La pobre Jeyne Poole

Jeyne Poole trata de suprimir las lagrimas. Se le ha enseñado a no llorar, y como buena alumna, debe demostrar su enseñanza. Si llora, él se lo hará pagar caro. Y ella sabe lo que significa. Mejor no lagrimear, eso enojará al señor.

Ramsay Bolton, se desata los lazos del calzón. Una sonrisa perversa se dibuja en su rostro, y observa a su juguete predilecto. Sus ojos se pasean por la pálida anatomía de la muchacha, delgada como una aguja, y trémula al igual que una hoja en otoño. Esta desnuda, con los pequeños pechos erizados por causa del frío, y la melena del cabello algo desaliñada. Agenda que debe recordar a las doncellas que cuiden de su amada esposa. Le gusta más arreglada, no zaparrastrosa.

Se acerca lentamente a ella, susurrando palabras que fingen pasar por lo compasivo. La joven siente sus ojos húmedos, y se repite una y mil veces que no debe llorar. Lo repasa hasta el cansancio, más cuando él penetra en ella y muerde sus senos. Trata de imaginarse en un lugar bonito. Cálido, quizás.

En ese lugar, Jeyne Poole sonríe por primera vez en años. La tierra es fértil, y se cubre del prado verde, símbolo de la vida. El firmamento está limpio de nubes que amenazan con llover, y el sol resplandece al igual que el oro. Los pájaros cantan tranquilos; los caballos galopean en el horizonte. Ella corre entre la hierba, que la acaricia con dedos suaves y sutiles. No hay dolor, y no es vejada una e infinitas veces por su esposo.

«No existe el dolor. Es una mentira. Yo estoy con mi padre, en Invernalia. La desgracia no nos ha tocado. No hay dolor. No…» piensa, ahogando el grito desgarrador que amenaza con salir de sus labios. Su fortaleza se desmorona en pedazos al no soportar el ardor que le causa el beso del cuchillo que rasguña su piel. Ramsay disfruta lastimándola, no solo con su sexo, también con sus armas. Es demasiado dolor para una niña.

Cuando el hombre alcanza su clímax, la libera de sus garras. Cae de espaldas a la cama, sumiéndose en un profundo sueño. Jeyne Poole queda rota, sintiéndose una muñeca de trapo, usada y rehusada en incontables momentos.

Y se odia. Desprecia su ser, su vida. Se aborrece a si misma por haber nacido en una familia de baja alcurnia, siempre a merced de otros. Piensa que tal vez, si hubiese nacido en una familia noble y de gran prestigio como la de Sansa, nada de eso le estaría sucediendo. Envidia a Sansa Stark, porque ella no ha pasado ni pasará por el tormento que padece día a día. Jamás un hombre, que por decreto de los dioses fue nombrado su esposo, la torturará de esa manera, sodomizándola e hiriéndola en forma masoquista. Al contrario, obtendrá del mundo lo mejor. Todo por ser hija de un lord. Y ella, por ser hija de nadie, consigue ese castigo.

Por no importarle a los demás.