La letra, con sangre entra
-No puede ser, no puede ser… -murmuraba Miranda, inquieta.
Lo había vuelto a hacer. Se había perdido y ahora no encontraba su habitación. ¡Una semana en la Orden Oscura y aún no había memorizado la puerta de su cuarto! Tal vez debería trazarse un pequeño plano, si no fuera porque todos los pisos donde están las habitaciones, son completamente idénticos… o tatuarse el número del piso, o pedir que numeren las puertas y así poder tatuarse el número de su habitación.
De nuevo caminaba en círculos, subía y bajaba escaleras sin encontrar su puerta, ni tan siquiera llamar a una cualquiera a ver si había un alma caritativa, como Lenalee o Allen, que la ayudaran. Se paró unos segundos en el pasillo, pensativa. Llamaría a una puerta, y fuera quien fuese le suplicaría que la acompañara a su habitación.
-Ésta –se dijo.
Llamó dos veces, pero no obtuvo respuesta. ¿Y si daba la casualidad de que aquella era su habitación? Decidió arriesgarse un poco más y giró el pomo con cuidado.
-¿Hola? –preguntó temerosa, adentrándose en la habitación.
El corazón le dio un vuelco cuando notó que algo se movía en la que pensó que era su cama. ¡Había alguien durmiendo!
-¡Ah! ¡Lo siento, lo siento muchísimo!
La figura se incorporó, y cuando la escasa luz que atravesaba el cristal de la ventana le iluminó, Miranda reconoció al dueño de la estancia.
-¡K-Kanda! Yo, yo, estaba buscando mi habitación…
-No puedo creer que te hayas vuelto a perder –le interrumpió el joven, levantándose- Me sorprende que aún no hayas perdido también la cabeza.
Miranda bajó la vista, avergonzada. El tono serio y en ocasiones sarcástico de Kanda le hacía sentirse intimidada, y con comentarios como el que acababa de decir, aún más inútil de lo que ya creía ser.
-Lo siento –repitió.
-Deja de disculparte –gruñó Kanda, recogiéndose el pelo- Te acompañaré a tu cuarto.
Pasó a su lado y salió de la habitación seguido de Miranda. ¿Estará enfadado? Se preguntaba ella, mientras le seguía en silencio. Parecía bastante cansado y ella había irrumpido en su habitación, despertándole con la estúpida razón de que se había perdido. Con Kanda, siempre tenía la sensación de que por mucho que se disculpase, nunca iba a ser suficiente.
-Lamento haberte despertado.
-Ya te he dicho que no importa –respondió secamente.
-Soy tan inútil que aún no soy capaz de recordar dónde está mi habitación –hizo una pequeña pausa-. Y esta mañana he roto varios platos en la cafetería.
Kanda no dijo nada y se detuvo ante una puerta.
-Si no me equivoco, ésta debe de ser tu habitación –dijo señalando la puerta- Utiliza la mía como referencia y no volverás a perderte, ¿me oyes?
Miranda asintió, agradecida.
-Muchas gracias, Kanda –giró sobre sus talones dispuesta a entrar en su cuartó, pero una mano en su hombro la detuvo.
-Un inútil no puede ser un exorcista –comenzó sin dejar de mantener su tono serio- Sólo mantén en orden ésto –tocó la frente de Miranda con el dedo índice-; ese es tu único punto débil.
Miranda sonrió.
-Entiendo.
-Y si es necesario, te ayudaré a encontrar tu habitación cuantas veces hagan falta hasta que sepas el camino de memoria.
Y acto seguido, dio media vuelta y se alejó por el pasillo. Miranda, pasmada, empezaba a notar cómo se le llenaban los ojos de lágrimas, ésta vez contenta por dos simples razones: la primera, saber que allí no la consideraban un objeto inútil, y la segunda, que Kanda no se había enfadado con ella.
