Un Ángel y su Shaman
I
El príncipe y la esclava
Se encontraba de pie, al borde de un acantilado que parecía no tener fin. En la lejanía, se distinguían algunos pueblerinos en sus trabajos rutinarios. Sin embargo, Yuan Yi Tang mantenía la mirada fija en el horizonte, la mandíbula contraída y los puños apretados, con mirada impasible.
Sus ojos esmeraldas, aunque resecos por el viento de altura, demostraban su furia contenida y los deseos casi incontrolables de llorar. Cada cierto tiempo su respiración se hacía más profunda, intentando controlar el desborde de emociones que invadían a su joven corazón.
Elevó sus ojos al cielo, controlando con sus dedos, el movimiento de sus pelirrojos cabellos al compás de los vientos. Pareció no percibir el brillo cegador del sol al amanecer.
- No importa lo que pase, jamás me dejaré amedrentar – mantenía la mirada fija en el pasado firmamento nocturno – no permitiré que ningún hombre me domine
- No importa cuánto ruegues, los milagros no existen – aquella voz rasgó sus pensamientos; en poco tiempo había llegado a detestarla con todo su ser.
Se volteo lentamente, hasta quedar frente a frente con el amo de aquellas palabras, se acercó a paso decidido, con la mirada cargada de odio y frialdad. Ante aquella actitud, el hombre dio un paso atrás y tosió con nerviosismo, elevando su arma.
Puedes seguir pensando que eres toda una doncella, pero te guste o no, por el momento, me perteneces - ella le observó directamente, manteniendo la cólera en su mirada.
- Jamás dominarás a nadie con esa actitud tan deprimente – respondió, recuperando la calma.
Por un momento se dejó intimidar por la actitud de la muchacha frente a él, pero rápidamente recuperó la compostura, la jaló de un brazo y lanzó hacia el frente. Yuan Yi estuvo a punto de caer de rodillas.
- Basuritas como tú creen que son capaces de sobrevivir sin el control de un hombre – escupía el sujeto, caminando tras ella – sólo es necesario que encuentres a uno de carácter firme que te mantenga a raya. Me han dicho que este chico, Len Tao, es lo que te hace falta para comportarte como debes – al oír el nombre, Yuan Yi no hizo más que tropezar. Habría caído de no ser por aquel árbol muerto que le sirvió de apoyo. El tipejo solo se limitó a reír y pasar a un lado de ella con mirada triunfal - ¿Te preocupa Tao, no es así? – la tomó del brazo y la acercó hacia su enorme cuerpo - ¿Cómo puedes llegar a ser tan bestia? Te ves tan adorable, si fuésemos más amable el uno con el otro sería mucho mejor. Mi amo nunca se enteraría ¡a quién le importa quién sea el primero! Tao probablemente hará lo mismo.
Con dificultad concentró su energía, lo suficiente como para arrojar a esa bestia algunos metros. Se volteó y echo a correr, con dificultad, pues sus manos se encontraban atadas a su espalda.
- ¡Maldita mocosa! – corrió con todas sus fuerzas para alcanzarle, arrojándola al suelo y montándose sobre ella – Mereces que corrijan esa actitud del demonio que tienes ¡un castigo es lo que te hace falta!
- ¿A si? ¿y quién me lo dará? ¿Tú? – respondió con toda confianza y mirada desafiante – Si tu amo se entera que has tocado uno solo de mis cabellos, no te irá muy bien. Los hombres como tú jamás se arriesgan a salir perjudicados ¡No gastes tu aliento en amenazas inútiles!
Más que malhumorado, se puso de pie, le jaló hacia arriba y se echó a caminar, arrastrándola por sus ataduras. Mientras caminaban, Yuan Yi recuperaba la compostura y agradecía con todo su ser, el poseer una alma fuerte. En ese momento, una joven ninja aparece junto a ella.
- ¿Yuan, porqué no acabas con esta basura y huimos de aquí? – interroga la joven, sin ser percibida por el captor.
- No podemos, Lilian – murmura la joven – A penas y me quedan energías para mantenerme en pie, lo lamento. ¡Ah! Y gracias por lo de hace un momento – sonríe de medio lado.
- No tienes que agradecer nada. Es mi deber como tu espíritu acompañante el protegerte – agrega – estará a tu lado en todo momento… - desaparece.
- Gracias – murmura.
- ¿¡Qué tanto estas balbuceando? – interroga el malhumorado sujeto
¡Tao! Aquel nombre resonaba en su cabeza. Esa familia era la causante de todos sus problemas, desde las desgracias de sus padres, hermanos y la suya misma en este momento.
Yuan Yi se encontraba de visita en casa de unos parientes lejanos cuando escuchó una conversación entre su odiado primo Mao Tang y un sujeto de cabellos castaños al que jamás había visto antes, su nombre era Hao. Hablaban de entregarle un pequeño chico de cabeza grande y ojos expresivos. Cuando Yuan Yi intentó rescatar al chico, Mao les habría atrapado a ambos y le había parecido interesante entregarla como obsequio a su más que conocido enemigo, los Tao. En aquel momento pensaba que, quizás, las cosas habrían resultado mejor si el pequeñajo al que intentó rescatar, no hubiera mencionado su relación con los Tao.
Yuan Yi había escuchado que de los Tao, el menor era el peor de todos. Frío como el hielo, indiferente con todas las creaturas. También era el más poderoso y, por lo mismo, un oponente difícil de derrotar. Con sólo trece años había logrado derrocar a su padre, el Gran En Tao, ahora, cinco años después, las malas lenguas decían que sus poderes habían aumentado de una manera más que impresionante. Tenía claro que para liberarse tendría que combatir con él y, por lo mismo, debía guardar su poder espiritual.
- Muy bien, su alteza – pronunció el sujeto, sarcásticamente – es hora de hacer mi trabajo. Se acercó y colocó una daga en su garganta.
- Qué planeas hacer bestia – pronunció Yuan, sin acobardarse ante el filo del metal.
- Sólo mi trabajo… - lentamente descendió la daga al escote de sus desgastadas ropas. Ella contuvo la respiración, sospechando lo que seguía; mantenía su mirada fría y trataba, por todos los medios, de controlar la ira creciente en su ser. La hoja metálica descendió y, con facilidad, rasgó las ropas que traía, dejando a la vista la silueta de su esbelto cuerpo – Has estado ocultando muchas cosas, jovencita – susurró el sujeto, con tono libidinoso.
Se puso rígida, sospechaba lo que venía. Ciertamente intentaba cubrir su encanto femenino con ropas más holgadas y, a veces, se aplanaba el pecho y ensanchaba su cintura. Claramente el interés del sujeto por su rostro había pasado a segundo plano, se concentraba en rasgar el resto de las ropas. Había visto mujeres desnudas, pero ninguna como Yuan Yi Tang.
Yuan Yi antenía su espalda rígida, se mantenía erguida, orgullosa. Con la mente en blanco, pues era consciente de que lo que estaba a punto de vivir sería lo más doloroso de su vida.
- ¡Maldito Mao! – exclamó el sujeto mientras se arrojaba sobre ella, su rostro parecía el de un poseso.
- ¡Si me pones un dedo encima estarás muerto antes de que acabe el día! – pronunció Yuan Yi, mientras daba un paso atrás, esquivando los brazos fornidos de su captor – Si me matas, Mao pedirá tu cabeza… y si no lo haces, me encargaré yo misma de que él se entere de todo – pensó un momento - ¡Ah! ¿Y has olvidado lo que te hará mi hermano cuando se entere? ¿Arriesgarías tu vida por poseer mi cuerpo?
Le tomó unos minutos tranquilizarse para verle directamente a los ojos. Odiaba admitirlo, pero aquella mocosa tenía razón. Era demasiado cobarde como para arriesgar su cuello por un momento de placer.
- No sabes cuánto deseo que ese Tao acabe contigo y esa actitud altanera que tienes – dijo con resignación mientras le extendía un vestido – Ponte esto –ordenó en sujeto, mientras desataba sus manos - ¡Será mejor que no intentes nada! O me encargaré de que tu muerte sea accidental – aclaró, mientras le enseñaba el acantilado.
Yuan Yi tragó saliva y, tranquilamente, obedeció la orden del hombre frente a ella. Aquel vestido era casi transparente, ocultaba sólo lo que debía ocultar, el resto, se veía tras las láminas de una especie de tul suave. Era una mezcla de rojo y negro, los colores favoritos del joven Tao, según lo que le refirió el malhumorado captor.
- Bien, estoy lista – pronunció una vez que acabó de recoger su cabello en una cola de caballo.
Con rudeza él le colocó una especie de saco encima y la arrojó sobre lo que pareció ser un caballo. El tiempo que transcurrió desde entonces le pareció infinito.
- Cariño, el próximo hombre que verás será Len Tao. Piensa en eso mientras llegados, porque él no será tan paciente como yo, JAJAJAJAJA
El palacio de los Tao era imponente, tanto por fuera como por dentro. El pasillo de aquella sala era interminable, al final, en un trono de proporciones, un joven de cabello negro picudo, ojos dorados, piel blanca y actitud de aburrimiento le observaba acercarse con un bulto sobre el hombro.
Una joven de cabello verde y ojos azules, se adelantó para darle la bienvenida, acompañada de un sujeto fornido y de apariencia poco amigable. Intercambió algunas palabras y luego regresó hasta el trono.
- Dice que trae un regalo para ti, Len, es de parte de Mao Tang – dijo cerca de su oído – podría ser un truco ¿qué cosa puede poseer ese Tang que tú podrías desear? - El joven de ojos como el oro alzó una ceja
- ¿Habrá algún asesino oculto en ese saco? – interrogó el hombre junto a la peli-verde
- Uno bastante diminuto – respondió la joven, entonces observó al de ojos dorados.
- Jun, hazlo pasar junto a su regalo – respondió desganado – veremos que trae de interesante – agregó con una sonrisa macabra.
- Ya oíste Lee Bruce Long – el aludido se inclinó a modo de reverencia y obedeció la orden de su ama.
Segundos más tarde, el sujeto con el bulto, lo bajaba frente al joven Tao. Hizo una reverencia y rápidamente retiró el saco para dejar al descubierto el pequeño presente. Los ojos dorados miraban con asombro a la mujer frente a él, traía los ojos cerrados bajo unas largas y espesas pestañas, mejillas enrojecidas por el encierro, cabellos rojizos, recogidos en una cola de caballo, algo desordenados producto del roce. Sus pechos, de tamaño perfecto, formaban delicadas y deseables curvas bajo el vestido transluciente; sus piernas largas y cintura diminuta no hacían más que agregarle más perfección al ya deseable espectáculo. Su rostro, para finalizar, angelical, casi fuera de este mundo.
Con sonrisa triunfal, al ver la expresión del muchacho, el sujeto se retiró con una reverencia.
Yuan Yi aún se encontraba mareada por el movimiento del caballo. Lentamente abrió los ojos, sólo para encontrarse con cuatro ojos humanos y cuatro espirituales que la observaban. Yun cargaba sus pergaminos, a punto de caer de sus manos por la sorpresa. Len por su parte sostenía su lanza, pero esta apuntaba hacia el suelo. Observó con detenimiento, la joven peli-verde traía un traje negro con adornos dorados, el pelo recogido; junto a ella, un hombre alto de apariencia fuerte, ese debía ser su espíritu acompañante.
Recorrió el cuarto, hasta detenerse en el joven de cabello picudo. Sus sorprendidos ojos dorados capturaron su atención. Era apuesto, muy, muy apuesto. ¡Tiene que ser una broma! Está muy lejos de ser como mi hermano lo describía – fue lo primero que pensó Yuan. Rápidamente recuperó la compostura y se acercó hasta unas armas de exhibición que se encontraban colgando del muro, tomó unas cuchillas.
- Mataré al primero que se me acerque – dijo sosteniendo las cuchillas.
Lee Bruce Long dio un paso hacia ella, por lo que Yuan levantó las cuchillas a la altura de su rostro.
- Te aseguro que sé muy bien cómo usar esto – le advirtió, sin inmutarse por la mirada amenazante que le lanzó - ¡Lilian! ¡Posesión de objetos!
- ¡Lee Bruce Long! Prepárate para pelear – pronunció Yun, colocándose tras su espíritu.
Yuan frunció sus cejas y se preparó para descargar todo su poder espiritual en la posesión.
- Déjennos solos
El tono con que pronunció aquellas palabras fue muy tranquilo, pero no se podía dudar que era una orden. No hubo ningún cuestionamiento; la joven peli-verde y su espíritu se retiraron del salón, no sin expresar su molestia entre murmullos.
Yuan sujetó sus armas con firmeza, mientras observaba la figura de aquel sujeto; objetivo de todo su odio, culpable de todas sus desventuras.
- ¡Te mataré! – pronunció con furia - No creas que porque soy una mujer no sé cómo usar la posesión de objetos.
Len no se movió ni un milímetro, pero continúo observándola, sin dejar su lanza. Segundos más tarde llamó a su espíritu y le ordenó permanecer en el trono, dejó su lanza, y caminó lentamente hasta descender los escalones. Yuan contuvo la respiración, se preparó para pelear, mientras Len caminaba hasta el mesón de exhibición, apoyándose en el borde. La respiración de Yuan era entrecortada, parecía cansada. Él simplemente le observaba.
¡Qué demonios se cree que es! A caso una mujer no es oponente suficiente para él. Deja a su espíritu y su arma lejos de él, se relaja a escasos metros de distancia mientras yo mantengo mi posesión y cargo dos armas ¡Maldito Tao! – Rápidamente se lanza sobre él.
No puso mucho esfuerzo al detener el ataque, sujetó ambas muñecas y le observó directamente a los ojos. Yuan se paralizó, presa por la profundidad de esos ojos dorados; tras unos segundos de contacto silencioso, intentó liberarse de su agarre, sus intentos fueron en vano, estaba demasiado cansada y su posesión estaba a punto de desaparecer. A pesar de sus esfuerzos, había hecho uso en demasiadas ocasiones de su poder espiritual, ya case no tenía energías.
- Maldito seas – dijo en un murmullo entrecortado por la respiración jadeante - ¡Te maldigo a ti y toda tu familia, Tao!
Len se mantenía impasible, observándola con detenimiento. Yuan comenzó a perder el control de su rabia, respiró profundo y, lentamente recuperó el control de su ser. Mantuvo la vista fija en el de ojos dorados, lentamente comenzó a retroceder. Era consciente que unos metros más atrás se encontraba la puerta de la habitación, estaba segura que la distancia a la salida no era mucha. Solo debía correr con todas sus fuerzas y podría escapar. Seguía con la mirada fija en el joven, sin perderlo de vista.
Estaba a punto de llegar a la puerta cuando, de la nada, Len Tao apareció junto a ella, sujetándole ambas muñecas otra vez. Trató de liberarse, pero fue en vano, su posesión de objetos desapareció de repente y apenas podía permanecer en pie. Se quedo quieta, aprisionada, pero no sentía dolor. Él estaba tan cerca que podía sentir su respiración. Aquellos ojos esmeraldas le miraron fría y fijamente, mientras él le correspondía con intriga en la mirada.
- ¿Qué se supone que harás ahora? – interrogó la muchacha con algo de dificultad. Intentaba no parecer agotada - ¿me vas a golpear, abusarás de mí? ¿ambas quizás? – la mirada de intriga cambió a sorpresa – No creas que suplicaré, está muy equivocado si piensas eso, Tao – sujeto ambas muñecas con una sola mano, mientras con la otra elevó su mentón para observarle con claridad. Yuan se puso rígida ante el contacto.
- ¿Quién eres? – murmuró el joven. Los ojos de la joven brillaron ante la interrogante.
- Soy tu enemiga, una Tang. Yuan Yi es mi nombre, joven príncipe – finalizó con sarcasmo. El rostro del joven Tao se ensombreció ante la sola mención de la dinastía Tang. No tardó en recuperar la compostura. Dio un paso atrás y liberó a la joven de su agarre.
- Puedes quedarte con las cuchillas, a tu espíritu parece acomodarle ese tipo de armas. Armas de asesino – murmura. Le dio la espalda y caminó de vuelta a su trono – Pero no creas que podrás escapar, el pasillo está repleto de sirvientes que no dudarían un segundo en descuartizarte. De todas formas no puedes ir a ninguna parte con esas ropas, le pediré a Yun que te prepare algo.
- ¡No quiero nada tuyo! Mi hermano… - la mirada de odio que se reflejó en el rostro del joven, le hizo callar rápidamente.
- No menciones a tu hermano en mi presencia. Los traidores no son bienvenidos… - le propinó una mirada de pocos amigos – ahora debo insistir en que te cambies esas ropas, tengo invitados importantes y no me gustaría que te viesen en ese atuendo - frunce el ceño y le observa por un momento - Me pregunto que voy a hacer contigo, Yuan Yi Tang
Continuará...
Hola! Aquí les presento mi nueva adaptación. Inspirada en la gran novela de Jude Deveraux, Angel Audaz, les presento esta adaptación para nuestros shamanes!
Si bien los primeros capítulos serán bastante parecidos, espero que la historia les parezca interesante y dejen reviews.
Nos vemos en el próximo capítulo!
