Notas de la Autora: Originalmente esto iba a ser un one-shot y mi idea de lo que pasaría era muuuy diferente. Pero, ¿no les pasa que de pronto empiezan a escribir y los personajes se salen ellos solos por la tangente? ¡Pues bueno! No me quedó de otra que convertirlo en un fic de varios capítulos, aunque aviso que no será tan, tan largo, pues tengo otras historias además de esta y no quiero dejar ninguna inconclusa.
Este fic está dedicado a mi recientemente descubierto amor por la pareja BurnxGazelle. Antes no me gustaba, pero empecé a agarrarle el gusto y tuve que hacer algo al respecto.
Disclaimer: Inazuma Eleven no me pertenece.
Advertencias: Yaoi. Mucho. Y parejas bien random. Muchas.
Parejas: Principal: NagumoxSuzuno. Las que se colaron: HirotoxMidorikawa, MidorikawaxSaginuma, y otras más.
HIROTO LEGAL AFFAIRS
Sesión 1.
Era de noche y el aroma a peligro ya le infestaba la nariz. Sus ojos, amarillos y tenebrosos como los de un animal, recorrieron la barra en búsqueda de alguna víctima que no luciese demasiado escurridiza. Lo encontró. Sentado cerca del final de la barra negra y brillante. Tenía una mirada aburrida y un exquisito cabello níveo, de apariencia sedosa y brillante. Se le arrojó tal cual serpiente, esquivando a un montón de desconocidos a quienes ni siquiera se molestó en verles la cara. Le importaba sólo él. Llegó a su lado en segundos e inmediatamente se adelantó y pidió la bebida más cara del bar. Eso siempre les impresionaba. Pagar treinta euros por un simple cóctel no era cualquier cosa, después de todo. Y espera a que supiera que tenía una suite lujosísima reservada en uno de los mejores hoteles de la ciudad. No, de Europa. No, del mundo. Nagumo consumía exclusivamente lo mejor. Y ahí, en aquel momento, lo mejor era ese delicioso moreno de cabello pálido y mirada indiferente.
-¿Piensas que vas a impresionarme con una bebida cara? –dijo la voz cadenciosa del peliplata, hundida levemente bajo el ruido estruendoso que les rodeaba. Ni siquiera le había mirado. Es más, ni siquiera había mirado la bebida de treinta euros que estaba frente a él, exhibiendo sus diferentes capas de licores y tres trozos de frutas exóticas cuya naturaleza ni siquiera Nagumo conocía. El chico le dio un sorbo aburrido a su propia bebida y Nagumo le miró más de cerca. Vestía una camiseta holgada, algo femenina a decir verdad, un poco brillante, de tela que resbalaba por su piel como en una caricia constante. Tenía un pantalón blanco ajustado y unas zapatillas grises. Nagumo estaba seguro de que el conjunto entero podría haberse sacado de una tienda de ropa para mujeres.
-Y dime, ¿qué se necesita para impresionarte? Sea lo que sea, puedo hacerlo.
Sonrió confiadamente, satisfecho con su línea, y un poco curioso con respecto a lo que el otro respondería. El otro, que portaba unos maravillosos ojos azules como joyas que adornaban su rostro, le miró de reojo, sin cambiar su expresión.
-Ah, debes ser de esos que piensan que su dinero impresiona a cualquiera –musitó, con las luces salvajes del club estrellándose contra su piel y su cabello, proyectándole tonos de distintos colores encima.
-Dije que puedo hacer lo que sea. Eso incluye cosas que no tienen nada que ver con dinero.
El otro soltó una media sonrisa, mirándolo con desafío.
-¿También piensas que eres un dios en la cama?
Nagumo sonrió, mostrando una dentadura cara y perfecta. Acercó los labios al oído del otro, invadiendo su espacio personal sin haber pedido permiso y aprovechando el momento para inhalar su aroma. Era un aroma costoso, templado, maravilloso y sensual.
-¿Por qué no dejas que mis acciones hablen por mí?
El otro le miró con altanería y llevó una mano delgada al cuello de su camisa de setecientos dólares, aferrándole suavemente como si lo declarara instantáneamente suyo.
-Si así es como va a ser, ¿por qué no te callas la boca y me muestras tu automóvil?
El de ojos dorados podría haber soltado una carcajada de pura satisfacción. Llamó a su chofer y minutos después su preciosa víctima, "Gazelle", le había seguido ya al interior de su limosina color vino.
Nagumo regresó a su ciudad, Ámsterdam, dos días después. Se había despedido de Gazelle su última noche, con una cena en un restaurante de moda y un paseo privado de media noche por el río Sena, en un bote precioso de decoración elegante y casi mágica. La despedida perfecta de un hombre como él para alguien como Gazelle.
Sabía que no iba a regresar a París por varios meses más pero le daba perfectamente igual. Gazelle había sido uno de tantos, nada más. No era más especial que sus otras conquistas en varias capitales europeas. Como Dylan, un americano en Madrid, quien le había llevado de fiesta en fiesta y se había acostado con él estando completamente intoxicado por más que una sola substancia. O Sakuma en Budapest, a quien su novio le había llamado mientras se vestía, obligándolo a salir corriendo del hotel en dirección a su hogar. Nagumo, como el perfecto hombre galante, le había pedido un taxi y se lo había pagado, incluyendo una generosa propina. Sakuma se había ido dejándole un beso ardiente en los labios antes de subirse al automóvil. Y estaba también Aphrodi, el modelo londinense que gemía como un dios y se movía en la cama de manera más sensual que cualquier ninfa de antaño.
Sí, Gazelle era uno de tantos y por eso ni siquiera le importaba si jamás lo volvía a ver. Sería, igual que los otros, un buen recuerdo más.
Cuando regresó a casa, su jefe estaba esperándole en la sala de su departamento.
-Hiroto, buenos días, ¿tanto me extrañaste?
El aludido sonrió, bebiéndose una copa de algún vino que se había tomado la libertad de descorchar.
-¿Qué tal París?
-Mentiría si te digo que no estuvo excelente.
-Más que excelente al parecer.
-¿Eh? –le miró levemente extrañado, sirviéndose una copa él también, sin que le importara realmente que su vino hubiese sido abierto o que su casa hubiese sido infiltrada mientras él no estaba. Hiroto lo hacía siempre y la realidad es que ni siquiera recordaba haberle dado nunca alguna llave-. ¿Qué dices?
-Un nuevo cliente de París quiere que nosotros manejemos su cuenta. Dice que le causaste una buena impresión. Felicidades. Voy a darte un bono extra por este logro.
Hiroto lucía más que complacido. Nagumo medio sonrió, no muy seguro de qué pensar. No había tratado a nadie más en París además del cliente al que había ido a ver. Claro, con excepción de…
-¿Cómo dices que se llama?
-Suzuno Fuusuke.
Hiroto levantó una ceja, mirándole.
-No tienes idea de quién es –su superior era una maravilla cuando se trataba de leer a las personas. Y sí, le había tomado apenas medio segundo leer la expresión en la cara de Haruya y darse cuenta de que aquel nombre no le decía nada.
-Pues da igual. Aún quiero ese bono.
Hiroto sonrió.
-Y lo tendrás –dijo y levantó su copa a señal de brindis. Haruya le siguió y luego ambos bebieron.
Todas las miradas siguieron con diferentes grados de disimulo a la personalidad que se apareció al día siguiente en las oficinas de Hiroto Legal Affairs. Un joven delgado, de piel perfecta y ojos azules. Vestía unos pantalones negros que se pegaban a su figura, una camisa delgada blanca con varios botones abiertos y un bléiser gris con un corte que resaltaba su cintura. El chico miró un poco aquí y allá, sin mucho interés, hasta que pareció encontrar lo que buscaba y se dirigió con seguridad a una de las oficinas. Se detuvo frente al cubículo de la secretaria… eh, secretario, como era el caso.
-Buenos días, ¿puedo ayudarte? –saludó el chico con una sonrisa. Tenía el cabello largo de un tono turquesa recogido en una coleta y vestía con un estilo impecable, combinando con maestría varios colores terrosos. Suzuno sonrió, probablemente preguntándose cuántas veces al día su jefe se dedicaba a imaginárselo desnudo. Era precioso.
-Buenos días, busco a Nagumo Haruya, soy su nuevo cliente, ¿está él aquí?
-Oh –el chico pareció mirar algo rápidamente en su computadora. Nada, no miraba nada realmente, pero fingió que sí y Suzuno fingió no darse cuenta de la mentira, sonriendo levemente-. Se encuentra en una junta pero regresará en unos minutos, ¿gustas esperarlo? O podemos agendarte una visita para que él te vaya a ver personalmente.
-Lo esperaré.
El chico se puso de pie y fue a abrir la puerta de la oficina para que Suzuno entrara. Al salir y regresar a su cubículo, Suzuno lo observó tomar su teléfono móvil y marcar rápidamente un número. Probablemente iba a decirle a Nagumo que dejara de hacer la estupidez que estuviera haciendo y corriera a la oficina porque su nuevo cliente había llegado. Sonrió, procediendo después a imaginárselo sobre su cama, ya que no tenía mucho más que hacer.
Nagumo llegó momentos después, luciendo tan impecable como Suzuno contaba que lo hiciera. Llevaba un traje carísimo y una corbata rojo con negro que hacía juego perfecto con su camisa. El pelirrojo se había detenido en la puerta, mirándole con cierto desconcierto. Suzuno le había sonreído seductoramente y, respondiendo a la sonrisa, el pelirrojo finalmente había entrado.
-Buenos días, Gazelle –saludó, sentándose a un lado de su cliente en uno de los muebles de la pequeña sala que había dentro de su oficina, dejando un espacio respetuoso entre ambos.
-Has estado preguntándotelo todo este tiempo, ¿no es así?
Nagumo sonrió divertido.
-No me pareció nada raro haber causado una impresión tan fuerte en ti que hubieses venido hasta aquí para buscarme. Y como cliente, ¿acaso te gustan las posiciones de poder?
-Me fascinan.
Gazelle sonrió con sencillez, despertando en el otro sus instintos más bajos. Si no fuera porque sus paredes eran de cristal y absolutamente cualquiera podía ver lo que sucedía dentro, no habría dudado en repetir las andadas de París.
-Y bueno, ¿quieres hablar de negocios? Tengo que decirte que tengo una regla inamovible con respecto a los clientes.
Gazelle exhaló divertido.
-¿Piensas que vine por ti? Qué iluso. Dime, ¿cómo se llama ese joven secretario que tienes?
Nagumo lanzó una mirada de reojo al chico de cabello azulado, que ahora estaba tecleando rápidamente en su computadora, elegantemente erguido frente a ella.
-Soy bueno para elegir a mi personal, ¿verdad?
-Lo que puedo asegurar es que tienes muy buen gusto.
Nagumo rio, y el otro portaba una sonrisa divertida.
-Pues entonces hablemos de negocios. Y Kazemaru es un gusto caro, créeme.
Después de eso, ambos procedieron a dejar las bromas medianamente de lado para poder enfocarse en el relevante tema de su nueva asociación. Cuando Suzuno se dispuso a irse, despidiéndose con un apretón de manos, el abogado pelirrojo le detuvo, tomando su mano y jalándola un poco hacia sí.
-Tengo reglas establecidas pero a veces las reglas son un poco difusas con respecto a sus limitantes, ¿sabes?
Suzuno sonrió, moviendo el pulgar suavemente para acariciar la piel del otro.
-Claro, las leyes siempre están llenas de lagunas. Como mi nuevo abogado, espero que seas capaz de usar ese tipo de cosas a tu favor.
Liberó su mano y, lanzando una sonrisa presuntuosa, como si lo retara, se dio la vuelta y salió. Nagumo lo vio entonces acercarse al cubículo de Kazemaru. Se quedó algo así como un minuto de más con él, y luego partió, sin dedicar otra mirada al pelirrojo, quien frunció el ceño, comprendiendo vagamente que estaban jugando con él. Pero estaba bien. A él también le gustaba jugar.
-¿Te llevo a casa?
Kazemaru miró al espejo bajo del lujoso carro que acababa de estacionarse frente a él. Sonrió inocentemente, pero un experto como Fuusuke podía adivinar que esa era una inocencia fingida.
-Perdona, pero es que tenemos una regla –respondió, mirando entonces hacia otro lado como si buscara la llegada de algún taxi.
-¿No hablar con extraños? –Kazemaru volvió a mirarle-. ¿O no aceptar invitaciones amables de tus clientes? –pudo ver al otro debatirse y supo que había ganado-. Gunther, por favor ábrele la puerta al joven.
Su ventana se cerró y el chofer bajó del auto, haciendo lo que se le había pedido. Sin más opción, Kazemaru entró al automóvil. Le recibió un interior de piel y gamuza blanca y un aroma suave como a mar. Suzuno tenía las piernas cruzadas y los brazos extendidos sobre el respaldo. Le miró con una media sonrisa y una mirada penetrante.
-¿A dónde podemos llevarte?
Kazemaru dio el nombre de su región y de su calle, con lo que el conductor pudo partir en una dirección.
-¿Sabes a qué me dedico? –preguntó tras un momento el peliplata, mirando nuevamente a su invitado. Kazemaru, que se mantenía a una distancia segura de él, asintió.
-Eres dueño de Gazelle. ¿No es ese el nombre que le diste a Haruya cuando te conoció?
El de ojos azules soltó una risa suave.
-¿Haruya? Veo que le tienes mucha confianza a tu jefe.
-Tenemos historia. Mucha historia.
-Eso es interesante.
Kazemaru sonrió.
-No es la historia que te imaginas. Sólo quiero decir que lo conozco desde hace muchos años.
-Ah, ya veo. Es una lástima.
Kazemaru levantó una ceja, pero no dijo nada, decidiendo que no era prudente seguir hablando de la relación que tenía con su jefe.
-Entonces, ¿qué se siente ser dueño de un imperio a tu edad?
El peliplata sonrió con complacencia.
-¿Buscas adularme? Porque en primera estoy demasiado acostumbrado a esas cosas como para que me impresione. Y en segunda, no lo necesitas. Quiero invitarte a visitarme a mis oficinas. Quizá alguien con tan buen gusto como tú pueda servirme.
Kazemaru jugó inocentemente con un mechón de su cabello.
-¿Servirte para qué?
-Si tienes curiosidad, acompáñame.
El secretario suspiró, llevando sus ojos castaños al exterior del auto. Se dio cuenta de que nunca se dirigieron a su casa, sino que estaban encaminándose al centro de la ciudad.
-De acuerdo –conocía al tipo de Suzuno, que siempre obtenía lo que quería, porque era exactamente igual a Nagumo. Así que sabía que no le quedaba de otra más que aceptar. Con suerte lograría satisfacer cualquiera que fuera el deseo del otro pronto y no llegaría demasiado tarde a su casa.
Llegaron a las oficinas neerlandesas de Gazelle unos diez minutos después. Gazelle era un conglomerado de tiendas regadas por toda Europa que vendía ropa carísima producida por los diseñadores parisinos de mayor renombre. Se caracterizaba por sus estilos escandalosos, elegantes, sublimes y cambiantes, siempre apegados a las últimas tendencias y desechando como si fuese cualquier cosa lo que ya no entraba dentro de sus estrictos estándares vanguardistas. Era una empresa de personalidad agresiva y petulante, idéntica a la del chico que Kazemaru tenía frente a él en ese momento. Sólo el secretario y el joven empresario entraron al edificio. Kazemaru le siguió, mirando con admiración la decoración exquisita y de millones de euros que enmarcaba todo el interior del lobby y del pasillo por el que Gazelle comenzó a guiarlo. Todo estaba hecho en tonos pálidos, blancos, grises y plateados. El piso brillaba y reflejaba como un espejo, las paredes tenían relieves y estaban decoradas por cuadros que mostraban imágenes invernales, fotografías y pinturas que capturaban con eminencia la decadencia del frío y el invierno. Llegaron a una puerta plateada que Suzuno abrió usando una llave que traía consigo. Al pasar, unas luces automáticas se encendieron y Kazemaru tuvo que reprimir una exclamación de sorpresa.
El lugar era gigantesco. Las paredes estaban cubiertas de lo que parecía ser terciopelo blanco y ascendían por varios metros haciendo que el techo se viera muy, muy lejos. Estaban tapizadas con filas y filas de ropa que iban de un lado a otro, colgadas en tubos que iban de pared a pared. Era imposible intentar adivinar cuánta ropa había ahí, y aún más el valor en euros que tenían todas juntas. Kazemaru se sintió levemente intimidado y, aunque no lo sabía, Suzuno fue rápido en notarlo.
-Uso este cuarto para almacenar algunas de mis prendas favoritas. Hay cosas que nunca pierden su atractivo, ¿no crees?
Sin esperar respuesta, disfrutando únicamente del efecto de su demostración de poder y riqueza, el peliplata se acercó a una fila de ropa al azar y empezó a recorrerla, tocando tela tras tela con una mano, hasta detenerse en una en especial y sacarla. Repitió el proceso un par de veces más, con filas diferentes, hasta que tuvo tres prendas entre sus manos y regresó con el ojicastaño, que había empezado a revisar una de las filas, aunque con algo de recelo, temiendo quizá desacomodar algo o arruinar alguna prenda de tela demasiado fina.
-¿Qué te parece? –preguntó el peliplata y le ofreció las tres prendas. Era una camiseta verde de tela suave, un bléiser ajustado azul marino y unos pantalones café oscuro. Kazemaru sonrió levemente, encantado ante la combinación, pero luego se sonrojó, dándose cuenta de que le estaba dando al otro demasiado poder en la situación.
-Bonito, ¿quieres que te ayude a decidir cómo vestirte para tu siguiente cita con Haruya? –dijo perspicazmente, y apareció en el otro una sonrisa divertida.
-¿Qué tal si me ayudas a decidir cómo vestirme para mi próxima cita contigo?
Kazemaru levantó una ceja ante la respuesta y, sin aceptar la ropa, se dio la vuelta, sonriente.
-¿La próxima? ¿O sea que esto es una especie de cita para ti? Vaya, y yo que pensé que alguien de tu nivel sabría cómo tratar a un secretario.
No pudo ver la sonrisa del otro creciendo, incrementalmente divertido ante las respuestas ingeniosas de su presa. Igual que a Nagumo, a Suzuno le encantaba jugar con su comida antes de comérsela. Así se le antojaba más.
-Veremos si opinas igual al final de nuestra cita. Ahora, ¿por qué no te pones esto y le avisas a tu molestoso jefe que mañana llegarás tarde?
Kazemaru rio y negó con la cabeza.
-Estás loco, no puedo faltar al trabajo así como así.
-No va a ser así como así. Vas a tener un excelente motivo.
Kazemaru se volteó y miró la ropa que se le estaba ofreciendo. Era ropa que valía varios cientos de euros, preciosa y que además iba con él.
Era irresistible.
-Bueno, ya que realmente me gustaría regresar a casa en esa bonita limosina tuya, supongo que voy a tener que entretenerte un rato, ¿no? –dijo y tomó la ropa con un gesto juguetón, volteándose después para irse cambiar. Había visto momentos antes un biombo y fue a cambiarse tras él. Suzuno se detuvo cerca, mirándolo como si pudiese ver a través de él, jugando con la imagen mental del secretario quitándose toda la ropa para ponerse la que él le había dado.
-No tenías que ocultarte. De cualquier forma tengo cámaras instaladas en todo este cuarto, el biombo es mera formalidad.
Casi podría haberse reído de su propia sagacidad. Kazemaru acechó por un lado del biombo, lanzándole una mirada asesina, y luego volvió a guardarse. Tras un par de minutos salió con la ropa nueva, luciendo elegante y endemoniadamente atractivo. Suzuno le ofreció un brazo y Kazemaru aceptó. Ambos tenían una sonrisa desafiante, como retando al otro a que lograra ganar en ese pequeño juego de fingido romanticismo.
Nagumo entró hecho una furia a la oficina de recursos humanos, sorprendiendo al vicepresidente.
-¡Oye, RH, mándame un sustituto! Kazemaru se enfermó.
-¿Por qué te avisó a ti y no a mí?
-Yo que sé. Mándame a alguien, ya.
Salió de la oficina hecho una tormenta. No alcanzó a escuchar el "no te haría daño aprenderte mi nombre" que musitó el joven encargado. O quizá sí, pero lo ignoró. Regresó a su oficina bastante malhumorado, en primera porque Kazemaru era el secretario perfecto y ningún sustituto podía hacer el trabajo como él lo hacía, y en segunda porque estaba iracundamente seguro de que Gazelle tenía algo que ver con todo aquello. Jamás hubiese pensado que su maravillosa conquista francesa terminaría convirtiéndose en un dolor de cabeza.
Casi estalló cuando vio a quién le mandaron como sustituto.
-¡Buenos días, Nagumo! ¡Ryuuji a tus órdenes!
El pelirrojo se llevó una mano a la cara.
-Sí, sí, sólo ve a contestar las llamadas.
Se habría tomado la molestia de ir a reclamarle al chico de RH y hacer que lo cambiaran, pero tenía demasiado trabajo qué hacer así que decidió dejarlo pasar. Ryuuji tenía una actitud enfermizamente alegre y ruidosa y, honestamente, el pelirrojo no entendía por qué demonios traía a varios y varias en la oficina locos tras él. Incluyendo a su adorable pero retardado jefe, Hiroto.
Logró sobrevivir a medio día con el secretario florecita –medio día en el que tuvo que soportar ver a Hiroto pasar varias veces a saludar como un perfecto imbécil-, y después, para su gran y maravillosa fortuna, Kazemaru se apareció en las oficinas. Lo vio hablar con el secretario alegre, quien no dejó su puesto por un rato, pues al parecer se enzarzaron en una conversación sobre quién-sabe-qué –sí, su cita con Suzuno, probablemente-, por lo que Nagumo tuvo que salir a poner orden.
-Hey, esto no es una cafetería –les regañó, y ambos le miraron poco impresionados.
-Es verdad. Es la hora de la comida. Ryuuji, vamos a la cafetería.
Con eso, Ryuuji se levantó de un salto y ambos se fueron. Nagumo no pudo hacer más que verlos con exasperación y decidió ir a comer él también.
Cuando llegó al comedor, Nagumo vio a Hiroto ahí y se sentó con él. El otro notó inmediatamente que su subordinado estaba prácticamente echando humo por las orejas.
-¿Te pasa algo?
-Ese Gazelle…
-¿Hablas de nuestro nuevo y adinerado cliente?
Nagumo hizo una mueca.
-Sí, él.
-¿Te molesta que haya salido con Kazemaru?
-¿Cómo demonios sabes eso?
Hiroto simplemente se encogió de hombros. Nagumo suspiró y decidió que no importaba.
-No me molesta que haya salido con Kazemaru. Me molesta que me haya dejado sin secretario por medio día.
-¿De qué hablas? Sí tuviste secretario y fue uno muy bueno.
-Sí, sí, que no puedas dejar de imaginártelo desnudo no lo convierte en buen secretario.
Hiroto le miró con expresión ofendida.
-¿Y supongo que no te importa en nada saber que tu cliente logró en una noche lo que tú no has logrado en cinco años?
-Cállate.
El otro rio. Kazemaru y su jefe tenían una relación bastante especial, una historia de años. Pero, por alguna razón, esa relación nunca les había llevado más allá de la relación laboral y de amistad que tenían. Hiroto lo atribuía a que a Nagumo le hacían falta pelotas.
-Pues da igual. Si Kazemaru logra afianzar nuestra relación con Gazelle, mejor. Le doy permiso de llegar tarde las veces que lo necesite.
El otro exhaló exasperado y giró los ojos con frustración.
-Eres el peor jefe del mundo.
-Creo que "mejor y más querido" son las palabras que estás buscando.
-Y para que lo sepas, a ti te faltan el doble de pelotas que a mí.
Hiroto casi se atraganta con su ensalada.
En algún momento de la tarde, Haruya llamó a Kazemaru dentro de su oficina. El chico entró de inmediato. Lucía radiante.
-¿Y bien?
-¿Y bien qué, mi querido jefe?
-¿Me vas a contar a dónde te fuiste a meter anoche?
-Mmm, pues al teatro –dijo, mirando hacia arriba y tocándose la barbilla con un dedo de manera inocente, como si intentara recordar algo-, después a cenar a mi restaurante favorito. No sé cómo lo supo. Oh no, espera, yo se lo dije –sonrió tontamente-. Y de último fuimos a la casa que está rentando. Bastante bonita.
-¿Casa? ¿Rentó una casa?
Kazemaru asintió.
-Así es. Parece que pretende quedarse aquí por una temporada.
-¿Y qué pasó en la casa?
Kazemaru puso ambas manos detrás de su espalda y ladeó la cabeza, mirando a su jefe con expresión infantil.
-Cualquiera pensaría que estás celoso. Me pregunto si es de mí o de él.
El otro le miró con fuego en los ojos.
-Largo de aquí.
Kazemaru sonrió y salió de la oficina, orgulloso de haberle plantado la duda a Nagumo. Sabía que se lo comería vivo.
A la hora de la salida, Kazemaru y Nagumo bajaron juntos. Se encontraron en el lobby a Ryuuji, quien inmediatamente se apegó al de ojos cafés, y al salir vieron ahí a Hiroto que estaba con Saginuma, el director de finanzas. Un hombre alto, de largo cabello negro y facciones elegantes. Saginuma era bastante serio y reservado, por lo que a Nagumo le agradaba bastante. Era un hombre que mantenía sus asuntos para sí mismo y no iba por la vida complicándoles a los demás las existencias. Bueno, claro, excepto cuando se negaba a apoyar proyectos por verle poco valor monetario. Era un titán en su trabajo y por eso Hiroto lo mantenía cerca.
-Buenas noches –saludó el hombre al mirarlos llegar. Hiroto les saludó también con una sonrisa.
-¡Buenas noches, Saginuma! ¡Buenas noches, jefe! ¿Van a algún lado?
El de pelo negro levantó una ceja.
-A nuestras casas.
-¡No! ¡Qué aburrido! ¡Salgamos todos!
Nagumo miró hacia el cielo con exasperación y Kazemaru rio.
-¿Por qué no?
El pelirrojo número uno podría haber asesinado en ese momento al pelirrojo número dos. Sabía que cedía únicamente por su debilidad ante el secretario ruidoso de ojos negros, y le lanzó a su jefe una mirada que le decía claramente que no por eso dejaba de pensar que le hiciera falta valor.
-¡Excelente! ¿Ven? ¡El jefe me apoya! ¿Qué dices, Saginuma? ¿Vas? –inquirió el que era el menor de todos, mirando con ilusión al director financiero, quien simplemente se encogió de hombros.
-Eso creo.
-¡Genial!
Nagumo levantó una ceja y luego miró a Kazemaru, quien le devolvió la mirada con una expresión de "qué se le va a hacer". El pelirrojo acababa de darse cuenta de que Saginuma estaba siendo, sin darse cuenta, un vértice del triángulo amoroso que incluía a Ryuuji y a Hiroto. Qué desastre.
Fueron a un bar al centro de la ciudad elegido por Ryuuji bastante moderno y con buen ambiente. Hiroto se ofreció a pagarles las bebidas a él y a Kazemaru, y ambos aceptaron encantados su galante gesto. Los tres se entretuvieron platicando un buen rato, por lo que Nagumo y Saginuma iniciaron por su lado una conversación.
-¿Sales a menudo a estos lugares? –inquirió el pelirrojo mientras daba un sorbo a su sangría.
-No realmente. Soy más un hombre de teatro y conciertos –respondió el otro, que se bebía un whisky en las rocas como todo un macho.
-Vaya, eso no le va a gustar a Ryuuji.
El otro le miró con una ceja levantada.
-¿Qué tiene que ver Midorikawa?
Nagumo casi se atraganta, notando su estúpida metida de pata.
-Ah… nada, es que ya ves como le gusta salir con todos.
El otro asintió suavemente.
-Tampoco es que lo hagamos tan a menudo.
Nagumo asintió y bebió otro sorbo de su sangría.
-¿Sabes? Quizá deberíamos.
-¿Salir?
-Sí, claro, trabajamos todos juntos y no nos conocemos tanto, ¿no?
-Pues… sí.
Se miraron de lado y luego ambos tomaron un sorbo de sus bebidas. Midorikawa se les apareció de pronto de frente.
-¡Hey! ¿De qué hablan? –preguntó enérgicamente, deteniéndose cerca de Saginuma, quien estaba sentado en la barra y tenía ambos codos apoyados encima de ella. Nagumo estaba sentado a su derecha y, dos lugares más allá, estaba Kazemaru que se había quedado platicando con Hiroto.
-De lo mal que nos caes.
-¡¿Qué?!
El de ojos negros se cruzó de brazos ofendido y el más alto de los tres soltó una risita divertida. Entonces Midorikawa le miró con desesperanza.
-¡No te rías! ¡Es cruel!
-Perdón –dijo, pero no dejaba de sonreír, por lo que Midorikawa empezó una discusión infantil con él. Sintiéndose que hacía el mal tercio, Nagumo se fue con los otros dos. Notó la mirada de Hiroto encima del secretario berrinchudo y se lamentó por su amigo.
-Vamos, hay que tomarnos unos tequilas para animar la noche –dijo, intentando desviar la atención del pelirrojo de ojos verdes hacia otra cosa.
-¿Tequila? Paso. Pero me encantará verlos a ustedes matándose –respondió Kazemaru, que estaba tomándose una inocente Margarita.
-Eres una niña de lo peor.
Hiroto rio y se volteó hacia la barra para pedir los dos tequilas, que no tardaron en llegar. Los pelirrojos brindaron y se llevaron la temible bebida a la boca. Hiroto hizo una mueca y Nagumo simplemente sonrió, haciendo alarde de su alta resistencia a diferentes tipos de alcohol fuerte. Nagumo vio a la expresión de Kazemaru cambiar repentinamente, mirando más allá de ellos y, al voltearse, vio a su peor pesadilla. Suzuno Fuusuke estaba a unos pasos de ellos, observándoles con una sonrisa. El pelirrojo deseó inmediatamente tener otro tequila en sus manos. El peliplata se acercó lentamente, dedicándole una sonrisa especialmente agradable al pelirrojo de mayor rango.
-Pero qué sorpresa encontrármelos aquí. ¿Cómo están? ¿Puedo invitarles algo?
-A mí puedes comprarme otra margarita –dijo Kazemaru rápidamente, y el peliplata le dedicó una sonrisa seductora que no pasó desapercibida por el otro pelirrojo, quien estaba empezando a considerar seriamente la idea de pedir ese segundo tequila. El joven empresario se acercó a la barra para hacer el pedido, lanzando una mirada de reojo a Nagumo, quien hizo como que no se dio cuenta. Cuando la margarita llegó, Suzuno se la ofreció al ojicastaño como quien ofrecía una flor. Temiendo enfermarse, Haruya se disculpó y fue al baño. Estando ahí, simplemente se detuvo en medio de él por unos minutos, preguntándose qué debía hacer. Suzuno claramente estaba usando a su preciado secretario para darle celos, pero ni siquiera sabía por qué. ¿Qué le había hecho él al de ojos azules que ameritara que el otro quisiera vengarse? ¿O acaso era simplemente su retorcida idea de diversión? Kazemaru, por otro lado, parecía estar disfrutando la oportunidad de recibir toda la atención de un empresario multibillonario. No era como que uno pudiese culparlo.
Decidió salir minutos después, y cuando regresó le sorprendió un poco encontrarse a Hiroto, Midorikawa y Saginuma juntos. Kazemaru, por otro lado, no estaba por ninguna parte.
-¿Dónde está Ichirouta? –preguntó al llegar con los otros tres.
-Se fue –respondió Hiroto con simplicidad.
-¿Cómo que se fue?
-¡Se fue con su nuevo novio!
Haruya le lanzó al de ojos negros una mirada asesina.
Ahora sí fue por ese tequila.
Se habían separado al salir del bar. Hiroto y Haruya se habían ido por su lado y Ryuuji se había ido con Saginuma, pidiéndole que le llevara ya que su casa le quedaba de camino. Saginuma tuvo que preguntarse cómo era que Ryuuji sabía dónde vivía. Hiroto no estaba muy feliz.
El secretario, de cabello color pistache, se había abrochado el cinturón de seguridad en el asiento de copiloto del carro del pelinegro. Le había mirado con una sonrisa, a la que él había respondido con apenas una pequeña mueca de los labios que pretendió ser una sonrisa por un instante.
-¿Por qué no dejaste que Hiroto te llevara?
-Porque su casa queda del otro lado. Iba a dar una vuelta a lo tonto.
-Claro, pero sabes que eso a él no le importa.
-¿Te molesta llevarme?
-No, no, sólo era curiosidad.
El de ojos negros le miró con una expresión tristona, que el otro no notó por estar al pendiente de la pantalla sobre su tablero que le mostraba la imagen de lo que había detrás de su carro mientras metía reversa. Salieron del estacionamiento y se encaminaron en dirección a casa de Ryuuji. Guardaron silencio por un momento.
-¿Qué haces los domingos? –inquirió el menor de pronto. El otro se encogió un poco de hombros, como era muy costumbre suya, y respondió.
-Pues no mucho. Leo un poco. Hago ejercicio. Hago las compras. A veces salgo.
-¿A hacer qué?
-Escuchar algún concierto o ver alguna película.
-Oh, ¡podríamos ir a ver juntos una película algún día! ¿Qué películas te gustan?
-Eh, las de arte.
-Ah…
Ryuuji movió la boca nervioso. Le era casi imposible encontrar puntos en común con el mayor. Era como si vivieran en universos diferentes. Él era de esos niños tontos a los que les gustaban las comedias románticas. Las películas de arte siempre le resultaban demasiado complicadas y no le gustaban mucho realmente.
-¿Y a ti?
Ryuuji se sonrojó. Si le decía la verdad, probablemente lo consideraría un idiota por el resto de su vida. Pero si inventaba que le gustaba el cine de arte sólo para caerle bien, quizá le haría preguntas y entonces no podría responder.
-Las de terror –mintió.
-¿En serio? ¿Cómo cuáles?
Midorikawa se mordió el labio.
-¿Te gustan las de Saw?
-¡Sí! ¿A ti también? –tan sólo había visto una pero al menos no estaría tan perdido.
-Claro, son buenísimas. ¿Has visto el final?
-No, aún no.
-Ah, qué malo. Entonces no te lo contaré, pero tienes que verlo. Puedo prestarte la película si quieres.
-¿La tienes?
El mayor asintió, al tiempo que presionaba el freno para detenerse frente a un semáforo. Ryuuji sonrió, jugando con sus dedos.
-Te la llevo mañana a la oficina.
-¡Gracias!
-Debo admitir que nunca pensé que te gustarían ese tipo de películas –dijo con una media sonrisa. Ryuuji también sonrió nerviosamente. En realidad las detestaba.
-A este paso, Haru realmente va a pensar que estás enamorado de mí –dijo Kazemaru, metiéndose al jacuzzi exterior de Suzuno, con un traje de baño que el peliblanco acababa de regalarle. El aludido le ofreció un vaso corto con una bebida de apariencia chocolatosa en su interior.
-¿Quién dice que no estoy enamorado de ti? –respondió sonriendo, llevando una mano al rostro de Kazemaru y moviéndole un poco el cabello para que no cubriera su rostro.
-Tú y yo sabemos que no es así –dio un sorbo a su bebida, que era leche con licor de café, bastante dulce y rica.
-No sé qué pienses saber, Kazemaru Ichirouta, pero yo no invito a cualquiera a acompañarme a mi jacuzzi un sábado a la medianoche.
El ojicastaño miró hacia otro lado con una sonrisa en los labios.
-Pues agradezco la invitación. Y las demás invitaciones. Pero no hagas que me acostumbre demasiado a tus lujos.
Suzuno rio un poco y dejó su bebida al borde del jacuzzi, acercándose peligrosamente al de cabello largo. Kazemaru le miró, enseriándose. Suzuno susurró en su oído.
-Un chico como tú podría tener siempre este tipo de lujos.
El otro se estremeció sintiendo el calor de su aliento sobre su piel y se sonrojó furiosamente sin poder evitarlo.
-No soy una especie de prostituta, ¿sabes?
-No dije que lo fueras.
-Pues no sugieras que actúe como una.
Suzuno no dejaba de sonreír y Kazemaru empezaba a sentirse enojado.
-Creo que me voy –se quiso poner de pie pero Suzuno le sostuvo con fuerza del brazo, impidiéndole moverse.
-No. Quédate.
-No voy a quedarme a que me insultes.
-No te he insultado. Pero discúlpame si sonó así. Creo que estás empezando a ponerme nervioso.
Kazemaru volvió a sonrojarse, avergonzado. Se relajó, accediendo sin palabras a la petición del otro. Detestó la sonrisa presuntuosa que se plasmó en los labios de Suzuno y decidió que necesitaba volver a equilibrar la balanza.
-¿Cuánto tiempo vas a usarme para darle celos a Haru?
Suzuno ladeó la cabeza, aun sonriendo. Para desgracia de Kazemaru, la balanza quedó completamente del lado de Suzuno cuando el joven emperador de la moda enterró una mano en su cabello, detrás de su cabeza, y lo atrajo hacia sí para darle un beso en los labios, dejándolo completamente atónito.
Las puertas de uno de los elevadores se abrieron, dando paso a Kazemaru. Un par de segundos después, las del elevador opuesto se abrieron también y Midorikawa apareció frente a él.
-¡Reunión de emergencia! –exclamó el ojicastaño al ver a su amigo.
-¡Baño! –respondió el menor y ambos se dirigieron a toda velocidad a dicho lugar. Entraron a los sanitarios que a esas horas de la mañana estaban completamente vacíos e impecables. Kazemaru se apoyó sobre los lavabos, de espaldas a los espejos, con expresión de confusión, y su amigo se detuvo junto a él esperando a que le revelara la naturaleza de la emergencia-. ¿Qué pasó? ¡Habla ya!
-¡Espera, espera! Tengo que ordenarme –suspiró y se enderezó-. Me besó. Gazelle me besó.
Ryuuji se llevó una mano a la boca, conociendo a la perfección el nombre clave de Suzuno Fuusuke.
-¡¿Qué?! ¡Pero creí que…!
-¡Yo también!
-¿Y qué sentiste? ¡Dímelo ya!
-¡No lo sé! ¡Nervios! ¡Estoy confundido!
Ambos guardaron silencio por un momento, intentando analizar la situación.
-Yo le dije a Saginuma que me gustaban las películas de terror.
-Pero las detestas.
-¡Lo sé!
-Somos un desastre.
-¿En qué momento pasó?
Kazemaru iba a decir algo más, pero unos pasos los alertaron. El de ojos cafés hizo como que se lavaba las manos y Midorikawa hizo como que lo esperaba. Un chico delgado de cabello castaño entró, mirándolos extrañado.
-¡Buenos días, Megane! –saludó Ryuuji alegremente. Él les saludó con la cabeza.
-Buenos días, Kazemaru, Midorikawa.
Sin más entró a uno de los cubículos y los otros dos decidieron salir.
-¿Qué pasó con lo de las películas? –musitó Kazemaru mientras caminaban con lentitud hacia sus lugares.
-Pues nada, que va a prestarme una y ahora tengo que ver alrededor de seis películas para entenderla.
-Iré a tu casa, las vemos todas y problema resuelto.
-Gracias.
-Ahora dime qué hacer con Gazelle.
Midorikawa se rascó la cabeza, pensando.
-Hagas lo que hagas, no te acuestes con él –dijo finalmente. Kazemaru se sonrojó un poco, no pudiendo negar que era algo que en algún momento se le había pasado por la cabeza-. Si eso es lo único que quiere, no se lo des. Pero si no es lo único que quiere…
No terminó la frase porque el chico de recursos humanos, Tachimukai, pasó muy cerca de ellos, sonriéndoles. Ambos le saludaron y se fueron al lugar de Midorikawa. Entonces Kazemaru asintió.
-Entendido –le dijo a su amigo, aceptando su consejo, y sin más se fue para dirigirse a su cubículo.
Se encontró con dos cosas al llegar. La primera y la más notoria era Nagumo que parecía estarle esperando, apoyado sobre el borde del cubículo. La segunda era una única rosa blanca en un bonito mini florero de cristal que al parecer alguien le había dejado. Nagumo tenía una expresión seria.
-Llegas tarde.
-¡No es así!
-¿A dónde fuiste anoche?
Kazemaru suspiró.
-A ningún lado. Salimos a platicar y después me llevó a casa, es todo.
Nagumo le miró, ladeando la cabeza. Cruzó los brazos y entonces se acercó unos pasos a Kazemaru, quedando bastante cerca de él y asustándolo un poco. Se inclinó levemente hacia él, mirándole directamente a los ojos con sus orbes de oro.
-No sabes mentir –dijo sencillamente, y después se dio la vuelta y entró a su oficina.
Notas de la Autora: Les juro por mi vida que ese GazellexKazemaru no estaba planeado para nada jajaja, pero salió y no hubo nada que pudiera hacer para evitarlo. Tiendo a meter parejas muy random en mis fics, espero que no les asusten.
Como podrán ver, Nagumo y Suzuno están en un juego de egos que el primero no se explica así que les tomará algo de tiempo terminar realmente juntos. Ya veremos qué pasa.
Espero muy ansiosa sus bonitos comentarios :3
Salut!
