El Doncella Veloz hacía honor a su nombre y se deslizaba con rapidez sobre las aguas del Mar Angosto, impulsado por el fuerte viento. Tyrion velaba a Sansa en el reducido camarote que había conseguido alquilar para los dos. Ella sufría de mareos y su esposo le refrescaba la frente con un paño húmedo y le acercaba el cubo cuando la acometían las arcadas. No la dejaba sola ni un solo minuto, tanto por el temor de que alguno de aquellos marineros intentara hacerle una visita indeseada (había visto las miradas lascivas que le habían dirigido a su joven esposa) como por la preocupación por su estado. El maestre de a bordo traía infusiones calmantes y Podrick iba a buscar las comidas y se encargaba de vaciar el cubo. Tyrion se disculpó ante el fiel muchacho, asegurándole que haría esa tarea él mismo si no temiese despegarse del lecho de su mujer. Pod alegó que no tenía nada que perdonarle y que llevaba a cabo esa labor con agrado.

Habían escapado a toda prisa de Desembarco del Rey. Nada más caer Joffrey muerto sin duda a consecuencia de un veneno, Tyrion, aprovechando la confusión, buscó a Sansa y la tomó de la mano.

"Tenemos que irnos ya. Nos acusarán por esto."

Echaron a correr y Tyrion la guió por pasadizos, seguidos por Podrick, siempre la sombra de su señor, hasta llegar sin ser vistos a las afueras del castillo, junto a la Bahía del Aguasnegras. Entre los barcos del puerto estaba la Doncella Veloz, que se disponía a partir hacia Pentos. Una bolsa de monedas de oro consiguió que el capitán apremiara a la tripulación, que estaba acomodando la carga, y pocos minutos después el barco zarpó con viento favorable rumbo a Essos.

Dejaron atrás el tañido fúnebre de las campanas. Tyrion intuía que no volvería a ver la capital de los Siete Reinos, a menos que casi toda su familia muriese y ya no quedara nadie para acusarlo por la muerte de su sobrino. Porque sabía que su querida hermana debía de estar gritando su nombre en esos mismos momentos, condenándolo por un crimen que no había cometido.

Y no ha sido por falta de ganas, pensó, sarcástico.

El pobre Pod tampoco atravesaba por sus mejores momentos, pero montaba guardia fielmente a la puerta del camarote. Tyrion había insistido en alquilarle uno para él, aunque el chico se había negado, pero sólo lo ocupaba las pocas horas en que dormía. El resto del tiempo permanecía apostado a la puerta de sus señores, y sólo se alejaba un poco para estirar las piernas y tomar el aire en la cubierta cuando su señor, compadecido del leal muchacho, se lo ordenaba.

Tyrion sopesaba las opciones sobre cuál era la ruta más viable desde Pentos; lo primordial era alejar a Sansa del peligro. Contactar con el codicioso magíster Illyrio no era una opción segura; era totalmente capaz de venderlos a su querida hermana. Por el momento tendrían que continuar viajando de incógnito, eludiendo los caminos. No podían arriesgarse a caer en las garras de algún khalasar dothraki, de los bandidos, de las compañías libres o de los comerciantes de esclavos, quienes carecían de escrúpulos a la hora de aumentar gratis sus mercancías. La alternativa era continuar navegando hacia Myr y Volantis, y desde ahí rodear las ruinas de Valyria para adentrarse en el Golfo de las Penas y la Bahía de los Esclavos. Sería muy duro, pero era la única esperanza con que contaban.

Tras tres días de incomodidad y confinamiento, la Doncella Veloz arribó al puerto de Pentos. Tyrion ayudó a su esposa a levantarse y ella, insegura, se apoyó en sus fuertes hombros mientras él la sujetaba por la cintura. Pod los seguía y vigilaba a los marineros mientras descendían del barco, pero éstos ya estaban ocupados descargando las mercancías y no les prestaron atención.

Se alejaron del puerto y Tyrion encontró un lugar discreto y poco visible donde Sansa podría sentarse a descansar. Envió a Pod a buscar una posada que fuese mínimamente presentable y se sentó junto a la chica, con el puñal preparado debajo de la capa por si alguien se interesaba demasiado en ellos. El capitán de la Doncella Veloz les había vendido capas de viaje y ahora ambos se cubrían con ellas para evitar que los transeúntes de Pentos se fijasen en sus rasgos. La llamativa cabellera rojiza de Sansa, por no hablar de su belleza, y la corta estatura de él, bastaban para llamar la atención, así que las raídas capas eran el mejor camuflaje del que disponían por el momento.

"¿Te encuentras mejor, mi señora?," preguntó Tyrion suavemente.

"Sí, mi señor," respondió ella. En efecto, tenía mejor aspecto desde que pisaron tierra, pero se la veía asustada y nerviosa.

Él le apretó la mano, en un gesto consolador.

"No dejaré que nadie te haga daño. Juré protegerte y pienso cumplirlo."

Ella, bajo la capucha que le tapaba casi todo el rostro, le dirigió una tímida sonrisa.

"Lo sé, Tyrion."

Su nombre en los labios de ella era un sonido dulce.

El aire arrastraba olores especiados y picantes, mezclados con otros menos agradables, pero en aquella zona olía algo mejor que en cualquier calle de Desembarco del Rey. Eso le recordó que Sansa apenas había comido en tres días y que él tampoco había probado nada muy decente desde la fatídica boda. Esperaba que Pod no tardase mucho.

"Sansa... Quiero que sepas que yo no lo hice," soltó de repente.

Te importa la opinión que ella tenga de ti, se dijo.

"Estaba segura de que no fuiste tú. Yo tampoco tuve nada que ver, aunque no fue porque no lo hubiera deseado."

"Pues ya somos dos," dijo. Ella captó su ironía y volvió a sonreír.

"¿Quién crees que lo hizo?"

"Joff tenía muchos enemigos. Podría haber sido cualquiera."

Sansa se puso seria.

"¿Qué vamos a hacer ahora, Tyrion?"

"Tendremos que huir durante un tiempo y llegar lo más lejos que podamos." Se quedó pensativo. "Se me ocurre una alternativa que creo que es la única que nos podría salvar."

"¿Cuál es?," preguntó ella con nerviosismo, mordiéndose el labio.

Él adoraba ese gesto inconsciente que ella hacía cuando algo la inquietaba.

"Buscar a Daenerys Targaryen."