El título está sacado de esta frase de Emery Allen:

"I feel like a part of my soul has loved you since the beginning of everything. Maybe we're from the same star."


—¿Crees en las marcas de las almas gemelas? —le preguntó Rachel, de improviso, en su primera cita. Danny pestañeó una vez en su plato, sorprendido, y la pregunta que él tenía en la punta de su lengua —sobre si le había gustado el oso bucco— se deshizo como una flor marchita cuando levantó los ojos para mirarla.

No era algo que la gente acostumbrase a preguntar en el primer encuentro (fue una de las cosas que más le gustaba de Rachel Hollander, la fuerza que veía en sus ojos, su ímpetu. Con Rachel todo surgió así; inesperadamente, ardientemente) pero… era más que una cuestión de creencias. Creer en las almas gemelas, tu amante destinado, la media naranja, la otra mitad y todas esas cosas no parecía tan fantasioso cuando tenías algo físico en lo que aferrarte.

Que en tu piel estuviera escrito el «supuesto» amor de tu vida sonaba como algo conveniente, en teoría.

Desde luego, obviamente, no era tan sencillo.

Todo el mundo conocía las historias de las marcas que aparecían en algún punto de la vida (Danny tenía una de esas marcas, la había tenido desde la adolescencia pero no muchos lo sabían) y te hablaban tu alma gemela —algunas personas sostenían que incluso que estaban tatuados en la piel desde el nacimiento y necesitaban tiempo para hacerse visibles, algún tipo de enlace de alma a alma o alguna tontería físico—mística semejante—, y casos existían. Desde luego que existían. Eran famosos, llamativos e increíbles.

Era fácil encontrarle pies en los que apoyarse de forma constante a ese tema. En floridos relatos y cuentos adornados, en informes pseudo-científicos y teorías prácticas.

Había personas afortunadas que encontraban a su alma gemela y lo habían hecho público para que el mundo supiera... Otras personas vivían amargadas por no encontrarlas nunca. La gran mayoría, por otro lado, acostumbraba a llevarlo como todo en la existencia. O, en otras palabras, cada uno lidiaba con su marca como podían.

(Honestamente, él creía que la razón por la que los humanos tenían esas marcas era porque el universo —o Dios, Buda, Zeus o alguno de esos— quería reírse con ellos. De ellos. De su infortunio perpetuo en la búsqueda del amor ideal, de su corazón falible. Pero Danny siempre tuvo tendencia al catastrofismo, al pesimismo. Posiblemente estaba viendo solo el lado malo de las cosas.

—¿Posiblemente?

—Steven).

Un puñado de fanáticos había hecho una ciencia que trataba de adivinar las parejas —no muy diferentes a los psíquicos, videntes y consejeros, en su opinión. Pero Rachel había preguntado y era maravillosa y tal vez la corona en su propio tatuaje tenía que ver con ella. O las flores.

Probablemente no; Danny no era de los afortunados.

—No.

Rachel dejó la copa sobre la mesa y alzó las cejas, toda su atención puesta en Danny. A la luz de la tarde, su cabello parecía tener reflejos de cobre.

—¿No? —preguntó, curiosidad afilando el sonido. Danny amaba su acento británico y podría escucharla hablar por horas.

Con las manos sobre la mesa hizo un gesto de «qué puedo hacer» y se ganó una sonrisa de Rachel. Otra de esas sonrisas brillantes que le daban ganas de sonreír también.

Era un hombre enamorado.

—¿No hay ninguna historia allí?

—Lo que ves es lo que obtienes —aseguró—. No hay misterios.

(Pero una parte de él se preguntaba si el tridente y el ancla dibujados en su tatuaje hablaban de Billy, de su amigo perdido entre las aguas que jamás logró salir a la superficie. Esas figuras siempre le hicieron pensar en el océano.

—Ese es un pensamiento triste.

—El universo nunca ha sido especialmente justo o amable.

—Hizo que me conocieras.

—Bueno, a veces acierta de casualidad).

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Danny descubrió la marca de Rachel en su noche de bodas, no mucho después de dar el «» frente a sus amigos y familias, cuando ella le pidió que le ayudase a bajar el cierre de su vestido.

Rachel le había dicho siempre que ella no creía en las almas gemelas y jamás le había hablado de su marca y él tampoco había insistido con ello. Había hecho, por otra parte, lo mejor que pudo para ignorar la tinta que trazaba formas y líneas en el pecho de Danny.

Pero esa noche Rachel corrió su pelo hacia adelante para dejarle vía libre y la vio.

(La marca de Rachel era diminuta, un pequeño esbozo escrito en la nuca. Podría haber sido una letra, podría haber sido una línea serpentina.

La marca de Danny era una de las rarezas. El tatuaje se extendía por su pecho, de la línea de su corazón hasta el centro, apenas alcanzando un punto por debajo de su estomago, pero el color suave hacia difícil que la gente lo distinguiese a la distancia. Apareció pronto en su vida —y, por lo tanto, fue una de las más llamativas para los ojos que alcanzaban a mirar. Por suerte para él, no muchos alcanzaban la oportunidad de echarle un vistazo).

Danny sabía que ella no había tenido esa marca allí antes por lo que el boceto marcado en su piel, de un color gris (más oscuro que el de Danny), lo hizo sentirse incómodo. Como si fuese la confirmación de que su tiempo juntos era finito. Como si fuese algún tipo de aviso, de declaración. Se preguntó, no por primera vez, si algún día llegaría esa persona con una marca similar, esa persona que arrastraría a Rachel fuera del círculo de sus brazos y haría que ella firmase los papeles de divorcio.

«Ella no cree en las marcas de las almas gemelas», se dijo. Matty siempre le estaba diciendo que él debía aprender a ver el vaso medio lleno.

Danny presionó sus labios contra la piel cremosa, un beso invisible en la marca permanente.

—¿Ha cambiado algo? —preguntó Rachel, suave y frágil en la luminosa penumbra. Estaba claro que su intención desde el principio era medir la reacción de Danny ante la revelación—. La vi el otro día, no sé cuándo apareció… Danny-

—No —le aseguró—. Nada ha cambiado.

Arrastró un sendero de besos por la espalda de Rachel hasta la curva de sus hombros. Tendría que aferrarse a ella mientras tuviera oportunidad. No podía dejar que una marca le dijese a quién debía amar y a quién no. Jamás había creído en ello antes; no tenía sentido empezar ahora.

—Hola, señora Williams —susurró cuando sus ojos se encontraron.

Se suponía que ellos podían ser felices, ¿no?

(—Lamento que no hayas sido feliz entonces, Danny.

—Eso fue mucho antes de conocerte.

—…Aún así, lo siento).

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—Pensé que no creías en las almas gemelas y en las marcas —le dijo a Rachel.

Ella tenía lágrimas en los ojos pero era a él a quién le habían partido el corazón.

—Esta relación no está funcionando Danny. Intentamos por años pero no- nosotros no conectamos bien. Nosotros sabíamos qué no éramos-

A ella eso no le había importado antes. ¿Cuándo había cambiado?

—Apenas conoces al tipo, Rachel —replicó, sintiendo que cada palabra era una puñalada—, ¿Y qué sabes de él? ¡Nada!

—Sé cosas sobre Stanley, Daniel —contestó ella con frialdad inesperada. Enderezó la espalda, retrocediendo—. Trabajé con él durante meses en la empresa. Sé que tiene una marca a juego con la mía-

—¿Y solo porque tiene una marca que dice que es tu alma gemela vas a destruir a tu familia?

—¡No soy feliz aquí!

Rachel siempre hacia eso, centraba todo en ella. Danny rechinó los dientes. Había tenido unos meses difíciles en un trabajo que no era un campo de rosas y sabía que no estaba siendo buen esposo...

Pero ella había dicho ser feliz no hace mucho. ¿Cuándo había cambiado? ¿Por qué no se dio cuenta?

—¿Alguna vez lo fuiste?

Ella se negó a contestarle eso, los ojos vidriosos y los labios tensos.

«Gran trabajo, Detective Williams», se dijo.

Vio a Rachel cerrar los ojos, imaginó que era para tranquilizarse, y se preguntó si funcionaba incluso. Él no podía dejar de sentir un molesto cosquilleo en sus ojos, lágrimas que no podía permitirse que se asomasen. No todavía. Era devastador, sentir que estás odiando a alguien que solías amar.

—Quiero que me ayudes a decirle a Grace que nos vamos a separar —le dijo Rachel finalmente. Más tranquila, igualmente dolida—. Ella te escucha más a ti.

Su perfecta, maravillosa, dulce niña.

—Rach-

—No hagas esto más difícil, Danny.

Fue un milagro no romperse a llorar mientras le decía a su hija que él no era lo suficientemente bueno, lo suficientemente fuerte como para mantener a su familia unida.

Era increíble, realmente, lo que un dibujo contra tu piel podía hacer. Incluso con personas que dijeron que no se sentían influidos por ellas.

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Stanley Edwards era el alma gemela de Rachel. Porque por supuesto que lo era. Elegante, educado y gentil en apariencia. Y también hacía gala del disfrute de hacer su vida más difícil… Igual que ella. La casa en Nueva Jersey no era lo suficiente para él, así que vivía por tiempos en Nueva York, en Nueva Orleans, en Las Vegas y en Seattle como para variar un poco el paisaje. A Danny no podía importarle menos donde pasara tiempo ese impostor, pero odiaba que Rachel necesitase llevarse a Grace a cada estúpido lugar que Stan quisiera. ¿Acaso Stanley no había tenido suficiente quitándole a su esposa?

Él era el padre de Grace, maldita sea.

—Nos vamos a ir a Hawái.

No, definitivamente no había escuchado eso bien. El cansancio le estaba pasando factura. —¿Hawái?

—Sí, supongo que has oído hablar del lugar, ¿cierto? —El divorcio realmente había hecho que se olvidasen ser amables el uno con el otro. La voz de Rachel parecía un hierro caliente quemándole la piel—. Son unas islas en el Océano Pacífico. Hay personas civilizadas que viven allí.

Danny se quedó en silencio.

Su vida en los últimos meses había sido un infierno —había perdido la mitad de sus posesiones en el divorcio, no podía ver a su hija más que dos veces por semana, su esposa no tenía reparos en empujar a su parvada de abogados en su dirección cada vez que el viento cambiaba de dirección y no tenía vergüenza en intentar sabotear su relación con Grace— pero...

—No puedes hacerme esto, Rachel.

—¿Hacerte, qué? Esto no es sobre ti, Daniel. Stan tiene una gran oferta de trabajo en Hawái y no voy a vivir lejos de «mi» alma gemela —Rachel no dejaba espacio para protesta, rara vez lo hacía—. Naturalmente mi hija va a venir conmigo. Es un hecho.

Sabía que Rachel adoraba a Grace; estaba en sus ojos y en su sonrisa. En la forma en la que la sostenía cerca de su pecho cuando ella lloraba. En cómo decía su nombre al saludarla cuando Danny tenía que llevársela por el fin de semana. Pero tenía esos arrebatos que él detestaba en los que parecía que consideraba a Grace como algo que podía arrebatarle, una posesión más.

Odiaba a la mujer que había conocido cuando ganó la custodia de su hija, la hija de ambos, porque parecía que esos episodios, antes aislados,eran ocurrencias más frecuentes.

—Rachel...

—No hagas esto, Danny —dijo con ese mismo tono condescendiente que había perfeccionado cuando se separaron («no hagas esto más difícil»). —Es una decisión tomada.

Su vida se le estaba escurriendo de las manos y él no tenía idea de cómo detener las olas.

—¿Cuándo se van? —preguntó, apretando el teléfono contra su oreja—. Necesito, uh, necesito despedirme de Grace. Necesito-

—Estamos rumbo al aeropuerto ahora mismo.

—¿Qué demonios, Rachel?

—Si hubieses respondido la llamada anterior-

—Podrías habérmelo dicho cuando llevé a Grace a tu casa —objetó, hirviendo.

Excepto que Rachel jamás haría eso. Ella rara vez lo enfrentaba cuando tenían público, demasiado preocupada por las apariencias y el qué dirán y Stan había estado allí.

(Rachel era viciosa en una pelea y él no era mejor y los dos aprendieron a sacar lo peor del otro durante esos últimos meses antes de que la separación fuese oficial.

Les costó años superar eso).

—Pon a Grace en el teléfono —exigió, en cambio.

Un latido, o dos. —Está dormida.

—Quiero despedirme de mi hija, Rachel.

No era un grito, no lo era. Puntuó cada palabra para que fuera clara y deliberada. Rachel siempre había sido buena con sus peleas y los gritos, nunca retrocediendo.

Ella no sabía lidiar con su calma.

—Te hablaré cuando hayamos llegado, Danny. Lo prometo.

—¡Rachel!

A veces realmente, realmente la odiaba.

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Hawái era todo lo que las propagandas decían. Era brillante y soleado y caluroso.

Los colores en la isla parecían vibrar en su máxima expresión, tonos tan vivos que le hacían extrañar el pavimento y los edificios que llegaban hasta el cielo. Todo era sol, olas y arena.

Era esplendoroso y fastuoso y costoso.

Y él estaba divorciado, perdido y solo. Con el corazón roto por creer que el amor no estaba determinado por unas marcas en la piel.

El auto se detuvo en el camino. Y no volvió a arrancar.

Danny odiaba esa estúpida isla, su sol brillante, su arena blanca y sus hermosos paisajes. Odiaba el océano desde que le había arrebatado a su mejor amigo, odiaba el aeropuerto que le había robado los últimos días a su perro, odiaba las carreteras que no tenían sentido y odiaba los mapas que estaban rodeados de azul y eran confusos y no eran sobre Nueva Jersey.

Estaba lejos de casa, muy lejos.

(—Tú eres el más fuerte de nosotros —le había dicho Matt en su momento más oscuro, cuando el alcohol era sabor común en su lengua y la sonrisa de su hija lo único con lo que podía aferrarse—. Dicen que antes del amanecer está la hora más oscura.

Su hermano estaba lleno de mierda. Pero siempre lo ayudaba, siempre lograba que él se sintiese mejor).

No odiaba los atardeceres. No podía odiar lo bello que se veía todo con la estela de oro que dejaba el sol en su caída ni podía recordar por qué un cielo pintándose de naranja debía causarle rabia. No odiaba la vista del atardecer de ese pequeño paraje que lo había recibido cuando él se cansó de caminar sin rumbo por la carretera ni tampoco odiaba lo irreal que se veía todo desde esa perspectiva.

Para que llegaran la luna y las estrellas, el descanso y la calma, el sol primero tenía que caer.

Danny ya había caído. Sólo tenía que volver a levantarse.

(—Eso fue realmente poético, Danno.

—Gracias, babe).

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—Mamá tiene a Stan —dijo Grace, toda inocencia, durante una de sus noches compartidas. Danny miró el rostro de su hija con el corazón partido al medio—. Me gustaría que conocieras a alguien también.

—No necesito conocer a nadie, monito —contestó. Presionó sus labios en la frente de Grace sintiendo un nudo en su garganta—. Te tengo a ti.

Y quizá Danny no estaba lidiando bien con el dolor. Quizá estaba resentido, amargado y deprimido, contemplando su tatuaje con una molesta irritación que le llegaba hasta el fondo del estómago...

Pero él estaba trabajando en ello.

Dificultosamente, tal vez.

Arañando la arena con un corazón roto, si querías una metáfora.

Pero.

Él.

Estaba.

Trabajando.

En.

Ello.

(Obviamente una niña de ocho años con una misión no pensaba que eso era suficiente.

—¿Qué esperabas de mi niña, Danno? Ella es testaruda. Se parece a sus padres).

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—¡Las flores de tu tatuaje son hibiscos! —dijo Grace, durante su primera semana de vacaciones de verano, toda cantarina—. Mi maestra nos dijo que es la flor del estado de Hawái. ¿Sabes lo que eso significa, Danno?

—¿Qué tu maestra sabe de lo que habla, como debería ser siempre?

Grace lo miró como si estuviese sintiendo pena por su falta de inteligencia.

—¡No, Danno! Quizá tu alma gemela esté aquí. ¡En Hawái! —La luz de su sonrisa le hizo olvidar por un momento lo ridículo que era todo el asunto—. ¡Es el destino que nos hayamos mudado!

«Cariño, no», pensó con la misma tristeza que lo inundaba cada vez que el tema resurgía, «son los caprichos de tu madre y su nuevo esposo».

—Monito...

—¿Qué crees que signifique la corona? —preguntó ella, ojos todavía llenos de ilusión y entusiasmo y Danny no tenía corazón para decirle que él no creía en esas cosas. Érase una vez, él también había escuchado las historias de las almas gemelas con la tierna ingenuidad de la infancia—. ¿Crees que sea una princesa? ¡Podrías casarte con una princesa hawaiana!

—Creo que has tenido demasiada azúcar por hoy.

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—¿Monito?

—¿Sí, Danno?

—¿No crees que deberíamos suspender esta investigación?

Grace, por alguna razón que Danny desconocía, no había querido dar el brazo a torcer. Y mientras más días pasaban, más dedicada parecía a resolver... el misterio. Su misterio. Pero, estadísticamente, no muchos encontraban a su alma gemela en la vida. Muchas veces esos misteriosos tatuajes permanecían como incógnitas y esa mejor aprender a vivir con ellos que armar castillos de naipes en el aire.

¿Qué probabilidades había que él fuese de ese pequeño porcentaje de personas que realmente encontraba a su alma gemela y ambos eran felices con el resultado?

Rachel lo había logrado. Él… bueno. Él-

—¿No tienes ni un poco de curiosidad, papá? —preguntó su hija. Tenía que apreciar lo serio que era el tema por la falta del uso de su nombre especial—. A mí me gustaría saber, si estuviera en tu lugar. Podría estar más cerca de lo que crees.

Danny parpadeó, su mundo dado vuelta por un momento. ¿Le daba curiosidad ver la persona que representaba su tatuaje? Por supuesto que le daba curiosidad. Saber era mejor que especular y si sabía a quién se refería, él estaría preparado para el eventual encuentro. Pero, como todo lo mágico, no había reglas aplicables ni manuales de guía. Estaban todos lanzados más o menos a su suerte. Danny aún no tenía idea por qué una persona se daba cuenta que la otra persona era su alma gemela solo por ver un dibujo en su piel. Las historias hablaron de conexión instantánea, de reconocimiento, de… algo. Pero Danny llevaba cuatro meses en Hawái y no le había pasado nada.

—Dijiste que era el destino, monito —le recordó—. ¿No crees que tratar de averiguarlo sería como que alguien te cuente el final de la película?

Eso llegó más profundo de lo que esperaba.

La cara de Grace cayó. —No me gusta que estés solo.

—No estoy solo, cariño.

Ella lo miró como si no le creyera una palabra. Lo que era, bueno, esperable considerando que Danny era un mal mentiroso y su niña preciosa era un poco demasiado inteligente.

—¿Tienes miedo de que no te quiera?

—¿Crees que alguien no me querría? —preguntó, sonriéndole. Alzó las cejas varias veces y Grace se rio—. Sería una gran, gran alma gemela.

(—Sí que lo eres.

—Cállate, Steven. Estoy contando mi historia.

—¡Estoy siendo amable!

—No, estás siendo sarcástico.

—Que sea sarcástico no quiere decir que no lo piense de verdad.

—… Lo sé.)

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Entonces Danny conoció a Steve.

(Y no fue lo que dijeron las historias.

No existió una chispa de reconocimiento, una profunda conexión —a menos que esa fuese una metáfora al encuentro en el garaje con sus armas apuntándose el uno al otro— y Danny no sintió algo diferente a la ira, a la indignación. El enojo era un constante desde hacía mucho tiempo y con Steve no fue diferente. LCdr. Steven J. McGarrett fue rápido para juzgarlo como un ignorante y calificarlo como un inútil —igual que todos en esa maldita isla. Fue rápido para la arrogancia y la falta de escrúpulos sobre el trabajo —quitándole del caso, empujándolo a un lado primero y luego usándolo cuando se dio cuenta que servía, cuestionando su resolución para el trabajo no mucho después— y fue rápido para humillarlo. Danny lo odiaba a tan solo conocerlo —el tipo de odio que llegó con sentimientos intensos no siempre permanece— así que...

No fue lo que dijeron las historias.

Solo que sí lo fue.

(Quizá por eso, en retrospectiva, lo pensó más… real. Después de pasar tiempo con Steve, en especial: el tipo funcionaba desafiando las expectativas. Era una de las pocas cosas en las que Danny había aprendido a creer.

—Dices las cosas más lindas, Danno.

—Cállate, Steven. O te dispararé).

Danny volvió a su casa esa noche después de ser suspendido en el departamento de policía y haber sido transferido a la fuerza operativa de McGarrett; después de conocer a Chin y Kono y Kamekona, después de haber golpeado a su jefe y haber bebido con él una cerveza en la orilla de la playa...

Y entonces lo sacudió un amanecer.

Un reconocimiento. Una revelación.

Había algo diferente. Un cosquilleo en su pecho. Un hormigueo incómodo que Danny nunca había experimentado antes.

Se quitó la camisa con los dedos torpes —el pulso le martillaba en los oídos, le temblaban las manos— y se fue al baño para mirarse al espejo. El tatuaje siempre había sido pálido, no muy distinto al color de una cicatriz olvidada, pero ahora brillaba en negro como si alguien se hubiese decidido a colorear las líneas que recorrían la marca para que todos la pudiesen ver.

Danny había tenido su marca de que tenía quince años por lo que nunca se había cuestionado su presencia —algo con lo que Rachel sí que había tenido que luchar— pero nunca la había visto tan remarcada. Como un mensaje. Como si le estuviera diciendo que su alma gemela lo necesitaba. O estaba cerca. O ambas cosas.

«Cuánta más oscura es la marca, decía el dicho, más profunda es la conexión».

Y pensó en Steve McGarrett.

Pensó en Steve en el garaje de su casa de la infancia, espejo uno del otro mientras defendían sus posturas. Pensó en el golpe frente a la gente y en la forma que Steve le pidió disculpas en el auto. Pensó en su rostro ceniciento mientras discutían por el caso y la mirada perdida en sus ojos mientras hablaba de su padre. Pensó en la cerveza en su playa dorada y en las cosas que había dicho. En las cosas que Danny había dicho.

Había habido una conexión. Había habido algo más.

Los hibiscos eran las flores de Hawái, le había dicho Grace.

El tridente y el ancla siempre le hicieron pensar en el océano.

Y la corona…

Danny sacó su teléfono y torpemente escribió Steve en el buscador. Ignoró los primeros enlaces pero abrió una página que detallaba los significados de los nombres.

Steven. Derivado del griego. Coronado.

Y Danny jamás había creído en ninguna de esas cosas pero allí estaba, contemplando las líneas oscuras (las flores —hibiscos, Danno—, el ancla, la corona y el tridente) con algo muy parecido al anhelo. A la esperanza.

Pero él tenía el corazón roto por un amor que no fue y Steve estaba llorando una relación truncada. Y esa noche se durmió pensando en coronas y tridentes y despertó con las lágrimas de Rachel grabadas en la retina y un «no soy feliz aquí» resonando en sus oídos.

Estaba en problemas.

(—¿Lo supiste desde el principio?

—Sí… Lo hice).

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Five-0 debería ser un nombre risible. No como «Fuerza de choque» o como esa frase que solamente Chin Ho Kelly podría decir con seriedad y que había desatado sus risas en el momento en que la pronunció.

Solo- ¿Qué clase de persona tomaría en serio alguien que grita Five-0?

Aunque Danny sintió algo cuando escuchó su significado, lo que representaba. «Es como mi padre solía llamar a nuestra familia, porque no somos originarios de Hawai», había dicho Steve y fue uno de esos raros, dulces y preciosos momentos en los que Danny veía algo más que el súper soldado arrogante y orgulloso que quería controlarlo todo. «Fue su manera de hacernos sentir pertenecientes a algún lado, supongo».

Y era... Un nombre apropiado para ellos.

Para la novata que había dejado las olas como una ex surfista y luchó por una placa que no tomarían en serio en el departamento. Para el policía deshonrado al que todos le habían dado la espalda cuando más necesitaba un hombro en el que apoyarse. Para el hijo que regresó a la casa demasiado tarde para salvar a su padre pero no demasiado tarde para reconstruir su vida. Para el padre que lo había dejado todo atrás por su hija y que tenía que empezar desde las cenizas.

Para ellos, sí, Five-0 era el nombre perfecto.

Más que perfecto.

Nunca debía dejar que Steven escuchase eso.

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Como Steve no tenía problemas para quitarse la ropa a menudo, descubrir si escondía una marca no fue una tarea complicada.

Poco antes de que se cumpliera un mes de la fundación de Five-0, Steve decidió que era una buena idea nadar hacia el U.S.S. Missouri para tratar de atrapar a un desesperado SEAL del que se sospechaba un homicidio porque, claramente, eso era lo más arriesgado que se le había ocurrido para el caso (y, por supuesto, porque creía que el SEAL era inocente y solo necesitaba a alguien en su esquina).

Así que mientras Steve se dedicaba a ser, bueno, Steve, a Danny le tocaba la investigación del homicidio.

Esa fue la primera vez que Danny vio el torso desnudo de Steve (no sería la última y, cada vez, lo sentía como un recordatorio).

No había ninguna marca.

(Antes de esa visión Danny se había preguntado cómo sacar el tema de la marca con Steve. Y si debía sacarlo. Se suponía que había una conexión entre ellos, que los dos estaban en el mismo tren... Se suponía que había algo entre ellos que excedía lo normal. Lo suficiente para que Danny tuviese un tatuaje pintado con tinta negra donde antes había una suave pincelada.

Pero él no creía en esas cosas —había pasado años convenciéndose a sí mismo que no creía— y Steve y Five-0 eran lo mejor que le había pasado desde que puso un pie en esa maldita isla).

Danny tenía una marca, Steve no tenía ninguna.

Las marcas no eran siempre iguales pero estaban, en general, en lugares reflejados y tenían un estilo semejante, algún tipo de distinción que las emparentaba. Pero Steve no tenía ninguna marca en su pecho y Danny sintió que algo caía en su estómago con la confirmación de que todo era unilateral. Había oído de casos, tan raros que apenas tenían menciones honorificas en el gran esquema de las cosas, pero allí estaba.

¿Y no era irónico? Durante años había negado el lugar de las marcas, su importancia y su valía y, de repente, la marca que él buscaba no existía y algo profundo dentro de él se rompió un poco por lo que implicaba.

«No mereces tener un alma gemela», parecía que era lo que el universo trataba de decirle. Al menos el universo era consistente con Danny: siempre le había hecho la vida imposible.

(Eso no significaba, por supuesto, que Danny tenía que descuidar su vida. Su hija siempre estaba en lo más alto de su lista, justo antes de Steve. Y Five-0 y su trabajo. Con esas cosas ya tenía mucho en su plato como para dedicarse más de lo necesario a bucear por el pozo filosófico y a sentirse mal consigo mismo por su suerte y por un estúpido enamoramiento que no tenía razón de ser y que definitivamente, definitivamente no estaba sucediendo).

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—Grace me dijo que vio algo nuevo en tu tatuaje —le dijo Rachel, suavidad en toda ella. Tristeza, también.

Danny se tensó.

Era la primera vez en mucho tiempo que ellos tenían una conversación civilizada y él no quería arruinar eso. No quería... No quería hablar de su tatuaje. No con Rachel, que una vez había jurado no creer y lo dio vuelta todo cuando encontró a su media naranja.

—No tenemos que hablar de esto-

—Limitémonos a hablar de Gracie, ¿está bien, Rachel? Por favor.

—Hasta que conocí a Stan-

—Rachel, de verdad. Te agradezco que nos prestaras tu casa y por el té que le serviste a Steven y por ayudarme con todo lo que has hecho pero, te lo pido por favor, no hables de esto conmigo. No me interesa escuchar lo que tienes para decir. No quiero escucharlo.

Rachel lo miró por un momento, ojos afligidos y nostálgicos y dulces y una mirada tan parecida a la noche de bodas que tenía ganas de gritar. Ella no tenía derecho a parecer miserable.

—Danny.

Suspiró. —¿Qué?

—¿Quién es?

—¿Por qué demonios te importa? —preguntó, la ráfaga de ira que Rachel despertaba lo azotó inesperadamente. Retrocedió, literal y metafóricamente—. Mira, de verdad. Solo- solo déjame saludar a Grace por un minuto. Es eso y me voy. Steven está esperando afuera.

(Años después, cuando Rachel le confesase que ella supo desde el comienzo que nunca sería feliz con Stan, bueno, Danny no sabría si reír por la ironía o llorar por lo que había perdido, por todo lo que había pasado entre ellos. Steve lo abrazaría de todas formas, aunque no pudiera decidirse.

Eso era lo único que lo consolaba un poco).

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Danny era un detective y, por supuesto, se sentía curioso por las personas a su alrededor. Y, tal vez y solo tal vez, estaba híper-concentrado en una persona de su equipo en particular.

Por eso fue fácil empezar a apuntarse cosas al respecto.

Lo más obvio de todo era que Steve seriamente, realmente necesitaba un amigo. Sus padres habían muerto, su hermana no había llegado al funeral —y por lo que había escuchado no tenían la mejor de las relaciones— y Steve no había estado en Hawái hacía mucho tiempo. Era lo suficientemente familiar a todo como para ser un kamaaina pero incluso así tuvo que ganarse la confianza de la gente primero.

Así que Steve necesitaba un amigo y Danny también necesitaba de esos. Y cuando el tipo estaba fuera del trabajo y sus barreras se relajaban un poco, bueno, era fácil estar a su alrededor. Ambos necesitaban un amigo más de lo que necesitaban romance y todo eso que venía con el cuento de las almas gemelas.

—Déjame preguntarte algo. ¿A qué profundidad tuviste que cavar? Quiero decir, ¿cuánto de tu alma perdiste al empezar a apreciarme?

—Estoy calculando.

—A lo mejor no estás tan solo aquí como tú piensas.

Danny se sentía cómodo y tranquilo, a su pesar. Otras veces... Bueno. Otras veces se preguntaba cómo se las arreglaba para no dispararle.

—Eres insufrible.

—¿Y crees que tú eres un paseo en el parque?

Danny presionó los labios.

—Sé que soy difícil —reconoció porque él era lo suficientemente consciente como para pretender que no lo sabía, aunque le gustaba fingir lo contrario—. Eso no quiere decir que mi opinión no sea válida.

—Para que conste, tu opinión es importante para mí —Steve también pareció cambiar un poco el tono, suavizarlo—. Pero a veces las cosas no son blancas y negras, Danny. Aunque sé que eso no te gusta. Tienes que vivir entre los grises porque, a veces, no hay otra opción. Créeme.

Otra cosa que notó sobre Steve fue que objetivamente, realmente necesitaba un cuidador.

—¿Te pasaste todo el fin de semana arreglando ese coche? —le preguntó.

—No seas tan despectivo con ella. Y te lo dije, es temperamental —Danny puso los ojos en blanco—. Ya termine de arreglar la casa. Necesito mantener mis manos ocupadas.

—No te ves cómo si hubieras descansado bien.

—¿Te preocupas por mí, Danno? Eres muy dulce.

—Cállate, Steven. Lo único que me preocupa es que estás conduciendo mi auto y no sé si tus reflejos están lo suficientemente bien. Ya en un buen día tu conducción me preocupa.

—Estoy entrenado para soportar el cansancio.

—Que puedas hacerlo no quiere decir que debas hacerlo —Las cosas como estaban sólo harían que Kono tomase a Steve como ejemplo, que Danny tuviese que gritar más y que Chin estuviese más estresado lidiando con los tres de ellos—. Debes descansar mejor.

Steve sonrió. —Sí, papá.

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—¿Qué demonios está mal contigo, Steven?

(—Dijiste eso mucho.

—¿¡Me estás juzgando!?)

Y advirtió que había un tema (no relacionado con su familia) para el cual Steve era especialmente sensible.

—¿Crees en las almas gemelas? —La pregunta de Grace fue tranquila y serena, reflejando su curiosidad. Como era una niña, esas preguntas las podía hacer sin consecuencias y ella se aprovechaba. Probablemente. Danny cambió el foco de su atención, curioso por la respuesta y vio la tensión en los hombros rígidos de Steve.

—He visto muchos casos —respondió sin responder—. Hay grandes historias.

—¿Los tatuajes son de tu alma gemela? —preguntó Grace, señalando los brazos de Steve y Danny sintió un retorcijón en el estómago que no esperaba—. No se ven como otros tatuajes que vi...

—No, estos son míos.

Era tiempo de intervenir. —No hagas esas preguntas tan personales, monito.

Grace lo miró por un segundo, luciendo debidamente arrepentida, y se giró hacia Steve.

—Lo siento.

—No tienes por qué disculparte, Gracie —dijo Steve. Pero le lanzó una mirada de agradecimiento a Danny—. ¿Tú crees en las almas gemelas?

Grace dudó más de lo que Danny pensó que haría, considerando que ella conocía a una pareja nacida por ese concepto. —Sí, creo que sí.

Danny frunció el ceño. —¿Cariño?

—Es- es que las almas gemelas también pelean mucho. Pensé que no deberían hacerlo.

Danny parpadeó. Stan le había dicho que había estado teniendo problemas con Rachel durante un episodio fortuito pero… él no sabía que Grace sabía.

—Todo el mundo tiene sus momentos —le dijo—. Además, las historias no dicen que todo es perfecto, que no habrá problemas. Las personas pelean por tonterías a veces.

¿Quién hubiera dicho, tan solo un par de meses atrás, que él estaría defendiendo la relación de su ex esposa con su nuevo esposo?

—Es cierto, Gracie —concordó Steve, que le lanzó una mirada de orgullo con la que Danny no sabía qué hacer. Supuso que superSEAL también había notado la ironía, habiéndolo escuchado quejarse de Rache y Rachel-Stanley lo suficiente—. Mira a tu Danno. Dudo que no pueda no quejarse de algo. Creo que haría enojar a un Santo.

Grace, pequeña conspiradora, se rio.

Mirándolos a los dos, Danny se dio cuenta de algo más: a él realmente, realmente no le importaba qué relación tenía con Steve.

Estaban bien como estaban. Honestamente. Eran amigos. Lo suficientemente amigos para que él se encontrase haciendo cosas que rara vez hacía por alguien que era un virtual desconocido. Lo suficiente como para enfermarse de preocupación por un tipo que tenía claramente fascinación por los explosivos. Lo suficiente para dejar que Steve se acercase más de lo que cualquier persona se había acercado en lo que llevaba viviendo allí. Claro, los sentimientos, desde la conexión y el anhelo hasta los celos, estaban allí en algún lugar calentándose a fuego lento, pero más que otra cosa... Danny quería que Steve fuese feliz. Quería ser parte de su vida pero no le importaba cuánta felicidad viniera de su parte. Quería borrar los fantasmas de Steve como pudiera, ayudarlo a sonreír un poco más y salvarlo de las penas en las que parecía ahogarse con cada nueva pieza del rompecabezas que se le presentaba. Quería alejarlo del dolor en el que lo había visto sumergirse una y otra vez.

Steve necesitaba un amigo, un cuidador, alguien que siempre lo pusiera primero y alguien que se quedara a su lado incluso cuando tomaba decisiones estúpidas... y el tipo tomaba decisiones estúpidas diariamente, sin exagerar.

Danny podía ser esa persona. Todo el tiempo que fuese necesario.

Para siempre.

—¿Sucede algo, Danno?

—No, monito —le sonrió a su pequeña y luego a Steve. Los dos lo estaban mirando con espejadas expresiones preocupadas—. Todo está muy bien.

—¿Entonces podemos ir a la playa del tío Steve?

Solo ver la sonrisa de Steve al escuchar el título honorario que Grace acababa de darle, que era como sol filtrándose entre las nubes, valía la pena cualquier encuentro con el océano. Y más.

—Podemos ir a la playa del tío Steve —dijo—. Si él realmente no tiene problema con recibirnos.

—¿De qué estás hablando, Danny? Ya te lo dije: mi casa es tu casa.

(No serían lo que describían los cuentos, no por un largo trecho, pero él se sentía en paz con una decisión como hacía mucho tiempo que no se sentía.

Y a él nunca le habían gustado esas historias de todas formas).


LCdr: Lieutenant Commander.


Notas:

No tengo idea por qué empecé a escribir esto pero de repente tenía más de seis mil palabras con este concepto y necesitaba sacarlo de mi mente. No tiene mucho más sentido que eso.