Día 0. Viernes.

- Tiene que ser una broma.

- Los tienes frente a ti.

- ¡No tiene sentido alguno!

- ¡Ya lo sé! - soltando un bufido, Yuri Plisetsky frunció aún más el ceño, -¿acaso crees que me prestaría para una broma así? - especialmente cuando ese día era víspera de Navidad, y valía con que en Rusia no se celebrara, pero él tenía más tiempo que compartir con su adorado abuelo; si en un día cualquiera ni siquiera se plantearía entrar en un juego como aquel(si se tratara de uno, era decir, y ojalá fuera el caso) menos aún lo haría un día como ese.

- No, claro que no - Yakov volvió a tomar la delantera en lo que ya parecía un concurso de fruncir el ceño, antes de llevar sus dedos índice y pulgar al inicio del puente de su nariz y frotar en el lugar con los mismos. - ¿Cómo rayos sucedió?

- ¡Si lo supiera ya te lo habría dicho!

- Deja de levantarme la voz, Yuratchka - con tono severo, Yakov reprendió a su estudiante con la mirada, no consiguiendo más respuesta que un chasquido de lengua por parte del mencionado. - Ahora dime todo lo que sepas.

- Ya lo hice - espetó el rubio, mas decidió medio comportarse para variar y repitió: - El cerdo y Viktor llevaban más de media hora de retraso, y ya que ninguno contestaba su celular decidí venir personalmente a patearles el trasero, por irresponsables. Y ya que Viktor es un descuidado absoluto y nunca cierra con llave la puerta principal de su casa no me costó nada entrar. - Entonces señaló a un akita color crema acostado de lado, aparentemente dormido y a un borzoi de pelaje plateado que no dejaba de olfatearle, casi como si se encontrara haciéndole mimos, - Makkachin me ladró dos veces antes de salir corriendo en dirección a la habitación de Viktor. Lo seguí y me encontré con casi la misma escena que estás viendo, salvo porque el cerdo... - ¿o debía llamarle perro, si a fin de cuentas eso era en esos momentos? Ah, no se complicaría, ya tenía bastante en lo qué molestarse en pensar - estaba echado de panza, no de costado.

Yakov asintió una vez su pupilo hubo terminado de hablar.

Qué problemático.

-¿Entonces? - Plisetsky empezaba a impacientarse, - ¿qué les ocurre?

- Son... Perros.

- ¡Eso ya lo sé!

En ese momento, el akita abrió los ojos de golpe, se puso en tensión, se relajó, trató de frotarse el rostro con las manos que ya no tenía, dio un respingo tan pronto las pezuñas tocaron su peludo rostro, volvió a tensarse y soltó un lastimero quejido animal, mezcla de miedo e incredulidad. De inmediato, el borzoi se inclinó una vez más y frotó su húmeda nariz contra la igual de húmeda nariz contraria, para después lamer un lado del hocico ajeno. Los ojos, que conservaban el exacto mismo color original, marrón rojizo, y ahora se veían más estilizados en un rostro canino, se clavaron en los azules opuestos por largos y cargados segundos. El cuerpo del akita se relajó una vez más, lo que no evitó que otro sollozo animal emanara de su garganta.

¿Por qué crema, si el cabello del cerdo es negro? Se preguntó una parte del subconsciente del rubio. La más infantil, quizá.

- Te dije que no levantaras la voz, Yuri - al oír su nombre, el akita movió su mirada al par de individuos auto-invitados. Apenas y observó a Yakov por dos segundos, y, muy por el contrario, clavó su mirada en los orbes verde jade de su tocayo, la aflicción muy clara.

Yuri Plisetsky contuvo el repentino impulso de retroceder, o avanzar, un paso.

¿Lo estaba culpando? No. Le pedía ayuda.

- Cerdo - pronunció Plisetsky, - ¿qué rayos hiciste?

El akita se erizó en su lugar, y empezó a negar con la cabeza violentamente.

¡Yo no hice nada! ¡Nada en absoluto! El mensaje muy claro, y desesperado.

Yuri Plisetsky reprimió una pequeña sonrisa, reemplazadola por un bufido de irritación. - Entonces, ¿qué fue lo que hizo Viktor?

El mencionado elevó una oreja, la derecha, mirando fijamente, también, directo a jade. Ladeó la cabeza.

¿Yo? Yo no hice nada, Yurio. Claramente, un mensaje por poco despreocupado.

- Ustedes son un par de idiotas - declaró Plisetsky.

Un nuevo sollozo por parte del akita, y la otra oreja del borzoi uniéndose a la primera.

No le hagas caso, Yuri, está celoso porque te ves adorable como perrito. Pensó Viktor, mientras su nariz presionaba contra la oreja izquierda del akita.

Viktor no cambiaba, no podía tomarse aquello en serio, ni siquiera cuando él también estaba implicado, y de groso modo.

- Un veterinario - exclamó de pronto Yakov, llamando la atención del adolescente y el par de canes.

- ¿Un veterinario? - enarcando una ceja, Yuri Plisetsky parpadeó, - ¿crees que se trata de una enfermedad que pudo trasmitirles Makkachin?

Viktor se ofendió al oír aquella hipótesis, él podía ser olvidadizo, pero tenía muy bien cuidada a su mascota, quizá no en cuento a disciplina, pero definitivamente su perro estaba de las mil maravillas en cuanto a salud.

- No lo sé, cabe la posibilidad - expresó Yakov. - No perdemos nada con preguntar.

Viktor gruñó, algo que sorprendió incluso a sí mismo. Yuri Katsuki llamó su atención con un leve movimiento de una de sus patas traseras.

Viktor, tranquilo. Ellos quieren ayudarnos.

Viktor lo sabía. Se inclinó y repitió la acción de frotar juntas sus narices. Y su cola plateada se agitó ligeramente.

Lo siento.

- Pff, consíganse una casa para perros. - Yuri Plisetsky sabía arruinar momentos.

Quizá se estaban tomando el asunto con demasiada calma. Pero Yuri Katsuki ya había despertado de su pequeño ataque de nervios, y era mejor si no tenía otro por lo pronto.

Makkachin, fuera de la habitación, rascaba la parte baja de la puerta con insistencia, queriendo entrar y jugar.


Media hora más tarde, Yuri Plisetsky y Yakov se encontraban sentados en la sala de espera del consultorio de una veterinaria. Desafortunada casualidad que el veterinario de confianza del penta campeón se encontrara de viaje, por lo que acudieron a la veterinaria más cercana que pudieron encontrar. Y se trataba de una mujer medio rusa medio japonesa. Vaya coincidencia. La mujer se había sorprendido al ver al akita. Yakov pidió que les hicieran un análisis de sangre, Makkachin incluido, como medida para tener algo de tiempo y pensar cómo explicar la situación. Treinta minutos no bastaban para inventar una excusa convincente, especialmente cuando por más de la mitad de los mismos estabas muy ocupado separando a un caniche de un akita. Makkachin parecía tener predilección por saltarle encima al Yuri perro. Y a Viktor no parecía molestarle especialmente, varias veces se había unido al juego, o había tratado.

- Digámoselo tal cual - propuso, más como si ya estuviera decidido, el rubio.

- No podemos hacer eso.

- Claro que podemos. En el peor de los casos nos tomará por locos, en el mejor podría ayudarnos. Tú mismo dijiste que no perderíamos nada preguntando. ¡Preguntémosle! ¿¡Alguna vez había venido alguien a su consultorio, un humano convertido en perro de la noche a la manaña!?

- ¿Es así? - el perfecto acento ruso y tono calmado de la mujer tomó desprevenidos a ambos hombres. El menor por poco y termina en el piso. - ¿Eso fue lo que ocurrió?

Yuri Plisetsky miró a su entrenador.
Yakov suspiró pensadamente antes de asentir. - Sí. No tenemos forma de explicarlo.

- ¿El caniche también era un humano?

- No, Makkachin siempre ha sido un perro.

- Makkachin - repitió la veterinaria, sonriendo ligeramente, o puede que solo se tratara de la imaginación de Yuri Plisetsky; - ya veo, es el único en el que no encontré nada raro.

- ¿Raro, cómo? - cuestionó de inmediato el rubio.

- Los ojos, en particular - respondió en un primer momento la mujer, - la coloración del pelaje, además, en el caso del borzoi - la raza de Viktor, tomó nota Plisetsky, - también los tamaños, aunque eso último no es tan inusual. El borzoi es algo más grande del promedio, el akita a pesar de ser macho presenta una contextura más semejante a la de una hembra. - El ruso menor volvió a tomar nota, por si en algún momento se le presentaba la ocasión de burlarse con respecto a ese detalle final, claro que para eso los dos adultos debían regresar a la normalidad primero.

- Nos ha explicado todo con mucha naturalidad - observó Yakov, - ¿acaso en verdad no son el primer caso de humanos transformados en perros?

- Bueno, ciertamente ya se han presentado casos semejantes... - los ojos del par de rusos se abrieron de par en par, - en cuentos infantiles...

- ¡No se burle! - gruñó Plisetsky.

- No me burlo. Ponía un ejemplo. Todos los casos que yo conozco con algo de semejanza que no tengan que ver con ficción se tratan de híbridos producto de la zoofilia. Y no hablo sólo de perros.

El rubio hizo una marcada mueca de asco.

- Entonces ellos son el primer caso conocido - suspiró Yakov.

- Es muy probable. Contactaré con otros colegas para ampliar mi centro de búsqueda. Quizá alguno sepa algo. No encontré nada raro en sus muestras de sangre, sin embargo les pediré que vuelvan a traerlos en un par de días, si notan algún cambio, por mínimo que sea. Les daré mi número para que me mantengan al tanto. Si he de ser sincera, me encuentro muy intrigada a la vez que fascinada. - Caminó de regreso a su consultorio, y segundos más tarde el trío de perros apareció. Makkachin meneando la cola de lo más animado, mientras que Yuri se acercaba con cierta timidez, y Viktor iba detrás suyo con paso seguro.

- Doctora...

- Yuko - expresó la mujer, ganándose una mirada fija por parte del akita. - Yuko Morikawa.

- Doctora Morikawa, he de pedirle que sea lo más discreta posible en cuanto a... detalles.

- ¿Disculpe? Oh, por supuesto. - Ella enarcó ambas cejas por breves segundos, - no daré nombres, señor. No necesita preocuparse por algo tan banal. Nadie se enterará de detalles innecesarios.

Yuri Plisetsky frunció el ceño.

- ¿Cuáles son detalles necesarios?

- Las razas, para empezar - contestó frívolamente la mujer, clavando negro tinta en jade.

El rubio fue recorrido por un escalofrío. - ¿Quiere que se lo explique a detalle, jovencito?

- No hace falta - respondió en su lugar Yakov.

- Bien - ella extendió, en cada mano, una pequeña tarjeta en dirección del par de rusos, al mismo tiempo, - aquí tienen. Gracias por su preferencia. Que tengan buena semana.


El camino de regreso al departamento de Viktor se hizo en un inusual silencio, solo interrumpido por los ocasionales ladridos y jadeos de Makkachin.

En cuanto pusieron un pie dentro del lugar, el caniche salió corriendo. El segundo en ingresar fue el akita, seguido de cerca por el borzoi, Yuri Plisetsky y al final Yakov. El par del final se dedicó a mirar largo y tendido al par de ex-humanos.

Ahora la pregunta era, ¿qué hacer mientras tanto?