Las señales estaban ahí, en el frío de invierno, en el aroma a chocolate caliente y café impregnado en nuestras ropas, en nuestros pasos hundiéndose en la ligera capa de nieve, e internándose en calles aledañas a las principales, coloridas y navideñas, del pequeño pueblo pesquero de Iwatobi. Las señales danzaban a mi rededor, pronosticando la mayor tormenta de mi vida, la que pondría mi mundo patas arriba, y no las advertí, como tampoco advertí que me seguías, o quizás no quise hacerlo. En cualquier caso, ese 24 de diciembre tu sonrisa fue diferente, y tus manos tan cálidas que arrancaron mi cordura, sumiéndome en la confusión. Tu regalo de navidad, fue cruel… hermoso y cruel.


...

HOPE

Capítulo 1: Desgraciada Navidad


Con las manos en los bolsillos de la chamarra, y la bufanda bien ajustada al cuello, avancé hacía el viejo templo, dando un vistazo rápido a las largas escaleras que esperaban a ser ascendidas por mis agarrotados pies, deteniéndome frente al primer peldaño. Maldije por lo bajo, tentando a desistir. Más era eso o regresar a la casa Tachibana a soportar, a mi madre y la señora Tachibana, desempolvar los aciagos recuerdos de la infancia de Makoto… y la mía. Una ventisca gélida de invierno encogió mis hombros, recordándome que, para mi desgracia, y cómo buenas madres, ambas recordaban con lujo de detalles esos momentos vergonzosos, por lo cual eran bastante explicitas a la hora de narrarlos.

Bufé. No soportaría repetir la pena pasada cuando mi madre habló de como descubrí que era niño, ni la incomodidad de escuchar otra vez, como Makoto salió corriendo, desnudo, gritando que era Doraemon.

Apretando los puños dentro de los bolsillos, empecé a subir escalón por escalón, maldiciendo a cada tipo de estambre, tamaño de gancho y aguja, existentes. Por su culpa estaba forzado a pasar Navidad con los Tachibana. Bueno, tampoco es como si no hubiera tenido de otra. Arrugué el ceño molesto por mi propio recordatorio. Nitori me había invitado a pasar la Navidad con él y su familia, y el capitán intentó arrastrarme a una especia de goukon navideño. Ambos recibieron la misma negativa asesina. Así que en cierta medida, yo mismo cavé parte de mi tumba. Mandé muy lejos esos pensamientos al llegar al templo a oscuras y solitario. No quería ponerme de peor humor del que ya estaba.

La luna, en lo alto, iluminaba ocasionalmente la nieve y la madera, asomándose detrás de las nubes pasajeras, sin estrellas que la acompañaran. El silencio era casi absoluto, sobrecogedor para la mayoría, acogedor para mí, pues buscaba un instante de paz, en cual desmenuzar la maraña mental de esas últimas semanas, y la principal razón por la que no fui capaz de resistir encontrarme rodeado de los Tachibana o, mejor dicho, de uno en particular.

Me acerqué al borde del templo, separado de la prolongada pendiente forrada de árboles, por un barandal de viejo y corroído fierro. La vista de Iwatobi desde el punto más alto del pueblo, era maravillosa. Las casas iluminaban parte de las faldas de la colina, y las calles serpenteaban a su derredor, brillando en los comunes blancos y amarillos, y los festivos rojos, dorados y verdes. Los autos iban y venían, perdiéndose entre casas y edificios, con la gente moviéndose como pequeños puntos sombreados. En la lejanía, el mar en relativa calma, se extendía y se fusionaba en el horizonte con la noche. La espuma y las nubes se convertían en continuación, la una de las otras.

Metí la nariz en la bufanda al sentirla congelada, dándole al mar la punta del ovillo caótico de mi cabeza. El mar tiró entonces de él, deshaciéndolo.

Dos meses atrás, luego de lo ocurrido en el torneo, volví a acercarme a Haru y al resto del equipo de Iwatobi, incluyendo al cuatro-ojos. Fue reconfortante sentir de nuevo su amistad, el relegar aunque fuera un poco, ese orgullo que se convirtió en una barrera entre ellos y mi mundo. Pero así como fue reconfortante poder volver a reír, hablar, entrenar con ellos, la cercanía a mis antiguos compañeros de relevos también trajo consigo algo que creí olvidado. Un sentimiento en exceso cálido, un cosquilleo en el estómago, el sonrojo en las mejillas tirando de mis labios para curvearlos en una boba sonrisa, el latido acelerado robándome el aliento. El sentimiento que cuando era niño, no supe reconocer, y ahora, era imposible negar: amor.

Amor, por la persona menos esperada: Makoto Tachibana.

Cuando me di cuenta de eso, pensé que podría olvidarlo, volver a enterrar lo que me causaba su presencia, su sola mención o su mero recuerdo, alejándome.

Por unos días fue sencillo. Rechacé invitaciones de Haru y compañía con cualquiera excusa, creíble o increíble. Logré asentar mi cabeza lo suficiente para engañarme a mí mismo, hasta que mi madre me llevó, durante los fines de semana, a sus reuniones del club de tejido al que se acababa de unir. Según ella no le gustaba regresar a casa sola, pues sus reuniones terminaban algo tarde.

Aún recuerdo como el corazón se me detuvo al entrar en la casa en la cual se llevaban a cabo las reuniones, tras pensar que me era extrañamente conocida la fachada. Quien nos dio la bienvenida, fue nada más ni nada menos que la madre de Makoto, y quien bajó las escaleras, apresurado para abrir la puerta cuando ya le habían ganado, fue nada más ni nada menos que el mismo Makoto al cual rehuía. La sorpresa de verme se hizo evidente en su rostro, y enseguida fue desplazada por una amable sonrisa.

Las siguientes dos horas, fueron las más largas de mi vida, entre servir de mesero sin paga, y tener que soportar el bombeo acelerado de mi corazón, cada que cruzaba mirada con los simpáticos ojos oliva del capitán del club de natación de Iwatobi. Un infierno de mariposas en el estómago, y nervios a flor de piel.

Al terminar, de regreso a casa, mi madre replicó amnesia selectiva cuando le pregunte porque jamás me dijo que su club de tejido se llevaba a cabo en casa de los Tachibana, y con esa sutileza maternal, me hizo comprometerme a servir de compañía y apoya a Makoto durante las reuniones siguientes, y mientras su sala se llenaba del chismorreo de señoras tejiendo, siendo este su verdadero objetivo.

Durante las siguientes sesiones del club, sentí mi vida acortarse bruscamente entre latidos desenfrenado y súbitos subidones de color. Llegando al punto cumbre el día de ayer, cuando de la nada mi madre anunció que los dos pasaríamos la Navidad con la familia Tachibana. Gou tenía planeado pasar la Navidad con unas amigas.

No tuve oportunidad para negarme, y mi madre estaba demasiado embelesada con su amistad floreciente con la madre de Makoto, que ni forma encontré de zafarme.

Cansado de mis propias memorias, bajé la cabeza y apreté los dientes.

-¿Es qué algo puede salir peor en mi intento por librarme de este estúpido sentimiento hacía Makoto? -me pregunté en un susurro furioso, externado mi maldita frustración.

Más la pregunta retórica, la vida la tomó como un reto personal.

-¿Cuál sentimiento, Rin-chan? –la voz a mis espaldas me congeló con suavidad.

Mis pulmones y mi cerebro dejaron de trabajar, entregando su energía por completo a mi corazón. Rogué fervientemente, con la escaza esperanza a la que pude asirme, que mi imaginación me estuviera jugando una broma pesada ¡es más! Que estuviera enloqueciendo por completo.

El paisaje de Iwatobi me liberó de su encanto, entregándome a la desesperación.

-¿Rin-chan? –la confirmación de mi cordura y la realidad, se escuchó más cerca de mí.

Tragué saliva con dificultad. Ni siquiera maldecir a mi suerte sirvió de algo.

Me dije, que lo mejor sería enfrentar a Makoto e inventarle cualquier cosa. Si decía que lo odiaba, era probable que por si solo se alejara de mí y pudiera permitirme olvidarme de él con calma. Sí. Eso haría. El estúpido sentimiento sería odio. Un gran, enorme… imposible… odio.

Despacio, me giré, encontrando a Makoto, no a una distancia prudente, si no a escasos centímetros, descontrolando mi tambaleante decisión. Busqué sus ojos por inercia. Su mirada oliva inundó la mía, como una ola cálida de primavera sobre un tempano de hielo, descongelando su resistencia. Sus grandes manos tomaron mi cintura, consumiendo, milímetro a milímetro mi silencio, y la firmeza de mis rodillas.

-¿Mako…?

Su índice se posó en mis labios. El rojo me empapó hasta las orejas, haciendo arder mi rostro.

-Es Navidad, Rin-chan –su mano acarició mi mejilla, deslizándose a mi mentón. Los 6 centímetros de diferencia me obligaban a hacer la cabeza a hacía atrás, para mantener el efervescente contacto visual, y él me pidió amablemente otro tanto con una sutil y enigmática sonrisa -. No digas nada.

Su respiración chocó contra la mía, creando un nido de calor en mitad del invierno, sobre el que aterrizaron sus labios en los míos. Un contacto tierno, apenas un roce, que al segundo siguiente se transformó en una demanda posesiva, una declaración sin palabras, en la que su boca y la mía compartieron un secreto.

Levanté mis manos para llevarlas a su cuello, para rodearlo y abandonarme al amor que intenté sepultar durante las últimas semanas… y me detuve.

"-No seas ridículo, Nagisa.

-Si alguien le pudiera gustar a Makoto-sempai, sería Haruka-sempai."

Coloqué mis manos en su pecho, de vuelta a la realidad, empujándolo con fuerza.

-¡No juegues conmigo! –grité, con el dorso del puño en mis labios, y eché a correr hacía las escaleras a toda velocidad, sin volver la mirada ni una vez, sin limpiar las lágrimas que bañaban mi rostro entumido por el frio viento.

A mal tiempo recordé el motivo real por el que deseaba olvidar mi amor por Makoto. No era vergüenza, ni timidez o temor. Era el dolor de la desesperanza, del primer desamor.

Makoto lo había dicho. A él, le gustaba Haruka. No yo.

Imbécil. Jodido imbécil. Desgraciada Navidad. Maldita esperanza traicionera.


Notas de la autora:

Vuelvo a las andadas tras una decisión muy difícil. Y vuelvo con una pareja que me ha vuelto loca desde hace ya algo: MakoRin. Sí. Tengo que admitir que esta pareja se ha convertido en una de mis principales debilidades, y espero que tanto el ff, como la pareja, resulten de su agrado.

Este ff, además de darme la oportunidad de explorar mi amor por el MakoRin (también soy mega fan del RinHaru, y de hecho advierto que pondré algo aquí), es mi forma de desearles una muy feliz Navidad, y de agradecerles a quienes siempre han estado ahí para apoyarme con lo que escribo, aunque apenas voy volviendo a retomar esto de los ff, tras una algo larga pausa.

Dedicación especial a Kazuru, culpable de mi caída en el MakoRin.

Gracias, feliz Navidad, y espero sus comentarios, positivos, negativos, como sean. Saben que son precisamente sus comentarios, los que me dan fuerza para seguir.