llevas una eternidad allí dentro.
Hermione ignoró sus preguntas y comentarios.
-Ginny¿cuál de las Imperdonables es la más dolorosa?
A la pelirroja le tomó un momento responder. Sabía que Hermione estaba perdiendo la cabeza, pero Harry le había suplicado que fuera paciente y comprensiva.
-No lo sé… Crucicatus¿tal vez?
-¿Qué hay del Avada Kedavra?-preguntó mientras llenaba de agua limpia y caliente la bañera con ayuda de su varita.
-Sólo conozco una persona que lo haya sobrevivido, y era demasiado joven para recordarlo.
Hermione volvió a sumergirse en sus propios pensamientos mientras se deshacía del jabón en su cabello, y al cabo de un minuto de silencio, Ginny se retiró de la puerta.
Primero, la bruja pensó, le sonreiría como él solía sonreírle; con ese desprecio tan espeso que podía saborearlo en el paladar. Espeso como la miel en invierno, y amargo como las cáscaras de limón con que se alimentaban los elfos refugiados en los sótanos de las casas. Luego, se dijo, enredaría sus dedos en el cabello platinado del mago, y lo atraería hacia sí. Lo besaría. Y después lo mataría.
…...
Hasta esa noche de neblina provocada por los dementores, Ron nunca consideró la posibilidad de revivir los amores platónicos de la escuela. Años atrás, el solo hecho de pensar en Hermione hacía que su respiración se detuviera, la vista se le nublara y comenzara a sudar. Ahora, aunque todavía se ponía un poco nervioso, sabía que las circunstancias no permitirían que él se encariñara demasiado, ni que ella cediera o bajara la guardia un momento.
Sin embargo, se encontró a sí mismo aceptando una invitación de la bruja, a caminar por el jardín de la casa que les servía de escondite, cobijados por la poca seguridad que la noche podía ofrecerles.
-No me parece seguro que estemos aquí afuera, Hermione.
Ella caminaba apaciblemente, acariciando la varita en el bolsillo del abrigo, casi ajena a la tensión que se respiraba.
-No pasará nada.
-Me extraña esa nueva seguridad tuya, aunque no negaré que me reconforta a veces. Como si supieras que todo va a salir bien.
-Oh-respondió con una sonrisa ausente mientras se detenía para mirarlo a los ojos-, es que sé que todo va a salir bien.
Ron sonrió, confundido. Hacía ya varias lunas que la notaba así, superior de cierta forma, a pesar de que en ocasiones la encontrara llorando dormida en algún rincón de la habitación en que se acomodara. Siempre supuso que eran pesadillas en las que revivía el horror del primer año de la guerra, cuando murieron sus padres y su propia madre, cuando Neville fue secuestrado y torturado, y cuando ella fue perseguida por un dementor que estuvo a punto de besarla. Todas aquellas cosas eran razón suficiente para volver loco a alguien, pero lo que seguía sin explicarse era que en la batalla de fines de marzo de ese año, Hermione hubiese desaparecido del campo de batalla como un suspiro, para aparecer después a millas de allí, caminando sola y desorientada en un campo florecido de lavanda, con las mejillas surcadas de lágrimas y algún secreto que le devoraba el alma.
El mago detuvo su caminata silenciosa y sacó de sus bolsillos una mano para tomar el antebrazo de Hermione y hacerla esperarlo.
-Hermione…
-¿Qué, Ron?
-¿Crees que…¿Alguna vez me dirás… qué fue lo que ocurrió en marzo, antes de que te encontráramos?
Ella pareció pensarlo un momento. Se acercó a él y lo miró fijamente. Sus ojos no se parecían a los ojos de hielo eterno que el mago de sus pensamientos poseía. No albergaban aquella tormenta de deseo y desprecio, súplica y amenaza. Alargó su mano y la colocó sobre la mejilla del pelirrojo, que se sobresaltó un segundo y se quedó inmóvil. Al mover su pulgar sobre la piel se percató de que no era tan suave como la del rubio, ni tan limpia, pues Ron tenía el rostro poblado de pecas.
-Hermione¿qué…?
-Shh…-dijo, colocando un dedo sobre sus labios, mismos que recorrió, buscando esa chispa que los delgados labios del otro tenían. Y por un momento pensó que quizá, sólo quizá, habría algo en el mago que tenía al frente que la hiciera olvidar al que tenía en la mente. Dio un paso más, se puso de puntillas, acercó el rostro, y regresó a su posición en el último segundo.
Ron respiraba agitado y tenía las mejillas y orejas del color de su cabello. Al menos, aceptó él, le habría gustado saber cuál era la textura de los labios de la castaña. Desde los dieciséis, había soñado con el aroma de su cabello, y aquel movimiento inesperado había revivido en él una pequeña esperanza que creía reducida a cenizas. La tomó por los hombros y la atrajo hacia sí, robando lo que por tanto tiempo había pertenecido sólo a la imaginación. La besó sin pensar en nada más que en los años perdidos por no hacer nada a pesar de tenerla junto a ella. Al principio su respuesta fue débil, pero conforma soltaba los músculos tensos, los movimientos de su quijada empataron con los de él, y la respiración de volvió una sola.
Draco…
Recordó los besos robados a la mitad de la noche, los mensajes que sólo ella podía descifrar. Recordó el aroma cítrico de su piel, su aliento fresco, su sabor dulce. Revivió la firmeza de su piel bajo sus dedos, la fuerza de sus manos en el rostro, los tirones de cabello que enredaba con cuidado, y la falta de delicadeza al presionarla contra la pared.
-Draco…-murmuró en una breve respiración.
-Herm… ¿qué?
Se separaron bruscamente, pero antes que cualquiera de los dos pudiese decir algo, Luna salió al jardín con paso apresurado, y los alcanzó en cuestión de segundos.
-Ron, Hermione-recuperó el aire entrecortadamente, dejando ver su ansiedad y preocupación-. Los hemos encontrado. Atacaremos en dos horas.
Hermione asintió con la cabeza y caminó de regreso dentro de la casa. Luna la siguió con pocos pasos de retraso. Clavado en el suelo, Ron sintió su corazón quebrándose como vidrio pisoteado. Poco a poco, todas las piezas comenzaron a embonar.
…...
-Debemos cuidar todos los flancos, recuérdenlo-añadió Harry a la conversación mientras señalaba un bosquejo del edificio con la localización de los mortífagos más peligrosos, las cabezas que controlaban a todas las demás piezas del tablero.
-¿Qué hay del techo?-preguntó Hermione mientras entraba a la habitación y se sentaba junto a Fred, quien le alcanzó el dibujo.
-Lo utilizan como lo que podría llamarse una pista para Aparecerse. No entran al lugar por ninguna puerta o ventana común, ya que están todas selladas con magia. En vez de eso-colocó el dedo índice en el centro de un cuadro hecho a lápiz-se Aparecen aquí, luego abren esta puerta levadiza, custodiada por mortífagos, dicen alguna clase de contraseña y entran. Aquellos que no conocen la contraseña son eliminados automáticamente, lo hemos visto. Incluso si son mortífagos novatos que la han olvidado. Mueren y recogen los cuerpos, llevándolos dentro (para identificarlos, supongo) y después sólo Merlín sabe qué hacen con ellos.
Hermione se llevó una mano a la barbilla, pensativa. Habían llegado a ese lugar sin usar magia para no ser detectados; hicieron bosquejos con lápiz y colores corrientes, para no correr riesgos; habían permanecido allí tiempo suficiente para no ser encontrados pero sí obtener semejante cantidad de información, todo lo cual podía significar sólo dos cosas:
1. Estaban esperando que los encontraran, para atraerlos a una trampa, o
2. Habían bajado la guardia peligrosamente.
En la cabeza de la bruja comenzaron a enrollarse los hechos como volutas de humo, con las posibilidades, las oportunidades que tenían y las eventualidades con que se enfrentarían.
-Lord Voldemort no está allí-dijo terminantemente entre el barullo de planes que se había formado a su alrededor.
-¿Qué?-dijo alguien, haciendo silencio.
-Voldemort no está en ese lugar-repitió, levantando la cabeza.
-¿Cómo lo sabes?-inquirió Ginny- Hasta este momento los mortífagos no se han separado de él ni por un instante; ¡dependen de su poder para ser lo que son!
-Entonces habrían tenido más cuidado para escoger su escondite, Ginny¿no lo ves?
Luna intervino.
-Hermione tiene razón-todos miraron a la rubia de ojos desorbitados; últimamente era la única que parecía comprender los desvaríos de Hermione-. Si Voldemort estuviera allí, no habría sido tan fácil encontrarlos.
Harry miraba a sus amigas alternando la atención con el plano rudimentario. Las tres parecían tener algo de razón; sus argumentos parecían válidos, y sin embargo…
-George-llamó. El pelirrojo se irguió, ya que había estado apoyando un brazo sobre la mesa-¿quién está a cargo de estos mortífagos¿Viste a alguien dando órdenes? Voldemort nunca lidia con los asesinos que no sean de su círculo elite.
El rostro de George se ensombreció; se limpió el sudor de la frente con la manga de su túnica y habló con voz áspera.
-Ese cretino de Malfoy, Harry. Lo vimos cuando salió a recibir una comitiva con prisioneros de Austria.
Hermione se tensó en su asiento, y la sangre bajó de súbito a sus pies, para regresar fría a su corazón.
-¿Viste su rostro?-preguntó con la voz temblorosa, traicionera. Frente a ella, del otro lado de la mesa, los músculos faciales de Ron se endurecieron.
-No-respondió el gemelo-, pero puedo reconocer ese cabello y esa voz, en cualquier lugar del mundo y bajo cualquier condición.
Yo también, pensó Hermione con amargura.
El silencio se apoderó de la habitación, y se hizo aún más pesado luego de la carraspera de Fred. Las cabezas de todos estaban pensando qué vendría ahora, dónde estaría el plan maestro, y qué sorprendente táctica saldría de los labios de Hermione. Una docena de ojos la observaba, aunque ella pareciera no darse cuenta.
Sus facciones alternaron tantas emociones que era imposible leerle la mente. Harry había aprendido a no meterse con ella, especialmente luego de que, tras quererle leer la cabeza mientras dormía, pasara una semana entera con pesadillas que no eran suyas, mezclando imágenes de la persecución del dementor con el recuerdo de los muertos en la batalla de marzo, congelándose entre sueños por el tiempo que habían pasado escondidos en Liberia, y el sentimiento de angustia que poblaba cada una de sus memorias.
Después de lo que pareció una eternidad, y de haber demostrado que se puede sentir felicidad, terror, amargura y desprecio por un mismo concepto en el mismo segundo, Hermione levantó la mirada de sus manos huesudas.
-Nadie salga de este lugar. Yo voy a ir sola.
El barullo que se armó sólo fue comparable al de una manada de perros de la pradera peleando por el mismo trozo de comida. Al cabo de unos segundos, Harry levantó la mano. Él fue el único que no había pronunciado palabra.
-Hermione, aunque esta es la idea más estúpida que has tenido en toda tu vida, debo confiar en ti. Nadie más que tú saldrá de aquí.
Hermione asintió con la cabeza. Se levantó y se retiró de la habitación con una sonrisa que nadie le había visto antes. Una sonrisa de venganza.
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Si no es mucho pedir, me encantaría recibir sus comentarios. Ahora, una sola súplica: El final ya existe. Procuren no decirme lo que quieren que sea, sino lo que piensan de lo que es. Tomaré en cuenta los comentarios, pero esto no es un fic a la carta. No soy (y quienes me han leído antes ya lo saben) una escritora que cumple caprichos, ni que vende sus palabras por tener más lectores. La suerte está echada; sólo que ustedes no la han visto.
Eledhwen Moonlight Spell
Oh, por cierto… ¡Feliz Año 2007 a todos!
