Mi vida era perfecta, no tengo otra forma mejor de definirla. Vivía tranquilo en La Aldea de los Vencedores, en la casa que me asignaron al ganar los traumáticos Juegos del Hambre. Me casé con Katniss Everdeen, el amor de mi infancia, el amor de mi vida.
Teníamos casi treinta años cuando decidimos tener nuestro primer hijo, de hecho, hace apenas un año, fue concebida la pequeña Freesia Primrose Meelark Everdeen, a la que llamamos cariñosamente Freesy. Ciertamente, me costó convencer a Katniss, yo quería tener un bebé en cuanto se restaurara el Distrito 12, ella no se sentía segura a pesar de todos los avances. Finalmente cedió a mis deseos y poco a poco a ella también le ilusionó. Cuando supe que estaba embarazada simplemente rompí a llorar, y Katniss conmigo. No creo haber vivido un momento más feliz en mi vida, a excepción del día en que Katniss por fin correspondió mi amor, como el día en que acuné a la recién nacida Freesy en mis brazos. Era realmente pequeña, aunque estaba sana, nació un poco más pequeña de lo habitual, y era extremadamente blanca. Sus enormes ojos grises se clavaron en mí con tremenda inteligencia, acababa de nacer y ya me miraba fijamente a los ojos; recuerdo como rozaba su pelito negro, apenas una pelusilla, y como amaba cada latido de su corazón, cada respiración de mi pequeño bebé.
Todo iba bien… Todo iba tan bien…
Freesy cumplió un mes en Mayo y ahora cumplirá dos meses dentro de unos días, no tengo el valor de celebrarlo, de hecho, casi no me tengo en pie. La única forma que tengo de dormir es a través de inyecciones, ni siquiera las pastillas me hacen efecto. Tampoco consigo comer, la comida no pasa por mi garganta y, cuando lo hace, suelo vomitarla al poco tiempo. Estoy tan sumamente tenso que me duele todo el cuerpo, y se me agarrotan todos los músculos. Quiero mantenerme entero por Freesia, pero a veces cuando la sostengo en brazos, tiemblo tanto que tengo miedo de que caiga.
Para seguir la investigación he tenido que mudarme al Capitolio, tengo una enorme casa en una zona residencial, su tamaño solo sirve para sentirme más solo.
No puedo dejar de recrear la última vez que vi a Katniss. A penas acabábamos de volver del hospital, Katniss no quiso que su madre viniera a ayudarnos con el bebé, recuerdo que la llamó por teléfono para decirla que habíamos llegado. Tras la llamada, se acercó a mí, que miraba embelesado a la pequeña en mis brazos, tan blanda, tan bella, tan frágil. Me abrazo y me beso los labios dulcemente.
-Es tan perfecta…- recuerdo que murmuró, con esa mirada de infinito amor, esa mira nueva, su mirada de madre, que yo estaba tan impaciente por ver.
Sonreíamos, no dejábamos de sonreír con aquella paz, con aquella dulzura infinita, desde el mismo instante en que Freesia llego al mundo.
Recuerdo que Katniss se sentó en el sillón porque le dolía la espalda, había tenido un parto largo y difícil, que en muchas ocasiones me hizo pasar verdadera angustia. Verla padecer sin poder ayudarla había resultado de las experiencias más estresantes de mi vida. Recuerdo la última vez que la vi, acurrucada, con su pelo negro trenzado, como siempre, cayendo sobre su pecho. Con los ojos cerrados, y la expresión de agotamiento.
Subí las escaleras hacia la habitación de la pequeña, besé su cabecita y aparté la sábana de la cuna, para acostarla allí. Me extrañaba que Katniss no subiera, pues era la primera vez que acostábamos a nuestra niña. "Seguramente se ha dormido" pensé, y la tumbé sin darle más importancia, la arropé con delicadeza y observé con intensa emoción como respiraba, como acercaba su manita cerrada a la boca, y los movimientos que hacía con los labios, como si succionara. Me pregunté si tendría hambre, pero me parecía una crueldad despertar a Katniss para que le diera el pecho, así que decidí dejar que ambas descansaran.
Bajaba las escaleras impregnado del olor dulzón de mi bebé, que parecía impregnarlo todo, y con la tibieza de su cuerpecito pequeño todavía radiando en mi pecho, donde la había apoyado contra mí. No podía ser más feliz, era imposible, no había nada que deseara que no tuviera en ese momento. O quizá sí: deseaba coger a mi mujer en brazos, llevarla a la cama, arroparnos con las sábanas y descansar abrazados. Ciertamente también deseaba volver a hacer el amor con Katniss, pero estaba claro que aquello debía esperar… Y lo cierto es que todavía no sabía cuánto.
Cuando llegué al salón vi el sillón vacío y se me borró la sonrisa de la cara. "Debe estar duchándose" pensé, pero no escuchaba agua caer. Abrí todas las habitaciones pero no la encontré en ninguna de ellas. Me asomé al patio, tampoco estaba. No podía dejar sola a mi niña en casa, así que no supe qué hacer "¿Cómo iba a marchase así Katniss, sin avisar? ¿Podía haber ido a comprar algo?" el corazón me latía a mil por hora. "Vamos cálmate" me dije "habrá dejado una nota" me dirijo al sillón donde se había dejado caer en busca de un pedazo de papel, y me quedo helado al ver una cosa bien distinta:
En el sillón, solo y abandonado, se encuentra nuestro anillo de compromiso.
