Resopló con pesadez, era un día nuevo de soportar palabras altisonantes hacia su persona, admitía que había chicos tan lindos como Jūushimatsu que le dejaban rosas todos los días en la puerta, o cómo Karamatsu que cada que le veía pasar por el templo no dudaba ni un poco en regalarle un collar de oro o una pinza para el pelo, ¡inclusive admitía que Ichimatsu era tierno! Tan celoso con los gatos del templo pero le dejaba acariciarlos mientras un rubor en su rostro aparecía, no todos los días el joven más dulce, lindo y tierno del pueblo pasaba a acariciar gatos y compartir una taza de té verde.
Eran adorables.
Eran tan fastidiosos.
Tener una fachada tan dulce le provocaba asco, todos debían saber quién jamás estaría a su alcance pero que debían idolatrar. ¿No eran capaces de comprenderlo? Él, Todomatsu Matsuno, el lindo chico de 16 años, huérfano, que siempre llevaba kimonos, yukatas y accesorios rosados, que nunca decía una mala palabra, amado por todos. Comenzaba a odiar a todos.
No supo cuando ese sentimiento comenzó a alojarse en su corazón, pero estaba seguro que tuvo que ver con la llegada de Osomatsu a ese pequeño pueblo, ¡lo odiaba de verdad! ¿¡Por qué él no era otro lamebotas!? ¡Todos debían de amarle y adorarle, no simplemente pasar de él o no decirle algún piropo! Osomatsu era totalmente distinto a Choromatsu, el de ojos verdes parecía tener una erección cada que Todomatsu le dedicaba una sonrisa.
Pero había algo que Todomatsu no podía frenar y le temía más que a nada: el envejecimiento. Estaba consciente que a esa edad estaba en plena flor de la vida, su figura delgada y frágil no sería para siempre, y eso le asustaba en su totalidad.
Mientras tanto debía disfrutar el regalo de la belleza que Dios le había otorgado, tal vez algo cómo pedir un deseo egoísta en Tanabata no sería lo ideal, pero podría funcionar.
Si de tener belleza eterna se trataba, podría viajar por cielo mar y tierra, pero nadie le arrebatará lo único que era capaz de llamar la atención de los demás en sí mismo, aún si eso implica provocar envidia, lujuria y corazones rotos en todo el pueblo.
Las hojas de bambú susurran,
meciéndose en el alero del tejado.
Las estrellas brillan
en los granos de arena dorados y plateados.
La tiras de papel de cinco colores
ya las he escrito.
Las estrellas brillan,
nos miran desde el cielo.
¡Si tan sólo eso bastara para ser lindo por siempre! Tener té, accesorios, comida y ropa sin mover un sólo dedo era algo que para nada abandonaría, tal vez los años se lo arrebatarían. Alguna vez Todoko le había hablado de ciertas plantas y cremas y extrañas que aseguraban hacerte ver mejor, aún no tenía un nombre fijo pero algún día le serviría.
Tampoco es que planeara abandonar tan rápido su estado virgen y casto, tan sólo quería encontrar al merecedor o merecedora de todo su cuerpo alma.
Seamos realistas, ¡nadie le merecía!
