Luego de más de un año sin publicar, ni hacer, un fic (solo he hecho de Naruto en todo caso XD), traigo uno de Sailor Moon. Un pedido de una amiga fanática de esta pareja, la cual también es mi favorita.

Bueno, lo típico. Sailor Moon no me pertenece, es propiedad de su autora (obvio).

Este fanfic es de género yuri-lemon, así que leen bajo su propio riesgo.

Es un universo alterno, nada de Sailors Scout, se centra totalmente en la pareja y en especial en Haruka. La narración es en primera persona por parte de ella.

Mente enferma, destrúyeme.

Capítulo 1: Ella.

Una mancha borrosa, blanca y movediza. Un parpadeo y toma forma. Una cortina moviéndose al ritmo del viento que se cuela por mi ventana entreabierta.

Me estiro sintiendo como mi cuerpo se alarga hasta ponerse tirante, una sensación bastante grata acompañada de un pequeño gruñido que sale de lo profundo de mi garganta, con voz raspante. Me giro hacia mi izquierda y por un par de segundos me asombro, luego sonrío y me relajo.

Buenos días. Es lo que pienso sin decirlo claro está, para no despertar al cuerpo durmiente a mi lado. Una hermosa joven de cabello azul marino y piel blanca y tersa como ninguna. Podría contemplarla por siglos, recorrer cada centímetro de su piel con los ojos, cada diminuto poro de su piel, contar cada cabello sedoso… Podría hablar toda la eternidad de ella. Pero antes de embobarme de esa forma es mejor dejar de mirarla y no caer en el error de entorpecer mis pensamientos y perderme en la física hermosura femenina. Claro está que ella no es solo belleza física, tiene un corazón, un alma… como quieran llamarle, que me cautivó.

Nunca creí llegar a ser correspondido, no así.

Levanto mis manos para verlas con la luz matutina que pasa entre las cortinas. Lucen blancas, llenas de vida como nunca jamás lo han estado por muchos años. Estoy desnudo, pero tapado hasta el cuello por una fina sábana blanca. Ocultando lo inevitable. Y si, es que por más que mi cabeza esté en el plano del sexo masculino mi cuerpo no es compatible en lo absoluto y bajo esta fina tela que me cubre se encuentra un cuerpo femenino, ajeno a mí, con mucha historia y marcas de auto-agresión.

Suspiro una, dos, tres veces y cierro los ojos, me es imposible no pensar en ello.

Tengo memoria de mis cuatro años, un tanto introvertido, pero feliz. Un niño como los demás, que juega, corre, pelea… Tenía amigos, niñas y niños de mi edad y pasaba horas jugando con ellos, rescatando a las niñas de los dragones imaginarios y luchando con los niños con mis espadas de palo. A esa edad nadie podía cuestionar mis preferencias, mis deseos de ser el protagonista masculino, mi adicción a las armas guerrilleras y la forma en que idolatraba a mi hermano mayor. Nadie cuestiona a los niños.

A los ocho años no cambié, tampoco parecía importar.

Pero a los doce – maldita edad donde las hormonas comienzan a hacer de las suyas, los cuerpos cambian y las diferencias se marcan de manera brutal, rígida como la ley – ya era algo evidente. Mis ojos se mandaban solos, no podía controlar mis miradas lascivas hacia las piernas, bustos y traseros de mis compañeras de clase. Me sentía sucio, desviado y temeroso de ser descubierto. Obviamente, lo fui. Si bien mi excusa de usar pantalón en vez de falda por sufrir "exceso de frío" era extraña, al menos no la cuestionaban… Pero mis malditos ojos me delataron una vez con una de mis mejores amigas. Fue ahí cuando me dijo con voz acusadora que dejara de mirarle las piernas, que le daba miedo y que sabía que siempre tenía los ojos puestos en partes que solo los chicos mirarían.

El caos. La soledad. Auto-agresión. Tenía que cambiar fuera como fuera, me costara lo que me costara.

Me obligué a intentar salir con chicos. Patética experiencia de fracaso, ninguno me quería, me veían como su amiga y nada más. Así que me resigné a la soledad y a entrenar mis ojos. Lo cual me costó unos cuantos meses, pero ya acabado aquel arduo trabajo, podía mirar a la cara a las chicas. Me hice amigas nuevas, un grupo nuevo, inventé atracción hacia chicos inexistentes, hasta les di nombres y más de alguna vez dije haber besado a varios de ellos. Un asco de vida, pero me adapté. Aun así, mi apariencia en cuanto a vestir no cambió jamás.

Fue cuando tenía aproximadamente quince años cuando llegó ella a un curso paralelo al mío, solo que de otra sección. Michiru Kaioh. La talentosa. Desde la primera vez que me topé con ella deseé tenerla para mí. Claro, no eran más que deseos, porque ¿cómo una hermosa experta en natación, excelente violinista, aplicada estudiante de ojos azules, piel hermosamente cuidada, cabello azulado y… (he aquí el problema) extremadamente femenina, se iba a fijar en mi? Era un imposible. Y no es que sea un depresivo acostumbrado a perder sin luchar, al contrario, tengo un espíritu casi inquebrable. Así es, casi. Porque cada vez que imaginaba una aventurilla con esta tal Michiru terminaba deshecho, con el ego por el suelo y una expresión amargada estilo funeral. Ahí perdía la batalla. Aunque, no solo ahí.

Tengo una gran fijación por la velocidad, las motos de carrera, conducir con el viento golpeando fuertemente mi cuerpo de frente, si es posible que lo azote. Con lluvia, con polvo, como sea, pero que vaya contra mi, indomable mientras lo desafío, mientras vuelo en mi máquina. Esa es mi pasión. Y para mi suerte… mi talento es bastante. Y de vez en cuando alguno de mis amigos iba a verme correr, a verme ganar, a verme feliz. Fue ahí donde ella me prestó atención por primera vez. Fue a verme correr. Michiru Kaioh en los asientos de espectadores vitoreándome luego de una victoria. Me hubiera gustado abrazarla, decirle que me moría por ella, sacar a toda la gente del lugar y amarla ahí mismo… pero… Fingí no verla y seguí mi camino a casa. Oh si, a casa, a mi habitación, a mi cama. Con mi mano bajo la almohada, sacando una pequeña navaja. Me desnudé en cosa de segundos y me paré ante el espejo más cercano apretando la navaja con fuerza y odio. Miré detenidamente cada parte de mi cuerpo, teniendo en la cabeza la dulce voz de Michiru, de esa sirena maldita que me recordaba lo lejos que estaba de tener una vida de chico normal.

Es hermoso como la sangre puede calmar, como su color rojo relaja de una forma única. Su forma armoniosa al bajar por mi piel blanca me hizo respirar de forma agitada, temblar casi sin control. Bajaba desde mi pecho siguiendo un camino maldito por mi vientre y más abajo de este. Es en esos momentos cuando mi espíritu también se quiebra y mi cabeza toma el control burlándose de mi condición, repitiendo con voz grotesca lo que soy y lo que nunca seré. Y no se calla aunque cubra mis oídos con las manos, ni aunque los reventara cesaría. Solo la sangre y el dolor pueden despertarme y sacar una risita patética de esta garganta con modificada voz.

Me visto lo más rápido que puedo luego de bañarme mirando hacia el techo. Entonces vuelvo a ser un chico a la vista de todos. El apuesto y rompe corazones Haruka Tenoh. Al menos en eso he tenido suerte, donde no me conocen puedo ser quien quiero, puedo tener éxito en la mentira que después de todo yo mismo termino creyendo.

Luego de esa carrera en la que sirena asistió no tuve novedades por un tiempo. Todo normal, Michiru ni si quiera me miraba y yo seguía fantaseando con ella. Hasta que un día me armé de valor y decidí ir a verla nadar a la piscina del colegio. Como ya habían terminado mis clases ese día pasé al baño a arreglarme un poco. Miré hacia todos lados cerciorándome de que no hubiera nadie conocido, en especial compañeros de clases, y entonces entré al baño de los chicos. No se bien por qué, de todos modos un baño es solo un baño, pero el hacer cosas de chico siempre me hace sentir mejor. Bueno, la cosa es que arreglé mi uniforme impecablemente, peiné un poco mi corta cabellera rubia y me puse perfume. Michiru siempre está impecable, así que supuse que le podría agradar más así, y para qué mentir, debo haberme visto muy guapo, ya que al salir del baño un grupo de chicas se quedaron mirándome y hablando entre ellas para luego soltar esas típicas risitas tontas pero encantadoras que tienen las adolescentes.

Respiré profundo y abrí la puerta corredora de la sala de natación. Gran sorpresa… no había nadie. Recuerdo haber dado una risa lastimera y haber apoyado mi espalda contra dicha puerta, cerrando los ojos. Pero unas vocecitas divinas me sacaron de mí, hasta ese entonces, fracaso.

-Michiru, si no te apuras se nos hará tarde para ir a la cafetería. – dijo una chica que estaba dentro de la sala.

-Lo siento, es que creo que perdí mi blusa. Vayan mientras, las alcanzaré después. – esa fue la inconfundible voz de mi dama marina.

Oí unos pasos, por lo que me aparté del lugar hasta caer sentado en una banca frente a la puerta. Tres chicas salieron por la puerta, me miraron dedicándome sonrisas coquetas y siguieron de largo. Entonces salté de la banca y me apresuré a entrar al lugar de donde había salido la voz de Michiru. Pero nada, tal como antes, ni una sola alma nadando en la piscina ni tampoco en los alrededores. Estaba algo desconcertado, pero igual que la vez anterior, algo me hizo notar que aun no había perdido. Cómo pude ser tan despistado, había una puerta entreabierta al final. El camarín posiblemente…

Un sonrojo llenó mis mejillas mientras me acercaba a dicho lugar, sabía que Michiru estaría ahí… buscando su blusa… Moría de ganas de entrar y verla a medio vestir; oler su perfume, ver su piel perfecta, oh dios, su piel… Instintivamente cerré los ojos y sonreí imaginando la escena. Fue cuando un par de pasos y la sensación de haber sido descubierto con las manos en la masa me hicieron abrir de par en par mis verdes ojos.

-¿Esperas a alguien? Siento decirte que no queda nadie más. – mudo. Quedé mudo ante sus palabras y si cercanía. Lamentablemente ya tenía puesta la blusa, pero de todos modos…estaba hermosa.

-Ahm… - fue lo único que pude decir. Por lo general siempre se como manejar a las chicas, como hacerlas caer rendidas ante mi, pero con Michiru fue diferente, no me salía la voz.

Ladeó la cabeza y se arregló un poco el cabello en un gesto que me pareció sumamente coqueto.

-Bueno, Tenoh-kun, - me sonrojé al oir mi apellido salir de sus labios, y… ¿kun?... creería ella que yo… ¿Por qué no chan? (aclaración: a las mujeres jóvenes se les llama chan en Japón, a los hombres, kun). – ya me marcho.

Dio caminó pasando de largo por mi costado, yo quedé con la boca abierta, queriendo decir mil y una cosas, pero… una vez más… incapaz de ello.

-Ah, por cierto, Tenoh-kun. – volteó su rostro mirándome por sobre el hombro con una sonrisa que hizo que un suspiro bastante vergonzoso, al menos para mi, saliera de mi boca. – Muy buena su última carrera. – hizo una reverencia y salió del lugar.

Al fin logré salir de mi estado de estupidez inmóvil, por que vamos… nadie con dos dedos de frente se queda mudo y tieso cuando tienes posibilidades de establecer una conversación con la persona que más anhelas. Y corrí, oh si, corrí hasta alcanzarla y al hacerlo seguí caminando a la par con ella, como si fuera algo normal. Mi típica personalidad de chico confiado logró salir a la luz. Cerré los ojos y moví un poco la cabeza hacia los lados, consiguiendo que mis cabellos se movieran de forma sensual, o al menos eso creía yo, pero ella no dijo ni hizo nada, siguió caminando conmigo a su lado, conciente de ello obviamente, pero sin tomar la iniciativa.

-No sabía que me habías visto correr la vez anterior. – mentí. Y para parecer más natural metí las manos a los bolsillos y sonreí. – Podrías haberme hecho alguna seña para haberte saludado.

-Jajaja, está bien, la próxima vez llevaré un alta voz. Ya que por más que lo vitoreé no me prestó atención. – se encogió de hombros y sonrió. – una lástima.

-Yo… ahm… - me sentí como un idiota. Y como no podía decirle que si la había visto pero que mi vergüenza había sido mayor… mentí de nuevo. – No te vi.

-Debió ser porque pasó de largo a toda velocidad en su motocicleta. Ese día me pregunté a donde habría ido con tanta prisa y pasando de largo a todos sus fans.

No quise seguir hablando de eso, así que cambié el tema. Lo único que recuerdo a continuación es que terminé en la cafetería junto a ella y a sus amigas, las cuales me dedicaban sonrisitas y una de ellas me dio a probar de su café helado con la cuchara, pero como estaba tan concentrado en Michiru moví la cabeza y la cuchara de la chica terminó dándome en la nariz. Por un momento me sentí avergonzando a morir, pero cuando escuché la melodiosa risa de la sirena de cabello azul no pude evitar sonreír y reír también.

Como era de esperar terminé en mi casa luego de haber pasado una hermosa hora junto a mi peli-azul chica. Me dejé caer de espaldas en la cama y con los ojos cerrados recreé en mi mente si rostro hermoso, sonriendo para mi. Comencé a pensar en todas las posibilidades que tendría para hablar con ella de ahora en adelante y casi sin darme cuenta mi mano derecha se había perdido bajo mis ropas y mi dedo índice frotaba con desesperación la única parte de mi cuerpo femenino que tolero, el clítoris, porque las sensaciones que dicha parte causa son equivalentes a las que siente un hombre, es mi hombría falsa y la de todas las mujeres. Y mi dedo lo sabía bien, subía y bajaba por el, sacando gemidos de mis labios, consiguiendo que mi espalda se arqueara y haciéndome perder la noción de la realidad. Solo podía imaginar un cuerpo blanco, desnudo, delgado, con hermosos senos redondos y de pezones rosados, unas caderas anchas y marcadas y un estómago plano. Me perdía entre sus piernas, mi lengua jugaba con sus muslos y subía por ellos, mordía suavemente su ingle y luego llegaba a su intimidad, haciéndola gritar de placer. Fue demasiado, el orgasmo llegó y quedé jadeando con la mano saliendo lentamente de bajo el pantalón. Sonreí y cerré los ojos. Una hermosa y calmada noche me dio la bienvenida con un sueño profundo.

Desde ese día frecuentaba seguidamente a Michiru en los recreos y a veces colándome en sus clases, causando risas en todo el salón cuando el profesor notaba que había un alumno infiltrado, entonces salía corriendo del lugar antes de que comenzara a preguntar mi nombre y sección y terminara metiéndome en un lío, pero mientras huía dedicaba frases heroicas a Michiru, quien se reía de mis payasadas y se despedía con un gesto de su mano.

Esa tarde, dos semanas después de haber comenzado a tener una amistad con ella, estábamos solos en una heladería. Fue mi primera gran vergüenza. Vamos, todos tenemos días en los que despertamos con las hormonas a full, ok, ese fue mi día. La miraba comer helado tan delicadamente, cerrar los ojos y sonreír con la helada textura cremosa en su boca, introducir esa pequeña cucharita de plata en sus finos labios y retirarla totalmente limpia de helado. Quede tan embobado con la escena que mi cuchara cayó bajo la mesa, y tras sonreír estúpidamente me agaché a recogerla… pero… bajo la mesa… piernas de Michiru en faldita de colegiala. Y la maldita cuchara estaba al lado de su pie derecho. Tuve un lapso de indecisión, no sabía si simplemente tomar la cuchar y ya o si… rozar accidentalmente la pierna de Michiru. Opté por la segunda opción. Estiré la mano y dios… que piel tan suave, toqué su pantorrilla tan sutilmente que fue solo un roce que pareció casual. Ella no dijo nada. Fue cuando me propuse hacerlo de nuevo, quizás ni si quiera lo había notado recientemente, entonces podría volver a tener suerte tocándola una vez más. Éxito de nuevo, otro roce sin quejas por parte de ella, pero ya no pude parar, mis dedos jugaron desde su calceta escolar y subieron por su pierna hasta su rodilla. Cuantas emociones… mis dedos transmitían esa suavidad de su piel tersa, mi respiración se agitó considerablemente y más abajo de mi ombligo un cosquilleó se extendió hasta mi sector sexual predilecto.

Obviamente no todo dura para siempre.

-… Me voy. – su voz sonó seria, dura, ofendida. Obviamente había sentido esos roces, que ya de roces en realidad no tenían nada.

No me atreví a sacar el rostro de bajo la mesa, solo pude ver ese par de piernas levantarse y alejarse mientras la cuchara en el suelo brillaba a unos centímetros de distancia de mi mano depravada.

Falté a clases al día siguiente, me sentía demasiado mal como para soportar el rostro de Michiru y a esta misma sin hablarme. Porque vamos, era lógico que no querría volver a dirigirme la palabra nunca más. Así que me quedé ahí acurrucado en la cama, con las cortinas cerradas y completamente a oscuras. Mi familia no estaba, casi siempre me quedaba solo, lo cual me agradaba. Me permití dormir toda la tarde, desperté para comer algo, pasar al baño y luego de regreso a la cama. Es asombroso cuanto se puede dormir cuando anímicamente estás mal.

La luz se coló por sobre mis cortinas cerradas, miré la hora, seis de la madrugada. Me estiré y me metí a la ducha, no podría faltar ese día, tenía examen de matemáticas. Maldije al menos cinco veces mientras me duchaba con los ojos cerrados, como de costumbre. Y luego de vestirme y tomar desayuno caminé hasta el colegio con una cara espantosa, supongo, ya que algunos de mis compañeros, los cuales también se iban caminando, me preguntaron sin estaba enfermo. Mentí, dije que si. Me fue pésimo en el examen, pero no me importó, ya todo daba lo mismo. Solo no quería que llegara el recreo, pero obviamente llegó. ¿A dónde iría¿Cómo podría evitar a Michiru? Me sentí cobarde pero no podía hacer nada más. Corrí hacia el baño de hombres y al entrar en el tuve la mala suerte de ver a tres de mis compañeros dentro, quienes se rieron y me preguntaron si me había equivocado de baño. No respondí, salí fingiendo no haber oído nada y me adentré al baño de chicas, que por suerte estaba casi vacío, solo se veían unos pies provenientes de alguna chica que estaba sentada en el retrete. Aproveché y me encerré en uno también. Y no salí. Escuché el timbre que indicaba el comienzo de la siguiente clase, pero no me moví de mi sitio. Ya estaba solo en el baño, por lo que me descargué gritando como loco, pateando la puerta que encerraba el W.C. y dándome alguno que otro cabezazo contra esta misma. Supongo que hice mucho escándalo porque alguien entró al baño y se dirigió rápidamente hacia donde yo esta encerrado. Supuse que era la mujer que hacía el aseo, así que intenté calmarme y comenzar a correr el seguro de la puerta para salir de una vez por todas. Estaba en eso cuando escuché la voz de la persona afuera.

-¿Estás bien¿Te haz quedado encerrada? – era la voz de Michiru, se me heló la sangre. ¿Habría reconocido mi voz al yo gritar? – Vamos, di algo¿de qué curso eres? Puedo ayudarte…

Ok, no sabía que era yo… Pero… ahora qué haría. ¿Cómo iba a salir de ahí? No tenía una explicación lógica para que Michiru me viera saliendo de un baño de chicas… Y a demás si yo estaba ahí encerrado era porque no me atrevía a dar la cara…

-Voy a forzar la puerta a la cuenta de tres si no sales… - dijo Michiru dulcemente, pero a modo de amenaza. - Uno… Dos… ¡Tres!

--Continuará—

No se que tan a menudo pueda actualizar, no creo que sea muy frecuente porque la universidad no me da tiempo. Pero haré lo posible por terminar el fic cuanto antes, ya que si no lo hago luego XD quién sabe cuando lo haré. Adiós.