Disclaimer: Hunter x Hunter no me pertenece, sino al gran Yoshihiro Togashi.

Cabe recalcar que esta historia se centra en Leorio y Kurapika, con la intervención de ciertos personajes originales que darán forma a la trama.


Disección

I

Apostar iba más allá de ser un juego. Apostar significaba estar dispuesto a ganar o perder todo. No sabía cómo ni por qué, pero habían días que le entraban ganas de ir al casino y poner todo su dinero en la mesa, a la par que los ceros aumentaban y su fortuna crecía. Apostar lo era todo, y por ser eso mismo, era que había perdido hasta lo único que hace a un humano, humano: su vida.

El edificio de la cátedra de anatomía era espacioso y sin muchos pisos para que los menesteres educativos e investigativos no se vieran frustrados por tener que transportar cadáveres por varios niveles o que algún frasco con un órgano importante se estropeara por el descuido de alguien al subir o bajar las escaleras. A pesar de contar con alta tecnología, el piso estaba desgastado al punto que los peldaños tenían cuencas por el uso, y es que no por nada era la Escuela de Medicina más antigua del país; además, la iluminación era tan mala como la de una película de terror de bajo presupuesto. Sin embargo, con todo y sus defectos, los estudiantes le tenían aprecio, los trabajadores la cuidaban con cariño y los doctores lo llamaban su "segundo hogar". Un buen sitio para pasar los varios años de preparación e instrucción médica.

Del segundo piso, dos estudiantes descendían mientras charlaban de forma aireada, cualquiera pensaría que discutían, pero se llevaban tan bien que era normal para ellos burlarse de las desgracias del otro.

—¡Por fin puedo regresar a mi casa! Pensé que todas esas pruebas jamás acabarían —exclamó con alegría la fémina de la pareja, una jovencita que, por sus rasgos comunes, podría pasar desapercibida fácilmente.

—No me hagas acuerdo —se quejó su acompañante, ajustándose de forma solemne los anteojos—. Aún no comprendo cómo fue que logré no sacarme cero en alguna lección. Estoy exhausto…

—¿Eh? Pero, Leorio, a ti te espera una muy, muy larga noche —se burló, a lo que el aludido chasqueó la lengua.

—No me hagas acuerdo. Además —repuso de inmediato—, por lo menos yo me graduaré con experiencia de ayudante en la cátedra de anatomía. Allá tú que rechazaste la oferta, Eriko.

—Lo tuyo fue pura palanca —ladró y se cruzó de brazos—. Ni me gusta la bioquímica. —Infló las mejillas y lo miró con envidia—. Allá los suertudos como tú que hicieron pacto con el demonio y obtuvieron una recomendación por parte del director…

—Pacto con el… —Leorio rio suavemente y alborotó su cabello de forma amistosa—. Son las ventajas de ser un Cazador.

—Bueno —la muchacha apretó las asas de su mochila, sin querer realmente decir lo que tenía en mente—, me alegra que lo aproveches y que el cargo haya caído en manos de un buen tipo como tú.

—¿Me estás halagando? ¿Mis oídos están escuchando bien?

—Leorio, eres el peor. —Lo golpeó de forma amistosa y exhaló—. Ten cuidado de regreso a la residencia, ¿de acuerdo? Esta zona es peligrosa de noche, aunque eso ya lo sabes con tu experiencia de víctima de robo. ¡Oh! Y recuerda decirle al conserje que no te deje encerrado, la señal por acá es pésima y dudo que pueda venir a socorrerte.

—Sí, espero no tardarme tanto. —Leorio la dejó en la entrada de la facultad, ignorando gran parte de sus estamentos para no amargarse más la noche.

—Te dejaré mis sobras en el microondas. —Le sacó la lengua, a lo que Leorio le puso mala cara—. No te preocupes, te dejaré algo sustancioso a ver si se te quitan las ojeras; luces más pervertido de lo usual.

—Solo lárgate, Eriko —gruñó y se puso el maletín en el hombro para volver a la pequeña sala donde estaría las siguientes horas.

Irremediablemente, regresó la mirada para asegurarse de que llegara a salvo a la residencia estudiantil dos cuadras más allá. Eriko podía tener una personalidad difícil, pero sabía que era una buena muchacha, aparte de ser muy inteligente y amable. Ambos creían fervientemente que los estudiantes estaban allí para ayudarse los unos a los otros, no para boicotearse y hacerse la vida imposible; era una escuela, no una carrera olímpica.

—Veo que hiciste amigos.

Leorio se quedó petrificado, como si el frío nocturno se hubiera adelantado y estuviera entrado en la última fase de hipotermia; sin embargo, eso era imposible cuando sentía el corazón acelerado presa del desconcierto y la alegría porque esa voz… Esa voz era la de…

—¡Kurapika!

—No nos vemos desde hace un tiempo. —El muchacho clavó sus pupilas en él.

—¡¿Por qué demonios no contestas el teléfono?! —Lo tomó de los hombros para comprobar que era real—. ¿Y qué pasa con ese traje de mafioso?

—Vengo del trabajo. —Apartó sus manos y suspiró, ese idiota siempre seguiría siendo un idiota, y de los grandes.

—¿A verme? —dijo sin poder ocultar su emoción.

—Para nada —lo cortó Kurapika, siguiéndolo inconscientemente mientras el estudiante se dirigía a la sala de disección.

—Ya… —Leorio inclinó el rostro de forma dubitativa. Bien, Kurapika era serio hasta la médula, pero la languidez que percibía en su hablar y actuar no era normal; sin embargo, se sintió incapaz de decir algo por el temor que invadía cuando se reencontraba con alguien después de tanto tiempo incomunicados—. Entonces, ¿por qué estás aquí?

Kurapika desvió la mirada. No quería decirle su verdadero motivo porque, conociéndolo, le soltaría un largo sermón de por qué lo que haría estaba mal. Probablemente, intentaría detenerlo, ambos se molestarían y no conseguirían nada al final del día. Era muy problemático como para enredarse en eso por voluntad propia.

—Trabajo.

—¿Eh? ¿Pero no acabas de decir que venías del trabajo?

—Leorio, en mi campo, los deberes y asignaciones nunca acaban. —Kurapika puso los ojos en blanco, para luego cubrirse la nariz con expresión de incomodidad—. Apesta…

—Es el cadáver, por lo general, huelen mal —Leorio le restó importancia y arrugó el entrecejo tanto como le fue posible—. ¿Qué demonios te pasa? Estás de un humor peor que el usual.

—No estoy de malhumor —enfrentó su mirada con la misma ferocidad de antaño—. El raro eres tú, preguntándome por cada detalle de mi vida.

—Ah, claro. Tu vida. Lo siento por preocuparme por un amigo —dijo dolido mientras le daba la espalda—. Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.

Kurapika bufó. Sabía que había sido grosero, por no mencionar que había actuado como si se tratara de un desconocido. Sin embargo, no quería mezclar más a las Arañas, su venganza y los ojos rojos con sus amigos, porque saldrían lastimados y, quizás, jamás podrían perdonar las atrocidades que cometería. Sabía que era egoísta, pero no quería perderlo, no quería que la única luz que vislumbraba en el futuro se extinguiera.

—Eres como un niño —musitó cuando cerró la puerta de madera en su nariz, extinguiéndose sus palabras tras el chirrido de los goznes.

¡Era un idiota! Kurapika Kuruta podía irse por el excusado del señor Nostrade si así lo quería. Él martirizándose y preocupado por él cuando parecía que el joven no quería nada con ellos. No quería perder la esperanza, cedió su actitud extraña a la rebeldía propia de la adolescencia, pero, vamos, esa etapa la había pasado hace un año. Además, dudaba enormemente que la rebeldía alguna vez hubiera golpeado a alguien tan centrado como Kurapika.

—Como sea… Más idiota soy yo por seguir insistiendo —murmuró con un mohín mientras clavaba su mirada en el cadáver femenino que descansaba sobre la mesa de disección.

La sala de disección uno era amplia. La pintura de la baldosa, las paredes y el techo era blanca y estaba desgastada por el constante uso. A cada lado, había un estante gris para guardar los objetos de los estudiantes y evitar que se contaminaran con posibles sustancias que se hallaran en el suelo. Leorio odiaba la iluminación del lugar, una luz blanca opaca que siempre lo dejaba medio ciego y con los ojos adoloridos. Dos ventanales que daban al pasillo que comunicaba todas las salas permitían el flujo del aire siempre viciado por el aroma de la muerte. A Leorio, desde el principio, le había incomodado que fuera ese sitio el más frío de toda la condenada facultad, era como si los espíritus de los cuerpos que estudiaban con tanto esmero siempre estuvieran respirándoles en la oreja, a la espera de no sabía qué.

Pero, le gustara o no, el doctor de anatomía, un apasionado de la neurología, le asignó extraer el cerebro del cadáver que había enviado la morgue después de un par de semanas de investigación infructuosa. Si le preguntaban, creía que era irresponsable no hacer hasta lo imposible para resolver un caso, pero él sería médico, no detective y, por mucho que le frustrara el asunto, sabía que debía avanzar un paso a la vez para conseguir sus sueños.

—Qué miedo. —Leorio miró extrañado el cuerpo y buscó la sierra con la cual realizaría la craneotomía después de colocarse la vestimenta adecuada para proseguir con la disección—. ¿Por qué no tienes ojos?

Se inclinó un poco y la observó varios segundos, hasta que sintió el escalofrío de la consciencia erizándole la piel. Con un breve carraspeo, se irguió y apresuró a quitar la tapa craneal. Cuando se diseccionaba un cadáver, él siempre imaginaba que estaba vivo, que estaba en el quirófano intentando salvar una vida, que cualquier incisión mal hecha podría costarle todo. A pesar de ello, debía admitir que abrir una cabeza, siendo su primera vez, había requerido más precisión y concentración de la usual. Se limpió el sudor con el antebrazo, orgulloso de su trabajo.

—Supongo que al doctor le gustará enseñar la porción decolable del parietal. —Puso a un lado la pieza, preparándola para su conservación.

A Leorio no le asustaba realmente estar allí, le incomodaba un poco pero no al punto de estar nervioso por cualquier sonido anormal. Había realizado varias extracciones de mucho otros órganos, había pasado horas desentrañando cada músculo del cuerpo para que los de primer semestre los vieran, pero jamás había sentido el temor que recorría su espalda en ese momento.

Ladeó el rostro para echarle un vistazo al cadáver. Nada, no veía nada diferente a lo usual. Sin embargo, la sala estaba helada y el aire que apenas lograba llegarle a los pulmones era denso, como si se tratara de agua. Aparte de ello, sentía que su nariz era incapaz de calentar el aire para que dejara de enfriar aún más su cuerpo. Empezaba a sentirse enfermo y juraba que no era por el formol. Se sujetó de la mesa mientras la visión se le nublaba, no entendía qué ocurría, el sentimiento incómodo seguía expandiéndose en su pecho, ofuscándole. Tan solo de una cosa estaba seguro mientras sus oídos, entre el aturdimiento, distinguían un extraño sonido a sus espaldas, si se permitía flaquear tan solo un poco más, podría terminar muerto.

~Continuará~


No sé por qué estoy tan nerviosa con esta historia, ¿será porque la estoy publicando sin haberla terminado de escribir primero? Sea lo que sea, prometo que tendrá final porque ya está todo planeado, hay uno que otro cabo suelto que no termino de unir, pero hallaré formas de hacerlo.

Ahora, no sé si está tan de terror... A mí me está dando miedo escribirlo (?) xD Sin embargo, creo que está cayendo más en misterio. Por cierto, habrán un par de OC's porque lo creí justo y necesario; es decir, Leorio no puede estar forever alone estudiando y cuidando de sí mismo, sobretodo lo último; aparte de Eriko, que no es tan relevante, hay otros dos personajes que sí lo serán por obvias razones que más adelante saldrán.

A este paso, creo que meteré spoilers, así que mejor me despido. Díganme qué les pareció y nos leemos en el siguiente capítulo. ¡Muchas gracias por leer!

¡Mis mejores deseos!