Habia nevado fuertemente la noche anterior, por lo que había amanecido el perfecto y blanco día de navidad. Aquel típico paisaje que siempre aparecía en las películas.

Kendall vio como terminaban de caer los últimos copos de nieve desde la ventana de su habitación. Llevaba despierto desde mucho antes de que amaneciera pero no había querido bajar al salón para dejar que "Papa Noel" pudiese comerse las galletas y la leche tranquilamente.

Además, de por supuesto, dejar los regalos, que esperaba fueran numerosos.

En cuanto oyó cómo sus padres empezaban a trajinar en la cocina, bajó las escaleras saltando los escalones de dos en dos, para encontrarse con un delicioso olor a comida flotando en el espeso aire. El plato y el vaso que habian dejado en la mesa del salón para Papa Noel estaban como siempre, vacíos. Ni una sola galleta se había salvado de la horrible matanza.

- Buenos días cariño.- le saludo su madre desde la cocina con una sonrisa alegre y cariñosa. Kendall le sonrió de vuelta pero su mirada fue directa al árbol, donde descansaban un montón de paquetes envueltos en brillantes papeles de colores.

- Nada de eso campeón- rió su padre alzándole en brazos sin ningún esfuerzo. Las arrugas que se le formaban en el rostro al sonreír indicaba que lo hacía mucho, y en su pelo empezaban a aparecer las primeras canas.

Como deseaba Kendall poder ser mayor, pues no soportaba que su padre lo alzara en brazos como si de un muñeco se tratara. Se sentó al lado de Lazy, su hermana pequeña, que no contaba tres años y ya se sabía la norma que de sin desayunar no había regalos.

Era sorprendente que, siendo tan pequeña le pudiese caber tanta comida en la boca. Parecía una pequeña y adorable ardillita pelirroja.

Rápidamente terminó de comer, y fue corriendo hasta el árbol. Tenía un par de paquetes, pero destacaba con diferencia uno de gran tamaño. Lo abrió, presuroso y no pudo evitar soltar un gritillo muy poco digno. Era justo lo que había pedido, unos patines de hockey.

Le dió un beso en la mejilla a sus padres e, incluso, de tan contento que estaba le dio un beso en la frente a Lazy, quien ya estaba jugando con una muñueca pelirroja como ella. No tardo el ponerse a masticarle el brazo como si fuera de chocolate.

Salió corriendo como alma que lleva el diablo a la plaza del pueblo, que en realidad no era mas que un pequeño descampado donde se reunían los niños del pueblo para jugar. Allí estaban sus amigos, con los que fue corriendo al pequeño lago congelado que había no muy lejos de allí. Jugaron todo el día, para cuando se dimos cuenta estaba ya anocheciendo.

Sus madres les iban a echar la bronca del milenio.

En el camino de vuelta la sombras eran alargadas y se sobresaltaban cada vez que un pajarillo piaba. Todo era oscuro y tenebroso, misterioso y sobrenatural. Los mayores se pusieron a bromear con los monstruos que podrían salir del bosque y comérselos a todos para intentar ocultar su propio miedo, contando historias que se inventaban sobre la marcha sobre oscuros seres caníbales con predilección por la carne de niños pequeños.

Ojalá los mayores nunca hubiesen dicho nada parecido, entonces quizás los pequeños no hubiesen gritado repetidamente y no hubiesen atraído la atención del extraño grupo que pasaba cerca. Hubiesen podido ser los únicos supervivientes.

Las Nornas no lo quisieron así. Fueron los primeros en morir.

Saltaron de entre los arbustos, por delante y detrás del camino, rodeando al grupo de niño. Eran altos y corpulentos de rasgos estúpidos y armados con grandes garrotes. Uno que rondaría lo trece años se burló de las desastradas ropas que llevaban al recuperarse del susto inicial y creelos tontos e inofensivos.

No rió mucho, el que estaba mas cerca de el le dio con el garrote que llevaba en la cabeza, haciendola volar por los aires y manchando de escarlata la impoluta nieve. El resto fueron eliminados en relativo silencio y sin más contratiempos.

Encontrar el pueblo les fue relativamente facil. No había ningún otro en los alrededores y eran pocas familias las que allí vivían. Llenaron de horribles gritos la noche, incluido el llanto de un bebe, que se acabo extingiendo. No encontraron el pueblo en días. Cuando lo hicieron el impacto fue brutal; era el segundo pueblo arrasado en Yukón, Canadá en lo que iba de mes.

-El ataque fue brutal- dijo una voz femenina entre las ruinas de lo que antaño fue un pacifico pueblecillo.

-No es coincidencia que halla habido dos- dijo otra voz con el inconfundible timbre femenino.

-Oh, cállate Sigrún, desde que vinimos a Midgard te has vuelto paranoica.

-¿Yo paranoica?- replicó la voz que debía pertenecer a Sigrún-. Hilda, al menos no como mas chocolate que los malditos...

-¡Callaos, insensatas!- dijo una voz autoritaria- nos pueden escuchar oídos indiscretos.

-Sí, Olrún- dijeron al unísono.

-Vamos a estar atentas y si hay algún incidente parecido lo Investigaremos.

-Sí, Olrún.

Un estallido de luz parpadeó detrás de las ruinas y después volvió a reinar el silencio en aquel pueblo fantasma, con apenas unos edificios en pie y la nieve aún con rastros rojizos.

Unos patines de hockey ya abandonados se hallaban tirados en el camino de entrada del pueblo, rotos y manchados de sangre.

Frase del día: La primera nevada

con su nívea blancura,

nunca fue mas pura.

De hierro negro mi espada.