Disclamer: Todo lo que reconozcas es propiedad de J.K. Rowling, la Warner Bros, etc. La canción de la que tomé la estrofa del principio pertenece al grupo español Warcry, de su álbum Warcry y se llama Quiero. A mi solo me pretenece la idea retorcida y escribo sin ánimos de lucro.
Hola a todos, les dejo una nueva historia, a ver que opinan va a tener varios capítulos, Hermione se tardara unos cuantos capítulos en llegar, pero pues así salió la trama, no desesperéis, solo que no podía tirar uno encima del otro así nada mas sin fundamento.
Espero les guste, A Leer!
ODIANDO
Las fuerzas, me ayudan a continuar
pero algún día, sé que se acabarán
cuando eso pase, no tendré a donde ir
lejos del principio, como tan lejos del fin.
(Quiero, Warcry)
Era obvio a que debía su nombre el whisky de fuego, cuando se deslizaba por la garganta era como intentar tragar un hierro al rojo vivo, incluso para la suya que lo había bebido durante muchos años.
La habitación estaba en penumbra, solo iluminada por los rescoldos que ardían tenuemente en la chimenea. El frío era terrible en las mazmorras y era prueba de lo duro del invierno, incluso podía verse el vaho que provocaba su respiración, pero estaba tan sumido en sus pensamientos que no se daba cuenta que el fuego casi se había extinguido.
Sobre la chimenea un viejo y pequeño reloj avanzaba hacia la media noche, otra noche en blanco, atormentado, en ocasiones el tic tac lo volvía loco, se preguntó si aquella noche Voldemort lo llamaría a reunión. Los mortífagos estaban extrañamente tranquilos no podía augurar nada bueno su inactividad, quizás tramaban algo y lo ponía nervioso no estar enterado.
Sacó un paquete de cigarrillos muggle del bolsillo de su levita y lo encendió, sobre la mesilla había un cenicero repleto de colillas. El viejo sillón de cuero en el que descansaba lo había albergado por muchas noches. El lugar en el que se sentaba estaba incluso ya un poco mas hundido que el resto, pero no importaba, nadie mas entraba en aquellos aposentos, salvo Dumbledore en contadas ocasiones, eran suyos, su territorio dentro de Hogwarts.
Escuchó un leve crujido detrás de él, sus sentidos se pusieron en alerta pero de inmediato supo de qué se trataba. Nada de que preocuparse, ¿o tal vez si?
—Profesor Snape, el director Dumbledore desea hablarle. —Phineas Nigellus el último director que Slytherin había aportado a Hogwarts lo miraba con cara de aburrimiento desde un pequeño cuadro que Dumbledore había hecho instalar ahí para estar en contacto con Severus.
—Dígale al director que puede pasar —dijo sin voltear siquiera a ver el cuadro y con un perezoso movimiento de su varita hizo desaparecer las protecciones que bloqueaban su chimenea a la red flu.
Odiaba aquel cuadro, consideraba que era un violación a la intimidad de su despacho, una forma para tenerlo vigilado por parte de Dumbledore, pero no podía negársele al director del colegio distribuir los retratos dentro del castillo como mejor le pareciera. Así que, hacía cerca de tres meses que aquel nefasto cuadro ocupaba un lugar en las paredes desnudas de su despacho, un horrible cuadro que contenía a Phineas Nigellus mostrando orgullosamente su orden de Merlín. Muchas veces Severus se preguntaba si Dumbledore había pensado que tener a un Black como huésped permanente no era lo que él más deseaba. Otras pensaba que lo había hecho a propósito, pues hubiera podido elegir a cualquier otro director. Ahora luego de noventa días en realidad no le importaba. Le preocupaban mas los constantes asedios del director en su afán de "estar mejor informado" –así lo llamaba Dumbledore –pero para Snape solo significaba una cosa, "saber mas para así poder manejar las piezas a su antojo y conveniencia".
Y ahí estaba Albus Dumbledore, el más grande hechicero de la actualidad dando vueltas dentro de un remolino de llamas verdes. Al fin salió con cara de mareo, las gafas torcidas y un estrafalario atuendo para dormir de color cereza y con pequeñas estrellas doradas, sin olvidar el gorro a juego, todo coronado por un montón de cenizas.
Cuando el anciano salió de las llamas, esparciendo las cenizas en el pulcro suelo de piedra del despacho, Severus se puso de pie en señal de cortesía. Aunque su expresión era de total desagrado.
— ¿A qué debo el honor de su visita a estas horas de la noche, director? —murmuró Snape con amabilidad pero indicándole a Dumbledore que no eran horas para socializar.
—Veo que no estás de humor, hijo —Severus hizo una mueca. —También puedo ver que has estado bebiendo… de nuevo —dijo el director viendo fijamente la botella de whisky casi vacía que descansaba a los pies del sofá.
—Por favor tome asiento Dumbledore —Severus le señaló el sofá al director —disculpe que no le ofrezca algo de beber, pero tengo como regla solo ofrecer bebidas a mis visitas hasta las siete de la tarde.
—Bueno, es obvio que no soy bien recibido, —Dumbledore le sonreía, como si todo aquello fuera un juego —y no creo que se trate de la hora, creo más bien Severus que sabes tan bien como yo que el momento se acerca. —Dumbledore hizo una pausa y continuó como si no supiera muy bien como seguir —me preguntaba si tal vez habrías cambiado de opinión y quisieras contarme, algo más.
Dumbledore dirigió su varita hacia la chimenea haciendo que los rescoldos se convirtieran de nuevo en un fuego acogedor e iluminando así un poco la oscuridad de la habitación. Miró a Snape por encima de sus anteojos esperando encontrarse con la mirada fría del Profesor pero eso no ocurrió. Severus miraba las llamas rojas y azules que poblaban la chimenea. Todo rastro de su enfado había desaparecido y solo quedaba una expresión de fría vacuidad. Y aunque parecía perdido dentro de si mismo respondió.
—El futuro no puede alterarse Dumbledore, usted lo sabe tanto como yo —no volteó a verlo, tenía miedo de que Dumbledore fuera capaz de leer la verdad en sus ojos —ni usted ni yo debemos intervenir, él vendrá y se irá y no tiene importancia lo que yo le diga o no, todo será como debe de ser, contrario a lo que los ilusos creen el destino si está escrito en piedra, Dumbledore.
—No quiero intervenir, solo quiero comprender que es lo que ocurrió —Dumbledore seguía mirándolo, pero mientras pudiera evitaría a toda costa el contacto visual. No sería propio de Dumbledore utilizar la legeremancia pero sabía que la curiosidad estaba matando al viejo. —Si sigues atormentándote por la muerte Lily, no es sano, creí que con el paso de los años lo superarías, pero con cada año que pasa te hundes mas, no lo entiendo Severus. He visto gente que ha perdido a su familia, amigos, conocidos y continúan adelante, lo superan.
—No le diré nada, Dumbledore —lo cortó Snape, entonces retiró la vista del fuego y lo miró —solo lo mismo que le dije hace casi veinte años, debe encontrarme en el Ministerio de Magia, en la Sala del Tiempo dentro de dos días.
— ¿Estás seguro de las fechas?
—Completamente –intentó que en su voz no sonara ningún matiz.
— ¿A que hora llegarás?
—Cerca del anochecer —murmuró secamente el Profesor de Pociones.
—¿A dónde debo llevarte? —preguntó preocupado el anciano.
—¡Albus! –Siempre hacía eso, siempre intentando que Severus dijera más de la cuenta, luego acariciándose el puente de la nariz con el índice y el pulgar respondió —haz lo que creas conveniente, eso será lo correcto.
—No puedes seguirte culpando por la muerte de Lily, Severus, no es sano dejar que el pasado nos consuma.
—Yo a veces he pensado que usted es omnisapiente Albus, parece saber todo lo que ocurre, pero créalo o no, algunas veces existen cosas que pueden escapársele.
Dumbledore lo observaba en silencio, Severus creyó distinguir tristeza, decepción, curiosidad incluso misericordia en su mirada, pero sabía que no debía confiar en lo que Albus aparentaba.
Porque para el mundo era un sabio, un mago extraordinario alguien en quien se pueden poner todas las esperanzas, pero el sabía muchas cosas más, podía ser sabio, podía ser un mago poderoso, podía ser alguien digno de confianza, pero también podía ser maquiavélico y manipulador.
—Y ahora Albus, si no le molesta, me siento agotado y desearía poder descansar –y mientras decía esto se puso de pie en una clara invitación a que el director se marchara.
—Buenas noches Severus —se despidió con amabilidad Dumbledore, tomó algo de polvos flu de la chimenea y desapareció en una marejada de llamas esmeraldas.
Snape siguió mirando la chimenea por donde Dumbledore había desaparecido, luego miró el cuadro de Nigellus, yacía recargado sobre el marco dormitando con expresión de tranquilidad, tal vez demasiada tranquilidad como para ser del todo real. Severus enfadado dejó el vaso vacío sobre la chimenea y se marchó hacia sus habitaciones odiaba que lo vigilaran como si fuera un chiquillo.
Se dejó caer sobre su cama adoselada, muchas veces había temido que Dumbledore se diera cuenta de lo que realmente había pasado. Temía que si se enteraba lo echaría, otras tantas veces había pensado que sería lo mejor, irse de Hogwarts, alejarse por fin de tantos recuerdos, del escrutinio de Dumbledore, de los recuerdos de Lily, de Potter, pero no, no podría estar alejado de ella.
Había estado con ella desde antes de su nacimiento, había visto a la Sra. Granger embarazada, se había colado al hospital, hasta el área de cuneros para ver a aquella bebé de la que se enamoraría como un demente.
Recordaba ese día, se abrió paso entre enfermeras y doctores a base de mentiras y confundus, hasta llegar a aquella ventana desde la que se veían los cuneros, había solo un niño y ella. Imposible no reconocer su rostro angelical, en el que se descifraban los rasgos de la increíble mujer en que se convertiría. Recordaba haber pegado la frente al frío vidrio y haber sentido ganas de llorar, confusión y una tristeza como ninguna otra. Incluso el dolor de la muerte de Lily quedaba opacado ante aquel dolor. Lily, al final, estaba muerta, pero Hermione, ella estaba viva, viva y era una bebé, cuando él era un joven de diecinueve años.
Una mujer de rostro rubicundo y cabello rubio se había acercado al bebé que estaba al lado de Hermione en los cuneros.
— ¿Es su hija? —había preguntado sonriente, en ese momento había querido derrumbarse dejarse caer en el piso del pasillo de aquel hospital y haber llorado hasta morir.
—Es mi sobrina —le contestó con voz imperturbable.
— ¡Qué coincidencia! —Apuntando al bebé dijo —él también es mi sobrino, muchas felicidades, es una niña preciosa.
—Lo se —le dijo y sin despedirse dio media vuelta y salió de aquel lugar.
Abrió los ojos para encontrarse con el techo de su habitación en Hogwarts, los recuerdos eran tan vívidos que era difícil pensar que habían pasado 16 años desde entonces. Y el seguía en Hogwarts incapaz de acercarse o de alejarse de ella.
Había estado ahí cuando ingresó a la escuela muggle, era apenas una sombra a un lado de un árbol cuando su madre la dejó en su primer día de clases. Se había asegurado que le tocara a él llevarle la carta en la que se le informaba que era una bruja, el día en que llegó a Hogwarts había estado tentado a hechizar al sombrero seleccionador para que la enviara a Slytherin, pero no, ella era una Gryffindor, él lo sabía, de cualquier manera no había manera cambiar el futuro, éste era su destino.
Continuó dando vueltas en la cama carcomido por los recuerdos de años pasados, presentes y futuros. Sintiéndose un miserable y odiándose por su destino, odiando haber permitido la muerte de Lily, odiando a Dumbledore y al maldito cuadro de Nigellus por intentar manipularlo, odiando a Voldemort por haber convertido su vida en una pesadilla en la que seguía viviendo aun después de tantos años, odiando a James por haberle robado a Lily, pues si ella hubiera estado con él nada de esto hubiera pasado, odiando a Harry por el simple hecho de ser igual a James, odiando a Weasley, por estar siempre babeando por Hermione, odiando al mundo por que seguía su curso a pesar de que él se desangraba un poco mas cada momento, pero por sobre todo odiando a Hermione Granger odiándola con toda el alma, odiando tener que amarla un día tras otro por todo lo que le quedaba de vida, odiando vivir siempre en la soledad y en la penumbra.
¿Qué les ha parecido? ¿Dudas, reclamos, aclaraciones? En el botoncito de review.
Nos leemos.
Adrel Black
