Dazzling as light, immortal as music
Vuelves a sonreír desde tu butaca de la sala común, mientras echas una ojeada por encima del libro que estás leyendo al oír mi grito de frustración: James me ha vuelto a ganar al ajedrez mágico antes de salir riendo por el agujero del retrato. Cómo si eso me importara; al fin y al cabo, nadie va a saber que grito sólo para que me sonrías, y ya están todos durmiendo. Pero demasiado pronto vuelves a bajar la vista al libro, y el gesto de tus labios vuelve a relajarse mientras entreabres la boca demasiado ligeramente. Lees con calma, casi con inexpresividad, disfrutando del silencio, y eso me sorprende de alguien que literalmente esconde un lobo dentro.
Pasas la página con un movimiento armonioso de tu blanca mano, como si dibujaras notas de una balada en el aire, mientras tus ojos parpadean y agitas tus largas pestañas al ritmo de un vals de ésos que tanto te gustan y a mi tanto me molestan, pero que no puedo evitar escuchar ahora en mi cabeza. Olvido el chirriar de mis queridas guitarras eléctricas mientras me abandono a la imagen de los violines trazando los mechones de tu cabello claro, del arpa punteando el contorno delicado de tu rostro, el contrabajo, grave y melodioso, reflejado en la miel de tus ojos. Ocultan dolor y, cuando estallan los platillos, me estremezco pensando que quiero blandir la batuta y ahuyentarlo para que no vuelva de nuevo. El piano, en los acordes de tu mirar; a pinceladas, me miras de nuevo, y un escalofrío me recorre de nuevo todo el cuerpo. La orquestra da paso al solista; el deseado saxofón, con sus subidas y bajadas de tono, con sus gorjeos, con ese sonido celestial que quisiera gravar por siempre en mi mente.
-¿Ocurre algo, Sirius?
Claro que ocurre. Ocurre que nos estamos besando, Remus. Ocurre que acabo de ignorar el resto de la canción y he osado combinar el plácido saxofón con la rebelde guitarra eléctrica, y ocurre que me gusta. Que me encanta. Que lo adoro, que te adoro y que te quiero, que siempre te he querido. Y que te cojo de la mano, que ignoro la confusión de tu mirada y el rubor de tus mejillas, y te arrastro a bailar un vals. Te susurro entonces al oído las dos simples palabras que antes he pensado, sin reflexionarlo de nuevo; es lo que siento. Y me rodeas con tus brazos mientras tu calor se extiende por todo mi ser, mientras respiro el aire de aquella habitación cargada de tu presencia. Estás en todas partes, como la música que me da vida, y fluyes en todo momento por mi mente y mi corazón.
Inmortal como el sonido, Remus, y deslumbrante como la luz.
