THE SCIENTIST
Capitulo 1
Altanera, caminaba con las manos en los bolsillos. Su larga melena caía sin ningún reparo. Corrían los últimos días de abril y una leve suba de temperatura se había manifestado esa mañana. La calle estaba repleta de gente que caminaba de un lado a otro. Llegó hasta la puerta del bar.
Su actitud segura y arrogante se quebró por un breve momento. Un mal presentimiento la alcanzó. Se puso nerviosa.
Que es lo que me pone tan nerviosa? Es sólo un encuentro más. Nada más que eso. Nada más.
Recuperándose del lapsus, empujó la puerta y entró decidida al recinto.
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No supo que decir. Nada de lo que había planeado decirle había logrado llegar más allá que tímidos balbuceos. Simplemente no había podido ponerle fin a aquello.
Sentado en la cama, después de haber repetido lo que sucedía cada vez que se encontraba con ella, pensó que estaba siendo egoísta. No estaba pensando en ella. No pensaba en que era lo que sentía ella con respecto a la extraña situación en la que estaban.
Haciendo acopio de todo el valor que pudo, decidió hablar de una vez por todas.
Miró hacia un costado, buscando un indicio de que ella estaba despierta, de que ella iba a escucharlo. Buscando un indicio que le confirmara que no debería repetir lo que estaba a punto de decir. Lo que se había olvidado que debería decir en un futuro cercano.
Encontró sus verdes ojos mirando al techo. Parecía pensativa.
Me ha escrito.- dijo simplemente. Ella sabía a quién se refería. Él no quería decirlo. Decirlo convertiría el hecho en uno irremediable, en algo imposible de evadir. Devolvió su mirada a la pared. No quería mirarla. No tenía la fuerza suficiente para hacerlo.
Y que dice?.- respondió con una pregunta ella. Él pudo notar una leve nota de desilusión en su voz. Sabía que ella tampoco quería terminar con la endeble relación que mantenían. Sabía que ella había caído en la trampa en la que sabían no debían caer. Tal como él había caído.
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Me ha escrito. Me ha escrito ayer, desde Roma.- practicaba, hablándole al aire. No sabía como iba a juntar el valor necesario para terminar con el enlace que tenía con ella. No sabía cómo iba a hacer para decirle que, en pocas semanas, debería ir a Italia a encontrarse con su esposa.
Dice que las cosas están casi listas.- Imaginó su reacción. Su hermoso rostro, plagado de pecas, apareció flotando, etéreo, frente a sus ojos. Tenía la misma expresión dura de siempre, máscara de lo que realmente sentía. Estaba triste, desilusionada. Una sensación de impotencia incontrolable se apoderó de su corazón. –No puedo hacernos esto.- susurró abatido al aire, agitando su mano para borrar la angelical aparición.
Sintió una leve brisa cálida, proveniente de la puerta del bar. Allí estaba una vez más. Ella, sólo ella. Al notar la sonrisa que le enviaba, su mente quedó en blanco. No supo cómo reaccionar. No puedo hacernos esto.
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Llegamos tarde, Anne.- gritó dirigiendo su voz hacia el piso de arriba. –Vas a perder el avión! Vamos!-
Ya voy, ya voy.- le respondieron desde arriba. Anne apareció en el rellano de la escalera, con su equipaje siguiéndola. Él se quedó pasmado. Era tan hermosa, que parecía hasta sobrenatural. Su negro cabello, rebelde y corto, se amoldaba en perfectos rizos esa mañana, enmarcando esos ojos... Esos ojos zafiro, capaces de encandilar a cualquiera.
¿Qué te pasa?.- Le preguntó, notando la expresión de ensueño que tenía en su cara. –¿Ya no te acordabas de mí que me miras así?.- Él pasaba mucho tiempo ocupado en su trabajo. Ése era un tema recurrente en sus discusiones.
Anne observó divertida cómo su esposo abría y cerraba la boca, en un vano intento de decir algo. -¿Perdón?.- le encantaba jugar con él de esa forma. Lo conocía desde hacía prácticamente 10 años y siempre había sido igual. Siempre el mismo niño tímido.
Hermosa.- Logró articular luego de varios intentos de hablar. –Bellísima.-
Aún encandilado por la luz de su esposa, la observó ampliar su sonrisa y terminar de bajar las escaleras.
Ya lo sé.- le dijo, plantándole un beso de película acto seguido. -¿No se nos hacía tarde?-
Si. Si. Tarde.- Luego de varios intentos, logró reaccionar.
Vamos entonces.-
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Dice que las cosas están casi listas.- respondió, escuchándose distante. Escuchándose perdido. Escuchándose ausente. Distante. Perdido. Ausente.
¿Casi listas?.- preguntó de nuevo ella. -¿Cuánto tiempo significa eso? ¿Cuánto tiempo nos queda?.- agregó, como si estuvieran condenados a muerte y esperaran juntos el día del final.
Dos semanas. Tres, con suerte.- Con muchísima suerte. Tres semanas más se sentirían como tres vidas en el paraíso.
Dos semanas... Tres, con suerte...- repitió ella, en un susurro apenas audible, cargado de angustia. Parecía que su voz de mujer fuerte se había ido a otra parte y que tardía largo rato en regresar. Eso es muy poco tiempo. No puedo vivir con sólo dos semanas más, tres con suerte.
Así es.- terminó el frágil coloquio. La tensión que había sufrido durante los escasos minutos que hablaron cedió un poco, muy poco. En ese mismo instante se sentía tenso, triste, impotente, egoísta... distante, perdido... ausente.
No puedo hacerles esto, a ninguna de las dos. Ninguna lo merece. Ninguna merece sufrir por una razón tan insignificante como yo.
No sabía como había llegado a aquella situación. No sabía como se habían dado los hechos para que él, justamente él, hubiera terminado casado y engañando a su esposa mientras ella preparaba su unión religiosa en Roma. No sabía cómo se habían dado los hechos para que él hubiera terminado reviviendo el amor que sentía por ella, por una mujer tan diferente a la suya. De una mujer tan maravillosa como la que tenía al lado. Como la que siempre había tenido al lado.
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Las cosas están casi listas. Ya he reservado un salón de fiestas, cerca de la iglesia. Ojalá pudieras estar aquí y verlo tú mismo. Ya hemos terminado de planear la decoración. Quedó realmente hermoso.
Y la Iglesia... la Iglesia! Si la vieras... Sigue tan hermosa como la recordaba, y quizás aún más.
Linda llegó ayer, y estamos ultimando los detalles del vestido. Espero que tú te hayas encargado convenientemente del tuyo.
Estuve conversando con el padre, para reservar para nosotros el 20 de mayo, como habíamos acordado. Lamentablemente, el día ya estaba ocupado desde hacia meses. La fecha inmediatamente siguiente que está disponible es el 27 de mayo. Ya la he reservado.
Por lo tanto, supongo que dentro de dos semanas podrías estar camino aquí. Si necesitas más tiempo para terminar, tal vez podríamos extender el plazo a tres... pero prefiero que vengas lo antes posible. Te extraño mucho. No sabes cuánto...
Cómo deseo que estés en este momento aquí, conmigo. Un mes tan lejos de ti está matándome. No veo la hora de que termines con ese bendito trabajo y puedas reunirte conmigo.
Ansío que puedas venir pronto.
Te ama, Anne.
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Ninguno de los dos había logrado articular palabra después de la breve conversación que habían mantenido puertas adentro.
Ahora, en la puerta de entrada, despidiéndose, tampoco podían hacerlo.
Todo había ocurrido muy vertiginosamente y ninguno de los dos había podido siquiera asimilar lo que estaba sucediendo. Sólo sabían que estaban enamorados, como nunca antes lo habían estado de otra persona. No sabían cómo había pasado, pero tampoco les interesaba demasiado. Solamente sabían que después de haber compartido ese mes, las piezas del tablero habían cambiado de posición completamente.
Luego de largos minutos de un incómodo silencio, ella tomó las riendas de la situación.
Debo irme.- dijo con su habitual tono. Él la miró con una extraña expresión.
¿Tan poco te importa todo esto?.- le preguntó en un tono que denotaba la clara frustración que había sentido al escucharla usar la misma actitud de siempre, como si nada hubiera pasado.
Ella no le respondió inmediatamente.
Me importa demasiado. Necesito pensar en todo esto.- le respondió luego de un par de segundos que parecieron alargarse más de la cuenta.
Perdóname.- se disculpó avergonzado. Sabía que a ella le importaba tanto como a él lo que estaba pasando. Solamente necesitaba no sentirse tan culpable por todo lo que estaba pasando. –Yo también necesito pensar.-
Se acercó para darle un beso en la mejilla.
Te quiero.- le dijo, acercándose a su oído. Te amo. Pero todavía no me atrevo a decírtelo.
Ella lo miró a los ojos, tratando de confirmar la reciente confesión. Al encontrar más que eso, estuvo segura de sus palabras.
Yo también.- le besó la mejilla, corriendo un poco la cara, rozando sus labios. Yo también te amo. Y tampoco me atrevo a decírtelo aún.
Con pesar, se separó de él y emprendió la marcha. Sabían que debían dejar que las aguas se calmasen para poder pensar claramente. Y eso era algo que no podían hacer estando juntos.
