Capítulo 1. Después de todo.

La lluvia caía, ella estaba esperando, había cometido un error y quería ponerle solución. Lo no sabía era que ya no había vuelta de hoja. Se había acabado todo, Richard Castle se encontraba desaparecido desde hacía tres días. Estaba empapada, la ropa le pesaba y todo era gris, si sólo hubiese sido un poco más educada pensó, papá sólo quería ayudarla. Siempre había sido sobreprotector, eso le irritaba, pero la charla con su abuela le había abierto los ojos. Papá estaba pasando un momento difícil en su vida. El día anterior había ido a la comisaría para denunciar la desaparición. Pensó en que sólo había una persona capaz de ayudarle, por eso se encontraba bajo aquella intempestiva noche. La calle estaba salpicada de farolas que trataban de luchar en vano contra la oscuridad, su ánimo ayudaba a propagar la oscuridad. Avanzó hacia el edificio, esperaba verla, pero tal vez no querría ayudarle. Quizá sólo le hubiera amado por su dinero o por su fama. No podía pensar nada positivo pues estaba hundida. Vio que de la puerta principal salió una persona, así que corrió hacia ella. Era la última oportunidad, así corrió cuanto le permitieron sus piernas.

Acababa de tener un día funesto, el trabajo era agobiante y sólo quería relajarse un momento antes de irse a la cama, no tenía apetito así que todo fluiría con mayor facilidad. Había perdido peso, lo notaba cuando los reflejos del espejo le mandaban sombras donde antes no se encontraban. Había perdido a una persona importante en su vida. Muchas veces pensaba en él y si esa sería su última oportunidad de ser feliz plenamente. Ayudó a la puerta acompañándola en su movimiento de cierre. Frente a ella se abría una plazuela encharcada por la lluvia, ¿su estado de ánimo se estaría reflejando en el tiempo? Abrió el paraguas y fue a buscar el coche, que se encontraba en un garaje cercano. Un chapoteo captó su atención e intuitivamente su mano fue a la pistola. No llegó a desenfundar pues esa melena roja le resultaba muy familiar. La joven se quedó a unos pasos de ella.

- ¿Podrías ayudarme?- preguntó conteniendo la emoción lo mejor que pudo.

- Alexis, ¿Qué es lo que pasa?- no esperaba verla en aquellas condiciones.

- Es papá, lleva tres días sin aparecer por casa. Tuve una discusión muy fuerte con él. Y.. y... – empezó a llorar.- No sé donde puede haberse metido.- Bekett se acercó y abrazó a la chica.

- Ven, vamos a mi casa y me cuentas lo ocurrido.-

Bekett había alquilado un estudio, sólo tenía unas cuantas habitaciones. Un baño, un dormitorio y un salón, en el que también se encontraba la cocina. El suelo estaba entarimado, lo cual le daba al habitáculo un aire confortable. A la pequeña cocina se accedía desplazando una puerta corrediza. No había tenido tiempo para decorarlo y aún le faltaban cosas por coger de su antiguo apartamento. Alexis se duchó y Kate le ofreció un par de prendas suyas. Hablaron sobre lo ocurrido, al parecer Alexis tenía un nuevo novio, por lo cual Castle le dijo que tuviese cuidado. Eso no sentó muy bien a la chica, que junto con que había tenido un mal día en la universidad fueron detonantes para empezar a gritar a su padre. Le ofreció dormir en su cama y tras insistirle un poco aceptó. Cogió el teléfono y llamó a un viejo conocido.

- ¿Javi?, hola que tal todo, verás te llamaba porque necesito que me ayudes en un asunto. No, ahora con los federales estoy bastante liada. Verás, Castle lleva desaparecido tres días. Bien, espero tu llamada.- colgó y dejó el móvil en la mesa. Sus dos manos pasaron por su frente para continuar por su pelo. ¿Qué demonios llevaría a Castle estar desaparecido tres días?

Estaba sentado en la baranda del porche, empezaba a anochecer. Llevaba una barba de tres días y una depresión de algo más de tres meses. Ahora sólo quería descansar de su antigua vida. Por ello había vendido su coche y retirado un poco más de dinero de su cuenta corriente con el que había comprado una pequeña granja. Si todo seguía su cauce no volvería jamás. Hasta el último día de su vida llevaría una existencia sencilla trabajando la tierra y cuidando algunos animales. Alexis recibiría la herencia si no daban con él en unos años, tendría el porvenir más que asegurado. Acabó la cerveza que tenía en la mano y se metió en la casa. La vivienda era de dos plantas. En la baja se encontraban el salón, la cocina y un baño francés. Más arriba había tres dormitorios y un baño. Se había aclimatado en el del matrimonio dejando los otros dos vacíos. Aún quería hacer algunos cambios más, como habituar uno de los cuartos vacíos para hacer un estudio por si algún día se decidía a escribir. Se quitó los tirantes de los hombros y los dejó caer, se fue al cubo de basura y tiró el casco, vacío de su contenido. Por la mañana había ido a firmar la escritura de la granja. Dió un nombre falso junto a una identificación falsa, el viejo granjero parecía muy desesperado por vender, había muerto su mujer y decía que quería vivir locamente hasta que no pudiese más, así que no se paró a comprobar nada más. Abrió la vieja nevera y sacó unas hamburguesas que había envasadas al vacío. Las hizo a la plancha y les añadió un poco de queso, tomate y cebolla. Vio un aburrido maratón de recaudación de fondos para las víctimas de un terremoto en un país lejano antes de irse a dormir.

Habían pasado tres meses más, parecía que todo fluía, aunque fuese poco a poco. Había ganado el peso perdido y aunque le costaba tenía más confianza en sí misma. Le dolió y le dolía haber perdido a Castle. En la agencia le habían dado el nombre de un buen psicólogo con el que hacer terapia. Se había adaptado al fin al cambio que suponía el FBI con respecto a la policía, empezaba a tener buenas recomendaciones. Adquirió una costumbre que le reconfortaba en cierto modo, así que cuando tenía un día libre se iba al parque con un libro y debajo de un viejo álamo se enfrascaba en sus páginas hacia mundos de fantasía que no doliesen tanto cómo el real hacía en ocasiones. El sol parecía salir en su horizonte personal. Aún con todo había momentos en los que pensaba en él, más de una ocasión se preguntó si había sido un error rechazar la propuesta de matrimonio de Castle. Pero la decisión estaba tomada. Ya era poco probarle volverlo a ver, llevaba seis meses desaparecido, perdieron el único rastro que había dejado, la venta de su coche y la retirada de diez mil dólares en metálico. ¿Dónde estaría y qué estaría haciendo en el caso de seguir vivo? También se preguntó en más de una ocasión. Pero aquello era el pasado, si algo había aprendido de Rick es a cerrarlo definitivamente. Bracken parecía mantener su palabra tras haberle salvado la vida. A la mañana siguiente viajaría a California. Tenía un caso de un secuestro.

Le sangraba la nariz, se miró en el espejo y sintió asco, por lo que le dio un puñetazo y su mano prosiguió lo que la nariz había empezado. Miró en la encimera de aquel lavamanos y tiró la cocaína que había sobre la superficie de granito. Cómo había cambiado su vida. Trató de llenar ausencia de su padre y abuela con fiestas y drogas. Pero nada era lo mismo. Se hundió en el suelo y empezó a llorar. Ninguna de sus nuevas amigas le quería por lo que ella era en sí misma. Adoraban que tuviese dinero, que les invitase a sus desfases. Solicitó recibir la herencia de Castle cuando Martha murió de pena. La abuela trató de consolarla, pero cuando ella se fue, ¿Quién quedaba? Nadie. Así que se inició en una espiral autodestructiva esperando el final. Vive rápido y muere joven era su lema. Pero en el fondo sabía que esa no era la Alexis que vivió en Nueva York, la que su padre quería que fuese. Así que se levantó miró en ese espejo roto y se hizo una promesa así misma. Lucharía, lucharía por él. Los Ángeles era sinónimo de pecado, si habías dejado tu alma en el camino o si te la habían arrebatado.

En BeaverWood, California estaban conformes con Nathan Fillion. Un actor venido a menos, que con sus últimos ahorros compró la vieja granja del desdichado Tom. Nathan era un hombre sencillo, con una vida sencilla. Un poco huraño, una vez en semana se acercaba al bar a tomar algo y jugar unas partidas de billar. ¿Qué más podrían desear? ¿Algún indeseable que hiciese más ruido del que querían en aquel pueblo tranquilo? Habían aceptado que era un solitario y que flirteara con la hija del alcalde, aunque esto era más que discutible. Todos pensaban que podría sacar mayor rendimiento a la granja pero él parecía feliz con lo que hacía tampoco iban a entrometerse. Su aspecto también podría mejorar, ese pelo largo y descuidado junto con su barba descuidada no era bien vista por todos los vecinos. También parecía estar más delgado de lo que debiese, en definitiva parecía un hippie de los años sesenta con ropa de trabajar en el campo. Pero como no montaba escándalo alguno se lo pasaban por alto. Nathan vendía su mercancía a un mercado naturístico de Los Ángeles, que a su vez lo revendía a precios desorbitados a los snobs que sentían que no había verdura y fruta cómo la cultivada en el campo sin pesticidas, herbicidas o cualquier otro producto dañino para la madre natura. Así que Nathan había conseguido su sueño, tener una vida tranquila alejado del ruido para así poder olvidar el pasado. Nathan había conseguido cumplir el sueño de Richard Castle.

El avión aterrizó en la ciudad de Los Ángeles. Bekett y su compañero el agente Rith tenían un caso de secuestro que resolver. Fueron a la comisaría para que la policía le informase de los pasos que habían dado. De algún modo le recordaba a su vieja comisaría, subieron a la quinta planta dónde se encontraba el teniente de policía. Avanzaron por el pasillo y en ambos lados del corredor había oficinas dónde estaban trabajando los agentes. Hubo una escena que captó. Una joven inspectora de policía hablaba con dos compañeros, por detrás apareció otro hombre que le ofreció un café a la inspectora, ella le dio un beso agradecida. Miró al suelo unos instantes y alzó la cabeza con melancolía, pero se recompuso antes de entrar a hablar con el teniente. Llamó a la puerta y le invitaron a pasar.

- ¿Teniente Martins?- el teniente era un hombre rollizo, de media estatura y con unas mejillas demasiado sonrojadas. – Soy la agente Katherine Bekett, este es mi compañero Malcom Rith, somos del FBI veníamos a encargarnos del caso de secuestro de Adam Mcartins, un niño de unos diez años de edad. Según tenemos entendido ha sido secuestrado por su padre-

-¿Los federales siempre vienen en el momento oportuno para colgarse las medallas verdad?- mientras habló no paró de temblarle la papada, había desprecio e ira en su voz. Respiraba con dificultad, no le quedaría mucha vida por delante si se comía otro donut pensó Kate. – Mis hombres acaban de localizar el paradero de ese niño. Está en un pueblo a unas horas de aquí de se llama BeaverWood. El chaval como bien has dicho, ha sido secuestrado por su padre. Decía que su ex mujer no había cumplido el régimen de visitas así que se lo llevó. Estaba con su padre desde el lunes. Cuando la policía local llegó a la casa del padre por la noche para reclamar al niño sacó una escopeta y lo tiene retenido

- Está bien, necesitaremos la colaboración de algunos de sus agentes- dijo el agente Rith- unos minutos después varias patrullas y un coche negro recorrían la carretera con destino BeaverWood.

La zona estaba llena de curiosos que se amontonaban tras el cordón policial. Aquello era muy deficiente, no debían estar allí por si se iniciaba una persecución pensó Bekett. Así que ella y su compañero se identificaron ante los agentes que habían en tras la línea amarilla que trataban de contener a las personas allí reunidas. Preguntó al Sheriff sobre la situación mientras se ponía el chaleco antibalas. Le informó que el hombre llevaba allí con el niño desde la noche, que cuando fue un agente a reclamarlo estaba amotinado en garaje y no pensaba en salir hasta obtener la custodia del chaval.

- ¿Qué hacemos?- preguntó Rith

- Necesitamos entrar para saber el estado de Adam. Iré yo misma, si la cosa se tuerce entrad a saco. Jugamos con la ventaja que lleva una noche en vela.- Se colocó la pistola en la parte trasera del pantalón, cogió un walkie y se dirigió a la casa. Llamó a la puerta pero no hubo respuesta, así que decidió entrar. En la entrada no había nada que pareciese fuera de lo normal, avanzó unos pasos y captó un llanto. Agudizó el oído y detectó de dónde venía. Caminó un poco más y el pequeño pasillo de la entrada se abrió al salón. Su oído le indicó que la puerta que le llevaba al niño estaba tras ella, se acercó y apoyó la oreja. Si, estaban allí, llamó a la puerta.

- Lárguese, no quiero hablar con nadie ya saben mis condiciones.-

- Si, las sabemos. Pero necesitamos ver que Adam está bien, déjeme entrar-

- Está bien, entre con las manos en alto.- Abrió despacio la puerta, había una camioneta entre ellos. El padre y su hijo se encontraban en la esquina contraria a la puerta. Había un pequeño espacio entre la camioneta y la pared que le permitiría ponerse frente a ellos. Avanzó con las manos en alto y se quedó junto al vehículo.

- Voy a dejar mi arma en el capó.- dijo Kate, el padre no tenía buena visibilidad, así que no se dio cuenta de que el arma se puso a una distancia en la que podría volver a ser cogida por Bekett, también dejó el walkie. El padre tenía al niño encañonado por la sien. – Este no es el camino, hay otros medios para ver más a su hijo.-

- Cállese usted no sabe nada- estaba nervioso, su voz le temblaba, la situación le venía más grande de la cuenta y eso no pasó inadvertido para Bekett.

- Adam no debe sufrir daños por culpa de unos padres negligentes-

- Yo sólo quería ver más a mi niño, ¿es eso un delito?-

- No, pero secuestrarlo sí- se estaba debatiendo consigo mismo y bajó la escopeta un segundo. Tenía su oportunidad. Bekett cogió el arma antes de que el padre pudiese reaccionar y le disparó en la mano haciendo que su arma se fuera al suelo. La sorpresa y la herida le hizo soltar al niño que empezó a correr hacia Bekett. Ella puso su mano delante del pecho de Adam, no paraba de apuntar al padre que se derrumbó. Se acercó a él y pateó su escopeta debajo de la camioneta. Volvió a retroceder y cogió el walkie, el niño estaba paralizado por el miedo. Los agentes estaban entrando en la habitación así que Kate cogió al niño en brazos y salió de ella.

- Me han dicho que te llamas Adam. Yo me llamo Kate- dijo mientras salían de la casa. - ¿Sabes? Has sido muy valiente. Muchos hombres mayores no habrían sido ni la mitad que tú de valientes- el niño sonrió tímidamente. – ¿Quieres que le pidamos ahora el sombrero al Sheriff? Seguro que a ti te sienta mejor que a él-. Salieron de la casa. Una lluvia de vítores recibió a Bekett y a Adam. Metieron al niño en el coche y Kate se quedó un rato con él. Salió un momento y tuvo una breve charla con su compañero y otra con el Sheriff. Volvió a entrar con su sombrero, el niño se lo puso y se fueron en su coche rumbo a Los Ángeles. Estaban discurriendo por las afueras del pueblo, llenas de granjas. Vio algo que captó su atención, un hombre cargaba cajas de frutas y verduras en su camioneta. Por alguna extraña razón le parecía muy familiar. Pero pasaron de largo y Adam reclamó su atención. Entregaron el niño a su madre y se despidieron de él. El Sheriff les informó que la madre volvería al pueblo a vivir con la suya propia. Se despidieron de los policías de Los Ángeles que le habían acompañado. Estaban tomando un café en una cafetería cercana a la comisaría cuando Rith le preguntó:

- Tienes unos días libres, ¿Te apetece tomar algo cuando lleguemos a Washington? - Kate sonrió para parecer educada

- No, gracias. Había pensado en estar unos días aquí en Los Ángeles antes de incorporarme al trabajo.- Se despidió de Malcom en el aeropuerto.

Aquel había sido un día de mucho revuelo en el pueblo. Había comentarios y pronto circularon historias distintas sobre la actuación de la valiente agente del FBI. Castle no se enteró de nada pues había trabajado todo el día. Sólo vio el coche del Sheriff Gordon salir del pueblo. Estaba contemplando el esfuerzo de su trabajo desde el porche. Las hileras verdes de tomateras se alineaban matizadas por sus frutos rojos, los manzanos hermosos en flor, los cerezos... Las dos lechugas que no pudo meter en cajas porque no estaban estéticamente bonitas para llevar al mercado se encontraban en un plato sobre la mesa. Cortadas y lavadas. El atardecer daba las últimas pinceladas de luz al entorno. Estaba satisfecho, el trabajo no le permitía pensar demasiado. Así que cogió el plato y entró a la casa. Comió algo y vio su serial favorito antes de irse a dormir. Pasaron dos días más, cuando se enteró de lo acontecido y de la misteriosa, guapa y valiente agente del FBI que había salvado al joven Adam, no pudo evitar pensar en ella. Pero no podría ser, aquello era una descripción muy vaga y seguramente habría más mujeres hermosas y valientes en los federales. Alan dueño del bar y abuelo de Adam por parte materna había organizado un torneo de billar en nombre de su nieto, se celebraría el miércoles a la noche e inscribirse costaba veinte dólares. El dinero se destinaría para ayudar económicamente a la familia. El miércoles era el día en que Castle iba al bar a tomar algo y jugar. Bajo la identidad de Nathan se había creado una fama de buen jugador de billar y seguramente no ir levantaría habladurías y sospechas. Así que el miércoles a la tarde cuando salió de hacer la compra de la charcutería fue al bar para pagar la cuota de inscripción. Entró y todo era cómo siempre el ruido de la campanilla, los parroquianos charlando de sus cosas, el viejo tocadiscos que por veinte centavos podías disfrutar de algunos clásicos. Pero algo había que hacía que todo no fuese como era siempre. La misteriosa, valiente y guapa agente del FBI que había salvado a Adam estaba sentada en una mesa junto con el niño. La bolsa se le cayó al suelo. Con dificultad la recogió del suelo.

- Vaya, señor Fillion debe tener más cuidado. Ahora mismo voy a apuntarle en el torneo- Castle se acercó a pagar la cuota tratando de no mirar a Bekett.- Por cierto conoce a la valiente agente Katherine Bekett, salvó a mi chico de las manos de ese bastardo que es su padre.- Bekett parecía estar cansada de tantas presentaciones, sólo quería estar con el pequeño niño para darle ánimo. Así que se acercó a Castle y le ofreció la mano. Rick se quedó mirando, no había otra alternativa.

- Parece que no necesita presentación agente, su actuación es de lo más comentado en el pueblo.- dijo Castle forzando la voz y tratando de parecer totalmente normal. – Nathan Fillion a su servicio.-

- El señor Fillion fue un actor en su tiempo, pero parece que ahora ha escuchado la llamada de un trabajo honrado.- dijo el barman. Esos ojos que tantas veces había mirado eran jueces impasibles ante los cuales no cabía disfraz posible. – ¿Por cierto que le pasa en la voz?-

- Este frío del otoño, se me habrá pegado a la garganta.- mintió Castle.

- Un placer señor Fillion.- dijo Bekett en tono cortés.

- Discúlpeme que no pueda quedarme más tiempo pero tengo unos asuntos que atender en mi granja- Castle empezaba a sudar - Un placer señorita Bekett.-

- No se fie por las apariencias agente Bekett, aquí el señor Fillion es un gran jugador de billar, tendrá un duro competidor esta noche.-

Castle cogió su camioneta y salió a toda velocidad de la zona y se fue a la granja. Cuando llegó a su casa se sintió plenamente a salvo, pero tenía un gran ataque de ansiedad. Cayó de rodillas al suelo. La bolsa se quedó unos metros más adelante con su contenido esparcido por el suelo. Trató de levantarse pero no podía. Sólo pudo apoyarse de espaldas a la puerta. Un sentimiento empezó a subir por su garganta. Miedo, duda, amor, odio. Acabó vomitando sus fantasmas al suelo. Se pasó la mano por la barba para quitarse la vomitona que le había quedado. Aquello daba asco, pero lo que tenía que hacer por la noche le daba más aún. Pero no iría, lo decidió. Así llegó la noche, ya pondría la escusa de que había enfermado. Pero tocaron a su puerta. Se levantó a abrir, era Marcus. Un granjero que vivía en al lado y que todos los miércoles venía a recogerlo.

- Esta noche no Marcus, no tengo el cuerpo para nada- dijo Castle.

- Venga Nathan, no habrá nada que no arreglen unos tragos y unas partidas de billar. Aparte es el torneo por el chico de Alan.-

- No, Marcus hoy no me encuentro bien.- Pero Marcus le había agarrado del brazo y tiraba. – Este no es el Nathan que yo conozco. Vamos hombre, sólo sales una vez en semana y esta noche es especial, ¿o es que tienes miedo de algo?- eso le dio que pensar. Si quería mantener la normalidad ante el pueblo debía enfrentarse a sus demonios una última noche. Así que se montó en el viejo Chebrolet de Marcus y pusieron rumbo al pueblo.

- Hola Alan, ¿qué tal está todo?- preguntó Marcus- Ponme una cerveza.-

- Un whisky doble.- dijo Castle sin presentación alguna.

- Señor Fillion, veo que va a por el torneo.- dijo el camarero. Marcus puso rumbo a la mesa de billar, pero Castle se quedó en la barra. Vació su bebida de un trago y requirió más. Debía hacer el mejor papel de Nathan Fillion y el whisky le ayudaría en su propósito. Sonó la campanilla de la puerta y allí estaba Bekett. Le miró y vació otro whisky en su estómago. El torneo empezó, con un total de dieciséis participantes por lo que jugarían en rondas clasificatorias hasta llegar a la final. Bekett había caído en el lado contrario de Castle por lo que sólo podrían coincidir en la final. Pero sabía de sobra que tendría que jugar contra ella. Lo que esos paletos no sabían es que Kate jugaba demasiado bien al billar. El destino quería ponerle a prueba, las rondas se fueron sucediendo, Castle no paró de beber. Aparecieron las dificultades para mantener la vertical, pero otra cosa era el billar, de algún modo la bebida mejoraba su técnica o su suerte. Bekett había bebido también, parecía desinhibirse por momentos. Estaban en la semifinal y con un golpe maestro Castle pasó de ronda. Sólo quedaban unos pocos curiosos, el resto se había ido pues se hizo tarde y mañana debían de trabajar. Durante el transcurso de la noche se había mantenido alejado de Bekett, pero ahora no podría distanciarse tanto como le gustaría.

- Bueno pues ya tenemos finalistas. El señor Fillion, un serio candidato y la gran revelación de la noche la señorita Katherine Bekett. Por favor si no les importa me gustaría tomarme una foto con los finalistas- dijo mientras se acercaba a por una polaroid. El viejo barman se colocó entre ambos y les pasó el brazo por el hombro a los dos. Marcus hizo la foto, le dio la cámara y la foto que había salido a Alan. El camarero se fue con la cámara hacia la barra. Se habían quedado frente a frente.

- Veo señor Fillion que usted es un gran jugador de billar.-

- Gracias, lo mismo de usted. Es una caja de sorpresa agente Bekett.-

- Por favor llámame Kate.- eso le trastocó. Sabía de sobra su nombre y quien era ella. Pero parecía que su disfraz le impedía a Bekett ver al hombre que se ocultaba detrás de Nathan Fillion.

- Está bien señorita Kate. Puede llamarme Nathan usted también.- esa mirada la conocía de sobra, Bekett quería darle salida a la fiera que había tras de sí. De algún modo Nathan Fillion atraía a Kate.

- Bueno vamos a sortear a cara o cruz quien empieza la gran final.- dijo Alan.

- No hace falta, las damas primero.- dijo Castle mientras ofrecía el taco a Bekett.

- Es usted todo un caballero Nathan.- dijo Bekett con una sonrisa que ocultaba más que agradecimiento.

- Si, lo último que ha de perderse son los modales.- Kate puso la bola blanca en el lugar de saque y se dispuso a romper. El saque fue bastante bueno, metió las bolas seis y dos de las lisas. Tiró una vez más para quitar la aglomeración de bolas que quedaba y pasó el taco a Castle, cuando pasó para dejar a Rick tirar la espalda y algo más de Kate rozó contra él. Estaba colocado calculando el tiro cuando le susurraron sensualmente al oído.

- Cuidado Nathan, no pierda la concentración. – Castle se mordió el labio. Había perdido el norte, le costaba centrarse en el tiro. Lanzó el disparo pero le dio muy bajo a la bola blanca, por lo que esta salió muy alta y fue a parar al suelo. Se incorporó y miró a Kate, esa pícara sonrisa le invitaba a jugar. Estaba ante la espada y la pared, quería locamente lanzarse y besarla y hacerle el amor salvajemente. Pero respiró hondo, si hacía aquello ella le descubriría. Había cosas que un disfraz no podía ocultar, sobre todo después de lo vivido.

- Alan ponme otro whisky.- requirió Castle.

-¿No crees que ya es bastante?-

- No.-

- Bueno señor Nathan, ya que presume de ser un caballero ¿Porqué no invita a una señorita a tomar algo?- Alan miró a Rick y este asintió.

- ¿Qué desea señorita Bekett?-

- Lo mismo que el caballero.- Alan puso las dos bebidas en la barra y Bekett le invitó a brindar. - Por que gane el mejor.-

- Así sea- y vaciaron sus bebidas al trago. Sólo había una solución a esa situación. Dejarse ganar y marchase lo antes posible a su casa. Puso su plan en marcha y Kate ganó sin compasión, por momentos pareció decepcionada, se había dado cuenta de que se estaba dejando ganar. Acabó el torneo y le dieron a Kate una pequeña placa conmemorativa. Todos se habían marchado ya, sólo quedaban ellos dos y el camarero.

- Está bien, nos vemos la semana que viene. Un placer conocerla agente Bekett.- dijo Castle y salió a la puerta. El aíre frío de la noche le ayudó a calmarse ligeramente. Buscó la llave de la camioneta. Pero había venido con Malcom. Le tocaba caminar así que se apresuró a alejarse de aquel lugar. La campanilla de la puerta sonó levemente.

- ¡Nathan!- era Kate. Se giró para ver que quería – ¿Se marcha andando?- mientras decía esto se había acercado a él.

- Bueno, había venido con Marcus, pero se fue.-

- ¿Desea que le acerque? -

- No, no hace falta, me gusta pasear en la noche.-

- No mienta, se le da muy mal. ¿Acaso no se ha dejado ganar en la partida?- Bekett se acercó un poco más, le cogió las manos y le besó. Pero Castle no le devolvió el beso. Soltó sus manos y cogió a Bekett por los brazos apartándola.

- Márchese. Usted no es así.-

- Tú no sabes cómo soy- dijo Kate con decepción

- Márchese.- dijo retrocediendo unos pasos. Kate comprendió que Nathan no quería nada y se fue a su coche.

Estaba en el porche de su casa. Castle no podía dormir. Había llorado, los demonios de su pasado le atormentaban. Escuchó la gravilla crujir al otro lado. Un coche se había acercado a su casa. Esta vez no podría controlarse pensó. Unos se encaminaron por uno de los laterales de la casa. Por el lado contrario a donde estaba apareció la figura de Bekett.

-¿Quién eres?- parecía confusa. Castle no quería revelar su identidad. Se levantó y con paso tranquilo avanzó hacia ella.

- ¿Has estado lloran…- la besó, al diablo todo, la quería demasiado para andarse ocultando tras un disfraz, si le descubría ya le daba lo mismo. A la mañana siguiente se despertó en su cama. El lado dónde debía estar Bekett estaba vacío. Sus demonios se habían esfumado con el alba.